Читать книгу La práctica psicoanalítica y su orientación - Pierre Malengreau - Страница 7
1 «SER HERÉTICO DE LA BUENA MANERA»*
ОглавлениеLa relación de cada cual con lo real es una relación estrictamente específica. Es lo que Lacan llama el síntoma en la última parte de su enseñanza. El síntoma define para cada uno, en tanto que habla, lo que especifica su abordaje de lo real. Por esta razón, define lo más particular que tenemos. «El síntoma es la particularidad». A eso apunta un psicoanálisis. Apunta a aquello de lo que un sujeto habla más difícilmente, o sea, esa particularidad. Se trata, en un psicoanálisis, de desentrañar la particularidad del síntoma, se trata de discernir lo que en él se anuda: por un lado en lo concerniente al significante, por otro en lo que respecta al goce.
IDENTIFICARSE CON LO PARTICULAR
El modo en que Joyce se las arregla con lo real permitió a Lacan aislar qué podría, en adelante, valer como final para un psicoanálisis. Es lo que llama la identificación con el síntoma. Un sujeto podría elegir identificarse con su síntoma tras haber situado su particularidad. Es un fin posible para un psicoanálisis, que puede adoptar diversas formas. El tratamiento de la letra por parte de Joyce es una de ellas, extrema. Joyce «es aquel cuyo privilegio es haber llegado hasta el punto extremo para encarnar en él el síntoma». Otra forma es aquella en que un sujeto podría tener la tentación de hacerse un nombre a partir de su síntoma: hacerse un nombre por medio de las realizaciones atrayentes que produce, así como hacerse un nombre por el modo en que las produce. Es lo que llamamos un estilo. Un psicoanálisis puede, dado el caso, llevar a un sujeto hasta el punto en que podrá no solo reconocer, sino también asumir un estilo que le es propio.
Para el neurótico, la identificación con el síntoma tomando como garantía una especie de distancia respecto del Otro, con mayúscula, tiene el valor de un progreso. Le permite hacerse ser, o incluso darse un nombre, usando aquello que su análisis le haya enseñado acerca de su goce y, por lo tanto, también acerca de la forma en que se las arregla con la falta en el Otro. Que a veces dedique a ello todas sus energías nos indica que quizá pueda haber ahí una última astucia, tal vez irreductible, de su neurosis. La identificación con el síntoma define un indiscutible progreso terapéutico de final de análisis. El fondo de la cuestión es saber si podemos conformarnos con él.
Los comentarios y las precauciones de las que se rodea Lacan cuando plantea la fórmula de la «identificación con el síntoma» nos obligan a restringir su alcance. Esta noción es problemática en más de un sentido. Se deduce de una sesión del seminario de 1976, en la que se presenta bajo una interrogación: «¿En qué consiste este señalamiento que es el análisis? ¿Sería acaso, o no, identificarse, aun tomando uno sus garantías, con una especie de distancia, con su síntoma?».1 La identificación con el síntoma está muy lejos de sernos presentada como un ideal. Para Lacan constituye más bien una pregunta. Que se haya situado la particularidad del síntoma en un psicoanálisis no implica que identificarse con el síntoma sea la única salida. En la misma sesión Lacan advierte, por otra parte, en qué puede quedarse corta esta salida. Si bien el fin del análisis consiste en conocer tu síntoma y saber arreglárselas con él, hay que admitir, dice, que «eso no llega muy lejos», o incluso «que se queda corto».
Lacan introduce ahí una restricción que sitúa de una forma más lógica en una intervención fechada en junio de 1975. Si nos ocupamos tanto de la particularidad, nos dice, es «para que no se omita algo singular». «Vale la pena errar a través de toda una serie de particularidades para que no se omita algo singular».2 Esta vía no carece de riesgos, en la medida en que aislar el nudo del síntoma puede llevar a un sujeto a querer hacerse un nombre con él. No es mi intención, añade Lacan. No se trata de llevar a alguien a hacerse un nombre ni a hacer una obra de arte. Se trata de incitarlo a pasar por el buen agujero de lo que se le ofrece a él como singular.
LO HERÉTICO Y LO SINGULAR
Esto es lo que Lacan trata de distinguir cuando vincula la posición de Joyce con la suya a partir de una fórmula: «Ser herético de la buena manera». Esta fórmula denota algo de la singularidad de Joyce en relación con la particularidad de su síntoma, no solo por la forma en que se identifica con su síntoma, sino, sobre todo, por la forma en que lo «encarna». Si, como ha destacado Jacques-Alain Miller, la psicosis es la norma al final de la enseñanza de Lacan, ¿de qué modo esta fórmula esclarecería lo que corresponde a esa singularidad a la que se apunta en cada cura? ¿Cómo esclarece esta fórmula una salida posible para un psicoanálisis, más allá de la identificación con el síntoma?
Joyce, dice Lacan, «[...] elige. En eso es, como yo, un herético, porque la haeresis es ciertamente lo que especifica al herético. Hay que elegir por qué vía tomar la verdad, tanto más cuanto que la elección, una vez hecha, no impide a nadie someterla a confirmación, o sea, ser herético de la buena manera (aquella que, al haber reconocido la naturaleza del sinthome, no se priva de usarlo lógicamente, o sea, hasta alcanzar su real, al cabo de lo cual ya no tiene sed)».3
Esta fórmula exigiría un largo comentario. Se refiere, de entrada, a la presencia constante de la figura del herético en el texto de Joyce. Se refiere también al modo en que él usa el texto y los dogmas de la religión católica. Lacan enuncia una definición precisa de lo que entiende por ser «herético de la buena manera». En primer lugar, se apoya en la etimología. El herético, en el sentido griego del término, es alguien que elige. La palabra «herejía» proviene del griego antiguo, en el que haeresis significa «elección». El herético es alguien que elige, alguien que toma posición.
La historia de las herejías muestra que hay dos formas de ser herético. Lacan, una vez más, demuestra estar muy bien informado. A lo largo de la historia, el término «herejía» adquirió, por extensión, el sentido de escuela filosófica o de secta religiosa. Solo ulteriormente el latín eclesiástico le dará el sentido de doctrina contraria a los dogmas de la Iglesia católica. Las interpretaciones de los historiadores divergen, sin embargo, en cuanto a la naturaleza de las oposiciones doctrinales que revelan las herejías.
Hay dos teorías enfrentadas. La primera, que prevaleció hasta comienzos del siglo XX, supone en el origen la pureza de la fe y la unicidad de la doctrina. El término «herejía» se opone, en este caso, al de «ortodoxia». Esta primera forma de ser herético es la que conviene al discurso dominante. Justifica la Inquisición y las prácticas segregativas. Una segunda teoría, más reciente, que se opone a la primera, supone en el origen del cristianismo una diversidad de formas y tendencias doctrinales. Se basa en el hecho de que un cuerpo de doctrina contiene cierto número de contradicciones y dificultades cuyo estudio tiene la virtud de hacer avanzar la historia de las ideas. Esta es también la posición de Joyce cuando aborda el texto católico por el sesgo de sus callejones sin salida, allí donde «el dogma tropieza en herejías». Habría, pues, dos formas de ser herético.
Lacan extrae una enseñanza para el psicoanálisis. Como el herético, el analizante es aquel que elige abordar la verdad de un modo que no es cualquiera. El analizante que podría ser llamado herético elige abordar la verdad por la vía del síntoma. Elige conocer su síntoma, o sea, nos dice Lacan, desenredarlo. Desenredar el síntoma de uno es reconocer su naturaleza, es reconocer no solo de qué está hecho, sino sobre todo para qué le sirve. En una palabra, conocer tu síntoma es reconocerlo en su particularidad, con respecto al Otro. En este sentido, la experiencia analítica es una práctica que tiende a liberar al sujeto de su sujeción al Otro. Es una práctica que compromete al sujeto a poder decir «no». Compromete al sujeto en la vía del hereje.
LOS «NO» DEL HEREJE
Pero no todos los «no» son equivalentes. Lacan da un paso más. No basta con ser hereje. Todavía es preciso serlo de la buena manera. Nada impide al sujeto, desde ese momento, someter su elección a confirmación. Es hereje de la buena manera aquel que «al haber reconocido bien la naturaleza del sinthome no se priva de usarlo lógicamente, o sea, hasta alcanzar su real».4
¿Qué significa esto? Hay cierta forma de ser hereje que resuena como un callejón sin salida de la experiencia analítica. Una mala forma de ser hereje es ser un contestatario del Otro. Es contestatario aquel que dice «no» al Otro del saber y del goce, en nombre de la consistencia que le atribuye en completo desconocimiento. Buen número de fracasos del análisis pone de manifiesto esta posición. Es un riesgo inherente a la experiencia analítica. A partir del momento en que revelamos al sujeto aquello que lo particulariza, se corre el peligro de que elija la vía del soltero. Una mala forma de ser hereje es vivir como soltero, en una relación con un Otro más denegado que verdaderamente agujereado. La identificación con el síntoma se reduce en este caso a una identificación con Uno solo. Identificarse con Uno, ya se trate de un significante amo o de un rasgo de goce, define una posición particular. Esto define igualmente una posición cínica: conocer el propio goce y usarlo. Posición que siempre está en el horizonte del psicoanálisis.
Ser herético de la buena manera es muy distinto. Se trata, en este caso, de someter a confirmación lo que el sujeto habrá aprendido, o sea, usarlo lógicamente. La experiencia psicoanalítica compromete al sujeto en la vía de un uso lógico de aquello que la particularidad del síntoma le haya enseñado en cuanto al Otro. Lo compromete en la vía de un uso del síntoma que vaya, precisa Lacan, «hasta alcanzar su real». Alcanzar su real es llegar al punto en que, ante la no respuesta del Otro, no queda sino «tomar la falta sobre Yo ( Je)».
El analizante lógico no es aquel que se retirará del mundo con su pequeño goce del que haya tomado conciencia. No pretenderá separarse del Otro después de haberlo impugnado bajo todas sus formas. Es aquel que seguirá dialogando con ese Otro tras haberlo vaciado de todas las garantías que le suponía. Garantía de sentido, a través de los determinantes simbólicos con los que se trazan las líneas de nuestro destino. Garantía de goce también, mediante la cual el Otro nos permitía evitar aquellos momentos de la existencia en que el destino y la pulsión dependen, a fin de cuentas, del azar de nuestros encuentros.
Esto es lo que Lacan llama en 1975 la singularidad. Lo singular depende de nuestros encuentros azarosos. Estos nunca son del todo verdaderos; se producen sin orden ni concierto. El efecto de un psicoanálisis puede ser, en el mejor de los casos, que el sujeto se vea llevado al punto en que algunos encuentros, no todos, tengan para él el valor de una causalidad nueva. Se trata en un psicoanálisis de introducir un uso de la causalidad al que el sujeto no estaba acostumbrado.
El Uno de la singularidad difiere, entonces, del Uno de la identificación con el síntoma. El Uno de la singularidad es un Uno no sin el Otro, es un Uno con el Otro que no existe. Contrariamente al soltero, el analizante asumirá el riesgo de esta renovación de la causalidad. Solo, pero, decididamente, no solo del todo, el hereje de la buena manera opta por asumir la parte de extraño que hay en él, así como por consentir lo que viene del Otro y será para él, verdaderamente, un lugar distinto. Es otra manera de ser hereje. El hereje de la buena manera es aquel que «ya no cree en el ser, aparte del ser del hablar». Resueltamente antisegregativa, esta vía supone para cada Uno que consienta en no rechazar, al menos, lo que le viene del Otro, hecho Otro al fin. Una vía como esta toma a la neurosis común a contrapié. No es seguro que resulte socialmente practicable. Tal podría ser, en todo caso, una de las apuestas de una Escuela del pase.