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¡EN LO ALTO DEL PICO HAY UNA PARED!

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Generalmente, tras escalar la curva de campana por un lado, hay que bajar por el otro lado. Entonces, en los subsuelos de la Tierra todavía debe haber la mitad del petróleo que hemos encontrado. ¡Exacto! Es un hecho comprobado: la cantidad de energías fósiles almacenadas bajo tierra —y confirmadas— sigue siendo gigantesca, y es especialmente importante si tenemos en cuenta los hidratos de metano que se podrían explotar al fundirse el permafrost siberiano y el canadiense. ¿Buenas noticias?

No nos emocionemos tan pronto. Para empezar, sería catastrófico para el clima (ver siguiente capítulo). Y después, por mucho que queramos, nunca conseguiremos extraer todo ese petróleo. La razón es sencilla; para extraer petróleo hace falta energía, mucha energía: la prospección, los análisis de viabilidad, la maquinaria, los pozos, los oleoductos, las carreteras, el mantenimiento y la seguridad de todas estas infraestructuras, etc. Ahora bien, el sentido común exige que, en una empresa de extracción, la energía recolectada sea superior a la energía invertida. Es lógico. Si se consigue menos de lo que se invierte, no merece la pena excavar. La relación entre la energía producida y la energía invertida se denomina tasa de retorno energético (TRE o ERoEI, por sus siglas en inglés de Energy Return on Energy Invested).

Se trata de un aspecto esencial. Tras el esfuerzo de extracción, el excedente de energía es el que permite el desarrollo de una civilización. A principios del siglo xx, el petróleo estadounidense tenía una fantástica TRE, de 100:1 (por cada unidad de energía invertida, se conseguían 100). Apenas se excavaba, brotaba el petróleo. En 1990 ya solo estaba en 35:1, y hoy en día ronda el 11:143. Para que sirva de comparación, la TRE media de la producción mundial de petróleo convencional se sitúa entre 10:1 y 20:144. En Estados Unidos, la TRE de las arenas bituminosas comprende entre 2:1 y 4:1, la de los agrocarburantes, entre 1:1 y 1,6:1 (10:1 en el caso del etanol fabricado a partir de caña de azúcar), y la de la energía nuclear, entre 5:1 y 15:145. La del carbón ronda el 50:1 (en China, 27:1), la del petróleo de esquisto, el 5:1, y la del gas natural, el 10:146. Todas estas TRE están no solo en descenso, sino en un descenso que se acelera, porque cada vez hay que excavar más y más hondo, adentrarse más en el mar y utilizar técnicas e infraestructuras más costosas para mantener el nivel de producción. Pensemos en la energía que habría que gastar para inyectar miles de toneladas de CO2 o de agua dulce en los yacimientos antiguos, en las carreteras que habría que construir y en los kilómetros que habría que recorrer para alcanzar las zonas más recónditas de Siberia…

El concepto de TRE no solo se aplica a las energías fósiles. Para obtener energía de aerogeneradores, por ejemplo, primero hay que gastar energía en reunir todos los materiales que sirven para fabricarlos, y después en fabricarlos, instalarlos y mantenerlos. En Estados Unidos, la energía solar (esos inmensos espejos en el desierto) ofrecería un rendimiento de aproximadamente 1,6:1. La energía fotovoltaica en España, unos 2,5:147. En cuanto a los aerogeneradores, conseguirían un balance a primera vista más alentador, de unos 18:148. Por desgracia, estas cifras no contemplan el carácter intermitente de este tipo de energía ni la necesidad de adosar un sistema de almacenamiento o una central eléctrica térmica. Si se tiene esto en cuenta, la TRE de los aerogeneradores desciende a 3,8:149. La hidroelectricidad es la única que ofrecería un rendimiento cómodo, situado entre 35:1 y 49:1. Pero, además de que esa forma de producción amenaza gravemente los hábitats naturales50, un estudio reciente demuestra que los 3.700 proyectos en curso o planificados en el mundo solo aumentarían la producción eléctrica mundial en un 2% (de 16 a 18%)51.

En definitiva, las energías renovables no tienen potencia suficiente como para compensar el descenso de las energías fósiles, y no hay suficientes energías fósiles (ni minerales) para desarrollar en masa las energías renovables y que estas puedan compensar el descenso pronosticado de las energías fósiles. Gail Tverberg, especialista en economía energética, lo resume en que «nos dicen que las energías renovables nos van a salvar, pero es mentira. La energía eólica y la solar fotovoltaica comprenden una porción tan grande de nuestro sistema basado en las energías fósiles como la de cualquier otra fuente de electricidad52».

El problema es que nuestras sociedades modernas requieren una TRE mínima para cubrir el conjunto de los servicios que se ofrecen actualmente a la población53. El principio de la explotación energética es, a grandes rasgos, el siguiente: primero se destina el excedente energético del que se dispone a los aspectos indispensables para la supervivencia, como pueden ser la producción alimentaria, la construcción de hábitats y el acondicionamiento climático de estos, la confección de ropa o el sistema sanitario de las ciudades. Después, se reparte el saldo restante entre el funcionamiento de los sistemas judiciales, de seguridad nacional, de defensa, de seguridad social, de salud y de educación. Al final, si queda algún excedente energético, se utiliza para el entretenimiento (turismo, cine, etc.).

En la actualidad, la TRE mínima para proporcionar todos esos servicios se ha establecido entre 12:1 y 13:154. En otras palabras, se trata de un umbral más allá del cual no debemos aventurarnos si no queremos vernos obligados a decidir colectivamente —con todas las dificultades implicadas— qué servicios conservar y de cuáles prescindir55. Con una TRE media en descenso de las energías fósiles y una TRE que no supera el 12:1 en la mayoría de las energías renovables, nos acercamos peligrosamente al umbral.

Por supuesto, todas estas cifras se debaten, y muchos no dudarán en cuestionarlas, pero el principio general no está tan sujeto a opiniones. La idea que hay que entender es que estamos frente a una pared termodinámica que se acerca cada vez más rápido. Hoy en día, cada unidad de energía se extrae con un coste medioambiental, económico y energético más y más elevado.

Los índices económicos permiten asimismo visualizar esta pared. Dos equipos de investigación que usan diferentes metodologías modelizaron recientemente la compleja relación entre la TRE y el coste de producción (precio por barril)56. Las conclusiones son idénticas: cuando la TRE del combustible fósil desciende por debajo del 10:1, los precios aumentan de manera no lineal, es decir, de manera exponencial (ver figura 4). Dicha tendencia al alza de los costes de producción también se percibe en lo que respecta al gas, al carbón, al uranio, así como a los metales y los minerales imprescindibles para fabricar energías renovables57.


Figura 4. Modelización del precio del barril de petróleo en función de la TRE (según las correlaciones históricas observadas).

Fuente: Heun, M. K. y De Wit., M. «Energy return on (energy) invested (EROI), oil prices, and energy transitions», Energy Policy, vol. 40, 2012, págs. 147-158.

Si sabemos que unos dos tercios del crecimiento de los Treinta Gloriosos se debieron a la combustión de energías fósiles —y el resto fue producto del trabajo y de las inversiones58—, podemos deducir que el descenso inexorable de la TRE de las energías fósiles supondrá una enorme pérdida de beneficios que hará que la promesa de crecimiento económico no se pueda cumplir59. Dicho de otro modo, el descenso energético significa nada menos que el fin definitivo del crecimiento económico mundial.

Además, la curva de la figura 4 invita a tomar conciencia de que verdaderamente nos estamos acercando a una pared, por retomar la metáfora del vehículo. Una pared que es infranqueable porque está construida con las leyes de la termodinámica.

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