Читать книгу Ojos y capital - Remedios Zafra - Страница 12

Оглавление

POÉTICAS DE LA IMAGEN COMO EXCEDENTE (PRESCINDIBLE Y NECESARIO)

-Miguel, leo en el teléfono móvil que “mi aldea ha sido destruida”.

-Tita, es que no acumulas cosas. Mira yo.Tengo 2.000 monedas, 3 ejércitos y 4 pociones.

-¿Y para qué te sirven si no estás jugando?

-Para que los de los otros poblados “los vean”26.

Cuando llego a casa me gusta quitarme la parafernalia social del cuerpo. No solo los zapatos y la ropa del afuera, soltar la mochila con las cosas para el frío o el calor, los pañuelos, el agua, las pastillas, la cartera, las llaves y el teléfono, sino también la capa superficial del ojo que me permite vivir en el mundo y mirar para sobrevivir al cruzar la calle, trabajar, comprar lo que necesito, convivir materialmente con otros, mirándoles sin ira, incluso con afecto.

Encuentro en el gesto con que el dedo corazón de mi mano, primero izquierda y luego derecha, rozan mis ojos para arrastrar y extraer las lentillas una analogía de esta capa de la que les hablo. Especialmente en casa y frente al ordenador y los libros, siento que mis ojos aflojan la presión entre sus capas, lo hacen protegiéndose tras unos gruesos y pesados cristales que sobresalen llamativamente de la armadura de pasta oscura, como de padre de padre, o de antes de antes. Seguramente desde afuera o desde el espejo los ojos tras estos pesados cristales parezcan averiados, ojos miniatura, meros puntos negros, pero con sus infinitas dioptrías esos cristales pesados o esas finas láminas como de plástico los hacen operativos. En la sustitución de lentes de contacto por gafas recuerdo cada día que son cosa imprescindible. Que para mí es imposible que el ojo esté ya aireado como está la piel cuando me libero de la ropa. Sin lentes, el mundo aumenta su pixelado y de pronto me encuentro viviendo en una zona de nebulosa incompatible con la vida humana (despiertos). La tecnología de las lentes me permite regular la resolución entre mi cuerpo humano y las cosas materiales que me rodean, ese mueble, ese objeto, esa ventana… Las lentes son para mí el mejor ejemplo de artilugio necesario.

Muchas cosas en nuestros días se nos hacen hoy imprescindibles. Algunas porque desde siempre las necesitamos, otras porque comenzaron siendo accesorias y ahora nos angustiamos al pensar vivir sin ellas. Es a estas últimas a las que quiero referirme, pues considero que una sociedad digital y de consumo como la nuestra opera como una sociedad de excedente, donde abundan por definición cosas prescindibles, como esos tesoros digitales que acumula Miguel en su videojuego y que él siente necesarios.

Es el sobrante lo que se convierte en producto o servicio cuyo reto comercial aspira a configurarlo como necesidad. Y si algo define la cultura-red como cultura visual contemporánea sería su carácter excedentario. El inconmensurable mundo de imágenes que marca esta época forma parte del excedente que se ha ido conformando como nuevo ecosistema de ojos frente a pantallas; un sobrante que sentimos que nos arropa y acompaña de manera incondicional. De él salimos y entramos, siempre que tengamos un dispositivo electrónico cerca, demandándonos (suavemente) sucumbir a la comunicación, juego o interacción sostenida con los otros. Algo que podríamos no aceptar, pero que finalmente buscamos, incluso con cierta obsesión (esa otra forma de necesitar). Es entonces cuando nos convertimos en esos zombies que hoy transitan por las calles y transportes públicos hipnotizados por un dispositivo móvil conectado.

La imagen como excedente circula como presencia en apariencia inútil, pero en tanto normalizada forma parte de los rituales cotidianos. De ellos se valen además los imaginarios para construir aparato identitario. Una cuestión clave atendiendo a cómo la cultura-red se conforma de imágenes, información y contextos, sería advertir que si estos excedentes son útiles es por ser elegibles, pero que esto es solo una apreciación primera, una suerte de ensueño, un delirio de libertad dificultada. Todo lo que se vuelve opcional y juego genera la sensación de que es voluntario primero, provocando después la ansiedad del deseo. El hábito de lo prescindible en la cultura visual y digital culmina a menudo como algo que muchas personas necesitan (por ejemplo, conectarse a cada rato, actualizar su perfil varias veces al día, dedicar los tiempos de tránsito a jugar o a conversar… buscar, buscar, abrir y cerrar, revisar compulsivamente por si algo se hubiera perdido, demandándonos la incondicionalidad online de un 24 horas). Mi impresión es que justamente su carácter a priori prescindible y excedentario es lo que más fascina, es lo que seduce. Quiero decir que ninguna de las aplicaciones y usos a los que me refiero son para mí unas lentes imprescindibles, como mis gafas, pero a menudo me hablan de otra necesidad, la que libera y regula la “ansiedad” contemporánea de (necesitar) vivir permanentemente conectados.

En algún momento de nuestra historia reciente pasamos por alto que la elección era ya vivida como exigencia, que difícilmente una vida comprometida con la época podía mantenerse al margen y obviar la inmersión inclusiva y socializadora en el universo de imagen construida tecnológicamente como parte de la cultura-red contemporánea. La tecnología ha acelerado primero la estetización derivada de la extrema visualidad facticia y luego la inmersión normalizadora.

Antes, hubo historias de los ojos y el poder, historias cuyas imágenes sagradas y veneradas representaban un poder y un sistema; más tarde, hubo historias de las imágenes y el capital, ese otro poder que aún perdura reforzado. Pero la conversión de gran parte de nuestros mundos de vida en mundos estetizados, conformados por imágenes creadas y/o mediadas por pantallas es algo nuevo, algo que sin duda habla de una necesaria transformación del ser humano. Si hubo épocas en las que debió acostumbrarse a otros climas y a cambios materiales en sus hábitats, hoy la época demanda a los humanos vivir en un mundo excesivo en las representaciones y, como en una mutación hiperbolizada del espejo, en las representaciones de nosotros mismos.

Desde su infiltración en imágenes cotidianas que reiteraban un poder espiritual, político y económico, a través de (pongamos como ejemplo): religión idólatra, retratos, templos, fotos de reyes, crucifijos o monedas,… el poder se ha valido de su omnipresencia en la imagen facticia fragmentando su presencia en objetos y rituales cotidianos que en sus apariciones reiteradas han asentado el significado convenido de “¿quién manda aquí?”. Estas formas, aun cambiando iglesias por museos en muchos casos, perviven hoy como parte de una estratificada manifestación de las imágenes en las culturas. Inflexión importante la acontecida en la era de la reproductibilidad técnica y cuando llegaron las audiencias; con ellas las ciencias y tecnologías que permiten su medición y manejo. Y se quedaron. Y ahora, nosotros, los conectados produciendo parcialmente las imágenes que consumimos, dedicados a este excedente. Un giro de ojos acompañado de un golpe seco de ratón, a veces una tecla, y voilà: una o mil imágenes nuevas o modificadas que aumentan la interacción simbólica del humano-máquina.

Entonces, la lógica que repite la gestión de lo prescindible parece ser aumentar dicho excedente, conseguir “más” de algo, como en los más famosos videojuegos. Aunque en la red pareciera que aquello que se busca aumentar no es solo archivo, sino más bien valor en lo que “ha sido mirado”, como cuando el pequeño Miguel dice que en su videojuego lo importante es que los del poblado de al lado “vean” todas las armas y ejércitos que él ha acumulado. Que las vean sobre todo cuando él no está conectado, porque esta realidad virtual sigue aconteciendo y siempre hay ojos que te pueden estar observando. No deja de ser una lógica excedentaria y exponencial la que sostiene esta práctica donde el valor depende de lo acumulado y visibilizado. Así, lo que busca valor se posiciona para ser visto y para crecer, pero también lo busca como forma para seguir existiendo, dado su carácter prescindible. Solo los ojos animan la circulación y el juego y solo ellos salvan del vertedero o del olvido.

No obstante, y retomando la cuestión inicial, observen cómo el valor añadido derivado de establecer un grado de equivalencia entre ojos y capital logra en el posicionamiento el canal que le permite asentar dicha equivalencia. Es decir que la gestión de la visibilidad (no reducida a un producto o servicio sino disuelta en cada interacción en la cultura-red) sería objeto de negociación y valor de cambio en constante alza, bajo el poder (siempre simbólico, pero potencialmente también material y especulativo) que otorga “ser” visto. Ocurre entonces que los intereses puestos en lo que hacemos circular en las redes convierten el excedente en algo singularmente rentable. De esta manera, la gestión de la visibilidad y del posicionamiento no pueden ser solamente cosa del Marketing o de la Publicidad, ni siquiera de la Estadística o la Sociología, pues los sujetos y las vidas se entrelazan en lo que está en juego. Y como respuesta surge la reclamación de una necesaria lectura política y crítica de la cultura-red desde las nuevas lógicas de valor que estamos construyendo.

Ojos y capital

Подняться наверх