Читать книгу Ajijic - Patricio Fernández Cortina - Страница 6

Оглавление

Capítulo I

La llegada

En la fachada de la librería La Renga del pueblo de Ajijic, su dueño hizo grabar un verso sobre un hermoso tablón de madera, que decía así:

Nunca se sabe quién tocará a tu puerta.

Al abrirla, aquella tarde de abril,

el viento entró como una ráfaga azulada

y el olor del azahar invadió toda mi casa.

Una tarde en la que la laguna brillaba con los tonos naranjas del sol, Juan Sibilino declaró que no había peligro alguno. Fue entonces cuando Julio, el librero, salió a la calle empedrada para observar el espectáculo del cielo. Había pasado la tormenta y cientos de golondrinas sobrevolaban el pueblo. Todos estábamos en paz y Juan Sibilino decía que aquel vuelo conmemoraba un año más la llegada de los primeros extranjeros a Ajijic. A todos nos gustaba creer en ese cuento. La gente del pueblo, que se había guarecido de la tormenta dentro de sus casas, salió también para observar el espectáculo: las golondrinas descendían como flechas desde lo alto del cerro del Tepalo, volando sobre los tejados a gran velocidad, y una vez que alcanzaban la laguna se difuminaban en el horizonte en los oscuros colores del cerro de García. Repicaban las campanas de la parroquia de San Andrés Apóstol y la tarde se preparaba para la quietud de la noche.

El agua de la tormenta bajaba por las calles empedradas, formando riachuelos que desembocaban en la laguna. Olía a tierra mojada. Algunos viejos del pueblo conversaban sentados en sus equipales afuera de sus casas, mirando el agua correr y filosofando sobre aquella manifestación tan bella y peculiar de la naturaleza. Cantaban versos de la música de esa tierra bendita: «Por Ocotlán sale el sol, por Tizapán sale la luna, y poco a poco, la marea, va subiendo en la laguna». En la poesía de la luz, el lago es azul al amanecer y se tiñe de ámbar en el crepúsculo. Cuando la tarde y la noche se acoplaban y se fundían en la línea delgada del horizonte, el ámbar daba paso a la negrura infinita que se iluminaba de estrellas.

Ajijic es un pueblo situado en la ribera del lago de Chapala, a unos cuarenta kilómetros de la ciudad de Guadalajara. Pueblo mágico y pintoresco con un lago rodeado de montañas, que cuenta con uno de los mejores climas del mundo. Su flora portentosa eclipsa la mirada del visitante. El camino por el que se llega al pueblo es el Boulevard de Jin Xi, flanqueado por laureles majestuosos, que luego cambia de nombre por el de Carretera Oriente, en donde se erige un esplendor de jacarandas y tabachines. Más adelante, después de la calle Colón, el camino cambia de nuevo su nombre por el de Carretera Poniente, y más allá todavía, a la salida del pueblo, se convierte en una carretera que va bordeando la laguna.

No se sabe con certeza en qué año llegaron los primeros extranjeros a Ajijic, pero es verdad que, conforme fueron llegando, el pueblo se transformó a través de un mestizaje cultural que hermanó a dos civilizaciones tan diversas: por un lado, canadienses y estadounidenses (en su mayoría) y, por el otro, los habitantes de Ajijic y de los pueblos de la ribera del lago de Chapala: como almas de un lienzo disímbolo y pintoresco, obra bellísima entretejida en un telar, como el canto de Neruda: «porque son los misterios del pueblo ser uno y ser todos».

Los extranjeros alquilaron o adquirieron casas, según las posibilidades de cada uno, y las pintaron de colores. Colgaron macetas con flores en sus fachadas, cubrieron los muros de enredaderas, construyeron fuentes, dibujaron figuras de pájaros en los umbrales de sus puertas exteriores, sembraron árboles en los jardines y llenaron de música los rincones; abrieron cafés y restaurantes, tiendas de artesanías y de joyería, crearon oficinas de real estate para promover la oferta de casas para su venta y alquiler. Participaron en la construcción de un campo de golf, crearon clubes de lectura y de baile, fundaron comunidades de lakesiders como The Lake Chapala Society, y bajo el lema When the expats are together trabajaron incansablemente para embellecer el pueblo, contribuyendo con ideas para su renovación. Fundaron y construyeron el teatro Lakeside Little Theater, representación pura del esfuerzo por una mejor vida en comunidad a través de la cultura y el alto espíritu de quienes trabajan y gozan del arte. Participaron en el festival Viva la Música, ayudaron a que los parques públicos, como La Cristianía de Chapala, se convirtieran en sitios limpios y administrados adecuadamente. Contagiaron un orden que enriqueció la convivencia en la vida diaria del pueblo. Llegaron a Ajijic para vivir en paz y se hermanaron con la tierra, con el agua, con el clima y con la gente. Decidieron quedarse para siempre.

Pero no todo fue siempre miel sobre hojuelas: hunky-dory. Hace años vino un hombre a Ajijic, proveniente de Nueva York, que cambió la vida de una mujer y de su hijo, definitivamente. Un hombre que, como una ráfaga de viento, perturbó el destino para siempre.

Ajijic

Подняться наверх