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PREFACIO. "MIRANDO EL VER"

Esta que escribe tiene cuerpo con ojos. Sueña (esta que escribe) con ojos biónicos capaces de ser reparados con facilidad. No me importaría graduarlos con botones, como cuando manejo el minúsculo telescopio que me han recomendado para ver los nombres de las calles y los horarios de vuelos y trenes en esos no lugares que habitan. No pocas veces la lente que permite enfocar “da existencia”. Es la diferencia entre ser o difuminarse. De eso trata este libro.

En algún momento reciente soñó este ensayo con una segunda edición narrada y con voz, subversiva con los tiempos y útil para los que derivan a un mundo más borroso u oscuro por una visión mermada, o simplemente se toman un respiro del “ver sin descanso”. Pero también por la íntima poética del contraste, que es como la poética del azar y de la suerte y que, inesperadamente, hace convivir en la misma frase al que abraza y al que se quedó sin brazos, un hablar de ojos cuando la visión se oscurece.

Ver poco es como percibir de otra manera. Más lento, más interior, como un replegarse a veces, o quedarse mirando (desde dentro) la lente que es el ojo. Cuando Juan (Martín Prada) lo descubre me dice que “miro el ver”. Juan sabe, porque es compañero de finísima mirada, tan cercano a mí y a lo que escribo, que no pocas metáforas e ideas que aquí se hilan le pertenecen o se detienen a ser descritas porque en algún momento él las miraba. Con seguridad y gratitud son las que más brillan.

Pero les decía que para esta segunda edición había imaginado acompañar estas páginas con un libro que no precisara ser visto, sino ser escuchado, sobre el que no cabría ya la hojeada, un libro-voz capaz de resistir la lectura como vistazo de nuestras derivas online. Imaginen una voz trémula con sus titubeos roncos y aire contenido que les lee este ensayo, a ratos una voz máquina. Ni consonni ni yo perdemos la esperanza de hacerlo algún día.

Por ahora, este ensayo sobre ojos y capital que ustedes comienzan es un libro para ser visto y leído, una obra que busca describir en algunas de sus formas el tiempo que vivimos. Un libro que también podría haberse titulado “Cultura-red”. Sin embargo, son la mirada y las lentes políticas y económicas que configuran esta cultura mediada por pantallas las que funcionan como punto de entrada e hilo conductor. Y lo hacen proponiendo que los ojos y el capital son monedas cada vez más igualadas, que ambos nos hablan de nuevos sistemas de valor, poder e identidad en un mundo excedentario en lo visual y siempre conectado.

Porque, ¿cuánto vale ser visto por unos ojos, cuánto por un millón? ¿Qué poderes generan valor en lo que es objetivado porque ha sido visto y cuantificado? ¿Por qué existir en el mundo es equiparado por muchos a ser visto en Internet? ¿Qué damos a cambio cuando vemos y cuando somos vistos en la red? ¿Qué estamos dispuestos a dar y a perder por lograrlo? ¿Cómo resistirse a que el mundo venga ya interpretado en sus formas de verdad ante el exceso de yoes luminosos movidos por datos y capital? ¿En qué nos interpela, acaricia o inquieta la mirada del otro como vínculo entre iguales (su política, su ética, su amor)?

Estas preguntas se entrelazan en este ensayo, para el que cabe tener presente aquella clave maussiana que sugería “la obligación de dar, recibir y devolver” como principio latente e incrustado en las formas cotidianas de relación y creación de valor de distintas culturas y tiempos. Hoy la lógica inmaterial de intercambio simbólico de esta cultura se sustenta fuertemente en la imagen; el sujeto, intensamente en los ojos. Ambos protagonizan lo que damos, recibimos y devolvemos en Internet inscribiendo diferentes obligaciones, en su mayoría camufladas de elección y reiteradas por las empresas que se disfrazan de espacio público online.

Por último, también vendrá bien a quienes lean este libro saber que fue escrito al mismo tiempo que Los que miran, novela en un principio titulada Lamer la imagen. De manera inevitable se entrecruzan como caras A y B de asuntos que aparecen como ondas cuando hablo de multitud, miedo, ética, trabajo y pantallas. Los nodos de intersección no son casuales pues confluyen; porque solo la ficción (allí y aquí) permite narrar, en unos casos, la especulación sobre las nuevas formas de colectividad que los tiempos favorecen. Y en otros, la necesaria imaginación de los sujetos atrapados en su dolor, en sus tiempos, imágenes y trabajos, cuando la única compañía garantizada es hoy la tecnología. Varios hilos salen de Ojos y capital hacia Los que miran, y algunos otros hacen de raíz de mi libro más reciente (El entusiasmo), porque los libros se acotan solo artificialmente pero en esencia son como líquidos y fluyen.


Hay palabras dotadas de poder para reptar por el suelo. Tienen que ver con los pies y con las manos, con la textura de lo blando y de los cuerpos, con la orina y con la tierra, con la pobreza y con las cosas groseramente digestivas. Merodean el recuerdo de los primeros sabores, el aroma a hojas quemadas y las manos frías de alguien que te importa; palabras que de pronto en el exceso cotidiano de teclas e imágenes te sorprenden, ¡caramba, hay cuerpo! Son sobre todo palabras del tocar y del oler, de la muerte, de la boca y de la carne.

Pero hoy, sin embargo, todo parece venir de un universo de palabras que nacen de los ojos y que nos resistimos a llevar al suelo. Son palabras que nos sirven para los mundos inventados y los mundos representados, esos que salen de máquinas y superficies rectangulares y rutinarias, pero “como mágicas”, con luz propia, que apenas acumulan materia, salvo las capas de polvo y piel muerta que reposan en las 5, 11 o más pulgadas. Estas palabras surgen de los ojos porque se elevan, como flotando. E incluso cuando vienen de las pantallas se nos ubican enlanzando la mirada, desde pequeños aparatos móviles en nuestras manos, ordenadores y dispositivos electrónicos en las mesas, a proyecciones en edificios, transportes y paredes. Cada vez más estas palabras salen, viven y conforman el mundo cotidiano y limpio de las imágenes sin carne; un mundo penetrado por microtecnologías que nos hacen ver (de otras muchas maneras) sin dejarnos verlas, ni a ellas ni al poder que las sustenta.

El mundo del que quiero hablarles se describe especialmente con palabras que rodean a los ojos y las máquinas, pero quiere conversar (sin considerarlas opuestas) con palabras que reptan por la tierra, hilando los ojos a los dedos, a las zapatillas de andar por casa, al dinero para vivir y al sobrante, a la habitación donde escribo, similar a la que ustedes habitan quizá ahora, alternando esta lectura con la demanda de sus dispositivos móviles. El mundo de ojos y capital del que quiero hablarles se pregunta si hoy habrá formas de recuperar la conciencia sobre lo que vemos y lo que implica, allí donde las cosas se nos aparecen ahora abiertas en infinitas capas y resoluciones, desde tan cerca que casi nos respiran y desde tan lejos que cruzan de nube a satélite; multiplicando de manera inabarcable en posibilidades lo que los ojos con la máquina pueden y el valor que confieren; fascinados en ocasiones, o solo entretenidos; colaborando en aplazar la precariedad de nuestros días, las desigualdades que antes no conocíamos o no queríamos ver, las imágenes de mundos cuantificados estadísticamente en la red (excluidos de lo que importa si no son vistos y ordenados según visitas y ojos recopilados). Mundos que ensayan diariamente su disipación y borrado posible, su carácter no definitivo que les reclama inventarse “cada día”.

Estos escenarios quieren aquí ser atravesados también con esas otras palabras dotadas de poder para reptar por el suelo, que interpelan sobre la cultura material y, muy especialmente, sobre las nuevas formas de valor y desigualdad. Pero, ojo, su dialéctica no aspira aquí a descubrir un enésimo movimiento revolucionario. Si acaso, pretende identificar desarrollos contradictorios de la transformación capitalista de un mundo conectado (cultura-red), excedentario en lo visual y trucado en la preeminencia de lo económico frente a auténticas formas de política y ética (ausentes o neutralizadas hoy y, en algunos casos, transformándose en “lo social”), recordando que en lo que vemos y en lo que damos en la cultura-red también “nosotros” vamos adjuntos…




Ojos y capital

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