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Olaf se puso cómodo delante de su portátil con una taza de café en la mano. Se puso a revisar los ficheros que su programa de hackeo le había transferido. Parecía que le había copiado en el servidor una gran parte del disco duro del portátil de Benjamin. Ahora Olaf podía acceder a un montón de ficheros y claves. Además también tenía fragmentos de archivos borrados que después de borrados, habían seguido almacenados en el disco duro. Con las herramientas adecuadas y un poco de suerte podría recuperar algunos ficheros.

¡Lo que se puede hacer con un pincho USB y una conexión a Internet!

El programa estuvo más de dos horas transfiriendo datos, hasta que se paró, seguramente porque se quedó sin batería el portátil. A veces hasta a él mismo le resultaba inquietante su “taller de alquimista”, nombre que le gustaba dar a su colección de herramientas de espionaje.

Después se puso manos a la obra con el virus. Si cambiaba constantemente la configuración, eso es que había algún error. Se puso a trabajar minuciosamente en el código fuente y a testear diferentes casos de prueba en el portátil, pero no encontró ni la más mínima incongruencia. Cuando le empezaron a picar los ojos lo dejó. Ya seguiría más tarde. Ahora tenía que hacer la cena.

Antes, cuando cocinaba, siempre era para cuatro personas. En la mesa había cuatro platos, cuatro vasos y cubiertos para cuatro. La mayoría de las veces era Carola la encargada de hacer la comida, pero Olaf se había labrado una reputación a los ojos de sus hijos como chef gourmet gracias a sus comidas de los domingos: pollo con bola de patatas, tortitas de patata con puré de manzana, estofado de ternera con esa pasta de huevo típica de Suabia y del sur de Alemania – el plato preferido de los niños- Olaf se sabía todas las recetas.

Que hoy cocinaría para dos, era algo que Olaf ya tenía previsto, pero con lo que no contaba es que esas dos personas fueran él y su hijo. ¿Por qué se había tomado la molestia de pelar patatas? Tobías no había ido a comer y metería una pizza congelada al horno para cenar. Tras la segunda patata dejó el cuchillo a un lado. Mientras la carne se estaba guisando, cogió el periódico. Tampoco era como antes. Tenía que cancelar la suscripción. Antes de sentarse a la mesa, encendió la radio. Estuvo cambiando de canal varias veces, volvió a apagar la radio cuando empezó la publicidad. Con el periódico extendido, al lado del plato, leyó, masticando, las noticias locales. Era el mismo periódico donde apareció la noticia del accidente. Hace apenas dos años. Hasta entonces solo había leído algo sobre kamikazes y alguna vez se había preguntado cómo hay que ser de imbécil para ponerse a conducir en dirección contraria por una autopista. Carola volvía de estar con una amiga. La A3 estuvo cortada cuatro horas para limpiar la zona del accidente, meter los cadáveres en las cajas y transportarlos.

Metió los cacharros en el lavavajillas. Olía a basura. No logró abrir el envase de las pastillas del lavavajillas y a base de escarbar sacó el taco en polvo. Los platos entrechocaron cuando cerró de golpe la puerta del lavavajillas.

Después puso la televisión y empezó a zapear por los canales, pero solo había tonterías. Volvió a apagar la televisión.

Agarró la chaqueta del perchero.

Necesitaba mezclarse con gente.

Virus-Cop: Muerte en el Nidda

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