Читать книгу Miradas de reojo - Patricia Undurraga Matta - Страница 10
Hueso duro
ОглавлениеImágenes dantescas se suceden una y otra vez en el televisor: casas en el suelo, ropa inutilizada, niños desnudos y una lluvia que no amaina.
Maruja recorre su clóset para ayudar con las donaciones. Aparta la ropa negra, gris, fucsia y malva que sólo sirve para que las nietas se disfracen. Después, con un suspiro de renuncia, aparta también el Chanel de paño negro enhuinchado en raso opaco, de talla cuarenta y que perdió definitivamente la ocasión de ser usado.
Lo acaricia con nostalgia mientras recuerda la sala decorada con pañuelos de seda, grabados de posturas místicas y una vitrina atiborrada de cuanto cachivache se puede coleccionar, y en especial el elefante de yeso hecho a escala y con la trompa en alza.
–A Madame la atrasó un imprevisto –explicó la mujer oscura y encorvada que le abrió la puerta.
Maruja se desconcertó. La adivina, un imprevisto; pero ella esperaría porque necesitaba que alguien la iluminara en sus decisiones.
Su cabeza le daba vueltas a causa de los olores a incienso, humedad y orines de gato. Recorrió el corredor colmado de helechos raídos que enfrentaba la sala, pero al encontrarse con un hombre setentón, enfundado en un buzo grasiento, se había devuelto al sofá de resortes salidos.
De pronto irrumpió en la sala una especie de faquir, envuelto en una túnica morada y con el rostro enmarcado por una cabellera gris que le llegaba a la cintura: Madame en persona.
–Pasa al estudio –silbó las eses–. La paz sea contigo, toma asiento.
En la mesa cubierta por una carpeta granate había un mazo de cartas, una lupa enorme y una lámpara flexible. El resto nadaba en penumbras. Entre numerosos silbidos, la hizo cortar el mazo tres veces, extendió las cartas, movió la cabeza y dio un grito:
–Hija, por Dios, ¿qué tiene este hombre?
–¿Qué hombre? ¿Qué tiene quién?
–Tu marido, pues, niña. Veo que eres casada. Este cristiano está pero muy, muy mal –suspiró–. Mira este arcano –y mostró la carta de un viejo color tierra–, polvo eres y en polvo –explicó–, energía no hay. Este pie izquierdo mutilado a la altura del empeine significa estaticidad, cero avance. Enviudarás pronto, muy pronto, pero también vas a rehacer tu vida con alguien menos porfiado que este hombre. Se aspecta en tu futuro un antiguo conocido que volverá a rondarte. Ojo, si aparece antes de tiempo, lo mantienes en el tostador, pero nada de dejarlo ir. Veamos –y siguió enumerando sucesos.
Un gato tiñoso se escurrió por entre las faldas de Maruja, y con el lomo arqueado, se instaló encima de las cartas.
–Mefisto nos anuncia el término de la hora astral. Vuelve en tres meses para estudiar al «aspectado», si es que llega –agregó con un hilo de voz.
Maruja caminó hasta la puerta acompañada con la letanía con que la despidió:
–Suerte para Maruja, toda la suerte para Maruja, que nadie atropelle a Maruja, que le llegue dinero a Maruja.
Mientras mete los trajes en una bolsa plástica, recuerda el alivio con que tomó la decisión de no abandonarlo como tenía pensado. Para qué. Total lo había aguantado veinte años y era más ordenado y más digno enviudar. También eligió la clínica en que lo internaría al final, porque ella no sería capaz de cerrarle los ojos ni de estirarle nada, menos si moría durmiendo. Dormía siempre tan encogido.
Además, el aviso de la adivina no era el primero. Estaba la frase fatídica de su madre cuando se refería a ese yerno tan rabioso:
–Este hombre no hará huesos viejos.
Las advertencias del tío oncólogo:
–Tiene muy mal aspecto, Maruja. Pon atención si se hincha, huele mal o pierde el apetito; avísame.
Maruja no tenía idea de hinchazones. Desde que se cambió de dormitorio no volvió a verlo al natural, y hacía tiempo que le encontraba muy mal olor, por lo que decidió dejar que los hechos se dieran solos y se dedicó a ordenar papeles, a verificar que todos los seguros estuvieran vigentes y los recibos de las contribuciones al día. Además, se mandó a confeccionar el Chanel, que le costó carísimo, pero una liberación tan incruenta bien valía la pena.
Cuando debido al cáncer al pulmón hubo que operar a su marido, con escasas posibilidades de éxito, y puesto que el Chanel ya no le entraba, Maruja se decidió por un discreto medio luto, pero este también fue a parar al clóset: él se recuperó en forma extraordinaria. Asustado, dejó el cigarrillo, se entusiasmó con el golf, cuya práctica lo sacó al aire libre, lo obligó a hacer ejercicio y, por ende, recuperó el apetito. Mientras tanto, «el antiguo conocido» apareció, sí, pero casado con un ejemplar veinte años menor y con una cara de contento que eliminaba cualquier tentativa de proximidad.
Con el derrame cerebral, compró unas ropas en diferentes tonos de lila y sólo atinaba a dar gracias por haber alcanzado a casar a Marujita con fiesta y cóctel.
El neurólogo los felicitó: el paciente tenía salud de hierro y, sobre todo, tenacidad. En sólo cinco meses y ejercicios de rehabilitación mediante, se había recuperado de la parálisis facial y de las otras. También había empezado a jugar a las cartas para recuperar la mente y se reveló como un eximio jugador de bridge, tanto, que tomó clases de computación para poder acceder por Internet.
Maruja no logra tener pena por los damnificados de la televisión. Lo único que la entristece es su situación: colección de trajes de luto total, medio luto, apenas luto y sobre todo su actual talla: un rotundo extra large, que sólo le permite trajes sastre con pollera ajustada y chaqueta a la altura de las caderas.
El timbre la saca de sus recuerdos. Atiende a un joven con una caja en una mano y blandiendo una factura en la otra. Viene a conectar la banda ancha con Dbox pro y HD.
Todo el mundo se ha equivocado. El único con posibilidades de enviudar es el dueño de esos huesos, que no solamente llegarían a viejos, sino que prometían ser eternos.