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Capítulo 1
Los idiomas y su dificultad

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Lenguas puente

Se calcula que en el mundo existen aproximadamente unas 3000 lenguas, además de un impreciso número de dialectos. De otras muchas ya se ha perdido todo rastro, si bien de bastantes se han conservado documentos importantes que nos han permitido reconstruir su gramática y su fonética, como es el caso del hebreo bíblico, el latín, el griego, antiguos idiomas nórdicos o el antiguo eslavo. Algunas de estas lenguas han desarrollado en el pasado – o desarrollan todavía en el presente— el papel de lenguas puente o lenguas internacionales, es decir, lenguas que son habladas por diferentes pueblos que normalmente se expresan en su propia lengua local, pero que utilizan esas otras lenguas cuando se comunican con personas que no hablan su mismo idioma.

Cambios en el tiempo y en el espacio

Quien haya viajado mucho se habrá dado cuenta de que estas lenguas puente cambian en el tiempo y en el espacio: en efecto, lenguas que en otros tiempos eran tenidas por imprescindibles para hacerse entender han sido sustituidas por otras, de la misma forma que también lo serán estas cuando en el futuro la situación geopolítica, socioeconómica y cultural de las diferentes áreas del mundo cambie.

En Europa, por ejemplo, se daba por supuesto que se debía conocer, según las recíprocas zonas de influencia, francés, español, holandés o portugués por el papel internacional que sus respectivos países desarrollaron durante los siglos XVI y XVII desde el punto de vista económico, político y militar. Durante tres siglos el italiano cumplió el papel de lengua de las artes, de la música, de la literatura, de las ciencias y de las finanzas. Posteriormente, estas funciones recayeron en el francés, el inglés, el alemán y el ruso, para volver, después, nuevamente al español, al inglés y también al japonés, sin olvidar el papel que juega hoy en día el chino. Por lo tanto, épocas y áreas diferentes han utilizado lenguas puente también diferentes.

Este breve preámbulo debería servir para ayudarnos a comprender que no existe una única lengua puente, capaz de sustituir a todas las demás, sino que esta función ha sido cumplida por muchas lenguas en sus propias áreas de influencia: quienes se relacionan con Japón, que hoy día es una de las grandes potencias económicas del mundo, tendrán, necesariamente, que aprender japonés, porque el nivel de conocimiento de inglés en aquel lejano país es más bien escaso, sencillamente porque sus ciudadanos, de cultura muy nipocéntrica, no sienten la necesidad de aprenderlo.

Igualmente, si se quiere trabajar en América Central y del Sur será indispensable estudiar español o portugués, que son los idiomas hablados en los países que forman estas áreas geográficas. En cambio, si se quiere operar en Rusia o en Alemania, donde el estudio de lenguas puente como el inglés o el francés está muy difundido entre la población, será necesario aprender – si se conoce ya alguno de esos dos idiomas— la lengua local, que para mucha gente sigue siendo la única lengua hablada.

Se calcula que, debido a la fuerte tasa de crecimiento de las poblaciones de origen hispánico, dentro de 25 o 30 años el número de personas que hablarán en inglés en Estados Unidos será inferior al número de las que lo harán en español, hoy ya la segunda lengua más hablada del país.

Futuro multilingüe

Resulta ya evidente, por otras razones, que hoy día no es suficiente limitarse a hablar únicamente la lengua propia: el futuro del planeta, siempre que no se produzca una decisión política internacional que impulse la utilización de un único idioma auxiliar neutral para la comunicación entre los diferentes pueblos, será necesariamente multilingüe, como lo ha sido hasta hoy día. Quien nazca hoy deberá ser, cuando alcance la mayoría de edad, al menos trilingüe para poder tener alguna oportunidad de trabajar. En un futuro mercado globalizado las nuevas generaciones deberán saber comunicarse con soltura en varios idiomas.

¿Lenguas diferentes, estructuras diferentes?

Las lenguas vivas que existen se caracterizan por tener algunos elementos comunes que, en el fondo, las hacen ser similares y algunos otros que las diferencian – a veces hasta el punto de hacer casi imposible la traducción de una lengua a otra.


Elementos comunes


El primer elemento común es, naturalmente, el hablante: las personas. A pesar de todas las diferencias raciales, históricas y culturales entre los diversos pueblos, los ciudadanos de hoy comparten con todos sus semejantes, en cualquier parte del mundo, la misma capacidad sensorial y cognitiva (es decir, todos tienen los mismos mecanismos para percibir la realidad y para pensarla); en segundo lugar, también en todo el mundo tienen idénticas necesidades fundamentales: desde África a Asia, desde Europa a América u Oceanía los seres humanos deben alimentarse, defenderse de la intemperie con ropas y construcciones, interactuar con el medio exterior del que dependen y conservarlo, además de procrear, educar a sus hijos y vivir en sociedades estructuradas. Todo ello comporta un conjunto de referencias culturales y bases semejantes, también comunes a todos, que se expresan, no obstante, en una miríada de variantes condicionadas por la historia, la cultura y el entorno de cada pueblo. Se trata de un aspecto de fundamental importancia para el aprendizaje de las lenguas, dado que ninguna puede ser aprendida sin tener, al menos, un cierto conocimiento del pueblo que la habla.


Lengua y cultura


La lengua está estrechamente vinculada a la cultura del pueblo, por ello, si no se quiere caer en errores garrafales de comprensión, debemos pensar siempre en esa lengua desde la óptica de aquel pueblo. Esto tiene especial relevancia cuando nos enfrentamos a lenguas de pueblos de culturas muy alejadas de la nuestra: las diferencias culturales pueden ser tan enormes que pueden llegar a hacer casi imposible la comprensión recíproca, como se puede deducir de algunos sencillos ejemplos.

Imaginémonos que entramos en contacto con esquimales que viven de una forma tradicional, es decir, que no conocen la televisión ni nuestras casas y que no han visto nunca nuestras ciudades. Cómo podríamos traducir a su lengua: «La dueña de la casa no quiere que el perro suba al sofá del salón». A nuestro interlocutor le faltarían las referencias culturales para entender aspectos comunes para nosotros. ¿Qué es la casa? ¿por qué la mujer es la dueña? ¿qué son el sofá y el salón? ¿por qué juega con el perro, en lugar de hacerlo tirar del trineo y comérselo? Está claro que, en este caso, no debemos hacer sólo una traducción de palabras, sino lo que se llama una transcodificación cultural, es decir, un cambio de una cultura a otra. Así, quizá podríamos decir: «La mujer juega en el iglú sobre unas pieles con un cachorro de foca». Recuerdo también como muy interesante, por sorprendente, el caso de la señora japonesa a la que le intentaba explicar el concepto de las obras falsas en la pintura: recuerdo que, para llegar por analogía al centro de la cuestión, quise ponerle como ejemplo el caso del falsificador Andrea, que copiaba los cuadros de Canaletto y decía que se trataba de auténticas obras de este. La señora me respondía: «¡No, no eran de Canaletto, eran cuadros de Andrea!». Era inútil querer convencerla de que los cuadros pudieran ser falsos Canaletto… porque para ella eran cuadros de Andrea y punto. Para ella Canaletto no existía en esa cuestión.

Se trata de un problema que no se da solamente en las relaciones con culturas muy diferentes a la nuestra. En efecto, en la era de los ordenadores nos los encontramos también cuando queremos utilizar las herramientas de traducción automática que estos nos ofrecen – interactuando con una máquina que utiliza una lengua (el lenguaje de la máquina) completamente diferente al nuestro, y que no puede utilizar una lengua humana—. Sirva de ejemplo el caso de la traducción automática de una conocida frase de una lengua a otra más lejana, y después, de nuevo, de esta a la primera: «El espíritu es fuerte pero la carne es débil», que traducida por el ordenador, después del paso por dos lenguas muy diferentes, queda como «Güisqui hay, pero la carne está poco cocida». Es sólo un ejemplo, pero podríamos poner muchos más.


Lengua y entorno


Esto no quiere decir que no sea posible estudiar o aprender con éxito uno o más idiomas extranjeros, incluso muy alejados del nuestro: el secreto está en vincular siempre la lengua con el entorno en el que se habla. La lengua no es un código vacío que se aprende de memoria, sino una entidad viva, cuya alma es la misma vida del pueblo y de las personas que la hablan. Sólo conociendo a ese pueblo a través de su historia y de su cultura podremos adentrarnos en el espíritu de su lengua, convirtiéndonos no sólo en usuarios ocasionales, sino en personas que hacen propia aquella lengua desde todos los puntos de vista. En el fondo, para aprender realmente una lengua lo que se necesita es aprender antes a sentirse ligado afectivamente y emotivamente a ella, como lo saben bien aquellos que, conociendo bien una lengua extranjera, se transforman psicológicamente cuando la hablan, entran por completo en su mundo e incluso cambian, inconscientemente, hasta los rasgos de su cara, el modo de comportarse y, a veces, hasta el de vestirse.

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