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1.3. La objetivación en la realidad da la medida de su espiritualidad

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En la realidad se encuentra con los demás. La determinación de moverse en la realidad lo obliga a salir de sí o, por mejor decir, a dejarse a sí mismo y entregarse con los demás a la obra de provecho común. Eso es lo que lo agiganta. Lo hace estar a la altura de la situación, lo lleva a encontrarse con las personas, a ver su lado dinámico y a estimularlo.

Esta actitud es la que le granjea la adhesión entusiasta de la gente de su curato, y la que lo saca de su pequeño reducto y lo lleva a la gente de influencia, a la prensa y hasta a los representantes del gobierno provincial y nacional. Así, llega a ser una persona literalmente importante: porque en efecto lleva en sí a todos, los intereses de todos y sus mismas personas, y los congrega para constituir un cuerpo social con los haberes de todos.

Está completamente implicado en lo que trata, por eso a veces da la impresión de que mueve a la gente como peones suyos. Creo que esto es así porque él mismo está entregado a la obra, que es de ellos, que es la obra social, la del conjunto humano que representa. La obra es para el caserío o el pueblo o la comarca o la región entera. Si él se beneficia en algo, es como un miembro más del conjunto humano al que va destinada la obra. Así lo percibe la gente. Por eso, se prestan a lo que les pide de muy buena gana. Y aceptan que los presione. Es claro que él está en lo de ellos y es de ellos. Por eso, el que tenga una estatura gigante no es para ellos motivo de recelo o envidia ni, menos aún, de sentirse disminuidos, porque su tamaño no los infantiliza ni empequeñece sino que los pone a valer. Es el significado literal de autoridad, derivado de augere, aumentar, hacer progresar.

Por eso, él publica una y otra vez los nombres de los que han colaborado pecuniariamente o dando animales o trabajo, y agradece constantemente. Una de las últimas cosas que hace cuando ya está ciego es escribir para su publicación los nombres de los que, por ayudarlo eficazmente a construir el colegio y la Casa de Ejercicios, merecen llamarse benefactores y son dignos de esta mención honrosa.

Otra muestra de su objetivación es la humildad con que reconoce sus yerros, sean por la manera áspera de decir las cosas, que puede herir, sean por error de apreciación. Muchas veces en sus cartas tiene autocríticas con toda sencillez y lealtad.

Otra muestra, mayor aún, es que cuando en una carta ha defendido algo contrario a su interlocutor con todo apasionamiento y de modo extremadamente tajante, concluye la carta diciendo que queda realmente a disposición del que a lo largo de la carta le ha estado diciendo que después de lo pasado no cuente con él. Y es verdad que queda a su disposición porque en cartas subsiguientes vemos cómo sigue a su servicio y en su amistad, como si no hubiera pasado nada.

También es muestra de objetivación la manera como se defiende cuando cree que ha sido malinterpretado, exponiendo pormenorizadamente los hechos y los argumentos, de manera que quede todo lo más claro posible.

No solo él está en la realidad sino que también se esfuerza porque en lo que lleva a cabo esté presente y en bloque toda su realidad personal y no una parte de su ser, una tendencia autonomizada. Se puede ver que en lo que hace se compromete por entero, se juega él mismo; y, por eso, se esfuerza en ser él, su persona, el que lo hace. La firma, el cura Brochero, está presente siempre, a lo largo de todo lo que escribe. Quien escribe, se relaciona, siente y actúa es el cura, es decir, un párroco, y, en sentido literal, que en este caso es el que vale, el que cuida de sus feligreses como la actividad y la actitud que lo define; pero precisamente el cura Brochero. Nada de fragmentación postmoderna: está siempre de cuerpo entero, aun en lo que puede parecer más polémico o apasionado o caprichoso.

El evangelio encarnado en la realidad

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