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I
PRISIONERO
ОглавлениеA principios de 1808 me encontraba yo en Irún de ayudante del general Rodríguez de la Buria.
Creíamos la mayoría de los españoles que en Bayona no se ventilaba mas que una cuestión de familia entre Don Carlos IV y el príncipe Fernando, en la cual ejercería de árbitro el poderoso soberano francés, cuando quedamos horrorizados al saber la inicua usurpación tramada por Buonaparte contra el mejor de los reyes y el más amable de los príncipes.
Al conocer lo ocurrido en Madrid el día 2 de mayo, salí al momento de Irún, me dirigí a la corte y pasé lo más pronto que pude a Sevilla.
De Sevilla me enviaron a Zaragoza, y aunque Palafox opuso dificultades a que permaneciera allí, porque, sin duda, no quería tener cerca testigos de sus andanzas en Bayona, después de una entrevista con su ayudante y de largas explicaciones, quedé de guarnición en la heroica ciudad.
En este glorioso sitio hubo de todo: muchos soldados valientes aparecieron postergados y obscurecidos, y otros que no se señalaron en la hora de los combates fueron los más celebrados en el momento de las recompensas.
No es fácil, ciertamente, en el campo de batalla aquilatar con exactitud los méritos de cada uno, y aunque haya buena voluntad y rectitud en el mando, siempre queda motivo para la murmuración y el descontento.
En las primeras páginas de este cuaderno he detallado las acciones en que tomé parte, y todas constan en mi hoja de servicios. No volveré a repetirlas.
Rendida Zaragoza, salí prisionero el mismo día de la entrega con la columna de jefes, oficiales y tropa.
Poco después nos dividieron en destacamentos y enviaron éstos a diferentes puntos.
Yo fuí con un grupo de oficiales dirigido a Pamplona, y después de un viaje penosísimo de muchos días, fatigado y enfermo, pude llegar a la ciudad navarra.
Prisionero, hambriento, maltratado por la barbarie del invasor, no es de extrañar que el estado de mi espíritu fuera triste y decaído.
Escribí desde allá a mi madre; y ésta, que tenía muy buenas relaciones en Pamplona, avisó a varias personas distinguidas para que vinieran a verme. Gracias a sus atenciones pude recuperar la salud; si no, la desesperación y la melancolía hubieran acabado conmigo.
Al reponerse mis fuerzas fuí a visitar a varias familias aristocráticas, a darles las gracias por sus cuidados, y en una de estas nobles casas conocí a Mercedes Rodríguez de la Piscina, a la que hoy es mi mujer.
Mercedes era una muchacha ideal, amable, sonriente, dulce, tímida. Nuestras almas se comprendieron al momento, y en la primera mirada fuimos el uno del otro.
Habíamos entablado relaciones formales ella y yo, cuando un mes o mes y medio después de mi llegada a Pamplona, me encontré con un oficio del duque de Mahón, virrey del reino de Navarra por el Gobierno intruso de José Buonaparte.
Los demás oficiales, compañeros míos, recibieron el mismo escrito, que se nos envió a todos con la anuencia del comandante general.
En el oficio se nos inducía a firmar un papel declarando que, bajo palabra de honor, guardaríamos obediencia a Su Majestad Católica José Napoleón. Después de cumplida esta formalidad quedaríamos libres.
En el caso de no aceptar seríamos considerados como prisioneros e internados en Francia.
La perspectiva de separarme de Mercedes era para mí dolorosísima; hubo instantes en que di paso en mi alma a proyectos de egoísmo personal; pero la idea del honor se sobrepuso a conveniencias mezquinas y contesté al virrey de Navarra, duque de Mahón, con una carta enérgica, diciéndole que prefería la muerte a aceptar en mi patria la usurpación y la tiranía de un intruso.
No todos los oficiales rechazaron la propuesta, y hubo españoles indignos que la aceptaron.
Cuando comuniqué a Mercedes mi decisión, me dijo:
—No esperaba de ti otra cosa; si te llevan a Francia te esperaré toda la vida.
¡Santa y noble mujer!
Una semana después el comandante de la plaza nos llamó a los oficiales rebeldes y nos advirtió preparáramos nuestros equipajes, pues íbamos a ser internados en Francia.
Efectivamente, el siguiente día salimos de Pamplona, escoltados por una columna de infantería y caballería, y tomamos por Villava hacia Burguete.
En los días sucesivos cruzamos Roncesvalles, descansamos en Valcarlos y seguimos por San Juan de Pie del Puerto a internarnos en territorio francés. Aunque llovió mucho, el tiempo no era desapacible, y pudimos hacer el largo viaje hasta Dijón con relativa comodidad.