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La petrificación en Los condenados de la tierra

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Entre los efectos perjudiciales del colonialismo (y el neocolonialismo) que Fanon describe en Los condenados de la tierra, hay uno que es especialmente importante. Me refiero a la “petrificación”12, que en esencia es una estasis sociocultural, una estasis contraproducente que impide tanto los esfuerzos anticoloniales, como los decoloniales, y así mismo el proyecto de humanización. En Los condenados de la tierra, Fanon (1968) describe a los nativos argelinos en términos de petrificación y enfatiza este estado en el campesinado rural.

Consideremos los siguientes pasajes:

Es, pues, una diplomacia en movimiento, furiosa, que contrasta extrañamente con el mundo inmóvil, petrificado, de la colonización (p. 61).

La aparición del colono ha significado sincréticamente la muerte de la sociedad autóctona, letargo cultural, petrificación de los individuos (p. 73).

Pero si se trata de comprender las razones de esa desconfianza de los partidos políticos hacia las masas rurales, hay que recordar el hecho de que el colonialismo ha fortalecido o asentado frecuentemente su dominio organizando la petrificación del campo (p. 87).

En estos pasajes, Fanon utiliza los términos “petrificado” y “petrificación” para indicar una fuerte —incluso fundamentalista— adherencia a la tradición, una adherencia que lleva a la “inmovilidad” sociocultural (Fanon, 1968, p. 40). Los individuos nativos y los campesinos rurales son petrificados y, consecuentemente, se encomiendan a las viejas costumbres, a las supersticiones y a los rituales que, aunque parezcan fantásticos, ofrecen espacios donde su intensa ira se descarga. El aferrarse a estos “mitos aterradores” (Fanon, 1968, p. 41), les permite distraerse de la dura realidad del colonialismo y esto es lo que beneficia a los colonizadores, los arquitectos de la petrificación. Fanon (1968) dice, “los zombis son más aterrorizantes, créamelo, que los colonos. Y el problema no está, entonces, en ponerse en regla con el mundo bardado de hierro del colonialismo, sino en pensarlo tres veces antes de orinar, escupir o salir de noche” (p. 41).

El termino “petrificación” queda especialmente bien aquí. A pesar de todo, “petrificación” viene del verbo latín petrificare, que literalmente significa “convertir algo en piedra”. Petra significa “piedra” en latín; en las ciencias físicas sabemos que una petrificación ha ocurrido cuando una masa orgánica se ha transformado en roca como resultado de la substitución de celulosa por sílice. Lo orgánico se vuelve inorgánico; lo dinámico se vuelve estático. En lenguaje sartreano, decimos que los objetos petrificados son puramente lo que son y ya no lo que no son, lo que quiere decir que son cosas no-libres13. En el mundo colonial, de acuerdo con Fanon, los colonizados son privados de su libertad y, de esta manera, ontológicamente relegados al estado de objetos, como las piedras. Se les niega su dinamismo, están violentamente forzados a pertenecer a una “zona de no-ser” (Fanon, 1967) que no es libre ni humana.

Hay otra razón por la que el concepto de “petrificación” encaja en este contexto: evoca la monstruosidad del colonialismo. Cuando estamos aterrorizados, horrorizados o asustados, el “miedo nos petrifica”. No podemos movernos, no podemos gritar. La agencia nos abandona, o nos es arrebatada, y por unos breves momentos estamos suspendidos en el tiempo. Para algunas personas, esto es una experiencia única y deseable, ya sea en la forma de deporte extremo o películas de terror. Sin embargo, para el colonizado, esto no es una experiencia única. Al contrario, es una experiencia cotidiana (esta negación de agencia y esta negación de la libertad). Fanon (1968) escribe, “la labor del colono es hacer imposibles hasta los sueños de libertad del colonizado” (p. 73) y esto es, según dice Fanon, un trabajo monstruoso, trabajo que evoca a las Gorgonas de la mitología griega. Estos monstruos son tres hermanas maldecidas con veneno y cabello reptil, que podían convertir a la gente en piedra con tan solo mirarles a los ojos. Ellas, de forma literal, podían petrificar a sus víctimas. Al final, ¿no es esto exactamente lo que el monstruo colonial trata de lograr con respecto a la población nativa, no importa lo imposible que sea?

Medusa es la Gorgona más conocida y es su muerte lo que la ha hecho tan conocida. Medusa, a diferencia de sus dos hermanas Esteno y Euríale, era un ser mortal, a quien Perseo le cortó la cabeza por culpa del rey tirano Polidectes, quien secretamente quería matar a Perseo. Sin embargo, lo relevante de Medusa es su origen, su transformación desde una mujer hermosa con muchos pretendientes, a un monstruo espantoso con ojos petrificantes y letales. Arrogante de su hermoso cabello, Medusa acusó a la diosa Atenea de tener celos de ella. Ofendida por tal arrogancia, Atenea transformó a Medusa en una bestia monstruosa. “La diosa escondió su cara / su égida —pero hizo que Medusa pagara: / ella convirtió el cabello de esa Gorgona en víboras horrorosas” (Ovid, 1993, p. 142). Este fue su castigo por ofender a la diosa Atenea; este fue su castigo por jugar a la diosa14.

Medusa era muy segura de sí misma… demasiado. Falsamente, creyó que podía competir contra la diosa de la sabiduría, al menos en cuanto a su respectiva belleza, y esto era inaceptable. Como lo observa Fanon en Los condenados de la tierra, el colonialismo también se siente muy seguro de sí mismo… demasiado. Y, como Medusa, los agentes del colonialismo sufren desilusiones de divinidad, no se piensan a sí mismos como seres humanos de carne y hueso, sino más bien como dioses incorpóreos, no obstante blancos. Al final, no son dioses. Para convencerse a sí mismos de que son dioses se requiere de trabajo sádico y deshumanizador. Consideremos los siguientes pasajes:

Aunque el campo represente inagotables reservas de energía popular y los grupos armados hagan reinar allí la inseguridad, el colonialismo no duda de la solidez de su sistema. No se siente en peligro (Fanon, 1968, p. 102).

Un mundo dividido en compartimientos, maniqueísta, inmóvil, mundo de estatuas: la estatua del general que ha hecho la conquista, la estatua del ingeniero que ha construido el puente. Mundo seguro de sí, que aplasta con sus piedras las espaldas desolladas por el látigo. He ahí el mundo colonial (p. 40).

En los países coloniales… el gendarme y el soldado, por su presencia inmediata, sus intervenciones directas y frecuentes, mantienen el contacto con el nativo y le aconsejan, a golpes de culata o incendiando sus poblados, que no se mueva. Es obvio que el agente del gobierno utiliza un lenguaje de pura violencia (p. 29).

Dadas sus desilusiones de divinidad, está claro que los colonos utilizan este lenguaje de violencia por dos razones al menos: primero, la “pura violencia” es necesaria para mantener el status quo colonial, lo que quiere decir que promueve la obediencia de los colonizados15; y, segundo, refuerza su sentido falso de superioridad ontológica. Dicho de manera más simple, si los colonos pueden guiar y dominar a los colonizados, entonces aquellos no son seres humanos. Deben ser algo más, deben ser algo divino. Por otra parte, si los colonizados pueden ser guiados y dominados, entonces ellos tampoco serían seres humanos. Deben ser algo menos, deben ser algo sub-humano. Así, los colonos son fundamentalmente misantrópicos a pesar de sus afirmaciones públicas e irónicas de la humanidad. Como escribe Fanon (1968): “Cuando busco al Hombre en la técnica y en el estilo europeo, veo una sucesión de negaciones del Hombre, y una avalancha de asesinatos” (p. 252).

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