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Capítulo 2
Los cinco grandes enemigos
No tengo facilidad para aprender idiomas

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¿Cuántas veces hemos oído esta frase en personas que, de esta manera, se cerraban el acceso al aprendizaje de una lengua extranjera? Planteémonos qué significa tener facilidad para aprender idiomas: ¿quizá estar en condiciones de aprenderlo sin esfuerzo, como si estuviéramos jugando? Puedo garantizar que eso no es así: no hay nadie que aprenda un idioma con facilidad y sin esfuerzo, como si estuviera haciendo un pasatiempo. Hasta las personas más dotadas deben realizar un gran esfuerzo y trabajar duro. Se han realizado muchos estudios sobre personas «que tienen facilidad para las lenguas» y se ha concluido que, al margen de casos rarísimos, la mayoría de ellas lograba sus objetivos no por tener unas determinadas dotes naturales o una clara superioridad lingüística, sino porque habían superado el peso de los cinco enemigos reptantes y habían aplicado métodos semejantes al que aplicamos en este libro.

Analicemos juntos las causas del primer gran enemigo, y veamos cómo derrotarlo de una vez por todas.


Falta de confianza en uno mismo


La falta de confianza en la capacidad propia para aprender una lengua extranjera se debe siempre a causas que están vinculadas a nuestra propia experiencia. La primera es la del aprendizaje de nuestra propia lengua.

Muchas personas han tenido una difícil relación, desde los primeros años de su vida, con su propio idioma, en especial en tres ámbitos diferentes: la familia, la escuela y los amigos.


Exposición a la lengua


Como veremos a continuación, el aprendizaje de una lengua va unido a diferentes factores, el primero de los cuales es la llamada exposición a la lengua. Los niños aprenden muy rápido no sólo porque entren en juego mecanismos ligados a las fases de desarrollo que atraviesan, sino porque su nivel de exposición a la lengua es altísimo: en cada momento del día, desde que se despiertan, los niños están en relación con adultos que intentan interactuar con ellos lingüísticamente, hablándoles, jugando con ellos, ayudándoles a captar cada vez mejor el mundo que les rodea. Se calcula que en tres años los niños se ven expuestos a la lengua materna – gracias a la interacción con los adultos— un periodo que es hasta treinta y cinco veces superior a la exposición de un adulto que realiza cursos de lengua de 60 horas al año durante tres años. Eso equivale a que un adulto estuviera haciendo cursos de lengua de 60 horas al año durante cien años. En el caso de una familia en la que la exposición a la lengua no sea, por diferentes motivos, tan elevada, los niños pueden tener graves problemas en la utilización del lenguaje, aunque eso no ocurre necesariamente en todos los casos.

Entre los adultos es muy diferente la situación de una persona que estudia un idioma extranjero en su propio país a la de quien llega de otro país y debe aprender la lengua del que le recibe. Como es bien sabido, en este caso, dado que la exposición a la lengua es notablemente superior, los tiempos de aprendizaje se reducen de forma considerable.


La importancia de la participación de los sentidos

EL NIÑO SALVAJE DE AVEYRON

Veamos el caso estudiado por el doctor Jean Itard (y llevado al cine por Truffaut). Un muchacho creció como un animal salvaje, abandonado por su familia, en el bosque de Aveyron, en las afueras de Saint-Sernin, en la región sur central de Francia. Cuando fue encontrado en 1798 tenía dificultades para caminar erguido, corría a cuatro patas como un lobo y no sabía hablar, pero reaccionaba de inmediato ante el sonido de las ramas al quebrarse o ante el ladrido de los perros. No habiendo estado expuesto al lenguaje humano (salvo, quizá, en los primeros años de su vida, antes de que fallecieran sus padres o fuera abandonado) no lo conocía y no estuvo en condiciones de aprenderlo ni siquiera después. Sólo mediante el aprendizaje de la lengua de signos pudo, por fin, comunicarse con el mundo civilizado. El trabajo de Jean Itard fue de capital importancia. Gracias a sus escritos sobre este caso podemos comprender la enorme importancia de la participación de nuestros sentidos en la experiencia, en la comprensión y en la descripción del mundo: «Una conexión íntima, monseñor, une al hombre físico con el hombre intelectual; quizá sus reinos respectivos están y aparecen como muy diferentes, pero existe una zona en la que los dos órdenes de funciones se aproximan y se confunden. Su desarrollo es simultáneo y su influencia recíproca. Incluso cuando limitaba mis esfuerzos para ejercitar los sentidos de nuestro salvaje, su mente recibía una parte de los tratamientos dirigidos a la educación de los órganos y se desarrollaba con la misma progresión. Adiestrando los sentidos para percibir y distinguir los objetos, obligaba a que su atención se fijase en ellos, al discernimiento a compararlos y a la memoria a recordarlos. Nada era indiferente en este ejercicio; todo hacía participar a la mente; todo ponía en juego las facultades del intelecto y lo preparaba para el gran reto de comunicar las ideas»[1].

Ha sido, precisamente, estudiando el trabajo de Itard como he desarrollado la elaboración del sistema de memorización basado en la memoria sensorial expuesto en mi libro sobre la memoria.


Dificultades psicológicas en la familia


Un segundo motivo está ligado a las dificultades psicológicas del niño, en especial aquellas debidas a graves conflictos en la familia. El deseo frustrado de comunicar puede transformarse en un comportamiento autista que acaba cerrando toda relación con el exterior y el aprendizaje del uso del lenguaje.

Resultados similares, aunque provocados por una situación absolutamente diferente, se obtienen en un ambiente familiar plurilingüe. Cuando no existe para el niño suficiente motivación para desarrollar el aprendizaje de la lengua extranjera de uno de sus progenitores, puede producirse una negativa en el aprendizaje de esta lengua, que se arrastrará incluso después. Con frecuencia, en estos casos, permanece alguna forma de conciencia pasiva de la lengua aprendida, pero con escasos descubrimientos en la fase de la producción activa: en la práctica, la persona estará en condiciones de entender la lengua extrajera, pero no de hablarla, por lo menos como se esperaría de una lengua madre.


Dificultades psicológicas en la escuela


El segundo entorno del niño es el de la escuela: cuando el niño comienza a estudiar una lengua extranjera en la escuela se pasa, en general, de una fase de euforia inicial («Estoy aprendiendo inglés»), seguida de un periodo de discreto progreso, a una fase de punto muerto y, finalmente, a otra de desilusión que lleva al niño a pensar que no está a la altura, que la lengua es demasiado difícil o que el esfuerzo no vale la pena. ¿Por qué? Aquí entran en juego los pecados de nuestro sistema escolar: los tiempos, la metodología o la preparación de algunos docentes no están, en ocasiones, a la altura requerida, lo que, en ocasiones, lleva a provocar daños duraderos en la autoestima del niño. Muchos profesores se lamentan – y con razón— de que las horas lectivas dedicadas a los idiomas son escasas y los medios disponibles, limitados. Es también verdad que debe resultar difícil enseñar una lengua extranjera a profesores que no son ni siquiera capaces de hablarla.

Normalmente, los malos resultados escolares se deben a los siguientes motivos:


Métodos inadecuados de enseñanza.


Nivel insuficiente del profesor.


Problemas de relación entre profesor y alumno.


Poco tiempo dedicado y pocas oportunidades de practicar la lengua.


Falta de motivación para aprender una lengua extranjera.

Dificultades psicológicas con los amigos


También el círculo más cercano de amigos juega un papel muy importante: pensemos en las penalidades a que someten algunos amigos y conocidos a aquellos niños que tartamudean, a aquellos que tienen dificultades para leer o a los que hablan de un modo incorrecto porque han sido influidos por algún dialecto o habla local. Todavía más se produce esa presión cuando se trata de hablar una lengua extranjera. En este caso, se forman en clase grupos de niños más preparados (por ejemplo, porque le lengua la estudian en otro centro o porque la hablan en casa) y otros que son puestos en ridículo cuando intentan decir alguna cosa. El problema es, hoy día, especialmente grave, por la presencia en las aulas de numerosos niños de origen extranjero que no conocen bien la lengua de la mayoría.

De todo lo que llevamos dicho se deduce que son muchos los factores psicológicos que pueden influir, durante la infancia, en la autoestima de aquella persona que no se siente con capacidad para aprender una lengua extranjera. Hablamos, no obstante, de factores que no están vinculados a la capacidad efectiva de esa persona, sino quizá a alguna experiencia que ha creado en él este falso convencimiento. Nadie es incapaz para aprender lenguas extranjeras; todos, en mayor o menor medida, pueden aprender una nueva lengua.

1

Jean Itard: Il ragazzo selvaggio, Anabasi, Milán, 1995. (Trad. esp.: Víctor de l’Aveyron, Alianza Editorial, 1995).

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