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ATENCIÓN: TEMA DELICADO

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Sin embargo, la mera racionalidad no basta para tratar un tema de tal calibre. Hace ya algunos años que nos interesamos por él, y la experiencia —en especial, los encuentros con el público— nos ha enseñado que las cifras, por sí solas, no pueden dar cuenta de la realidad. Sin duda alguna, hay que añadirles intuición, emociones y una cierta ética. La colapsología no es, por tanto, una ciencia neutral, alejada de su objeto de estudio. Los «colapsólogos» están plenamente involucrados en lo que estudian. No pueden permanecer neutrales. ¡No deben hacerlo!

Elegir este camino no deja a nadie indemne. El tema del colapso es tóxico y llega hasta lo más profundo del ser. Es un impacto enorme que hace pedazos los sueños. En el trascurso de estos años de investigación, nos hemos sumergido en olas de ansiedad, de cólera y de profunda tristeza, hasta experimentar, muy progresivamente, una cierta aceptación, e incluso, a veces, esperanza y alegría. Al leer obras sobre la transición, como el famoso manual de Rob Hopkins7, hemos podido vincular dichas emociones a las etapas de un duelo. El duelo de una visión del futuro. En efecto, comenzar a entender, y después a creer en la posibilidad de un colapso, al final, equivale a renunciar al futuro que nos habíamos imaginado. Supone la destrucción de esperanzas, sueños y expectativas que llevábamos forjando desde la más tierna infancia, o que teníamos para nuestros hijos. Aceptar la posibilidad de un colapso es consentir en ver morir un futuro que era importante para nosotros y que nos tranquilizaba, por irracional que sea. ¡Qué desgarrador!

También hemos pasado por la desagradable experiencia de observar la cólera de alguien cercano proyectarse en nosotros para no alejarse nunca más. Es un fenómeno muy conocido: para que desaparezca la mala noticia, se mata al mensajero, a los agoreros y a los que dan la voz de alarma. Pero, más allá del hecho de que eso no resuelve el problema del colapso, advertimos al lector desde este momento de que no somos muy amigos de tal práctica… Analizamos el colapso, pero con calma. Es cierto que la posibilidad de un colapso anula futuros que nos eran queridos, y es de una violencia enorme, pero también abre infinidad de opciones, algunas sorprendentemente alegres. La clave está, pues, en descifrar lo venidero y hacer de ello un lugar habitable.

En nuestras primeras intervenciones públicas, tratábamos de hablar únicamente de cifras y de hechos para ser lo más objetivos posible. Siempre nos sorprendían las emociones del público. Cuanto más claramente se exponían los hechos, más se intensificaban las emociones. Queríamos hablar a la cabeza pero llegábamos al corazón: a menudo, el público respondía con tristeza, llantos, angustia, resentimiento o efusiones de cólera. Nuestro discurso ponía nombre a las sospechas que muchos ya tenían, y calaba hondo. Al mismo tiempo, esas reacciones eran el eco de nuestros propios sentimientos, que intentábamos ocultar. Tras las conferencias, los impulsos de gratitud y de entusiasmo eran cada vez más frecuentes y, sobre todo, más fuertes. Concluimos que no solo había que darle a nuestro discurso abstracto y objetivo el calor de la subjetividad —con un lugar importante reservado a las emociones—, sino que también teníamos mucho que aprender de los descubrimientos de las ciencias del comportamiento sobre la negación, el duelo, el storytelling y cualquier otro tema que pudiera unir psique y colapso.

Ha habido momentos en los que se ha abierto todo un mundo entre nosotros y personas cercanas que conservaban —¡e incluso defendían!— el imaginario de continuidad y de progreso lineal. Con el paso de los años, claramente nos hemos ido alejando de la doxa, esto es, de la opinión general que da un sentido común a las noticias del mundo. Se puede hacer la prueba: si se escucha el telediario desde esta perspectiva, ¡no tiene nada que ver! Es una extraña sensación la de formar parte de este mundo (¡más que nunca!), pero no salir en la imagen dominante que tienen los demás… Esto hace que nos cuestionemos la pertinencia de nuestro trabajo con frecuencia. ¿Nos habremos vuelto locos, unos sectarios? No necesariamente. Porque, por un lado, el diálogo aún es posible, y por otro, no podemos ignorar el hecho de que no estamos solos ni mucho menos; la cantidad de colapsólogos (y entre ellos, sorprendentemente, muchos ingenieros e investigadores) y de personas sensibilizadas con este tema crece, como un movimiento que toma conciencia de sí mismo, una red que se conecta y se fortalece. En muchos países, expertos económicos, científicos y militares, además de algunos movimientos políticos (decrecimiento, transición, Alternatiba*, etc.), no dudan en hablar explícitamente de escenarios de colapso. La blogosfera global, aunque en especial la anglosajona, está muy activa. En Francia, el Institut Momentum8 ha realizado un trabajo pionero en este sentido, y le debemos mucho. Hoy por hoy, resulta difícil ignorar el colapso que se avecina.

En la primera parte del libro abordaremos los hechos: ¿qué le está ocurriendo a nuestras sociedades y al sistema Tierra? ¿Realmente estamos al borde del abismo? ¿Cuáles son las pruebas más convincentes? Veremos que la convergencia de todas las «crisis» es la que permite prever tal trayectoria. Sin embargo, todavía no ha tenido lugar un colapso global (al menos no en el norte de Europa, porque quizá Grecia y España sean ejemplos de un comienzo), así que debemos abordar el peligroso tema de la futurología. De forma que, en una segunda parte, trataremos de reunir indicios que nos abran el camino a este porvenir. Por último, la tercera parte será una invitación a dar una forma concreta a la idea de colapso. ¿Por qué no nos la creemos? ¿Qué nos enseñan las civilizaciones antiguas? ¿Cómo «vivir con ello»? ¿De qué forma reaccionaremos como cuerpo social si el proceso dura décadas? ¿Qué políticas deberían plantearse, no ya para evitar este fenómeno, sino para atravesarlo lo más «humanamente» posible? ¿Podemos colapsar siendo conscientes de lo que pasa? ¿Es tan grave?

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* N. de la T.: Alternatiba es un proyecto nacido en Francia y de ámbito europeo orientado a la movilización climática.

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