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V.
PREPARATIVOS
ОглавлениеSe aproximaba el momento de la acción, y por ninguna parte aparecía la unidad del plan necesario para una empresa de aquella índole. A las divergencias de los españoles iban añadiendo las suyas los franceses, los italianos y los polacos que se mezclaban entre ellos.
Los entusiastas habían conseguido que el general Mina se reconciliase oficialmente con sus enemigos Valdés y Chapalangarra. La reconciliación era falsa, sobre todo por parte de Valdés.
Cada caudillo comenzó a ocupar su punto estratégico.
Don Gaspar de Jáuregui, que tenía su banderín de enganche en Bayona, había formado una compañía de oficiales vascongados de la guerra de la Independencia.
Chapalangarra reunía sus tropas en Cambó, Méndez Vigo en Mauleón.
En San Juan de Pie de Puerto se iban alistando algunos voluntarios bajo la dirección del coronel de la antigua División de Navarra del tiempo de la guerra de la Independencia, D. Pedro Antonio de Barrena y de D. Félix Sarasa, que estaba con su hijo llamado Cholin.
Por la parte de Oloron había también sus voluntarios navarros y aragoneses, que se iban reuniendo a las órdenes de D. Patricio Domínguez, del jefe de batallón Moncasi y del canónigo don Lorenzo Barber. Mina envió a Oloron al coronel D. Alejandro O'Donnell en calidad de jefe de la plana mayor, para resolver las dificultades técnicas.
Gurrea había recorrido el Alto Aragón con el nombre de Antonio Gabara, y había hablado a sus amigos. Después se estableció en Bagneres de Luchon, donde se le fueron reuniendo sus partidarios. Se decía que uno de los que le seguirían sería el antiguo cabecilla absolutista Seperes, alias Caragol.
A pesar de que los entusiastas e impacientes no hablaban más que de éxitos y aseguraban que presentarse en la frontera y marchar triunfantes y sin obstáculo a Madrid sería todo uno, no se advertían más que dificultades y síntomas de discordia y de descomposición.
Cada grupo llevaba una política contraria.
La Junta masónica de Bayona hablaba en sus comunicaciones solapadamente contra Mina; los carbonarios hacían la guerra a los masones y mandaban proclamas confusas precedidas de estas iniciales:
U y L.
que quería decir Unión y Libertad, y terminaban con este grito:
¡Vivan los h. de S. T.!
lo que para los iniciados significaba: ¡Vivan los hijos de San Teobaldo!
Los partidarios de Valdés afirmaban en todas partes que Mina era un traidor vendido a Calomarde; los de Méndez Vigo decían que Valdés era tan reaccionario y tan pastelero como Mina.
La discusión iba en aumento; los ministas los valdesistas, los gurreistas, los masones, los comuneros, los carbonarios, los franceses, los italianos y los polacos no hacían más que intrigar y echarse en cara unos a otros la culpa de lo que ocurría.
En primeros de Octubre, Valdés, Chapalangarra y Méndez Vigo volvieron a reñir con Mina y dijeron que desconfiaban de sus dilaciones.
El Gobierno de Calomarde mientras tanto estaba sobre aviso. No se permitía la entrada en España de ningún papel de carácter liberal. Se había establecido en la frontera una policía militar y el espionaje era perfecto. Se supo que entraron en España varios números del Representante del Pueblo, que se publicaba en Londres en francés, y del Precursor, que se imprimía en castellano en París, y se llegaron a coger, número por número, todos. Cierto que se abría la correspondencia con una perfecta impunidad.
Las precauciones del Gobierno eran tales y su presteza y actividad tan extremadas, que hacían imposible que una acción tan desperdigada, tan anárquica y tan mal dirigida como la de los emigrados pudiera tener éxito.