Читать книгу Un corresponsal en el frío - Ricardo Estarriol Saseras - Страница 6
ОглавлениеPRESENTACIÓN
EL DISIDENTE QUE SOBREVIVIÓ al frío es Ricardo Estarriol, que fue corresponsal de La Vanguardia en Europa central y oriental entre 1964 y 2002. Llevaba unos años trabajando como freelancer en Viena, concretamente desde que en 1958 Josemaría Escrivá de Balaguer le había invitado a participar en la difusión del espíritu del Opus Dei en Austria y en aquella zona de Europa que entonces formaba parte del pacto de Varsovia y estaba bajo el control directo de la Unión Soviética.
Si para un joven periodista español, sujeto de una dictadura de corte fascista, ya era difícil cruzar el telón de Acero, mucho más era propagar las ideas cristianas del Opus Dei en unos países comunistas donde la religión estaba prohibida.
El informe del servicio de contraespionaje que figura más arriba define algo así como la transparencia de la trenza vital de Estarriol durante los 38 años que trabajó para el periódico de Barcelona. Como todos los fieles de la prelatura Opus Dei intento buscar la imitación de Cristo en el trabajo ordinario.
Su trabajo no fue fácil, porque el trabajo ordinario de Estarriol se movía en sectores que las autoridades comunistas consideraban peligrosas: actividades apostólicas, reportajes sobre las minorías nacionales, contactos con la disidencia y cosas por el estilo.
Ricardo Estarriol, en gran medida, también era un disidente, en su calidad de periodista comprometido con la libertad y los derechos humanos. Siendo español, no podía viajar a los países del Este y, aún así, lo hacía, y siendo periodista no podía escribir nada desde uno de esos países y, aún así, lo hacía. Durante muchos años fue el único corresponsal español al otro lado del telón de Acero.
El resultado es este libro que, ante todo, es un libro de historia, escrito con la prosa periodística que siempre le ha distinguido. Ricardo pertenece a la escuela de periodismo consagrada a los hechos en lugar de a las descripciones. Su periodismo tiene mucho más de germánico y anglosajón que de latino y mediterráneo. Nada hay más importante para él que los datos y los hechos. La descripción literaria de lugares y personas debe estar sometida a la jerarquía de los acontecimientos.
Ricardo, por ejemplo, nos explica que durante la guerra fría se tardaba cuatro horas de tren en cubrir los 60 kilómetros que separan Viena de Bratislava. Hoy es un recorrido de menos de una hora por carretera. Los datos nos explican la historia y el periodismo bien hecho nos los sirve en bandeja.
Hay una regla muy sencilla en el periodismo que, sin embargo, no es fácil de cumplir y, todavía menos, durante la guerra fría: estar, ver y contar.
Muchas veces se cuenta sin estar, o se está y se ve pero no se cuenta o no se cuenta bien. Para poder contar lo que pasa, hay que saber ver y para saber ver, además de pisar el terreno, hay que conocerlo.
Durante la guerra fría, había muy pocas personas que supieran de verdad lo que sucedía en Polonia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Checoslovaquia, Yugoslavia y la Unión Soviética, el mundo que Ricardo pisaba sin cesar.
Para saber qué dirigente subía y cual bajaba, para conocer el estado de ánimo en las fábricas y colas de las tiendas de alimentación, había que superar el incesante bombardeo de los aparatos de propaganda comunista, así como la red de espías y escuchas que los servicios de inteligencia tejían alrededor del corresponsal. Instalarse, por ejemplo, en una habitación del hotel Yalta de la plaza Wenceslao de Praga para explicar las negociaciones entre el régimen comunista y Václav Havel era colocarse en la diana de un sistema de escuchas al que no se le escapaba nada.
Ricardo, gracias que había estudiado Derecho además de Periodismo, sabía separar el grano de la paja, gracias a que era un disidente in pectore, sabía identificar a los protagonistas de la noticia y gracias a su bondad sabía ponerse en el lugar de los demás. Gracias a su empatía podía conseguir la ayuda de un colega de la agencia soviética Novosti y la amistad de un obrero comunista polaco, situados ambos en las antípodas de su ideología y espiritualidad.
Las crónicas de Ricardo contenían los nombres, las fechas y los datos que permitían leer el presente con gran precisión. A pesar de ello, nunca quiso anticipar el futuro. Su empirismo informativo estaba reñido con las bolas de cristal. No creía mucho en los periodistas que se dedicaban a especular.
De ahí que su quehacer informativo llamara tanto la atención de los servicios diplomáticos occidentales y comunistas, que le hicieron varias propuestas para que les pasara información. Él declinaba a unos y otros con un argumento inapelable: todo lo que sabía lo publicaba en La Vanguardia.
Siempre he pensado que el mejor periodismo es una especie de sacerdocio, con sus principios y liturgias para alcanzar la verdad. Claro que es una misión diaria e imposible, pero aún así no renunciamos a ella. Creemos que alguien ha de explicar las cosas que el mundo necesita saber.
No hay duda de que Ricardo trabajó con este afán, y un día de octubre de 1977, al subir al séptimo piso del número 48 de la calle Chkalowa de Moscú, se encontró cara a cara con esta verdad que no es solo la verdad de los hechos sino también la de nuestro compromiso profesional.
Andréi Sájarov ocupaba allí un pequeño apartamento con su esposa. Hacía dos años que había recibido el Nobel de la Paz y tenía la esperanza de que la Unión Soviética pudiera seguir los pasos que España había empezado a dar hacia la libertad y la democracia.
Durante la entrevista, Ricardo, acostumbrado a hablar con gente perseguida, quedó impresionado por “la sencillez y el valor” de Sájarov. El padre de la bomba de hidrógeno, dijo con total sencillez, que los disidentes soviéticos como él debían «explicar las cosas terribles que han sucedido aquí. No sabremos lo que saldrá de ello… Lo hacemos así porque no podemos hacerlo de otra forma».
Ricardo Estarriol, el disidente que sobrevivió al frío, tampoco tenía otra forma de buscar la verdad bajo el telón de Acero.
XAVIER MAS DE XAXÀS
Corresponsal diplomàtic
La Vanguardia