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Paradigma Cognitivo: Evidencias Evidencias en predicción

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En el "V Congreso Internacional de Psicoterapia Cognitiva", realizado en Göteborg, Suecia (2005), se generó un encuentro "cumbre" entre el Dalai Lama y Aaron Beck; el diálogo entre ellos resultó a la vez novedoso y enriquecedor. Teniendo como trasfondo ese acercamiento entre oriente y occidente, fue cursando un interesante Congreso. En uno de los Simposium, escuché a un expositor relatar la siguiente historia:

Jack y Miranda se casaron muy enamorados. Pronto, sin embargo, llegaron los niños; y la relación se alteró su resto. Al octavo año de matrimonio, Miranda empezó a apagarse, nada le interesaba y todo la entristecía. En este contexto emocional, una amiga le recomendó que visitara un chamán que había logrado grandes éxitos con personas conocidas.

Miranda visitó al chamán; a poco andar, fue recuperando vitalidad y alegría de vivir. Muy contento, Jack le preguntó en qué había consistido el tratamiento. Reticente a dar una respuesta completa, Miranda le dijo que se trataba de un ejercicio que debía hacer todos los días antes de entrar a la ducha. Jack no soportó la curiosidad y pronto pegó la oreja a la puerta del baño, un poco antes de que Miranda ingresara a la ducha. Fue entonces cuando escuchó a su esposa repetir el siguiente mantra: "Yo valgo mucho", "yo valgo mucho", "yo valgo mucho"….

Pasaron algunos años buenos luego de los cuales Miranda comenzó a desinteresarse por el sexo. Al principio, se fue distanciando la frecuencia. A poco andar, Miranda presentaba una gélida pasividad. En vista de esto, el propio Jack le sugirió: "Mi amor, ¿no crees que es hora de visitar al chamán?". Miranda accedió y, más pronto que tarde, el interés sexual se fue recuperando. La temperatura de Miranda fue subiendo y su despliegue conductual se fue activando; al mes, estaba transformada en una acróbata sexual. Fascinado, Jack disfrutó en plenitud su nueva realidad; sin embargo, fue generando una creciente curiosidad acerca de la intervención del chamán. Es así que, una vez más, pegó la oreja a la puerta del baño. Y entonces escuchó a Miranda repetir el nuevo mantra, ahora con renovada convicción: "Jack no es mi marido", "Jack no es mi marido"…

No sería de extrañar que – en el confuso contexto de la psicoterapia contemporánea – la exitosa terapia del Chamán pudiera capturar más de algún adepto. Sin embargo, aun cuando los resultados del chamán pudieran causarnos una comprensible envidia, no podemos limitarnos a imitarlo. En nuestra práctica clínica, las etiologías son más complejas, las intervenciones son más engorrosas y los éxitos son más esquivos. Es así que, el ir estableciendo qué funciona mejor, nos exige esfuerzo, estudio, reflexión, experiencia terapéutica; y una constante revisión de las evidencias. De las evidencias en predicción y cambio.

A la hora de las evidencias se ha documentado que incluso las plantas son capaces de intercambiar información. Es así como, en una investigación conducida por Stefano Mancuso (2016) – director del Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal de la Universidad de Florencia – se pusieron dos grupos de plantas separados y se "estresó" a uno de los grupos echándoles sal en la tierra. Las moléculas volátiles, lanzadas por el grupo "estresado", actuaron como un aviso para el otro grupo; un aviso en la línea de "ojo, cuidado, viene sal". El grupo "no estresado", a continuación, comenzó a cambiar su metabolismo para resistir a un suelo salino. Todo un intercambio de información al servicio de la supervivencia.

En humanos, el que la información puede ser predictiva de otras cogniciones, de afectos y/o de conductas, pareciera estar bien establecido. Por ejemplo, en una investigación de Kelley (1950) con estudiantes del mit. Antes de que el profesor invitado llegara, se entregó al "grupo A" – es decir, a la mitad de los alumnos – un bosquejo biográfico del profesor; el bosquejo contenía afirmaciones del tipo: "La gente que lo conoce lo considera una persona muy cálida, trabajadora, crítica, práctica y con determinación". Al "Grupo b" – es decir,, al resto del alumnado – se les entregó un bosquejo en el que predominaban afirmaciones del mismo tipo, con la excepción que se sostenía que se trataba de una persona "más bien fría". Resultados: los estudiantes que habían recibido la información de que el profesor era "muy cálido", participaron más en clase, y calificaron más positivamente al profesor invitado. En otras palabras, la información, es decir, las cogniciones, fueron predictivas de pensamientos, afectos y conductas de los estudiantes.

En fechas recientes se publicó una controvertida investigación que evalúa el rol de las cogniciones a un nivel sociocultural. El estudio fue dirigido por Adam Kramer y se publicó el 17 de junio de 2014 en la revista Proceedings, de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos. En el estudio, se trabajó con 689.003 usuarios de Facebook, sin que éstos lo autorizaran o supieran. El objetivo del estudio era investigar acerca de la influencia emocional que producía la manipulación intencional del contenido de las noticias. Es así que manipularon las publicaciones de los amigos, de modo que a un grupo le mostraban un 90% de noticias negativas y a otro un 90% de noticias positivas. El trabajo reveló que las emociones se extienden a través de la red… de modo que los mensajes negativos incitaban estados emocionales negativos y viceversa. El estudio avala el impacto emocional de la información y ha generado controversia por la falta de autorización de los intervinientes.

En la línea de la investigación predictiva en depresión, Alloy et al. (1999) realizaron un importante estudio con estudiantes de las Universidades de Temple y de Wisconsin. Trabajando con una muestra inicial de 5 mil estudiantes, el estudio se inició con una evaluación de la salud mental de los participantes (autorreportes y entrevistas); se descartó a los estudiantes que presentaban patologías, especialmente depresión. Se realizó también una evaluación genérica de las cogniciones negativas. De esta forma, se seleccionaron los 173 alumnos que presentaban puntajes más altos de cogniciones negativas; este grupo fue calificado de alto riesgo de caer en depresión en el futuro. Los 173 alumnos de puntajes más bajos, fueron calificados como el grupo de bajo riesgo. Un follow-up – de dos años y medio – mostró que un 17% de los alumnos de alto riesgo había presentado una severa depresión, mientras solo un 1% del grupo de bajo riesgo había presentado este desajuste.

No todos los depresivos se manejan de igual forma con sus cogniciones Se ha constatado que aquellos depresivos que rumian más – es decir, que giran en torno a pensamientos negativos, se concentran en preocupaciones y en sensaciones de sufrimiento – logran prolongar sus estados depresivos y también aumentar sus episodios de depresión (Nolen-Hoesema, 2000). La investigación constató que las mujeres depresivas tienden a rumiar más que los hombres depresivos; constató también que el desvío de atención ejerce un rol antidepresivo.

Investigando el rol de la atención selectiva, Ingram (1987) comprobó que los depresivos tienden a atender preferentemente lo negativo; esto concuerda con los planteamientos de Beck. Por otra parte, se ha constatado que las personas deprimidas y las no deprimidas – pero con baja autoestima – prestan atención preferente a los hechos negativos (Giesler et al., 1996). En un sentido etiológico, sin embargo, la atención selectiva a lo negativo no parece ser suficiente para generar depresión. En un estudio de O’Hara y Rehm (1979), se pidió a estudiantes que atendieran preferentemente a los eventos negativos; luego de un mes de seguir esta instrucción, los estudiantes no habían generado un mayor ánimo depresivo. Este hallazgo cuestiona lo señalado por Beck; y abre la posibilidad de que la atención selectiva sea una consecuencia y no una causa del ánimo depresivo.

El rol etiológico de los autojuicios tiende a estar mejor avalado que el de la atención selectiva. Velten (1968) verificó que la lectura de autojuicios negativos causaba afecto depresivo. Esta investigación fue replicada exitosamente por Teasdale y Bancroft (1977), y por Share y Lisman (1984). A contrario sensu, el autorrefuerzo, el autodecirse cosas positivas, solo logra un efecto transitorio; su efecto se va diluyendo si la persona no logra, además, refuerzos externos que lo corroboren (Baas, 1971).

El relevante rol de las estructuras cognitivas se puede constatar en el ya explicitado sesgo confirmatorio. Una vez que una persona alcanza una creencia, pasa a atender, atribuir y valorar, de un modo preferente, las "evidencias" que confirman esa creencia; en esta misma dirección, podríamos decir que el "allegiance effect" constituiría una expresión masiva de este mecanismo. En un clásico estudio con estudiantes universitarios, Peter Wason (1960) los llevó a "descubrir" la regla que regulaba una serie de números; encontró que, una vez que las personas creían haber descubierto una regla, pasaban a ser renuentes a buscar información que condujera a cuestionarla; y pasaban a subvalorar la información disconfirmatoria. De este modo, "nos resulta más fácil buscar evidencia confirmatoria de nuestras ideas que buscar evidencia que las refute" (Myers, 2001, p. 360). Una conclusión adicional no resulta arbitraria; si este sesgo confirmatorio opera con creencias recién adquiridas, con mucho mayor razón operará con estructuras cognitivas de larga data, arraigadas afectivamente en la personalidad.

No resulta fácil establecer el rol etiológico de las estructuras cognitivas; cada persona tiene su estilo idiosincrásico de generar estructuras, muchas operan en niveles no conscientes, y ninguna es "fabricable" para realizar una investigación puntual. En una investigación longitudinal de Rice (2004), se estudió a 84 estudiantes universitarios durante 15 semanas. Se encontró que el grupo más perfeccionista – más regido por la estructura cognitiva "tengo que hacerlo todo bien siempre" – se deprimía significativamente más. Esto mostraría que, el fijarse estándares altos y rígidos de autoexigencias, deja instalada una fábrica de fracasos que puede operar a través de toda la vida; la perfección rara vez se alcanza y nunca se supera.

Avalando el rol de las creencias irracionales, Albert Ellis ha señalado: "Cuando la gente meramente desea, prefiere o quiere alcanzar ciertas metas, tiende a sentirse triste… pero no deprimida cuando no las alcanza. Cuando consciente o inconscientemente se convencen que deberían o tienen que lograr el éxito, se construyen ellos mismos una depresión" (1987, p. 123). Esta hipótesis no fue corroborada por Brown y Beck en 1989. Esto, sin embargo, debe ser analizado con cierta cautela; dada la competencia existente entre el enfoque de Ellis y el de Beck, no sería de extrañar que, en este hallazgo, exista alguna participación del "allegiance effect".

El pesimismo se presenta muy ligado a la depresión y a las expectativas negativas. En una investigación realizada por Erik Giltay se hizo un follow-up a sujetos entre 65 y 85 años; desde 1991 a 2001. Todos fueron evaluados en escalas de optimismo/pesimismo. Durante el estudio, murieron 397 voluntarios. Los del cuartil más optimista tuvieron una tasa de mortalidad de 30,4%, en tanto que los del cuartil más pesimista tuvieron una tasa de mortalidad de un 56,5%. Hubo diferentes causas de muerte, aunque el 50% murió por problemas cardíacos. Así, por la vía de las expectativas, podemos proteger o perjudicar incluso nuestras opciones de vida. Este hallazgo de Giltay es consistente con estudios de Brown (2003), cuyos datos señalan que las personas de "pensamiento positivo" tienden a vivir más.

Recientemente Hilary Tindle (2009), informó de los resultados de una amplia y muy completa investigación sobre el rol del optimismo. A partir de 1994, se comenzó a evaluar las características y la evolución de 100 mil mujeres posmenopáusicas de más de 50 años de edad. Definiendo optimismo como "el esperar que pasen más cosas buenas que malas", encontraron que las mujeres optimistas mostraban más bajas tasas de muerte y que era un 30% menos probable que murieran de una enfermedad coronaria. A pesar de que el estudio fue longitudinal, Tindle se limita a mostrar las correlaciones correspondientes sin extraer conclusiones causales.

En un sentido genérico, el optimismo ha sido ligado a mejores logros académicos (Seligman, 1998), a mayor productividad laboral (Seligman y Schulman, 1986), a mayor satisfacción en las relaciones interpersonales (Fincham, 2000), a un enfrentamiento más efectivo de los estresores de la vida (Nolen-Hoeksema, 2000), a menor vulnerabilidad a la depresión (Abramson, Alloy et al., 2000), y a una mejor salud física (Peterson, 2000).

Las personas mayores que perciben que controlan los aspectos más importantes de sus vidas, tienden a vivir más (Krause y Shaw, 2001; Levy et al., 2002). Esto se relaciona con lo que realmente controlan, con lo que creen controlar, con el locus de control, y con el estilo atribucional de cada cual.

Como lo he señalado, la desesperanza aprendida involucra el que el sujeto o la persona llega a la creencia – correcta o no – de que no podrá controlar situaciones futuras de importancia. Seligman y Maier (1967) sometieron a perros a choques eléctricos dolorosos e inevitables; hicieran lo que hicieran, los perros igualmente recibían los choques. A poco andar, los perros desarrollaron desesperanza, la cual estaba caracterizada por tres tipos de déficit: déficit motivacional y conductual, los perros eran lentos al iniciar conductas, poco propensos a actuar; déficit emocional, se mostraban rígidos, apáticos, atemorizados y alterados; déficit cognitivo, los perros demostraron poca capacidad de aprendizaje en situaciones nuevas. Aunque se les puso en una situación en la que podían evitar el choque, no aprendieron a hacerlo (Maier y Seligman, 1976).

En esta perspectiva de desesperanza, se ha constatado que personas fuertemente deprimidas – que llegan a creer que su conducta no podrá arreglar las cosas – quedan muy propensas al suicidio (Traskman-Bendz y Alsen, 1997).

El desamparo aprendido muestra su contraparte "terapéutica", su "rewind", en la que podríamos denominar esperanza aprendida.

El psiquiatra Curt Richter (1957) trabajó con ratas domesticadas y con ratas salvajes. Las "domesticadas", eran ratas criadas en cautiverio, acostumbradas a convivir en grupos, y comparativamente más "pacíficas". Las "salvajes", eran ratas recién capturadas, más "individualistas", que se caracterizaban por su agresividad y ferocidad, desconfianza, y propensión a escapar.

Richter sumergía las ratas en un tanque cilíndrico con agua, en el cual eran llevadas a nadar hasta hundirse. El promedio de tiempo de supervivencia – para las ratas "domesticadas – era de 10 a 15 minutos con el agua a 70 °F, de 60 horas a 95 °F, y de 20 minutos a 105 °F. Los números eran diferentes para las ratas "salvajes": todas murieron antes de los 15 minutos de su inmersión en el tanque. ¿La explicación? Posibles derivados emocionales del percibirse aprisionadas.

Los resultados más relevantes, sin embargo, se produjeron tras una variante de la investigación. Si ratas "salvajes" eran rescatadas del agua, unas cuantas veces, en momentos cercanos a su muerte, luego nadaban incluso más que la ratas "domesticadas". "De esta forma las ratas aprendieron rápidamente que la situación no era realmente desesperanzada; de ahí en adelante se volvieron nuevamente agresivas, trataron de escapar, y no dieron señales de rendirse. Las ratas salvajes así condicionadas nadaron tanto o más que las domesticadas" (Richter, 1957, p. 196). Algunas lograron nadar hasta 80 horas… antes de hundirse definitivamente. En suma, habían adquirido "esperanza aprendida".

Por su parte Sandler y Quagliano (1964), informaron de monos que aprendieron a autoaplicarse un choque eléctrico suave para evitar uno fuerte posterior. Los investigadores fueron aumentando la intensidad del primer choque y disminuyendo a cero el segundo choque. Los monos siguieron automutilándose, sobre la base de la "creencia" en un segundo

choque que jamás llegaría. Uno de los monos llegó a autoadministrarse alrededor de 1900 choques en estas condiciones. En seres humanos, condiciones similares hicieron que algunas personas incluso aumentaran la intensidad del primer choque, como "haciendo méritos" para que no llegara el segundo (Stone y Hokanson, 1969).

Trabajando con asmáticos, Luparello et al. (1971) lograron producir ataques de asma en personas que creyeron erróneamente que estaban inhalando sustancias irritantes. Trabajando con pacientes alcohólicos, Marlatt et al. (1973) encontraron que el creer que estaban consumiendo "gin tonic" (cuando realmente solo consumían agua tónica sin gin), condujo a producir en esos pacientes síntomas de ebriedad.

Wolpe y Rowan (1989), sostienen que las primeras crisis de pánico no provienen de procesamientos cognitivos sino de otros factores desencadenantes. Sin embargo, informan que la evidencia existente es compatible con el hecho que las cogniciones pueden desencadenar crisis de pánico, como lo han sostenido Sanderson y Beck (1989). Esto avala la utilidad del manejo cognitivo en la prevención de futuras crisis de pánico.

El valor predictivo de las expectativas de autoeficacia fue constatado por Bandura (1977). Trabajó con pacientes fóbicos a las serpientes, que habían finalizado un programa terapéutico de modeling participante. Se trataba de predecir la conducta futura de esos pacientes en relación a las serpientes. Si la predicción se establecía sobre la base de la conducta pasada con las víboras, la precisión predictiva era de un 72%. Si la predicción se establecía sobre la base de las expectativas de autoeficacia de los propios pacientes, la precisión predictiva era de un 79%. De este modo, una predicción basada en un informe verbal cognitivo, superaba en precisión a una predicción basada en un despliegue conductual.

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