Читать книгу Aguas torvas - Raúl Sánchez Robles - Страница 10

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Sufriendo las de Caín, llegué al departamento de San Isidro. Traía una bala en un hombro y otra que solo dejó un hueco lleno de sangre desde la espalda hasta el pecho, una puñalada en el seno derecho. Todo me dolía cuando jalaba media aspiración de ese aire espeso, viscoso y caliente que sentía iba a reventarme el pulmón. No me gustó nada venir sola con el Gil hasta Tijuana, pero Samuel me convenció porque dijo que solo yo podría resolver la problemática que le significaba la zona. Las veces en que trabajamos juntos Pepe y yo nunca fallamos, pero Samuel quería que recuperáramos el norte, que les disputáramos a los Arellano el territorio en el que, además, ya había otro intruso que les estaba peleando, una falange de los Zetas. Tantas operaciones que llevamos a cabo sin broncas. Pepe es mucho más inteligente y prudente que todos los del equipo de Samuel, pero por haber matado al Cuco no era el indicado para tratar con sus territorios. El Gilochas siempre fue un pendejo atrabancado, valiente sí, pero preveía poco las consecuencias de sus actos. Desde que salimos de Guadalajara yo presentía que iba a valer madre, todo dependía de mi buen desempeño en Tijuana; recuperar el mercado de la frontera era la misión. Cuco lo había establecido arrebatándoselo a los de Sinaloa, y por eso Samuel lo respetaba y lo protegía, por eso se encabronó con Pepe cuando lo mató en el jardín de la casa, delante de todos. Y a mí me tocaba restablecer los contactos, porque conocía Los Ángeles como la palma de mi mano, y algunas otras ciudades fronterizas del lugar, el haber vivido en el este de Los Ángeles luego de la muerte de mi Fernando me daba la seguridad para transitar por todas partes como en mi casa. Si tenía éxito, Pepe se quedaría como el tercero y yo como la segunda en la cadena de mando de Samuel, y con Pepe en mi bolsillo, prácticamente me tocaba mandar...

Cuando Pepe contestó el teléfono solo escuchó una fuerte aspiración, una exhalación pausada que pretendió decir: «Ahhh... soyyy LuLuzzz...»

Nunca se supo la traición de Gilochas, ni que pertenecía a los Zetas, como lo era también Cuco, un doble «agente» jugando dos manos de cartas. Todo lo contrario, fue considerado un héroe entre el cártel de occidente, había quien pedía que le compusieran al menos un corrido donde se narraran sus hazañas y la épica muerte que tuvo espalda con espalda esgrimiendo su arma, como lo hacían los Doce Pares de Francia en el periodo Carolingio defendiendo a la Turbia en una emboscada.

Pepe le pidió a Samuel autorización para encargarse del sepelio de la Turbia, personalmente se trasladó a San Isidro y realizó los trámites para la repatriación del cadáver. Con suma sobriedad diligenció lo conducente, soltó dinero, amagó con su fría voz hasta conseguir los permisos y la cancelación de la necropsia, «solo sáquenle las balas», dijo, «ya lo hicimos», le contestaron, «solo traía una, la otra tiene orificio de salida». La veía tanto que les pareció extraño a la gente de la funeraria, era un muchacho que no cumplía los veinte años y la finada se acercaba a los treinta. Sus rasgos aún le eran dulces, a pesar de haber muerto con dolor. Llorando hacia adentro regresó, la sepultó con una sencilla pero lujosa ceremonia que los miembros del cártel de Zapopan le hicieron como reconocimiento, mencionando la desaparición del Gilochas, otorgándole el rango de héroe por haber caído en un lugar desconocido por proteger a la Turbia. Unos decían que Los Tigres del Norte le compondrían el corrido, otros que Los Cadetes de Linares, y otros que Ramón Ayala, pero Pepe prohibió que alguien pagara por ello, «los muertos deben descansar», dijo.

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