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A MODO DE PRESENTACIÓN

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Este libro no lo ha escrito el cura Brochero; lo he escrito yo. En este sentido no es una autobiografía. Pero me he atrevido a subtitularlo autobiografía epistolar porque cuando comencé a leer las cartas de Brochero no conocía nada de él y hasta el día de hoy no he leído nada escrito por otros acerca de él. Por eso, no tenía ninguna hipótesis sobre él, ninguna imagen preconcebida. Traté de ponerme en una actitud perceptiva para recibir lo que el cura Brochero iba diciendo de sí, de manera que él mismo, a través de ese dar cuenta de sí que son sus cartas, fuera componiendo su propia imagen. En este sentido, es autobiografía. Y lo es porque no he contrastado su percepción con la de otros protagonistas. Me atengo en todo caso a su propia versión de los hechos y de su persona. En este sentido, creo que bastante denso y genuino, es autorretrato epistolar.

Lo titulo “el evangelio encarnado en la realidad” porque su voluntad de realidad, su honradez con la realidad y su empeño porque la realidad dé de sí, desde sí misma, estimulando sus dinamismos más genuinos, es lo que define su espiritualidad. Y menciono al evangelio porque él y no un cuerpo doctrinal eclesiástico es el que tiene la voz cantante. En este sentido me parece que él hace en su época y circunstancia local lo equivalente de lo que Jesús hizo en la suya. Jesús se autodefine como la luz del mundo y por eso afirma que “quien me sigue no caminará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida”. No se camina a la luz de una doctrina. Se sigue a una persona, un seguimiento espiritual: con el Espíritu de Jesús. Pues bien, la vida que sale de ese seguimiento es la que arroja luz y sentido. Lo primero es la vida en seguimiento y luego la luz: la luz sale de la vida; más aún, es la luz de la vida. Sin vida no hay luz, son puros conceptos vacíos.

El cura Brochero es un hombre de la Biblia; es muy significativo que poseía un ejemplar de la primera edición católica en castellano, y más concreto un hombre de los evangelios, por eso su insistencia en los Ejercicio Espirituales, que en su mayor parte son contemplaciones de la vida de Jesús para seguirlo. Pues bien, lo característico de él es que todo va saliendo de su seguimiento situado, de la pregunta de qué hacer para que aquellos de los que él tiene cuidado (siempre es el cura Brochero) tengan vida y vida en abundancia. La inscripción en la medalla que le dieron como homenaje cuando dejó el curato sintetiza esta tarea: evangelio, escuelas caminos. El evangelio es la inspiración de todo, su motor, un motor personal, una narración abierta, la relación con una persona que es la fuente de su identidad y de su vida. Las escuelas y los caminos, dos concreciones paradigmáticas.

Conozco a Gabriel Brochero exclusivamente a través del estudio de sus cartas. Como se verá, el que ofrezco es un análisis parcial. Sin embargo, tal como es el personaje, un hombre de una sola pieza, estimo que, aunque deje fuera muchísimos datos de su vida, la mayoría, e incluso aspectos enteros de él, este estudio sí puede darnos una imagen verídica, incluso muy significativa y fundamentalmente certera de su autor.

Hace años, estuve dictando durante casi tres lustros un curso sobre pensamiento latinoamericano en la Universidad Católica Andrés Bello, de Caracas, y continúo dictando, desde principios de la década de 1980, Historia de la Iglesia en América Latina en la Facultad de Teología; antes dediqué veinte años a crítica literaria latinoamericana, por lo que algo he podido contextualizar y sopesar las cartas.

El lector podrá notar que las cartas me han impresionado por su reciedumbre humana y densidad cristiana, y, por eso, forman parte del curso Maestros de Espiritualidad en América Latina en el postgrado de Teología Espiritual.

Espero que este trabajo sobre las cartas aproveche a quienes lo lean, como estas me han aprovechado a mí.

El evangelio encarnado en la realidad

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