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El diálogo conyugal

El diálogo es para el amor,

lo que la sangre es para el cuerpo.

Desde niños nos han enseñado a hablar de cosas, de los demás, de realidades que nos rodean, de chismes. Algunos recibimos “enseñanzas” desde pequeños para gritar, discutir o para imponer las propias ideas... Pero, en realidad, ¿quién nos enseñó a dialogar?

Hemos ido asimilando un concepto erróneo de lo que es dialogar. Creemos que dialogan bien los que hablan mucho. El diálogo conyugal es muy exigente, exige profundidad, no se puede conformar con un simple hablar. Muchos matrimonios creen haber alcanzado un buen diálogo porque hablan de cosas, del trabajo, de lo “caro que está la vida”, de los vecinos, del programa televisivo, de los suegros. Es evidente que de algunos de estos temas se debe hablar, pero no se puede cruzar los brazos y afirmar que todo está logrado en el área del diálogo matrimonial. Además, recordemos que muchos hablan y muy bien, exigiendo ser escuchados. Pero nunca escuchan.

Dialogar en pareja es alimentar permanentemente el amor conyugal. Hacer que éste crezca y se fortifique. ¿Cómo se consigue un diálogo matrimonial profundo? Hablando de uno mismo, no de los otros, del “nosotros”, trasmitiendo al otro los propios sentimientos. Al dialogar profundamente en pareja, se comunican los íntimos pensamientos, tristezas, alegrías, deseos y pequeñas cosas de la vida en común.

Las piedras, los vegetales y el reino animal constituyen un mundo cerrado en sí mismo. A diferencia de ellos, los hombres podemos abrirnos, comunicarnos, penetrar en el otro y dejarnos penetrar. Lo rico y maravilloso del diálogo conyugal no son, entonces, los demás ni las realidades cotidianas, sino los espo­sos mismos, sus riquezas interiores, sus sentimientos.

El diálogo es una capacidad que Dios nos regaló como cami­no, por el cual abrimos la propia interioridad al otro.

Alguien me decía: No sabemos de qué dialogar. ¿Será así? ¿O estarán tan distanciados que nada tienen en común? Se puede dialogar sobre muchos temas, pero el fundamental es el hablar de uno mismo, de lo que se siente al estar juntos o alejados por diversos motivos, los sentimientos que producen los hijos, qué experimentan ante un disgusto o una alegría, cuando el otro dice “te quiero” o al compartir el mismo lecho.

¡Dialoguen para que viva el amor! Porque el diálogo es para el amor, lo que la sangre es para el cuerpo.

Para dialogar en pareja

1.- ¿Cómo vemos nuestro diálogo?

2.- ¿Qué descubrimos de negativo en nosotros que obstaculi­za el diálogo?

3.- ¿Qué encontramos de positivo en nosotros que ayuda a acrecentar nuestro diálogo?

4.- ¿Qué podemos hacer para mejorar el diálogo conyugal?

Para orar juntos

Señor,

tú que eres la Palabra,

que siendo tanto te hiciste poco:

un hombre; para acercarte,

y así dialogar con nosotros;

enséñanos a renunciar

a nuestro yo orgulloso,

a ser indiferentes

ante el reclamo del otro,

a querer imponer nuestras ideas.

Señor,

Enséñanos a dialogar,

a charlar sobre nosotros mismos,

a abrir nuestros corazones

para ser totalmente del otro,

y así nuestras intimidades sean una sola.

Amén.

Construyendo el amor conyugal

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