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A Olaf le sorprendió no ver sentado en ninguna mesa del Krummer Hund1 a Gottfried. Normalmente el viejo siempre era el primero en llegar cuando se trataba de una cita culinaria.

“Un Sauergespritzter2, por favor.”

Casi sin dejarle acabar la frase, Karin ya había dejado el vaso con la bebida encima de la mesa. Karin conocía bien a la parroquia.

Olaf hizo un gesto saludando a Günther, que estaba sentado delante de su vaso en otra mesa. Günther siempre estaba allí. Era parte del decorado como la barra de madera, las jarras de sidra y la cornamenta de ciervo que estaba en el techo. Como siempre, llevaba una camisa planchada y tirante sobre una barriga que difícilmente podía pasar desapercibida. Olaf, en cambio, siempre llevaba polos o sudaderas desde que Carola, que es la que se encargaba de planchar, ya no estaba. Aunque metieran barriga, con 58 años ya no tenían edad para ser presumidos.

Un breve sonido le sacó de sus pensamientos. El móvil. ¿Y ese tono? Jamás lo había oído en su Smartphone. Sonaba algo cursi. Le recordaba a las campanillas del árbol de navidad. Tenía un aviso en la pantalla. Olaf se puso las gafas de leer. ¿Por qué le llegaba a él un mensaje del virus? Probablemente se había olvidado de cerrar alguna de las opciones. De repente se acordó de Tobías y si había suerte, de sus montones de llamadas al sex-shop. Abrió la configuración de la app, en la que podía controlar el virus y los ajustes más importantes. Lo que había pasado es que el virus había copiado en el servidor 4 mensajes del móvil de Tobías. Pero no debería. Con la app no podía quitar esa función, pero ya lo haría más tarde con el portátil cuando llegara a casa.

Justo cuando estaba metiendo el móvil en el bolsillo de la chaqueta, volvieron a sonar las campanillas del árbol de navidad. Otro aviso. Esta vez Olaf abrió el mensaje. Al leerlo, se le pusieron los ojos como platos. La frente se le llenó de arrugas. Su boca se abrió de par en par. Leyó otro mensaje. ¡Todavía más detalles! Karin, que en esos momentos pasaba a su lado con la bandeja en la mano para servir a un cliente, viendo sus muecas, sacudió la cabeza con gesto de desaprobación. Olaf ni siquiera se dio cuenta. Estaba totalmente alucinado con la información que no debía leer pero que eran increíblemente interesante.

“¿Novedades?”

Casi no reconoció a ese hombre que estaba inclinado sobre la mesa con una sonrisa burlona como si quisiera registrar las entradas de la pantalla.

“¿Qué te ha pasado?” Olaf apagó la pantalla del móvil.

Gottfried movió la mano de forma indiferente y se sentó en la mesa frente a Olaf. Su mano era delgada y huesuda. La cara, por el contrario, era redonda con barba blanca recortada y parecía un globo que se había desinflado. Tenía los ojos tan hundidos en las cavidades oculares que apenas se podían ver.

“Mañana voy al médico.”

Olaf hizo desaparecer el móvil en el bolso de la chaqueta.

“¡Pareces tu abuelo!”

Gottfried esbozó una desagradable sonrisa cadavérica.

“Como sigas dando tantas vueltas al mundo, la próxima vez te van a recoger de la clase business con cucharilla”, le dijo Olaf, aunque sabía que Gottfried no le iba a hacer mucho caso.

“Me han prohibido fumar pero nunca voy a dejar de viajar.”

Olaf asintió con la cabeza. No podía imaginarse a Gottfried sin sus viajes de negocios. Estaba continuamente de viaje: reunión en Chicago, feria en Singapur, congreso en Roma. Y cuando estaba sentado en el Krummer Hund, en cualquier momento le podía sonar el teléfono y se ponía a hablar en inglés, español o francés dando órdenes de cualquier cosa mientras se tomaba su sidra.

Karin le puso un vaso de sidra con soda encima de la mesa. Irritada, le miró fijamente. Su saludo sonó dubitativo y desapareció rápidamente tras la barra.

La mano de Gottfried temblaba visiblemente cuando levantó su vaso para brindar con Olaf.

“Espero que el doctor te ayude a recuperarte. La verdad es que te necesito para un proyecto.”

“¿Un proyecto? Yo creía que tenías una vida acomodada con la indemnización.”

“Cómoda pero no aburrida.”

“¿No querrás volver a trabajar en informática?”

Hacía pocas semanas que Olaf había tirado a la basura todo lo que tenía en su mesa del despacho y se había llevado a casa cuatro cositas en una caja de cartón. El arreglo al que había llegado con la empresa le había facilitado una pensión generosa, que le permitía jubilarse con 58 años. A esto había que añadir una indemnización exorbitante. Eso era más que suficiente para no tener que volver a trabajar en la vida y Olaf tampoco tenía la intención de hacerlo.

“No se trata de ese tipo de proyectos. Ni clientes, ni negocios.”

“Ah! Una cuestión altruista.”

A Olaf le gustó que Gottfried estuviera tan equivocado.

“Si, eso es. Nuestro proyecto será útil para la sociedad.”

“Hace décadas que doy dinero para Amnistía Internacional. Mi cuota de obras sociales está completa.”

“Podrías colaborar con una buena causa, no con dinero, sino con tu compromiso personal.”

“No tengo tiempo para eso. Ya sabes que yo no estoy jubilado como tú” Gottfried, con una sonrisa burlona, brindó con Olaf y otra vez le volvió a temblar la mano.” Cuéntame lo de tu proyecto. Pero ya te digo que yo no voy a ayudar a ninguna ancianita a cruzar la calle.”

“No va para nada de ancianitas. Tú ya sabes que mi trabajo estaba relacionado con la seguridad en tecnologías de la información.”

Gottfried movió la cabeza afirmativamente. Olaf estaba considerado un experto en el sector, incluso un líder.

“He hecho un programa.”

“¡Pues entonces debe ser un proyecto de tecnologías de la información!”

“La cuestión no es el programa, sino lo que nosotros podemos hacer con él.”

“Un banco de datos de ancianitas a las que se tiene que ayudar a cruzar la calle” bromeó Gottfried.

“He creado un virus.”

En la cara demacrada de Gottfried se alzó una ceja. “Un virus, eso no suena nada a acto caritativo.”

Olaf bajó la voz: “he creado un virus y lo he metido en el Smartphone de Tobías.” Gottfried parecía estar perplejo, como Olaf pocas veces le había visto.

“¿Y ahora qué piensas hacer?” preguntó finalmente

“Ya sabes quién es el jefe de Tobías, ¿no?

“Trabaja en la policía, ¿no?”

“Exacto. En el departamento de investigación de la policía.”

“¿De verdad que le has puesto un virus en el teléfono del trabajo?”

Olaf asintió. Se inclinó hacia él y en voz baja le dijo: “tengo acceso al móvil de trabajo de Tobías y puedo ver en qué trabaja.”

De nuevo volvió a alzarse una ceja en la cara de Gottfried. “Esto te puede meter en un gran lío.”

1 Nombre que hacer referencia a hombre deshonesto, estafador.

2 Sidra con agua mineral.

Virus-Cop: Muerte en el Nidda

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