Читать книгу En busca del amor perdido - Ricardo Bentancur - Страница 11
“Que estás en los cielos”
ОглавлениеEn la pared posterior del departamento que daba al patio común, alguien había construido unos peldaños de hierro que hacían de escalera para subir a la azotea. Cuando la cosa se ponía fea en la “tierra”, yo subía aquellos escalones y me refugiaba en ese espacio de cielo abierto. Pasaba horas en la azotea del departamento mirando el cielo. En las tardes azules, surcadas por las nubes que parecían moverse de acuerdo a un curso prefijado, y especialmente en las noches de verano tachonadas de estrellas.
La tierra es nuestro lugar en el universo. Es nuestro punto de apoyo y sostén. Todo lo que se mueve sobre este planeta tiene como referencia la tierra: así como el fluido del río depende del relieve de la tierra, que le da cauce y dirección, todos nuestros movimientos los podemos hacer gracias a la firmeza y el apoyo del suelo donde pisamos. Además, la tierra es nutricia. El Creador dispuso que de ella mane la vida (ver Gén. 3:17), y que a ella volvamos en la muerte, “porque polvo eres y al polvo volverás” (vers. 19).
Pero a veces se comporta de un modo extraño: se mueve debajo de nuestros pies para aterrorizarnos. Y esto es válido tanto literal como metafóricamente. Los terremotos no solo se dan en la geografía física, sino también humana. Y entonces nos percatamos de que el suelo donde pisamos no era tan firme como creíamos.
En esos días cuando la tierra “se movía” debajo de mis pies, yo acudía al cielo, ese lugar que jamás se mueve. La “tierra” solía moverse bajo mis pies cuando se intensificaba “la guerra de los sexos”, los conflictos entre mi madre y mi padre. Y el cielo era una gran vía de escape.
El cielo es el fundamento último de la tierra: en su lejanía y lontananza infinitas nos envuelve, y sus astros “fijos” nos guían hacia la gloria del Creador. Así como los astros guiaron a los magos de Oriente camino a Belén, el cielo también te guía cuando “te pierdes” en la tierra. Así en el orden natural como en el orden espiritual. El cielo es un mapa. En los días de angustia, la azotea de mi casa era mi refugio. En ese momento, la tierra no era más que una nave que se movía en el espacio, y el cielo un “lugar” infinito y seguro.
La Biblia dice que “los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal. 19:1). La profundidad abismal de una noche tachonada de estrellas revela la infinitud en la que nuestro mundo pareciera perderse. En su profundidad, el cielo nos arranca del encierro de la limitada existencia humana, y nos permite a su vez liberarnos de la atadura de la ansiedad de la vida. Para captar la huella del Eterno. ¡Cuando la ansiedad y la angustia del diario vivir te ahoguen, contempla el cielo tachonado de estrellas! Volverás renovado a tu mundo cotidiano.
Hay a su vez otra característica esencial del cielo: de él dimana el tiempo como dimensión dentro de la cual ocurre nuestro pasado, presente y futuro. Mientras la tierra es el dónde ocurren las cosas, el cielo determina cuándo ocurren estas cosas, pues de él provienen los ciclos que demarcan el curso del tiempo. Al cielo pertenecen el día y la noche, la luz y las tinieblas, y el curso de las estaciones y de los años. El movimiento de rotación de la Tierra sobre su propio eje determina el ciclo del día, y el movimiento de traslación de nuestro planeta en torno del sol determina el ciclo anual. De este modo, el cielo marca el tiempo de nuestra existencia, y consecuentemente señala nuestra finitud y condición de seres mortales.