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LA ACELERACIÓN TOTAL
ОглавлениеDe ahora en adelante conviene percatarse de que numerosos parámetros de nuestras sociedades y de nuestro impacto sobre el planeta revelan una tendencia exponencial: la población, el PIB, el consumo de agua y de energía, el uso de fertilizantes, la producción de motores y de teléfonos, el turismo, la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, el número de inundaciones, el daño causado a los ecosistemas, la destrucción de los bosques, las tasas de extinción de las especies, etc. La lista es interminable. Este «cuadro de indicadores»7 (ver figura 2), muy conocido en la comunidad científica, prácticamente se ha convertido en el logo de esa nueva era geológica llamada Antropoceno, una época en que los humanos han pasado a ser una fuerza que altera los grandes ciclos biogeoquímicos del sistema Tierra.
Figura 2. Cuadro de indicadores del Antropoceno.
Fuente: Steffen, W. et al., «The trajectory of the Anthropocene: The Great Acceleration», The Anthropocene Review, 2015, págs. 1-18.
¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué esta aceleración? Algunos especialistas del Antropoceno datan el inicio de esta época a mediados del siglo xix, durante la Revolución industrial, cuando se generalizó el uso del carbón y de la máquina de vapor, que desembocó en el bum ferroviario de la década de 1840 y precedió al descubrimiento de los primeros yacimientos de petróleo. Ya en 1907, el filósofo Henri Bergson escribía con una increíble clarividencia:
Ha pasado un siglo desde la invención de la máquina de vapor, y apenas empezamos a notar la profunda sacudida que nos ha dado. La revolución que provocó en la industria no ha conmocionado menos las relaciones humanas. Surgen nuevas ideas. Empiezan a eclosionar nuevos sentimientos. Dentro de miles de años, cuando la distancia del pasado solo permita ver las grandes líneas, nuestras guerras y nuestras revoluciones parecerán muy poca cosa, suponiendo que todavía las recordemos; pero de la máquina de vapor, con las invenciones de toda clase que la acompañan, hablaremos quizá como hablamos del bronce o de la piedra labrada; servirá para definir una era8.
La edad de la máquina térmica y de las tecnociencias ha sustituido hoy en día a la de las sociedades agrarias y artesanales. La aparición del transporte rápido y barato ha abierto las rutas comerciales y borrado las distancias. En el mundo industrializado, las cadencias infernales de la automatización de las cadenas de producción se han generalizado y los niveles de confort material han aumentado globalmente de manera progresiva. Los avances decisivos en materia de higiene pública, alimentación y medicina han aumentado la esperanza de vida y reducido considerablemente las tasas de mortalidad. La población mundial, que se duplicaba aproximadamente cada mil años durante los ocho últimos milenios, ¡se ha duplicado en un solo siglo! De mil millones de personas en 1830 hemos pasado a dos mil millones en 1930. Y después viene la aceleración: solo hacen falta cuarenta años para que la población vuelva a duplicarse. Cuatro mil millones en 1970. Siete mil millones hoy en día. En el curso de la vida de una persona que hubiera nacido en la década de 1930, ¡la población pasó de dos a siete mil millones de personas! A lo largo del siglo xx, el consumo de energía se multiplicó por 10, la extracción de minerales industriales, por 27, y la de materiales de construcción, por 349. La envergadura y la velocidad de los cambios que estamos provocando no tienen precedente en la historia.
Esta gran aceleración se constata también en el terreno social. El filósofo y sociólogo alemán Hartmund Rosa describe tres dimensiones de aceleración social10. La primera es la aceleración técnica: «el aumento de las velocidades de desplazamiento y de comunicación es el origen de esa experiencia tan característica de nuestra época de la “reducción del espacio”: las distancias espaciales, efectivamente, parecen acortarse a medida que el trayecto se vuelve más rápido y sencillo11». La segunda es la aceleración del cambio social, que implica que nuestras costumbres y forma de relacionarnos se transforman cada vez más rápidamente. Por ejemplo, «el hecho de que lleguen nuevos vecinos y se vuelvan a mudar con mayor frecuencia, de que nuestros compañeros (pasajeros) de vida, al igual que nuestros trabajos, tengan una “vida media” cada vez más corta, y de que las modas de vestir, los modelos de vehículo y los estilos musicales se sucedan a una velocidad mayor cada día». Nos encontramos ante una verdadera «reducción del presente». La tercera aceleración es la del ritmo de vida, porque, en reacción a las aceleraciones técnica y social, intentamos vivir más deprisa. Rellenamos de forma más eficaz nuestro horario, evitamos «perder» el valioso tiempo, pero, sorprendentemente, todo lo que debemos (y queremos) hacer no parece dejar de aumentar. «La “falta de tiempo” aguda se ha convertido en un estado permanente de las sociedades modernas12». ¿Cuál es el resultado? Adiós a la felicidad, trabajadores quemados y depresión en masa. Y el colmo del progreso es que esta aceleración social que realizamos/sufrimos sin parar ni siquiera pretende mejorar nuestro nivel de vida, su único objetivo es mantener el statu quo.