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Acerca de mis ojos

A los catorce años, por recomendación de un oftalmólogo, comencé a usar gafas para corregir una miopía de media dioptría. Cuando terminé la escuela secundaria, mis lentes tenían seis dioptrías y media.

Cuando salí de la escuela secundaria, fui a Sofía para continuar mis estudios, donde asistí a clases para ser maestra de preescolar. De este modo, tuve la oportunidad de asistir a las conferencias del Maestro en Izgrev, así como de conversar con él.

Un día decidí hablarle de mis ojos. En esa época, tenía una fe ingenua y no sabía lo que significaba verdaderamente ser una discípula.

– Por favor, Maestro, dígame cómo puedo curar mis ojos. Me gustaría ser su discípula y por lo tanto debo liberarme de mis defectos y enfermedades. Haré todo lo que me diga. Puede ver en lo que se han convertido mis ojos en manos de los médicos. Por favor, ayúdeme. Luego me quedé en silencio para escuchar sus consejos.

– Cada enfermedad tiene dos causas: una fisiológica y una psicológica. Imagina el globo ocular, el iris... y en el fondo la mácula. Cuando uno es miope, los rayos de luz se refractan antes de alcanzar la mácula, me explicó claramente el Maestro. Ahora, tu trabajo consiste en prolongar por el pensamiento los rayos que penetran en tus ojos para que alcancen la mácula y se refracten a ella. Primero, quítate las gafas y úsalas solo cuando vayas al teatro o quieras ver desde lejos.

– ¡Pero estoy tan acostumbrada que, sin ellas, en la calle, no podré reconocer a un amigo a tres pasos!, dije desconcertada.

– Bien, dijo el Maestro con tono alegre, solo verás a los que estén cerca de ti. En segundo lugar, elegirás un momento por la mañana, al mediodía y por la noche, en el que, durante cinco minutos, te concentrarás en tus ojos, sin que nadie sepa lo que estás haciendo. Imaginarás tus ojos, y con la mente extenderás los rayos de luz hasta la mácula. En tercer lugar, pondrás sobre tu escritorio una hoja de papel verde y tratarás de mirarla bastante tiempo. Evita los colores demasiado vivos. Y cuarto, cada noche, durante una media hora, caminarás en la oscuridad sin tus gafas; podrás fijar tu mirada, pero sin cansarte los ojos. Y cuando digo “caminar” significa “moverse”. No basta con permanecer en la oscuridad, tienes que moverte en la oscuridad. ¡Hazlo y verás los resultados!

– ¿Y cuál es la causa psíquica de mi miopía?

El Maestro no respondió a mi pregunta y me dijo:

– Ahora haz lo que te acabo de decir.

Me fui a casa y me quité las gafas. No sin dificultad me acostumbré a no usarlas, pero con el tiempo lo conseguí. Seguí al pie de la letra los consejos del Maestro. En secreto, todas las noches, recorría el jardín sin gafas. Tres veces al día, me escondía en diferentes lugares para concentrarme en mis ojos durante cinco minutos. Y en mi habitación predominaba el color verde.

Pasaron tres años y medio. Cuando iba al teatro llevaba gafas, podía ver mejor, aunque me dolían los ojos.

Un día, fui a ver al oftalmólogo, el profesor Pachev, al que consultaba desde hacía años. Pensaba que mi miopía era incurable, y que por tanto siempre tendría que usar gafas para que no empeorara. Se sorprendió mucho al comprobar que había ganado dos dioptrías y media: “Bueno, a veces la naturaleza hace milagros”, dijo al redactar una receta para vidrios de cuatro dioptrías.

Me sentí verdaderamente muy feliz al constatar que los consejos del Maestro eran más eficaces que las recetas del médico. Mi madre, que me acompañó al oftalmólogo, comprendió el sentido y la eficacia de mis ejercicios que, hasta entonces le parecían excéntricos. Como resultado, ella se aseguró de recordarme todas las noches que no olvidara caminar en la oscuridad, cuando hasta entonces había considerado que no tenía sentido.

Fui a informar al Maestro de los resultados. “Sí, a veces pequeños errores conllevan graves consecuencias y grandes resultados se producen con pequeñas correcciones”, me respondió sin subrayar en lo más mínimo la considerable ayuda que me había prestado.

Palabras grabadas en mi alma

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