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PRÓLOGO

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Con agudeza y mucha verdad el Quijote afirmaba que “la pluma con más libertad que la lengua suele dar a entender lo que en el alma está encerrado”. Algo de esto ha intuido Pedro Trigo al abordar al Cura Brochero desde sus cartas y con la originalidad –ciertamente novedosa– de “no haber leído nada escrito por otros autores acerca de él, sin ninguna hipótesis ni imagen preconcebida”, dejando que sea el mismo Cura quien a través de sus palabras se vaya dando a conocer, vaya desvelando su mensaje y la estatura de su alma. Y si bien esto puede implicar un análisis parcial, confía –y tiene razón– en que la imagen que surge de este estudio será verídica y certera, porque justamente al leer sus cartas advierte que estamos frente a “un hombre de una sola pieza”.

Sus cartas, advierte Trigo, hablan poco de Dios y de temas espirituales; la mayoría de ellas se refieren a las necesidades de su gente, son pedidos que procuran una vida más digna para su pueblo: caminos, acequias, ferrocarriles, escuelas, iglesias, lo cual no lo hace un hombre poco espiritual, al contrario, vislumbra a un hombre “evangélico”, un olvidado de sí, con los pies tocando la realidad y con la cristianísima obsesión de que su rebaño tenga una vida más linda. Brochero escribe desde el corazón de su gente, “implicado en lo que trata, entregado a la obra, de cuerpo entero, aún en lo que puede parecer más polémico o apasionado o caprichoso”.

Lo humano en Brochero es medular y es desbordante: en sus cartas menciona agradecido a sus colaboradores y benefactores, reconoce humildemente sus yerros, se defiende a sí mismo cuando le levantan juicios falsos, así como un día Jesús preguntó al que injustamente lo golpeaba ¿por qué me pegas?, embreta sin ningún empacho a las autoridades cuando tiene que negociar beneficios para su pueblo, es implacable e irónico cuando tiene que reclamar para los suyos justicia, consuela a los heridos, anima a los desesperanzados, empuja a los pusilánimes.

Trigo recorre la variada gama de cartas del cura ponderando y describiendo el estilo de quien llama las cosas por su nombre, con una franqueza que sorprende, sin adornos ni vueltas, de quien se dirige al corazón, habla su lenguaje franco y campechano porque siente como ellos: cartas “duras”, interpelantes a las autoridades eclesiásticas y civiles, a “los que puedan hacer algo por mejorar las condiciones de vida de su gente”, cartas abiertas a los diarios para dar a conocer las riquezas de su zona, cartas de amistad, de una amistad que muchas veces iba a contramano del sentir de la sociedad, por lo tanto tienen una finalidad movilizadora, propio de lo evangélico: al malquerido Santos Guayama lo tratará de “mi amigo”, y a los presos, lacra de la sociedad en el sentir de muchos, y para quienes intenta un indulto encabeza su carta diciéndoles: “A mis queridos hijos espirituales”.

Cartas llenas de ternura y reconocimiento como la que describe a Rita, una segunda madre, a quien le agradece “los mil cariños maternales que me dispensó desde el día que me conoció… era otra madre mía que me engendró con sus bondades y virtudes”. Cartas telegráficas de mucha firmeza como se lo expresa a quien lo está proponiendo para obispo: “Agradezco voluntad suya, no felicitación. Soy idiota, sin tino, sin virtudes. Influya no aparezca en terna”.

Sea cual sea el tono y la finalidad, la opción de fondo que guía su lenguaje es la de “ser entendido por su gente”. Decía en expresión de San Agustín que prefería ser entendido, antes que pasar por erudito y que no lo entiendan.

“Todos sienten –nos dice Trigo– con una alegría vivísima que el mensaje se encarna en su mundo, como que Dios a través del cura, les habla desde su vida misma; que Dios no es el de la institución eclesiástica, evocado por palabras que nunca usan ellos, que casi no las entienden y que en todo caso les resultan lejanas, abstractas y no motivadoras. Por eso, sus expresiones ruedan de mano en mano, se festejan y se graban en la mente y corazones y actúan como levadura”.

Guiados por el autor y fieles a su intención al regalarnos estas páginas, dejémonos decir por el Cura Brochero, festejemos sus palabras y que ellas se graben en nuestros corazones. Ese será el mejor homenaje que podamos brindarle a tan grande maestro espiritual.

Ángel Rossi, sj

El evangelio encarnado en la realidad

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