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Prólogo
ОглавлениеLanzamos al viento esta colección piedra como tú con un libro de Raúl Zibechi, alguien muy entrañable para nosotros con quien compartimos actividades y conversaciones desde el Ateneo Heber Nieto, en donde iniciamos aquella tarea de visualizar las distintas prácticas del movimiento obrero uruguayo, en sus diferentes épocas, con una mirada desde la autonomía y la emancipación. Así en el invierno del 2000 organizamos con Raúl el taller Mitos y tabúes del movimiento obrero; fueron tres módulos de mucha riqueza conceptual, donde se pensó colectivamente desde el sindicato de oficios al sindicato de masas, de la acción directa a los Consejos de Salarios, para terminar reflexionando sobre el Estado, unidad e izquierda.
También, desde la revista Alter hemos contado permanentemente con sus colaboraciones, de las cuáles no podemos dejar de mencionar la separata del número siete «Un siglo de luchas populares, entre el estatismo y la autonomía». O su artículo «Los sindicatos como apéndice del Estado» en el número seis de la revista, que han sido en nuestra modesta opinión, un punto de ruptura con las miradas dominantes, oficiales, sobre el movimiento obrero uruguayo.
Podemos estar de acuerdo o no con este trabajo, pero este es un libro removedor, que al igual que otros de Zibechi, no es un libro para estar mejor informados sino que tiene la virtud de hacernos pensar sobre lo que nos esta sucediendo o ha sucedido recientemente, pensando la realidad desde otros lugares e imaginando otras posibilidades, poniendo en discusión el pensamiento heredado y con él los mitos de la ortodoxia de izquierda.
En su análisis del «combate a la pobreza» por parte de los gobiernos de la región, sean conservadores o progresistas, nos dice que estas políticas tienen como objetivo la domesticación, y si es necesario, la criminalización del conflicto y, «que buscan la eliminación de cualquier sujeto del abajo y que sólo existan sujetos estatales o empresariales». Es en este sentido que debemos leer el miedo al conflicto de todos los gobiernos, también los llamados progresistas, y sobre todo la necesidad que tienen de afirmar la perspectiva capitalista y estatal en todas las experiencias sociales que puedan tener algo diferente; basta mirar la actitud del gobierno sobre las fábricas recuperadas y las cooperativas obreras, donde se pretende una actitud empresarial y que los trabajadores «aprendan a ser capitalistas». Nos dice Raúl que las experiencias del abajo, al ser cooptadas y neutralizadas, quedan sometidas «a la voluntad estatal, que es la mejor manera de desfigurarla».Y concluye: «toda la arquitectura de las políticas sociales está enfocada a mostrar que solo se puede conseguir demandas sin conflicto».
En la parte dedicada a la experiencia obrera en Juan Lacaze descubrimos las prácticas vanguardistas, comunes a toda la izquierda en las décadas del 60 y 70, no como análisis teórico, sino visualizadas a partir de las propias discusiones y acciones sindicales y cómo las conceptualizaban los propios protagonistas. Nos muestra como los militantes se colocan como un sector separado, como una fracción, que decide que algún documento, en nombre de la unidad, «es contraproducente llevarlo a la consideración de la base».
Vemos como el sindicato se transforma en una estructura de disciplinamiento y control, de orden, con el que el Estado puede dialogar o como un modelo de poder de la sociedad «socialista» futura. Dice Raúl: «El sindicato se había convertido en una instancia de control de los obreros, y los militantes y dirigentes eran los encargados del control y la vigilancia».
La idea de la organización social como «herramienta» es también de este periodo. El concepto de herramienta aparece como externo, algo que tiene sus propios mecanismos más allá de los propios participantes, pasa a ser una estructura con formas rígidas de funcionamiento, que copia del estado su forma. «Una concepción que pone en el centro «la organización», considerada como «la herramienta» adecuada y decisiva para obtener los triunfos que necesitan los trabajadores».
Este libro pone en discusión certezas, ortodoxias y mitos; nos deja, por el momento, preguntas sin respuestas. La certidumbre y la predictibilidad hacen parte del capitalismo sin embargo el camino de la autonomía y la emancipación social es un camino lleno de dudas y sin resultados rápidos, para el cual hay que armarse con grandes dosis de alegría, paciencia e ironía. Sabiendo que la incertidumbre es una oportunidad para resistir, crear y experimentar nuevas respuestas que no reproduzcan al Estado dentro de nosotros.
La crisis actual, el abismo que produce el derrumbe de las certezas, conlleva al mismo tiempo nuevas posibilidades emancipatorias y como dice Rafael Barret: «la humanidad es un caos, sí, pero un caos fecundo».
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