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5 BORDE DE SEMBLANTE Y SINTHOME*

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La fórmula «borde de semblante», introducida por Jacques-Alain Miller, arroja una luz inédita sobre el sinthome. Invita a circunscribir un uso del sinthome que no desmienta la marca que la no relación sexual deja en el propio semblante. Una intervención de Lacan fechada el 22 de mayo de 1971 nos da sus coordenadas lógicas. Concentra en pocas palabras lo que tiene de nuevo tomar la experiencia analítica por el lado del semblante, cuando es pensada no ya a partir de la falta o la castración, sino a partir de la no relación sexual.

Esta intervención forma parte de aquel momento de su enseñanza en que Lacan se dirige hacia la lógica para dar cuenta de lo real. La primera parte de su enseñanza había familiarizado a sus oyentes con un abordaje de lo real determinado por las leyes del lenguaje y la estructura del significante. El punto de referencia era el par significante y los efectos de significación que produce. Un significante únicamente puede producir significación a partir de un segundo significante, del que está necesariamente separado. Por este motivo, el referente de un significante solo, sin otro, revela estar siempre perdido. Hay ahí un límite vinculado no a la impotencia de las palabras, sino a la estructura misma del significante. Lo real como imposible de decir se presenta en este caso como lo que se demuestra a partir de este límite.

Tal concepción de lo real no difiere fundamentalmente de lo que Freud decía de la roca de la castración. Hace de lo real un punto de tope de la experiencia analítica. En este caso, al final del análisis, no cabría sino hacerse a la idea de que hay falta y que todo lo que surge en su lugar solo sería ilusión o engaño. El hecho de que, innegablemente, haya un efecto de desilusión en el análisis no define, sin embargo, su objetivo. La resignación no es una virtud analítica. Lacan sostiene que la roca de la castración no es la última palabra de un psicoanálisis. Lo sostiene, en todo caso, a título de una hipótesis que puede servirnos, con la condición de no creer en ella demasiado. «He señalado que se podía, en la instauración de los discursos, prescindir de la referencia a la castración, en todo caso he hecho como si se pudiera prescindir de ella».1

Lejos de subestimar la dialéctica del tapón y de la falta, Lacan la aborda en la década de 1960 de un modo más cercano a aquello de la experiencia que no entra en ella. Ya no se trata de abordar lo real a partir de una falta y de aquello que la tapa, a partir de -f y de a minúscula. Se trata de abordar dicho real a partir de lo que no falta y se presenta siempre del lado del exceso.

LA CAUSA LACANIANA

Su intervención, en un debate sobre el objeto a, subvierte los abordajes habituales de la noción de semblante. Lacan se apoya en el tratamiento que el psicoanálisis reserva a la demanda. Construye su intervención a partir de una pregunta que contiene en sí misma la inversión de perspectiva que sostiene el psicoanálisis: «¿Cuál es la verdadera hiancia que hace tan imperiosa la necesidad de la demanda?».2 Lacan indica de entrada en qué dimensión considera que se sitúa para responder. Le sorprende el hecho de que nadie haga referencia a algo que está presente en la forma en que él habla del objeto a: «El objeto a es una construcción —dice—, y la etiqueté con un término que se escribe a». «La referencia a la escritura es aquí manifiesta».3

Lacan toma este punto por el lado de lo que ocurre en un análisis. Nombrar el objeto a mediante una letra permite establecer una relación de isomorfismo entre este objeto y la posición del analista. El hecho de hablar a un psicoanalista lleva al máximo el empleo ansiógeno del objeto. El analista acaba atrayéndolo, incluso provocando el surgimiento de la angustia en la experiencia analítica. La cuestión que se plantea es saber cuál es la naturaleza de este objeto: ¿es real o semblante? Contrariamente a lo que antes planteaba, Lacan sitúa aquí el objeto entre los semblantes y nos da sus coordenadas estructurales.

Lacan empieza oponiendo dos puntos de vista sobre el objeto, dos formas de articular objeto y demanda. La primera consiste en considerar el objeto de la demanda en términos de objeto perdido. ¿Qué es el objeto perdido? Si lo tomamos por el lado del ideal, el objeto perdido es lo que nos falta para creernos Uno. Si lo tomamos por el lado del cuerpo, el objeto perdido es «la satisfacción que sería la buena». Esta forma de verlo no carece, sin embargo, de inconvenientes, en la medida en que «uno perdido, diez recuperados».4 Que se encuentren diez no quiere decir que el objeto sea en sí recuperable. De todas formas, no es esta su función. Porque esté perdido no hay que ponerse a correr. Como mucho, esto puede fascinarnos al modo de un sueño o de una ficción. Nada más fácil en este caso que refutar las demandas de cualquiera. Basta con encontrar el truco «susceptible de producir una realización inmediata».5

Preguntarse por qué hace de toda demanda algo tan imperioso indica un cambio de perspectiva. Cuestionar este imperativo equivale a interrogarse sobre qué causa la demanda. Esto es lo que caracteriza al abordaje analítico. Se lleva a cabo restableciendo la causa. Ya no se trata en este caso tan solo de preguntarse a qué apunta una demanda y de aislar los significantes que articula. Se trata de restablecer lo que la motiva. El psicoanálisis sostiene en una práctica que el hombre está motivado por algo distinto que el objeto perdido. Sostiene que el hombre está motivado por algo que puede hacerle sufrir, incluso poner en peligro su vida o la de los demás.

El psicoanálisis lacaniano le reconoce a esta causalidad una particularidad que la distingue de otras causalidades. La demanda tiene una estructura de lenguaje. Por eso siempre yerra. «La demanda siempre yerra, literalmente, lo que puede parecer su fundamento».6 Hay, ciertamente, algo perdido, pero no es un objeto. La causa lacaniana es una causa real. Es una causa ajena a todo aquello que de ella puede decirse, una causa que empuja al hombre más allá de sus determinaciones. Es, al mismo tiempo, punto de goce respecto al cual uno no cede y punto de libertad que escapa al Otro. Es al mismo tiempo ese punto de goce que define lo más singular y ese punto de libertad que pone en peligro la posibilidad misma de todo discurso.

UN SEMBLANTE PROPIO DEL DISCURSO ANALÍTICO

Esta intervención de Lacan resulta ser eminentemente práctica. Se refiere al uso que el discurso analítico hace del semblante para dar un lugar a lo que causa la demanda, para dar un lugar a «lo que se construye sobre el fondo de esa inadecuación fundamental propia de la operación de lenguaje». Forma parte de lo que se puede considerar un tercer abordaje del semblante en Lacan.

La primera parte de su enseñanza contiene una teoría implícita del semblante. Es cuestión de finta y de estrategia, de astucia y de postizo. Esa teoría refiere el semblante a la falta en tanto que para cada cual tiene valor de verdad. La segunda teoría del semblante es explícita. Ya no refiere el semblante a una negatividad, sino a una positividad. Ya no lo remite al -f de la castración, sino al real de un goce imposible de decir.

Estas dos teorías del semblante sitúan sentido y semblante del mismo lado. No son específicamente lacanianas. No tienen en cuenta un elemento esencial del que Lacan no ha hablado de entrada, porque nada, hasta aquel día, había preparado a su auditorio para oírlo. Nada había preparado a su auditorio para oír que hay un vínculo entre «la función del lenguaje y el hecho de que nada pueda escribirse de la relación sexual».7 Este es el punto en que se apoya para aislar un uso del semblante propio del discurso analítico.

La teoría del semblante que se desprende de este vínculo no se apoya en la oposición simple del semblante y la falta, o el semblante y lo real. Se apoya en una estructura triple «que no se cierra».8 en una «tríada»9 en «forma de V»10 en la que goce, semblante y verdad se articulan de una forma que lleva en sí misma la marca del «impasse sexual». «Si la última vez puse en la pizarra la tríada del goce, el semblante y la verdad [...] no habría función del semblante sin referencia a lo verídico y, por otra parte, de qué sería semblante si no fuera precisamente semblante de un elemento tercero, en este caso el goce, lo cual significa que de ningún modo esta triangulación culmina en un cierre y que, del goce a la verdad, las cosas permanecen abiertas».11

Lacan hace aquí referencia a una estructura triádica que se deduce de la forma en que ilustra en su seminario la no relación sexual a partir de la lógica. El esquema llamado del tercer término es el resultado de una construcción en tres etapas que Jacques-Alain Miller esboza de una manera luminosa en su lección del 30 de enero de 2008. Lacan empieza por introducir en el lenguaje el recurso a la letra y la escritura. Luego da el paso esencial «de escribir el goce sexual bajo la sigla Φ». Considera, finalmente, esta sigla como un elemento tercero entre un hombre y una mujer, un elemento tercero, dice, «que no es un medium». Esta construcción le permite concluir que es al modo de un tercer elemento como el falo constituye una objeción a la posibilidad misma de escribir la relación sexual.

Lacan construye a partir de ahí un esquema en forma de V inversa que incluye tres términos: Φ y dos X que llama en este caso hombre y mujer. Si se vincula la primera X a Φ, «se puede estar seguro de que no comunicará con la otra, y viceversa». Φ solo está verdaderamente en posición tercera si no se puede conectar al mismo tiempo con las dos X.

Φ

X hombre X mujer

LA CARACTERÍSTICA DEL TERCER TÉRMINO

Este esquema ilustra la función verdaderamente tercera del falo para aquel que está en la posición de X abajo y a la izquierda del esquema, a quien Lacan llama «hombre, por ejemplo». El falo tiene aquí valor de respuesta. Ofrece a esta X un punto de referencia al que puede anclar algo de su goce. Esta respuesta es del orden del Uno y, al mismo tiempo, deja al sujeto llamado «hombre» en la ignorancia de lo que ocurre en el otro sexo, y a la inversa.

GOCE, SEMBLANTE, VERDAD

La sucesión de los tres términos «goce, semblante, verdad» y el hecho de que Lacan llame «en este caso» al tercer elemento «goce», permite construir el siguiente esquema:

goce

semblante verdad

Este esquema en forma de V inversa está construido a partir de lo que Jacques-Alain Miller llama la «disyunción de lo real y lo verdadero». Supone que sentido y semblante estén, a su vez, disjuntos. Este es el paso de la elaboración de Lacan que da a la fórmula «borde de semblante» todo su alcance.

Lacan procede apoyándose en la lógica y anuncia al mismo tiempo su superación. Se apoya en la lógica en el sentido de que aborda un uso del semblante a partir de lo que se escribe. Ya no se trata de pensar el semblante a partir de la falta inherente a la cadena significante, sino a partir de la letra como huella en lo real. Ya no se trata de pensar el semblante a partir de la imposibilidad del semblante para significarse a sí mismo. Se trata de pensar el semblante a partir del «impacto» de las palabras que se repite cada vez que las evocamos.

Pero es también así como Lacan anuncia un cuestionamiento de esta misma lógica en la que se apoya. La inaptitud de la lógica para dar cuenta del impacto de las palabras no deja de tener efectos sobre el valor de la lógica como ciencia de lo real. Esto es lo que predomina en la ultimísima enseñanza de Lacan. La lingüística y la lógica demuestran ser ambas semblante, y se trata, por lo tanto, de extraer las consecuencias que ello tiene. Si ambas son semblante, no hay más que ocuparse de lo que hace que las cosas no se deslicen indefinidamente. No hay más que ocuparse de aquello que para cada cual vale como anclaje de lo real. No hay más que ocuparse de lo que para cada cual tiene valor de sinthome.

Con esto, algo de nuestro uso de la palabra queda modificado. Y para lo que puede servir la referencia a una estructura triple es para circunscribir esta modificación, que invita a tomar el semblante no ya en referencia a aquello que lo distingue de lo real, sino por el lado de su punto de enganche. Invita a pensar un borde entre semblante y goce que no esté del lado de lo verídico. Esto no es evidente. Supone que consideremos los diferentes semblantes como no equivalentes. Ciertos semblantes, como el Nombre del Padre, el falo o el objeto a, tiran del sujeto hacia la confrontación con lo que constituye la verdad del deseo. La castración sigue siendo en este caso el punto de referencia. Otros semblantes —aunque, ¿se puede hablar en este caso en plural?— enfrentan al sujeto con los límites del poder de la palabra. Conviene, en este caso, concebir un uso del semblante disociado del sentido, un uso que se apoye en la separación de S1 y S2.

Esto constituye una dificultad en la medida en que Lacan considera en el mismo movimiento que «no hay función del semblante sin referencia a lo verídico».12 Decir que el semblante se refiere a lo verídico quiere decir que solo se enuncia a partir de lo que se plantea como verdad. ¿De qué verdad se trata? Aquí parecen oponerse dos figuras de la verdad: la verdadera y la falsa. La verdad falsa es aquella detrás de la cual corremos. Es la que corre incluso ella sola cuando hablamos. Es aquella de la que Lacan dice que tiene una estructura de ficción.

Lo que él llama «verdad verdadera» es muy distinto. «La verdad verdadera es que entre hombre y mujer, la cosa no marcha», en nombre de un goce imposible de decir. Lo específico de esta verdad, al mismo tiempo, es que solo se puede atrapar mediante mentiras. No es esta la menor de las paradojas del semblante. Nos obliga a conciliar lo inconciliable. La división entre goce y semblante «no tiene remedio», porque únicamente podemos atrapar el goce por un borde que se inscribe en la dimensión de una verdad mentirosa.

La cuestión que se plantea entonces es saber en qué podría este borde exceptuarse de esa verdad mentirosa. La ultimísima enseñanza de Lacan cuestiona la idea de que lo real se atrape tan solo en la mentira. Se atrapa igualmente por el lado de lo que sucede como por azar.

UNA ESTRUCTURA DE HIANCIA

El hecho de que esta estructura en forma de V inversa quede abierta por uno de sus lados se revela, entonces, como esencial. Lacan habla a propósito de ella de verdadera hiancia, lo cual deja suponer que dicha hiancia puede ser también, a veces, falsa o mentirosa. Es un punto crucial que redobla lo que ocurre del lado de lo verídico. La verdadera hiancia es sexual. Se demuestra por lo que no puede escribirse y se distingue de aquella que el neurótico no deja de poner en primer plano para evitarla. El «nudo donde se encuentra lo real» surge de una estructura que incluye la no relación sexual. «Fuera de ahí, estamos en el fantasma».13 Estamos en el fantasma en cuanto tratamos de conciliar goce y verdad.

Esta diferencia entre la verdadera hiancia y la hiancia a la que se aferra el neurótico se revela entonces como esencial, porque pone del lado de los semblantes lo que antes estaba del lado de la falta. Hace de la propia castración un semblante, y abre la vía hacia lo que podría ser un discurso que no sería del semblante, un discurso, por lo tanto, que no se originaría en la castración. Se trata aquí, ni más ni menos, del «límite impuesto al discurso» analítico, y también a todo discurso «cuando se trata de la relación sexual».

¿Qué hay, pues, del borde de semblante? Diferentes relatos de pase muestran que el borde de semblante no está dado de entrada. Hace falta un análisis para situar sus coordenadas en la singularidad de una existencia. La estructura triádica planteada por Lacan permite situar ese borde de semblante no entre goce y verdad, sino en la dimensión de lo verídico reducida a su punto de enganche al goce. La estructura triádica permanece, sin duda, abierta, pero permite considerar ese borde de semblante como un punto de enganche al goce que no depende del Otro. Es un punto de enganche del goce sin tutor, podríamos decir, retomando las palabras del testimonio de Anne Lysy.

También es algo que parece testimoniar Bernard Seynhaeve en las enseñanzas que extrae de su pase. El borde de semblante que ha producido su análisis muy bien podría ser ese mismo testimonio. Este nos permite definir lo que sería el borde de semblante producido por un análisis. Su testimonio tiene la particularidad de que no recibe sus cartas de garantía de un Otro situado en la dimensión de lo verídico, tal como esta se desgrana con los significantes de su historia. Su testimonio no recibe otra garantía más que la que le viene del hecho mismo que lo sostiene en su acto. De ahí a pensar que un testimonio de pase pueda ser elevado a la dignidad de sinthome durante el tiempo que sirva no hay más que un paso que este testimonio hace posible.

La práctica psicoanalítica y su orientación

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