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¿Por qué reparar?

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Hoy en día es extraño encontrar servicios de reparación. La mayor parte de los que «reparan» en realidad sustituye piezas enteras, mecanismos o placas, y no osa adentrarse en los detalles del objeto que manipula. Si enviáis un teléfono móvil o un ordenador roto a un centro de asistencia, normalmente se limitarán a abrir el objeto y sustituir en bloque la placa madre o los módulos probablemente dañados. La tarea consiste simplemente en quitar, con mucho cuidado, las piezas que pueden ser extraídas: placas de control, sensores, motores, baterías, discos, tarjetas de vídeo, módulos wifi o tarjetas de memoria. Ya casi nadie se atreve a colocar la punta del soldador sobre una de estas placas; de hecho, hay motivos muy válidos para no hacerlo.

Cuando llega el técnico de la lavadora y os la repara sustituyendo en bloque toda la placa, en realidad no ha realizado una reparación real. Sin embargo, su intervención está justificada por el hecho de que no puede dedicar a vuestra lavadora horas y horas para identificar una avería, y porque debería poseer un importante bagaje tecnológico y ser competente en bombas, corriente eléctrica, mecánica y electrónica. Su trabajo está optimizado y él es especialista solo en una determinada marca y un determinado tipo de electrodoméstico (con pocas excepciones). Si no fuera así, probablemente no llegaría a fin de mes. Más que nada porque trabajando por piezas y sustituyendo grupos enteros como la unidad, la puerta o la bomba de descarga reduce el tiempo y confina las habilidades necesarias. Si para cada caso tuviera que dedicar toda su atención, necesitaría demasiadas horas de trabajo, lo que para él sería prohibitivo. El hecho de limitar el alcance de la competencia a una única marca y a un único tipo de producto lo especializa y lo erige como «experto» de aquel tipo de objeto en concreto, del cual lo sabrá todo o casi todo. Así encuentra el equilibrio entre el tiempo que puede pasar reparando el objeto y sus gastos a fin de mes.

Las piezas que sustituye normalmente tienen un coste muy elevado, a veces desproporcionado, tanto que en caso de averías graves (o no tan graves) es casi más conveniente comprar un objeto nuevo que repararlo. Probablemente investigando más, intentando desmontar aquella bomba que hace un ruido sospechoso o sustituyendo aquel diodo quemado, la lavadora volverá a funcionar, pero estas tareas requieren mucho tiempo, cosa que nuestro técnico no se puede permitir. Para reparar la lavadora, solo debemos decidir entre «inmediatamente», con certeza, pero con un precio elevado, o «con el tiempo necesario», entre mil dificultades pero a un precio bajo. Normalmente, la decisión recae sobre la primera opción o, peor aún, se valora la posibilidad «quizás no vale la pena repararlo».

Atención a la frase «de bajo coste». ¿Qué significa? ¿Se refiere solo al precio del recambio o de la pieza sustituida? El coste de la reparación depende casi exclusivamente del tiempo empleado para resolver el problema, y el tiempo vale mucho, sobre todo si acudimos a un técnico o a un experto. Por este motivo, para la mayor parte de los electrodomésticos, no vale la pena repararlos. A menos que lo hagamos nosotros. Llegados a este punto, queda claro también el porqué los recambios son tan caros. Yo he podido ver simples interruptores de 50 céntimos venderse por el fabricante a más de 10 . El caso del interruptor es bastante extremo, pero por lo general el precio de un recambio es muy elevado. Y por varias razones. El fabricante y el distribuidor deben mantener la pieza en stock. Solo por el hecho de tenerlo en un estante ya tiene un coste, porque la pieza que quizás vale solo unos euros ha sido fabricada y, además, alguien ya habrá pagado por ella o habrá invertido solo por tenerla allí llenándose de polvo. Antes o después, quien tiene la pieza en el estante espera recuperar su inversión y, por tanto, nos hará pagar a nosotros esta «molestia».

Las piezas de recambio son normalmente difíciles de encontrar y todos sabemos que cuando un bien es escaso, su precio sube. Además, añadimos la urgencia personal. No nos podemos permitir lavar a mano la ropa y desearíamos resolver lo antes posible el problema. La urgencia hace aumentar la propensión al gasto y, por eso, abrimos la cartera sin pensarlo y pagamos 300 por algo que vale diez veces menos.

Quien repara lo suele hacer para sí mismo, principalmente por motivos económicos, para ahorrar. ¿Se os ha roto alguna vez la caldera de casa? Como ya sabemos, el técnico nos propondrá dos opciones: sustituir la caldera por una nueva, más eficiente, de bajo consumo y múltiples facilidades, o bien sustituir la placa. La placa puede costar más de 100 y habrá que pagar también la mano de obra. Y bueno, además la caldera ya no está nueva, tiene sus años y puede durar todavía un poco, pero no se sabe cuánto. Si no tenéis problemas económicos, probablemente optaréis por comprar una nueva caldera, pero si os parece una locura cambiarla después de solo cinco años, entonces sí, os decidiréis por la sustitución de la placa de control que, al final, os costará unos 100 . Es como tener que elegir entre el huevo o la gallina. Si debemos estrecharnos el cinturón, elegiremos la sustitución de la placa, mientras cruzamos los dedos para que dure el máximo posible. El técnico se llevará la placa, la cual será desechada, o bien devuelta al fabricante, donde casi seguro nadie la reparará.

Si vosotros fuerais capaces de repararla, probablemente no llamaríais al técnico y comprobaríais la placa. A veces, la causa de la avería es una tontería (aunque solo a veces). Hace unos años también a mí se me averió la caldera. Antes de llamar al técnico intenté abrirla (ya que la garantía había caducado hacía años) y curioseé por su interior entre tubos, bombas y placas varias. Encontré un fusible, que estaba intacto. En la parte inferior había una especie de tanque fijado con tornillos. Lo abrí y encontré la placa de control. Después vi otro fusible: ¡estaba quemado! Lo sustituí de inmediato y me ahorré la visita del técnico y el gasto imprevisto. Saber manipular las cosas es realmente un gran qué que ofrece enormes satisfacciones. Es una competencia que se puede aprender con paciencia y muchos «experimentos», pero recordad siempre la regla de oro:

¡No abráis nunca los objetos en garantía!

Si están en garantía, id al centro de asistencia o donde lo comprasteis.

El segundo motivo por el cual se recurre a la reparación es por no existir alternativas, por ejemplo, cuando una pieza está obsoleta y ya no se produce. En estos casos, normalmente también se suele recomendar adquirir un producto nuevo a un precio muy superior. Pero si es posible encontrar un recambio, sin duda alguna se debe intentar reparar lo que se ha roto.

El 99 % de los hombres descienden genéticamente de los monos y les gusta rodearse de objetos. A veces, se pierde el control de este aspecto y se llega a la acumulación en serie. Algunos de los objetos que tenemos pueden tener un gran valor afectivo, quizás porque nos los ha regalado alguien y no los queremos tirar. Hace unos años, a una tía mía se le rompió la máquina de escribir. Toda la vida había utilizado una Olivetti Lettera 22 e, incluso, una vez jubilada, solía escribir con su querida máquina de escribir mecánica. Como le tenía mucho afecto, para no dejarla sin un objeto tan importante para ella, le busqué una por Internet y se la compré. La suya me la dio y yo, con calma, la reparé. Ahora mi tía ya no está, pero yo continúo teniendo su máquina de escribir, que me la recuerda cada vez que la veo. A veces los objetos de este tipo ya no tienen ningún valor y quizás existen nuevos modelos que son más eficientes y actualizados, pero sí son importantes para el propietario, que estará dispuesto a cualquier cosa con tal de conseguir repararlos.

Otra causa que podría alentar a alguien a reparar algo sería por motivos más profundos y filosóficos. Si compro un objeto, cedo un dinero a cambio de su propiedad, que pasa del vendedor al comprador. En la práctica, este intercambio no es perfecto, porque aun siendo propietario de un bien adquirido, no tengo todo los conocimientos de cómo ha sido fabricado y de cómo funciona. Ahora ningún fabricante entrega ya los esquemas eléctricos y de funcionamiento y se limita solo al manual de uso. Y esto es así para proteger las propiedades intelectuales inherentes al bien adquirido. El fabricante ha invertido tiempo y dinero para crear un objeto y no desea que otros lleguen y utilicen la documentación sumistrada para convertirse en competidores.

Antes, con cierta frecuencia, venían junto al manual de uso los esquemas eléctricos. Hoy en día estos son una auténtica rareza. Existen movimientos de personas que reivindican el derecho de poder reparar los objetos y que piden a los fabricantes que se lo permitan hacer creando objetos reparables, dotados de sistemas de apertura y que proporcionen incluso las piezas de recambio para poder llevar a cabo las reparaciones. El Repair Manifesto es muy popular en Internet, sobre todo en sitios relacionados con el mundo maker1. La versión de Platform212 incluye 11 puntos:

1. ¡Alarga la vida de tus productos! Reparar ofrece a tus objetos una nueva vida. ¡No lo entierres, apedázalo! ¡No lo tires, remiéndalo! Reparar no está en contra del consumismo, está en contra de la basura inútil.

2. Los objetos deberían ser diseñados para poder ser reparados. Diseñador: crea productos reparables e informaciones claras y comprensibles. Consumidor: compra cosas que puedan ser reparadas y, si no es así, investiga por qué no lo son. Sé crítico y curioso.

3. Reparar no es sustituir. Sustitutir significa tirar la pieza rota. Este NO es el tipo de reparación que estamos tratando.

4. Lo que no destruye, refuerza. Cada vez que reparamos algo, aumentamos su potencial, su historia, su alma y su belleza intrínseca.

5. Reparar es un reto creativo. Reparar despierta la imaginación. Utilizar nuevas técnicas, nuevos instrumentos y materiales presenta nuevas posibilidades en lugar del fin de los objetos.

6. Reparar no es una moda. La reparación no tiene nada que ver con el estilo o las tendencias. No existen fechas de entrega para los objetos que se reparan.

7. Reparar es descubrir. Mientras arreglas algo, aprendes cosas maravillosas acerca de cómo funciona y no funciona.

8. ¡Reparamos incluso cuando no hay crisis! Si piensas que este manifiesto tiene algo que ver con la recesión, es que no has entendido nada. No se trata de dinero, sino de mentalidad.

9. Los objetos reparados son únicos. Incluso un objeto falso se convierte en original una vez reparado.

10. Reparar nos hace libres. No seas esclavo de la tecnología, sé maestro. Si una cosa está rota, arréglala y será mejor. Si eres maestro, enseña al resto.

11. Repara de todo, incluso bolsas de plástico... Pero te recomendamos que cojas una bolsa que dure y que la repares si es necesario.

Y, por último, el lema:

¡No recicles, repara!

Uno de los puntos del manifiesto subraya la importancia de reparar, a menudo confundida con sustituir piezas enteras de un objeto. La sustitución de la placa de la caldera rota por una nueva no es una reparación y, además, es una operación que puede realizar cualquiera. Y así debe ser por motivos económicos y prácticos. El técnico de la caldera no puede permitirse quedarse en cada casa que tenga la caldera rota intentando repararla. Vosotros moriríais de frío y él no podría garantizarse el número de intervenciones necesarias para pagarse el sueldo.

Otro problema es la ausencia de reparadores. Antes era normal llevar el televisor averiado a arreglar; hoy en día, por muchos factores, antes se opta por tirarlo. Los electrodomésticos actualmente valen muy poco dinero y esto hace que sea tan antieconómico repararlos. Si un electrodoméstico complejo, como un teléfono móvil, puede llegar a costar menos de 50 , ¿cómo puede salir a cuenta repararlo? Esta tendencia, unida al uso de tecnologías electrónicas y de fabricación cada vez más avanzadas y miniaturizadas, ha hecho desaparecer literalmente el oficio de reparador de TV y de electrodomésticos. Hoy en día, aún es posible reparar las placas incluidas en los electrodomésticos, pero solo a nivel aficionado, y casi siempre con muchas dificultades. A menudo, los fabricantes utilizan piezas casi imposibles de encontrar, eliminan el texto que habla de los componentes o revisten las placas con un recubrimiento de resina. Algunas piezas, probablemente fabricadas a medida, desaparecen del mercado «oficial» a los pocos meses de su salida y prácticamente no se pueden encontrar.

Los diseñadores de Platform21 han analizado los procesos de realización de los diseños y el papel de diseñadores y consumidores. Su manifiesto quiere hacer reflexionar al diseñador para intentar limitar la obsolescencia programada, cada vez más breve, que caracteriza todos los productos que nos rodean, acompañada por el empuje al reciclaje, siendo esto seguramente bueno, pero que nos induce a tirar los objetos más a la ligera. Desde hace unos años, en la escuela también se enseña la importancia de reciclar objetos, y no tanto de reutilizar o reparar. Reciclar significa simplemente tirar las cosas o llevarlas al punto de recogida ecológico y dejar que otras personas se ocupen de ellas, esperando que el plástico, el vidrio y los metales sean después realmente reutilizados para crear nuevos objetos para el consumo. Sospecho que el «reciclaje» que tanto nos inculcan sea un lobo con piel de oveja, un sistema ingenioso y perverso para animarnos a tirar las cosas rotas, sin siquiera considerar la posibilidad de una reparación.

Entre el reciclaje y la reparación se encuentra la reutilización, la posibilidad de dar una nueva vida a objetos para tirar. Así, hay bancos que se pueden transformar en mesas y muebles con estilo «industrial», ropa vieja que puede volver a estar de moda con pequeñas modificaciones y engranajes y mecanismos que se transforman en joyas. Una vez el objeto ha sido consumido y reutilizado, ya podemos tirarlo a la basura, aunque el sistema de reciclaje de objetos, sobre todo tecnológicos, tiene sus fallos. No sé si habréis oído hablar alguna vez del RAEE (Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos). Probablemente habréis visto este texto adicional en la factura del último electrodoméstico que hayáis comprado. Esta cuota, también denominada «ecoimpuesto», sirve para cubrir los costes de un futuro desmantelamiento del objeto, una vez se haya roto y tenga que tirarse. Se necesita un impuesto extra porque los electrodomésticos y los objetos electrónicos contienen un tipo de sustancias y metales que requieren tratamientos especiales para un correcto desguace, porque son elementos tóxicos y peligrosos para el ser humano y para el medio ambiente.

Un informe publicado en enero de 2017 por el Comité de vigilancia de residuos RAEE calcula que en 2016 se produjeron, en Italia, 283.089 toneladas de residuos especiales: casi 5 kilos por persona, aunque parece que esta estimación sea por defecto. El comité de vigilancia y control del Ministerio de Medio Ambiente indica que seis de cada diez electrodomésticos no son desmantelados correctamente y basta con dar una vuelta por cualquier calle de las afueras de nuestra ciudad para darnos cuenta de que estos datos son reales. Algunos caminos rurales parecen vertederos con auténticas montañas de electrodomésticos apilados que no siempre son abandonados por ciudadanos de a pie: a menudo, detrás de estos vertederos, están negocios ilegales y bien organizados. Otro sistema para hacer desaparecer la basura electrónica o e-waste de manera aparentemente más «limpia» es enviarla a África, donde se recoge en sitios como Agbogbloshie, suburbio de la ciudad de Accra, en Ghana, donde hay uno de los vertederos electrónicos más grandes del mundo, con 70.000 personas trabajando en la extracción manual de metales. La zona también se conoce como «Sodoma y Gomorra» y recibe millones de toneladas de residuos tecnológicos al año.

El manifiesto nace por casualidad en un periodo de crisis, en el que ciertas tendencias solo se acentúan. El problema que evidencia es que los consumidores no tienen el control de los objetos que compran. No saben cómo están hechos, no pueden abrirlos, no pueden, eventualmente, mejorarlos y, por tanto, son esclavos de ellos. Los diseñadores y las empresas tienen grandes responsabilidades en este círculo que se ha creado; el manifiesto las evidencia, alentando a los diseñadores a hacer objetos reparables y lo más «abiertos» posible, es decir, documentados y accesibles.

¿Por qué utilizar engranajes de plástico en una batidora? ¿Por qué colocar componentes sensibles al calor junto a piezas que se sobrecalientan? ¿Por qué termosellar las cubiertas y no utilizar simplemente tornillos? Muchos objetos se crean con malicia y con su fecha de caducidad ya codificada en su proyecto: se llama obsolescencia programada y dicen que tiene su origen en los tiempos de las primeras bombillas, cuando se reunieron todos los productores para constituir un acuerdo y definir la duración máxima de estos objetos en 1.000 horas, cuando algunas podían llegar incluso a las 2.500. El acuerdo tenía como objetivo uniformizar al máximo las características de los productos, entre las cuales garantizar la duración mínima, que, sin embargo, fue entendida por muchos como la duración efectiva.

Actualmente, para ningún fabricante sería admisible hacer una cosa así, aunque por varios motivos es sencillo introducir rupturas programadas. Los mismos componentes electrónicos, como los condensadores electrolíticos, tienen una duración predeterminada que puede afectar la funcionalidad de un producto. En el peor de los casos, estas averías «a tiempo» pueden ser introducidas dentro del firmware cargado en los microcontroladores omnipresentes. Es muy sencillo programar que, tras un cierto número de horas de trabajo, la placa empiece a funcionar mal o a disminuir sus prestaciones. El consumidor que desea «salvar el mundo» y al que, por tanto, le interesan fines «ecológicos» y la salvaguardia del medio ambiente, debería buscar, según el manifiesto, solo productos que se presten a ser reparados y tener un espíritu más crítico. Son conceptos muy bonitos y que encienden nuestra chispa revolucionaria, pero desgraciadamente muy difíciles de realizar. Las empresas no deberían adoptar nunca políticas de este tipo, sobre todo en periodos de crisis como el de estos últimos años.

iFixit es un sitio que desde hace años publica manuales gratuitos para la reparación de cualquier tipo de objeto. Nacido en torno al mundo Apple, está especializado en sus productos, pero actualmente hospeda cientos de miles de guías de cualquier tipo. Hace tiempo, los técnicos de iFixit compraron uno de los nuevos MacBook para analizarlo e intentar saber cómo repararlo. Desgraciadamente, el informe de reparación fue muy negativo. El nuevo MacBook con pantalla de retina ha sido definido por ellos como el portátil menos reparable que habían visto nunca. La pantalla es todo un conjunto con el cristal, las RAM están selladas directamente sobre la placa madre y no se pueden sustituir o ampliar y la batería está pegada.

Por desgracia, Apple marca el ritmo para todos los fabricantes de portátiles y, con sus ordenadores tan sutiles, traza una senda hacia la cual el resto de fabricantes se están encaminando. Por lo tanto, en un futuro, será cada vez más difícil reparar ordenadores, porque nos han acostumbrado a quererlos bonitos, sutiles y no actualizables3. A nosotros los reparadores, o aspirantes, no nos queda otra que luchar con el ingenio para reparar objetos «con caducidad», creados con materiales de baja calidad y piezas no accesibles. Será difícil difundir los ideales del manifiesto y hacerlos llegar a oídos de diseñadores y empresas, pero cabe esperar que nos pueda echar una mano la Unión Europea o algún estado más iluminado que los otros, como Suecia, donde se ha presentado una ley según la cual aquel que lleve a reparar un bien en lugar de comprar uno nuevo pagará menos impuestos.

La ley sería aplicable a cualquier tipo de objeto, sea tecnológico o no. Quien repare en vez de tirar podrá disfrutar de una reducción sobre el IVA que va del 25 al 12 %. Además, los gastos por la reparación podrán ser deducidos en la declaración de impuestos. Ignoro si la ley ha sido finalmente aprobada, pero es importante destacar que algo se está moviendo. Es cierto que, si las cosas deben cambiar, todos debemos poner de nuestra parte y no podemos esperar que la iniciativa llegue de los gobiernos. Todos podemos empezar a reparar nuestros objetos y poner nuestro grano de arena.

Reparar (casi) cualquier cosa

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