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Ardides

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La transignificación no se reduce a la mera reasignación de significados a determinadas palabras o expresiones. Implica, más bien, atravesar los límites de los discursos operativos para rehacer (o recomponer) las relaciones sociales mismas con quienes se interactúa. Recomponer relaciones en el sentido de la creación de plexos existenciales inéditos; esto es, en el sentido de provocar efectos poéticos en el terreno de la intersubjetividad. Psicopoética entonces, como espacio de transignificación, supone una reedición compleja de las relaciones interpersonales en el encuentro dialógico-conversacional. Una vertebración de acciones inventivas en el hablar. Un tránsito de usos expresivos más o menos estáticos (es decir, que despliegan significados y sentidos estables y reiterados, y que constituyen una especie de plataforma de significado) a otros dinámicos o extraordinarios (es decir, que incorporan movimientos traslaticios, sustitutivos y/o revocatorios de órdenes semántico-pragmáticos anteriores). Aun así, toda creatividad vinculada a una producción discursiva extraordinaria en el dialogar estará necesariamente marcada por los usos expresivos vigentes; social y comunitariamente instaurados, que en su función de plataforma o base significativa intervienen en la delimitación, articulación específica, alcances y modos particulares en que ocurren los ardides inventivos del decir, en ese encuentro dialógico.

En cualquier caso, psicopoética requiere cierta audacia expresiva de los participantes. Requiere un manejo irreverente de los significados y una producción de sentidos peregrinos, sorprendentes, extraños o divertidos, que van más allá de las estipulaciones cotidianas. “En concreto”, escribe Landa, “los lenguajes albergan la posibilidad de composiciones verbales que destaquen por sobre las regularidades de la dinámica de aquellos. Esto implica una negación de las convenciones significativas y de sentido como condición fundamental”. Sin embargo, puntualiza enseguida:

La otra condición necesaria es la pertinencia de los intercambios semánticos a que abre cauce aquella negación. Por aludir a un ejemplo un tanto grosero, no puede haber mucha pertinencia en el intento de hacer del término “tocino” una metáfora del vocablo “velocidad”. A lo extraordinario metafórico (es decir, a la suspensión de lo ordinario lingüístico, por parte de la metáfora) debe acompañarle cierta adaequatio entre los significados intercambiables.122

La ruptura psicopoética en la interlocución no puede ser entonces total; implica expresiones que se deshacen de sus significados usuales, que abren terrenos distintos en la producción de sentidos, que designifican la materia verbal y acceden a una dimensión transignificativa; pero que no pueden absolutizar tampoco su renuncia o su desobediencia a esas prescripciones ilativas (y de mínima coherencia referencial) presentes en los intercambios verbales ordinarios.

Psicopoética

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