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1.5. Un viraje histórico radical

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Lo más polémico, sin duda, es su paso al radicalismo, que, por eso, exige un comentario. Comencemos por su actitud previa, que fue su actitud habitual. Al entonces gobernador de Córdoba y luego presidente y siempre condiscípulo y amigo del alma, le dice que en los meses antes de la elección presidencial no había querido verlo ni escribirle porque toda Argentina sabía que él era el mayor partidario suyo. Antes le había dicho que por nada del mundo quería meterse en política, se sobreentendía que por su condición de cura. Por eso, no quería verlo para que nadie dijera que estaba haciendo política y aprovechándose de él.

Sin embargo, discretamente, al pedir ayuda a las autoridades, de cualquier rango que ellas sean, siempre alude a que el conceder lo solicitado redundaría en la buena opinión que tendrían de quien lo da y, por tanto, de su gobierno y de su prestigio como político. Es decir, que en sus relaciones con funcionarios y políticos siempre se atiene a la conveniencia objetiva de lo propuesto por él para los fines, de progreso y bienestar de los ciudadanos, proclamados por el gobierno y los partidos. Por eso, nunca aparece favoreciendo a un partido como tal, es decir, en cuanto agrupación particular, y solo se refiere y muy indirectamente a ellos en cuanto que, al cumplir sus fines, obtendrán quien los sufrague.

Sin embargo, aunque nunca aparece en nada directamente partidista, sí puede ser percibido como que frecuenta el entorno de los prohombres de la región y que, en cierto modo, pertenece a ellos.

Por eso, llama la atención que, cuando se percata de que no están interesados en el ramal de ferrocarril por Traslasierra, los abandone y se pase al radicalismo, a militar en él, aunque no tenga carnet ni ningún puesto. ¿Cómo interpretar esta doble novedad: que aparezca favoreciendo directamente intereses partidistas y precisamente los de un partido que por su radicalismo confeso era presentado como contrario a la religión y a los intereses de la Iglesia?

Creemos que forma parte de la comprensión intuitiva que llegó a alcanzar el cura Brochero de que a principios del siglo XX el cristianismo debía abandonar a las élites tradicionales, así fueran las liberales, y aliarse con fuerzas que se propusieran de modo más directo y explícito el bien del pueblo, en el sentido específico de los de abajo. Por eso, llega a escribir como apoyo de su postura que los jesuitas de Córdoba habían afirmado que lo cristiano estaba más representado en el ideario del radicalismo que en los demás partidos. Consideramos que esta es la perspectiva de fondo, y que el tema del ramal de ferrocarril no es más que el hecho concreto que lo evidencia ante sus ojos.

Ahora bien, el tema concreto del ferrocarril sí es suficientemente sintomático como para que se convirtiera en el detonante de su cambio. Sus antiguas referencias, empezando por su amigo del alma Juárez, aunque de la provincia de Córdoba, no representaban sus intereses, sino los de la burguesía agropecuaria exportadora de Buenos Aires y su provincia y los de los financistas ingleses. Precisamente Juárez, estrechamente ligado a su concuñado Roca, fue a la presidencia con el programa, que cumplió, de privatizar los ferrocarriles y muy en concreto el del Oeste. ¿Cómo iba a patrocinar la construcción del ramal que patrocinaba Brochero como locomotora del despegue de esa región relegada?

Brochero representaba a los pobres laboriosos con posibilidades, no a los grandes intereses. Eso fue lo que por fin descubrió. Por eso, repite machaconamente que ellos nunca llevarán a cabo ese ferrocarril. Y entonces, insiste repetidamente a sus destinatarios que, si no quieren salir de su pobreza, sigan apoyándolos. Él ya estaba en otra cosa, en otro lado: había pasado la página de la historia y se encaminaba al mañana.

Nos parece que un indicio fehaciente de su envergadura humana es que, a petición suya, cuando ya estaba ciego y leproso, Hipólito Yrigoyen, el líder radical, que llegaría a la presidencia dos años después de la muerte de Brochero, se entrevistara más de dos horas con él. De alguna manera, el encuentro desborda el terreno de la campaña electoral y significa el encuentro de dos hombres que pensaban luchar con todo ahínco por el bien del pueblo, en el sentido muy específico de los de abajo, lo que implicaba un ascenso sustantivo en entidad propia, visibilidad social, capacidad de decisión, conciencia de su dignidad y su valía, más allá del clientelismo habitual.

En la realidad, el radicalismo no significó más que sacar del poder a las élites tradicionales y moralizar y democratizar algo la vida política, sobre todo, con el voto secreto y universal efectivo y la escrupulosa administración pública, lo que no era desdeñable y significaba un aumento en la condición de sujeto del pueblo. Pero, además, Hipólito Yrigoyen encarnó este propósito con el apasionamiento de un apóstol de la justicia y la causa popular, que incluía a la patria y a toda América Latina, desde un vago pero sincero cristianismo. Para Brochero tuvo que resultar claro que Yrigoyen era otro hombre, completamente distinto de los políticos que él había frecuentado y mucho más acorde con su propio liderazgo. Por eso, apoyó la posible alternativa, siempre teniendo en mente la realidad de su zona y sus intereses de largo plazo.

Desde estas consideraciones de fondo, emprendamos ya el análisis de algunas cartas significativas.

El evangelio encarnado en la realidad

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