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Desde el siglo XV
ОглавлениеDesde estas fechas comienza el lento declive de la fama de Paladio. Es todavía la época en que se copian alrededor de una treintena de manuscritos del Opus Agriculturae del s. xv y alguno del s. XVI , del descubrimiento a mayor escala del Carmen de Insitione con siete códices también del s. xv, de nuevas traducciones 100 , de estudios eruditos sobre su texto y de los primeros ejemplares impresos.
El más importante de los trabajos filológicos de la época sobre Paladio es el del humanista italiano A. Poliziano (1454-1494), que anotó una cantidad considerable de lecturas originales en los márgenes y entre las líneas de la editio princeps de Paladio. Estas lecturas se incorporaron pronto a ulteriores ediciones: procedían directamente de la mano de Poliziano, el sabio que en la edición príncipe de Catón había anotado también las lecturas del antiquísimo códice Marciano, el mejor representante del texto del primer agrónomo, ya sólo conocido hoy por estas anotaciones y las de P. Victorio. Esto indicaba algo sobre el método de Poliziano: la tendencia a buscar los codices pervetusti como primer criterio de crítica textual 101 . En el caso de Paladio, las lecturas de Poliziano resultaban sospechosamente brillantes para solucionar pasajes oscuros y se desconocía de qué códices, entre tantos conservados, procedían, de forma que desde el siglo pasado los editores consideraron que eran simples conjeturas de un filólogo de gran talla 102 .
Pero Poliziano había sido, también en esta ocasión, fiel transmisor de las variantes que había encontrado en algún manuscrito emparentado con el modelo de donde proceden varios otros que se escalonan desde el siglo XI en adelante 103 : un códice de venerable antigüedad, por tanto, y además de la familia del ms. ç que, curiosamente, perteneció a la biblioteca de Petrarca.
Sin embargo Paladio pierde progresivamente su supremacía sobre los demás agrónomos: los cerca de cuarenta manuscritos de Columela y los veintiséis de Catón 104 , al que acompaña Varrón ya desde época antigua, revelan la repercusión que tuvo en el Quattrocento el redescubrimiento de los primeros escritores agronómicos.
En algunas copias, como las hispanas, aparecen juntos los tres 105 . En la editio princeps de Venecia en 1472, N. Ienson publica el texto de Catón, Varrón y Columela, preparado por J. Merula; Fr. Colucia se ocupa, incluyendo el «nuevo» poema sobre Los injertos , del de Paladio, que se añade junto a los tres anteriores: es la constitución del corpus scriptorum rerum rusticarum , que, en sucesivas ediciones, transmitió conjuntamente las obras de los cuatro agrónomos.
Otras cuatro reimpresiones del s. xv y diecisiete del s. XVI — y el silencio editorial del s. XVII — dan paso a las grandes ediciones cum notis variorum del s. XVIII : las de Gesner y Schneider contienen comentarios al texto, todavía hoy muy estimables.
Desde la primera edición, Paladio no sería editado independientemente hasta la teubneriana de Schmitt a fines del siglo pasado, y el primer «Paladio completo» dista poco más de una docena de años de estas páginas.
En este camino del s. xv en adelante Paladio debió de circular más que con los otros agrónomos, a la sombra de ellos. El tratado de Catón empezó pronto a ser valorado por los humanistas del s. xv/XVI : aparte del contenido agrícola, era un reencuentro con el latín arcaico que algunos se complacieron en imitar y otros en explicar filológicamente 106 . Columela se fue convirtiendo progresivamente en la base principal de los estudios científicos posteriores en los que fue, poco a poco, eclipsando a Paladio.
Todavía en la Agricultura de Ch. Estienne 107 , se utiliza mucho a Paladio, incluso a veces textualmente, sin mencionarlo 108 , pero el autor más citado es Columela. Allí mismo, en la «advertencia al lector», A. Languier vuelve a emplear el catálogo de agrónomos de Columela (I 1), que ya antes hemos encontrado en Isidoro y a través de él en Hugo de San Víctor; estos dos autores habían añadido por su cuenta el nombre de Paladio, pero en este prólogo está, sencillamente, ausente 109 .
Un recorrido breve por el Renacimiento español y la fama de Paladio desde esa época, nos lleva a detenernos, en primer lugar, en la obra de G. Alonso de Herrera 110 que unió a su saber personal, adquirido por su estancia en Granada, donde conoció las prácticas agrícolas árabes, y por sus viajes como capellán de Jiménez de Cisneros, un amplio uso de fuentes: griegas, según él dice, y, desde luego, latinas —los cuatro agrónomos, Virgilio, Plinio y Macrobio—, «modernas» —P. Crescencio, Bartolomé de Inglaterra y V. de Beauvais— y entre las árabes, Averroes, Avicena, y, especialmente, Abencenif.
Sin embargo, las fuentes clásicas de la Agricultura de Herrera no han sido, que sepamos, estudiadas. Sería ilustrativo saber si leyó los autores griegos por versiones latinas o castellanas y si conocía las árabes directamente o también a través de traducciones al castellano 111 .
En cambio, respecto a las fuentes latinas, podemos asegurar que Herrera conocía de primera mano el texto de Paladio, como el de Columela y Plinio, citados con mucha mayor frecuencia que Varrón y Catón —éste poco mencionado—, e incluso que Virgilio, al que, en cambio, se complace en citar a veces en lengua latina 112 , dándole así un trato de privilegio frente a los demás. Hay en Herrera muchas citas textuales e incluso capítulos enteros que son prácticamente traducciones de Paladio, que prueban que Herrera no consultaba las viejas versiones de este agrónomo, ni siquiera la castellana, poco anterior a él, sino su obra latina directamente 113 ; remite también indirectamente a él cuando refiere fórmulas de sus continuadores medievales, como el Crescentino o Abencenif. Precisamente gracias a la Agricultura de Herrera tenemos ciertas pruebas para sospechar cuánto debe en concreto Abencenif al texto de Paladio 114 .
Pero desde la constitución del corpus de los cuatro agrónomos, Columela se convierte en la autoridad en la materia. Y también para Herrera es el autor más veces citado; incluso cuando Paladio ofrece una explicación más completa —como, por ejemplo, en gran parte de los frutales, que el gaditano no llegó a conocer o sólo muy superficialmente—, Herrera parece esforzarse en buscar algún cabo que le permita hacer una cita de mayor prestigio, generalmente Columela, o Plinio, para no seguir solamente a Paladio 115 .
En su Obra de agricultura copilada de diversos autores , Alcalá de Henares, 1513, Herrera parece haber sentado definitivamente en España el criterio razonable de la primacía de Columela sobre Paladio como base de la agronomía. El prestigio del tratado de Herrera se manifestó sobre todo en las sucesivas reediciones de su obra 116 a la que se fueron incorporando otros tratados de tema similar, como el de Rodrigo Zamorano, Cronología y repertorio de la razón de los tiempos , Sevilla, 1594, Juan de Arrieta, Despertador de la gran fertilidad,… que España solía tener …, Madrid, 1578, el Arte de criar seda de G. de las Casas (1581). Las Colmenas de L. Méndez de Torres; Jardines de G. de los Ríos (1592), o el Discurso del pan y el vino de D. Gutiérrez de Salinas (1600), entre otras adiciones a las que se sumarán posteriormente las coetáneas a la reimpresión de 1818 por la Real Sociedad Económica Matritense.
En el anexo de J. de Arrieta, todavía hay alguna mención a Paladio, aunque la autoridad es Columela. Otras se encuentran fuera de los suplementos: por ejemplo, en el Libro de los secretos de agricultura, casa de campo y pastoril, traducido de la lengua catalana en castellano de F. Miguel Agustín, donde Paladio figura al lado de Alberto Magno (libro II 7, pág. 457, por la reed. de 1770).
Aunque sin referencia explícita a Paladio, hay un uso de su obra, directa o indirectamente, también en la de Pedro Ciruelo, Reprobación de las supersticiones y hechicerías , 1530 (= Reimpr. A. V. Ebersole, Valencia, 1978) 117 .
Pero aparte de otras posibles menciones, en una de las notas de la reimpresión de la Sociedad Económica Matritense, a propósito de un pasaje donde Herrera recoge las fórmulas de Paladio y Abencenif para lograr una vid triacal, el comentario añade (ibid ., pág. 408) «Paladio y Abencenif empeñados en copilar recetas ridiculas». Este juicio que desacreditaba a Paladio entre los científicos es la culminación de una marginación que se había prolongado entre ilustrados y neoclásicos.
En el discurso VIII 12, «Honra y provecho de la agricultura del Teatro Crítico Universal 118 », Feijoo, que valora la obra de Herrera y cita distintas fuentes romanas, no menciona a Paladio. En cambio, utiliza profusamente a Columela e incluso hace suya la queja del gaditano (Praef ., 4) Sola res rustica, quae… consanguinea sapientiae est, tam discentibus eget, quam magistris …, frase que debía de ajustarse muy bien a la desgraciada situación de la agricultura en la época, hasta el punto de convertirse en una cita obligada de los que posteriormente trataban del tema, como, por ejemplo, Jovellanos a finales del siglo en su Informe sobre la ley agraria 119 , donde hace varias referencias a la agronomía antigua, incluso cita a Catón y Varrón (ibid ., págs. 185-186), pero sólo da muestras de conocer a Paladio (ibid ., pág. 293) indirectamente, por medio de Herrera.
Este repaso superficial parece sugerir que los agrónomos romanos tuvieron a partir del siglo xv una difusión de tipo científico, acentuada con la progresiva especialización que tendía a separar científicos y filólogos. Columela fue valorado en la ciencia agronómica por encima de Paladio, lo que no impide que los estudios filológicos sobre el texto del agrónomo español, y las ediciones y traducciones de su obra, ofrezcan un panorama en España de pobreza desoladora 120 .
Postergado en el mundo científico, a Paladio le correspondió circular con la ayuda ajena de sus predecesores en agronomía; pero le quedó un papel reducido que podía cumplir mejor que los otros tres: los almanaques, cartillas rústicas, pronósticos perpetuos, lunarios y libros similares, donde la agricultura aparecía unida a la astrología y al santoral.
Una combinación de este tipo se encuentra en una obrita que ocupa los folios finales de la traducción de Ferrer Sayol, contenida, como ya se indicó, en un códice del siglo xv, y de la correspondiente castellana. Consta de un corto almanaque mensual con recomendaciones varias de preparación de conservas, métodos de injertar, recetas medicinales y otras más o menos mágicas (f. 209-227: para que los manzanos produzcan piedras preciosas, perlas o dinero, o nazcan los frutos con inscripciones, como ya figura en PAL ., II 15, 13), atribuidas a Sócrates, Aristóteles, Virgilio, o al maestre Ricart; el opúsculo que comienza con el título «Libre de Albert» (¿se refiere a la faceta alquimista de Alberto Magno?) o «Libre de Euclides», debe mucho a Paladio y muestra otra vía de la difusión popular del Opus Agriculturae: la cartilla rústica de pequeño formato para el gran público, con algunos datos agrícolas, muchas veces de Paladio, y adiciones sobre climatología o astrología. Es un último entronque de Paladio con los «libros de horas» medievales.
A esta nueva serie responde el Lunario de Jerónimo Cortés, Valencia, 1594, que contiene las fases lunares, el santoral y las «obras de cada mes», siguiendo algo a Plinio (obras de enero), a Abencenif (abril, octubre, noviembre) y muchísimo a Paladio (el resto del año), con un apéndice de pronosticación natural por los astros y fisonomía.
Esta obra, que conoció distintas reimpresiones (y títulos: El non plus ultra del lunario…) volvía a ser editada en Valladolid: Lunario y pronóstico perpetuo general y particular … con una sucinta relación de la revolución española y su gloriosa defensa contra sus inicuos invasores , todavía en 1840, en plena época romántica, cuando ya hacía tiempo que los filólogos alemanes habían publicado las grandes ediciones del Opus Agriculturae y coincidiendo con las fechas en que empezaba a despertar interés el Latín Vulgar que se reflejaría después en los primeros estudios de Dalmasso y Svennung sobre la lengua de Paladio.