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Los momentos más sagrados de mi vida

Hace 100 años, un mensajero celestial vino a la tierra para indicarnos el camino hacia la vida eterna. Nos ha revelado el poder de las leyes de la naturaleza, nos ha enseñado los métodos del Amor divino, de la Sabiduría divina y de la Verdad divina.

Entre nosotros, los Búlgaros, el Maestro ha vivido modestamente, humildemente y sin ruido, como el sol que en silencio inunda la tierra con sus rayos portadores de vida, como el arroyo que desciende de la montaña, como el rocío matutino que refresca por igual cada flor, cada brizna de hierba. Se expresaba tranquilamente, y sus palabras se dirigían directamente al alma. Acogía fraternalmente y paternalmente a todos los que se acercaban a él con el corazón abierto. Una inmensa paz emanaba de su presencia, sus consejos secaban las lágrimas, devolvían la fuerza al débil y el enfermo se curaba milagrosamente.

El Maestro se encarnó en la tierra, como cualquier ser humano, pero Dios mismo se manifestaba a través de él. Porque sabía descender hasta nosotros, podía penetrar en los corazones, adivinar los sufrimientos de todos y nos instruía tomando ejemplos de la vida cotidiana. Me gustaba mirarlo y escucharlo. Aunque no siempre comprendía su pensamiento, su presencia aportaba la paz a mi alma. Durante 25 años asistí casi siempre a sus conferencias.

Ya fuera en las comidas que tomábamos juntos a la sombra de los viejos avellanos, o en la pequeña sala en Izgrev*, en las excursiones de montaña, y especialmente en verano en los Montes Rila, el Maestro vivía en medio de sus discípulos.

En cada persona veía una parte de la Conciencia divina. Había descendido a la tierra para despertar esta conciencia presente en cada alma humana. Cada vez que llamábamos a su puerta, nos acogía y nos escuchaba con afecto y benevolencia.

Cuando escuchaba al Maestro en sus conferencias, solía tomar un cuaderno donde escribía las palabras preciosas que deseaba recordar. Pero ahora, queridos amigos, os diré cosas que no he escrito en mi cuaderno, cosas que han sido escritas en lo más profundo de mi alma e impresas en mi corazón. Recuerdos del Maestro surgen uno por uno de mi memoria, rosas frescas que florecen en la primavera en mi vida espiritual. El perfume de verdad que he respirado con su contacto me ha revelado su espíritu sublime.

Las palabras proféticas del Maestro continúan brillando en el espacio como el sol de una galaxia lejana. Iluminan nuestra conciencia cuando las leemos con toda nuestra alma y sentimos que Dios mismo nos hablaba a través de él... Y sigue hablándonos, susurrándonos hasta que lo oímos, lo entendemos y lo conocemos.

Las verdades que oí del Maestro hace años, ahora brillan en mí y me doy cuenta de que cada palabra suya, cada consejo suyo, era el Verbo viviente manifestado que resonaba en el espacio y en mí hasta que mi alma despertó y comprendió su fuerza, su luz y su profundidad espiritual. Dirigiéndose a nosotros, su palabra divina abrazaba el pasado y el futuro.

Ahora os hablaré de estos momentos de luz, los más sagrados de mi vida, de lo que vi, oí y aprendí cuando el Maestro estaba en la tierra, en Bulgaria.

Milka Périkliéva, Sofía, primavera de 1967

* Izgrev en búlgaro significa “Salida del sol”. Es el nombre dado a un barrio situado al este de la ciudad de Sofía, en su periferia. La propiedad de la Fraternidad se extendía sobre algunas hectáreas de tierra con un edificio (cocina, sala de conferencias, sala de recepción, habitaciones, etc.). Allí vivía el Maestro. Allí vivían hermanos y hermanas todo el año, en pequeñas casas. Durante el régimen comunista, los terrenos fueron confiscados y los edificios destruidos. Actualmente, esos terrenos están ocupados por embajadas, en particular la Embajada de Rusia. Solo se ha conservado la tumba del Maestro Peter Deunov.

Palabras grabadas en mi alma

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