Читать книгу Aguas torvas - Raúl Sánchez Robles - Страница 11

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No acabo de entender cómo es que salí de Cuyutlán en pleno julio. La milpa ya me rebasaba la cintura, y los problemas con Jesús Mayorga, según yo ya eran cosa del pasado. Pero el desasosiego me llegó al saber que andaba por aquellos rumbos luego de más de cinco años. Ya ni lo buscaba el gobierno, me dio mucho miedo. Por salvar a mi compadre Nacho, yo fui y dije quién era el dueño de lo que se habían encontrado en el Salto Grande. Llegué con los rurales al pueblo y les platiqué todo, que Jesús Mayorga había sembrado y cuidaba las plantas de amapola todas las tardes, que siempre dedicaba su tiempo al cultivo de plantas ilegales, que por eso, de ser un don nadie, había prosperado hasta llegar a ser el que más y mejores tierras tenía en todo Cuyutlán. Luego vinieron por él y se lo llevaron. Se supo que se les había escapado allá por el Arroyo del Toro, luego decían que andaba por el otro lado, otros que no, que andaba trabajando en la frontera. De todas formas, mi compadre Nacho duro más de tres años en la cárcel, y hasta las Islas Marías fue a dar. Necesitaron a alguien que cubriera al culpable y a mi compadre ya lo tenían preso, así que él terminó pagando.

La cosa es que por miedo dejé a mi mujer, a mis hijos y a mis tierras abandonadas. Luego supe que Ifigenia se había juntado con el Nabor y ya no quise regresar al rancho, pos pa’ qué...

En la ciudad Efrén no encontraba colocación. Cuidaba y lavaba carros por las calles, de eso vivía. Dormía en un lote baldío al amparo de unos cartones que le servían de techo. Era muy acomedido y nunca le faltó de qué vivir. Además, parecía que su única preocupación era sacar el sustento de cada día sin mirar el mañana, hasta que conoció a doña Chuy. Ella ya tenía tres muchachos, pero a Efrén no le importó, hasta le prometió cuidar de ella y su familia, entonces tomó muy en serio su trabajo de cuidador de autos y lavacoches, de vieneviene; ostentaba con orgullo la franela roja que, según él, le daba el poder sobre los automovilistas, como cuando un policía muestra su placa. Sabía que no podía aspirar a algo mejor, su nueva mujer no era propiamente una belleza, pero él, aunque era un hombre joven, tampoco era la gran cosa, así que se conformó con lo que la vida le estaba brindando.

Cierta ocasión, luego de la salida de casi todos sus empleadores, quedaba un vehículo de modelo reciente, y como Efrén lo había lavado, decidió esperar al dueño para cobrar los veinte pesos de la lavada, serían unos muy buenos pesos para alguien como él. Realmente no recordaba cómo era físicamente el dueño, y se sentó recargándose en el poste negro de teléfonos con la paciencia de un gato manso en espera de su premio al estoicismo. Estaba tan cansado que se quedó dormido luego de tres cabeceos. El rechinido de las llantas de un auto al frenar lo despertó sobresaltado, el carro que significaba la recompensa a su docilidad seguía ahí, ya era pasado de la medianoche. A lo lejos vio una preciosa muchacha que caminaba en su dirección, no quería asustarla y se cambió de acera, pero tuvo que correr cuando se dio cuenta de que era la dueña del coche que estaba cuidando; sin gritar llegó hasta la ventana del carro cuando la mujer bajaba el cristal, no había encendido el motor del vehículo cuando la sorpresa del rostro sucio y descuidado de Efrén la hizo jalar aire de manera desesperada, rápidamente echó mano de su bolso de donde sacó un atomizador de gas pimienta rociándole la cara, tartamudeando le dijo que era quien le había cuidado el carro y cómo lo lavó, pues quería que le pagara, se revolcaba llorando cuando la mujer bajó del carro y le pidió disculpas sinceramente apenada por su repentina reacción defensiva, le ayudó a subirlo al coche preguntándole dónde vivía para llevarlo a su casa. Sería por el dolor o lo cansado, pero Efrén se quedó con la imagen de las bellas piernas de la muchacha que dolorosamente se le grabó en la mente, poco a poco se durmió sin responder, quejándose como cachorro herido. La chica lo llevó a su departamento, y con trabajos lo acomodó en un sillón de la sala, al día siguiente le preparó de desayunar y se fue dejándolo dormido, con la mesa servida. Al despertar, Efrén quería de alguna manera corresponder a su hospitalidad, y se puso a asear el departamento; casi era mediodía cuando terminó y creyó que sería bueno prepararle algo de comer antes de irse, dejándoselo sobre la estufa. En eso estaba cuando llegó la muchacha, comieron juntos entre miradas furtivas de Efrén, quien no podía disimular la impresión que le causaba ese halo tan embriagador que emanan las mujeres bonitas, y por fin se despidió. Ya no se paró a la calle donde trabajaba cuidando y lavando carros, por ese día decidió no trabajar. No supo cómo decirle a doña Chuy cómo y con quién había pasado la noche, y prefirió decirle que se había quedado en una cantina; su señora no le creyó, claro, pero prefirió no discutir para no violentar más las cosas.

Pasaron los días y Efrén solamente pensaba en la chica. ¿Cómo era posible que una mujer tan bella le haya dejado dormir en su casa? No lo entendía. Pensó, con esa sabiduría engañosa de los hombres, de seguro le gusté, soñaba despierto caminando entre la gente, recordando las hermosas piernas que pisaban los pedales cuando se fue quedando dormido. Esa misma noche decidió ir a buscarla a su departamento, se decía para sí que bastaría con solo verla para saber si estaba equivocado en sus apreciaciones, se convencía a sí mismo que no. Resultó que cuando llegó, Vanesa tenía fiesta con muchos amigos de la agencia de modelos donde trabajaba. Lo vio a través del cristal de la puerta y les comentó a gritos que aquel era el tipo de quien les había hablado. Entonces, al ver la reacción de Vanesa, creyó tener razón. Desde que entró vieron lo ingenuo de Efrén, y le comenzaron a hacer bromas pesadas. Él, que no tenía armonía alguna en los movimientos cotidianos de su cuerpo, queriendo agradar a Vanesa, se puso a bailar tratando de seguirle el ritmo a unos pies que no encontraban acomodo en los meneos que le exigía la música; en un principio pensaron que las extrañas contorsiones eran a propósito y lo observaron a la expectativa, pero cuando ya no pudo ocultar lo ajeno a la grácil manifestación de la expresión corporal que debe tener un bailarín, una sonrisa estúpida trató de justificar la falta de coordinación motriz, despertado la hilaridad de todos. Luego, adivinando su necesidad de aceptación le pidieron que cantara, cosa que hizo y continuó haciéndolo hasta que le tuvieron que exigir que se callara. Ella comprendió que la actitud de Efrén se debía a lo que él experimentaba al verla. Lo llevó al balcón, simulando una escena en exceso romántica que el pobre creía estar soñando mientras que todos los demás estaban amontonados en el ventanal riendo a carcajadas. Vanesa le pidió que cerrara los ojos y se preparara para darle un beso, pero pasaban los segundos y nada, ahí lo dejó con los labios fruncidos en espera del cielo, abrió la puerta del ventanal para que todos pasaran y lo vieran en la más ridícula posición que puede tener un enamorado, y gritaron la burla más cruel y escandalosa que jamás siquiera había imaginado. Salió corriendo, tropezando con todo, sin sentir para nada los golpes, las contusiones que se acumulaban cada vez que se le atravesaba algún mueble, botella o vaso vacío. Salió a la calle llorando el ridículo, gritando que se lo merecía por pendejo...

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