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8. EL CUERPO SIN ALMA.
(Referido en 1912 por Beatriz Montecinos, de 50 años, de Talca)

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Índice

Para saber y contar y contar para saber.

Este era un caballero que tenía un fundo cerca de la ciudad, muy grande y muy hermoso, pero que tenía la maldición de que nadie podía vivir en él, porque, sin saber cómo ni por qué, al otro día amanecían muertos los que pretendían trabajarlo. El caballero estaba desesperado, y ofreció darlo a medias al que se atreviese a sembrarlo.

Había en la misma ciudad una viuda muy pobre, que tenía tres hijos, decididos y valientes, los cuales se pusieron de acuerdo para trasladarse al fundo. Partieron, llevando cada uno un pedazo de pan y otro de queso, que para más no les alcanzó el poco dinero que tenían.

Habían andado ya un buen trecho, cuando el menor se hizo a un lado de sus hermanos, que siguieron andando, porque se le ofreció una necesidad. Iba ya a reunirse con ellos, cuando se le presentó una pobre vieja pidiéndole una limosna. El, compadecido, le dió el pan y el queso que llevaba, y entonces la anciana le entregó una varillita, diciéndole que era de virtud y que le haría todo lo que le pidiese, y desapareció.

Llegaron los tres hermanos al fundo muy de madrugada y convinieron en que mientras iban a trabajar los dos menores, el mayor se quedaría haciendo la comida para los tres.

Fueron los menores al trabajo y cuando el mayor tenía hecha la comida y en punto para servirla, salió de un pozo que había cerca de la cocina un enorme Culebrón, y el joven, del susto, se fué de espaldas y casi se mató del golpe.

—La vida o la comida, le dijo el Culebrón.

—La comida, le contestó el pobre, más muerto que vivo.

El Culebrón devoró la comida y en seguida desapareció por el pozo.

Poco después llegaron los otros dos hermanos, quienes, de tanto que habían trabajado, venían que no podían más de hambre. Cuando supieron lo que había pasado, casi se murieron de rabia.

Al día siguiente se quedó el segundo haciendo la comida, partieron a trabajar los otros dos, y sucedió lo mismo que el día anterior: salió el Culebrón, se comió la comida, y dejó tocando tabletas a los tres hermanos.

El tercer día se quedó el menor, y en el momento en que éste retiraba la olla del fuego, salió el Culebrón y le dijo:

—La vida o la comida.

—Ni la vida ni la comida, le respondió el joven, y poniéndose en facha con su varillita en la mano, obligó al Culebrón a retirarse a su pozo bastante mal herido.

Llegaron los otros dos, y comieron todos con mucho apetito.

Después dijo el más joven:

—Para vernos libres en adelante de este estorbo, amárrenme con un cordel y descuélguenme en el pozo y yo mataré al Culebrón donde se encuentre. Cuando mueva la cuerda es para que la tiren y me suban.

Bajó el joven, y en el fondo del pozo se encontró con un hermosísimo palacio, que tenía todas las puertas y ventanas cerradas. Golpeó inútilmente, porque no le abrieron. Entonces, sacando su varillita, dijo:

—Dios y una hormiguita, e inmediatamente se convirtió en hormiga. Así pudo entrar por una rendija y llegó a una sala en donde había una niña más bella que el sol. Se le subió por un costado y de repente la picó.

—¿Quién me pica? dijo la niña.

—Yo, señorita, contestó el joven desencantándose.

Se pusieron a conversar. La niña le dijo que eran tres hermanas, hijas del Culebrón, el cual las tenía encerradas bajo siete llaves y no les permitía ver a nadie.

—Yo mataré al Culebrón y las libraré a ustedes.

—No podrás matarlo—le dijo la joven—porque mi padre es el Cuerpo sin Alma.

—Pero tú podrás averiguar en dónde tiene el alma y entonces yo daré buena cuenta de él.

Fué la niña al lugar en que estaba su padre, y con ella el joven, convertido en hormiga, pegado a su costado.

—Papá, ¿por qué lo llaman a usted el Cuerpo sin Alma?

—No te lo diré, porque las paredes tienen oídos y los matorrales ojos.

—Pero si aquí estamos solos, y encerradas como vivimos ¿a quién podría confiarle lo que usted me diga?

Entonces él repuso:

—Hija, has de saber que en el monte vecino hay una laguna; dentro de la laguna hay un toro; matando a ese toro, sale de su cuerpo un león; matando a ese león, sale una zorra muy corredora, que nadie la podrá alcanzar; adentro de la zorra hay una paloma; y adentro de la paloma, un huevo. Ese huevo es mi alma, y si llegan a quebrarlo, soy muerto.

Siguieron hablando un rato sobre otras cosas y poco después la niña se retiró a su pieza. Inmediatamente el joven se fué corriendo para la laguna, y apenas había llegado a la orilla, salió el toro bramando y escarbando la tierra que daba miedo.

—Dios y un toro de los más bravos—dijo el joven sacando la varillita y al punto se convirtió en toro y se puso a pelear con el que había salido de la laguna, hasta que lo mató. Por el hocico del toro muerto salió un león, que echaba el cielo abajo con sus rugidos.

—Dios y un león de los más bravos—dijo el joven a la varillita, y convirtiéndose en león, atacó rudamente a su contrario y lo mató. Entonces salió la zorra corredora del hocico del león muerto, y tanto y tan bien corría que no se le veían las patas.

—Dios y un perro zorrero, de los más corredores y más bravos, dijo el joven, y en el mismo instante se volvió perro, y tan ligero corría, que las patas no tocaban el suelo. En un momento alcanzó a la zorra y también la despachó.

Mientras tanto el Cuerpo sin Alma se sentía muy enfermo y daba unos quejidos terribles. La niña se acercó a preguntarle qué tenía.

—Retírate, traidora—le dijo el Culebrón—si no quieres que te mate.

Del cuerpo de la zorra salió una paloma, que se perdió en el espacio. El joven dijo:

—Dios y un halcón de los más voladores;—y convertido en halcón dió alcance a la paloma, la mató y le sacó del buche el huevo que tenía guardado y que era el alma del Culebrón.

Poco después se presentó en el palacio y mostrándole el huevo, dijo al Culebrón, que apenas respiraba ya, tan desfallecido estaba:

—¿Conoces esto?

—¿Cómo no lo he de conocer, si es mi alma?

—Te la entregaré si me das el manojo de llaves del palacio.

El Cuerpo sin Alma le entregó las llaves y el joven, disparándole el huevo, le dijo:

—Ahí la tienes.

Pero el huevo le dió en la frente al Culebrón y se reventó, y el Culebrón cayó muerto.

El joven se fué a librar a las tres niñas, pero la menor, que era la que él había visto, no quería que sacase a las otras, porque estaba enamorada de él y temía que sus hermanas, que también eran muy bellas, le robasen su amor. Pero él le dijo:

—Si nosotros también somos tres; mis hermanos se casarán con tus hermanas.

Las sacó a las otras dos de su encierro y amarrando primeramente a la menor, movió el cordel y los que estaban arriba la subieron. Los dos hermanos, cuando la vieron tan buena moza, se pusieron a pelear, para ver cuál se la llevaba; pero ella les dijo que eran tres y que luego subirían las otras dos.

Cuando hubieron subido las tres niñas, los hermanos mayores no volvieron a echar el cordel, y tomando cada uno a su compañera, dejaron abandonada a la menor, que esperó en vano que subiera el joven que había quedado en el pozo.

Un momento después conoció éste su desgracia, y, turbado con la pena que le causaba la traición de sus hermanos, por decirle a la varillita “siete estados para arriba”, le dijo “siete estados para abajo” y llegó a la tierra de los pigmeos, donde, del golpe tan violento que recibió, quedó sin sentidos. Cuando volvió en sí, los pigmeos le habían robado su varillita de virtud.

El pobre entró a sufrir mucho y llegó su miseria a tal estado que se vió obligado a ocuparse como cuidador de los rebaños del Rey de los pigmeos para ganarse la vida.

Un día que lloraba su desgracia, se le apareció una Aguilita y le preguntó:

—¿Por qué está tan triste y llorando?

—¿Cómo no he de llorar, distante de la que amo y viéndome en el estado en que me hallo y sin esperanzas de volver a la tierra?

—Yo lo sacaré de aquí si le parece; pero tiene que llevar mucha carne, porque el viaje es largo y hay que atravesar el mar.

—Está bien, llevaremos un cordero.

Y el joven mató un cordero y dividiéndolo en cuartos lo puso sobre el Aguila y él se montó en seguida encima.

Al poco rato el Aguilita pidió de comer y él le puso en el pico un cuarto de cordero. Volaron un rato, y el Aguilita pidió más, y él le entregó el segundo cuarto; después, el tercero; y por fin el único que quedaba.

Iban volando por sobre el mar cuando el Aguilita dijo:

—Compañero, ¿queda carnecita? mire que me faltan las fuerzas y nos caeremos al mar y nos ahogaremos si no como.

El joven se cortó una pierna y se la atravesó en el pico al Aguila. Esta escena se repitió dos veces más, y el joven tuvo que cortar su otra pierna y el brazo izquierdo, que el Aguila devoró en un instante. De pronto dijo el Aguila:

—Ya llegamos; bájese, compañerito, que en aquel palacio está su niña; y apúrese porque la van a casar con un príncipe y ella no quiere, porque lo está esperando a usted.

—¿Y cómo me bajo—respondió el joven—si no tengo piernas?

—Echese al suelo no más, y no se demore, que lo dejan sin novia.

Al dejarse caer, el joven se encontró con sus dos piernas y sus dos brazos, y si buen mozo había sido antes, quedó desde entonces mucho mejor. Llorando de alegría, le dió las gracias a la Aguilita, y ella, convirtiéndose en ángel, le dijo que era el de su guarda, que viéndolo tan triste, había venido a sacarlo de apuros.

Cuando llegó al palacio en que estaba su amada, la alegría de ésta fué grande, y en lugar de celebrarse el matrimonio con el príncipe con quien la obligaban a casarse, se casó con el joven que tanto había sufrido por ella y había sido su primer amor. La fiesta estuvo muy buena y hasta ahora estará que se arde; yo me encontré en ella y comí y tomé hasta que casi reventé. Y aquí se acabó el cuento y se lo llevó el viento para serranías de más adentro.

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