Читать книгу El frágil aleteo de la inocencia - Rosa Castilla Díaz-Maroto - Страница 11

CAPÍTULO 8

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Después de hablar a primera hora de la mañana con los míos y de tomar un delicioso desayuno… me apresuro a disfrutar de la mañana del domingo. Hace un día estupendo, no hace mucho calor lo que voy a agradecer ya que voy a tener que andar bastante. Una chaqueta finita de punto me vendrá bien.

Ando bien de ánimo. Me siento como una niña pequeña con zapatos nuevos, deseosa de descubrir con mis propios ojos todo aquello que tantas veces he visto en los programas de televisión sobre las experiencias de otros españoles en esta ciudad y de conocidos que han tenido la suerte de poder viajar hasta aquí en sus merecidas vacaciones.

Encantada, me paso el día caminando por la ciudad.

Ha sido un día estupendo, soleado y alegre.

Exhausta, suelto el bolso, la chaqueta y la cámara fotográfica sobre el sofá. Me acerco al mueble bar a coger una botella de agua mineral y un vaso. Estoy sedienta y cansada.

Son las siete menos cuarto de la tarde.

Me preparo una merecida ducha. Pienso que me sentará genial quitarme de encima el cansancio. Rememoro cada instante que he pasado visitando, observando y fotografiando todo aquello que despertaba mi curiosa mirada. Me sentía bien observando a aquellas familias, parejas, grupos de amigos, solitarios y solitarias disfrutando de una buena lectura a la sombra de un árbol o escuchando música o simplemente observando a los demás… ¡al menos no era yo la única que observaba! Se respiraba tranquilidad y despreocupación por todas partes, hasta yo me he sentido como en casa. Grandes y pequeños disfrutaban de los titiriteros, malabaristas y estáticas figuras que al acercarte cobraban vida, asustando algunas veces y otras veces haciendo reír a inocentes y curiosos niños. Todo esto me ha recordado a los largos paseos que dábamos Carlos y yo por El Retiro. Las mismas escenas en escenarios diferentes.

Conmovedor.

Aún siendo de diferentes culturas… no somos tan diferentes.

Después de la reconfortante ducha me siento ante el portátil y conecto Skype por si acaso se le ocurre a alguien conectarse y charlar unos minutos. Saco la tarjeta SD de la cámara fotográfica, la inserto en la ranura del portátil y comienzo a cargar las fotografías. Preparo la presentación. Ciento setenta y tres imágenes recopiladas. ¡No están nada mal! La luz era estupenda.

He conseguido captar con muchas de las fotografías momentos entrañables e increíbles: a niños con cara de sorpresa o de susto al ver como se movían las diferentes figuras estáticas, o correteando tras sus padres, o comiendo un perrito caliente entre sus dos pequeñas manos por las que resbala la salsa, o con la nariz untada de kétchup… o… como acaba la hamburguesa de un inocente pequeño en la boca de un perro con más hambre que el propio niño. También son buenas las fotos que he hecho a un pequeño grupo de adolescentes haciendo piruetas y arriesgados saltos con los patinetes y patines aunque… a algunos transeúntes les hacía poca gracia el verse casi atropellados por ellos. Su falta de control y la falta de percepción ante el peligro que causaban irritaba a más de uno.

Después de revisar y borrar las fotos defectuosas decido bajar al restaurante a cenar. Ya voy tarde, espero que a Gaizka no se le ocurra dejarme sin cenar. Tengo que hacer un esfuerzo y adaptarme a los horarios de comidas o me tocará comer o cenar más de una vez comida rápida.

Amanece el lunes, 13 de mayo.

Tengo curiosidad por conocer el lugar donde voy a vivir. Estoy preparada media hora antes de la hora concretada con Anne. Puntual como nadie, Anne, me espera en el hall del hotel.

—Buenos días, Anne. Me dirijo a ella por su nombre, pienso que como voy a pasar mucho tiempo con ella, prefiero sentirme a gusto y que ella también lo esté.

—Buenos días, señorita Álvarez. Bryan nos espera en el coche.

Caminamos la una junto a la otra hacia el vehículo que está estacionado justo ante la puerta del hotel.

—Perfecto, Anne —hago una pausa—, preferiría que nos tuteásemos por favor, me hace sentir más cómoda.

—No debo… pero si así te sientes más cómoda… por mí no hay inconveniente —me guiña un ojo a la vez que sonríe.

Bryan, al ver que salimos del hotel abre la puerta del coche y al llegar junto a él me recibe con una sonrisa.

—Buenos días, señorita Álvarez —hace un gesto con la cabeza.

—Bryan, por favor. Te agradecería que me llamaras por mi nombre.

—Sí, señorita Marian.

—¡Por favor, dejar de llamarme también señorita! —es imposible con ellos.

—¡Está bien! —contestan los dos al unísono.

Bryan se pone en marcha en cuanto ve que ya estamos acomodadas en nuestros asientos. Anne gira su cuerpo hacia su izquierda para mirarme y a su vez yo hago lo mismo pero hacia mi derecha.

—Tengo entendido que estuvo ayer visitando algunos de los monumentos más emblemáticos de la ciudad.

—Sí —digo con entusiasmo—. Pasé un día estupendo. El señor Carson me llamó nada más y nada menos que en seis ocasiones para saber cómo me iba el día —le confieso con extrañeza.

—¿Es algo que te extraña? Lo noto en tu respuesta —dice muy seria.

—Pues sí. No estoy acostumbrada a que estén tan pendientes de mí —pongo cara de fastidio.

—Permíteme —dice riendo—, es algo a lo que debes acostumbrarte.

—¿Qué es lo que tiene tanta gracia, Anne?

—Si me lo permites… la cara que has puesto.

—¿Cómo? —la miro con cara de no entender nada.

—Bien, entiendo que… según referencias que el señor Carson me ha facilitado sobre ti y siguiendo tu recomendación de que te tutee… te voy a ser franca: me ha puesto al día sobre las costumbres de tu país y en concreto sobre las tuyas, para de alguna manera facilitarnos a las dos tu adaptación. El señor Carson en todo momento está informado de tu situación tanto si estás en el hotel, como haciendo turismo por la ciudad o en este caso de camino a tu apartamento. Es normal que esté tan pendiente de ti ya que no conoces la ciudad. No creas que has estado sola cómo crees, varias personas de seguridad te han estado siguiendo. El señor Carson… te llamó para cerciorarse de que te encontrabas bien y de que de verdad estabas disfrutando de tu paseo por la ciudad. No sé si sabrás que referente a lo que le importa… prefiere enterarse por sí mismo.

La miro asombrada sin saber que decir. Me he quedado anonadada al saber que varias personas estaban velando por mi seguridad, pero… ¿quién soy yo para que tenga que ir con guardaespaldas? ¡Esto es delirante!… En mi vida me he visto en una situación así. Ahora mismo estoy que hecho humo por las orejas. Tomo aire, respiro profundamente y…

—Creo que no es necesario tomar tales medidas de seguridad conmigo —digo ceñuda.

Anne me mira con cara de resignación mientras aprieta sus labios intentado reprimir algo que parece ser… no prudente decir por su parte.

—Anne contéstame, por favor. ¿Han tomado alguna vez estas medidas tan desproporcionadas con otras personas en circunstancias similares a la mía?

Sonríe a la vez que piensa unos segundos su respuesta.

—No.

—¡¿No?! Rotundamente… ¿no? —me extraña.

—Exacto.

—Y…—trato de pensar pero no se me ocurre otra cosa que preguntar qué… ¿por qué?

Anne mira de repente a Bryan y veo como este le devuelve la mirada a Anne a través del retrovisor con gesto serio.

Entiendo por la expresión de la cara de Anne que no puede hablar delante de Bryan.

—Bien…—cierro los ojos y los vuelvo a abrir consternada y algo mosqueada. Será que debe de ser así… No pregunto más para que Anne no se vea comprometida por mi incisiva curiosidad—. Estoy sola y el señor Carson solo quiere velar por mi tranquilidad.

—Eso es, Marian. Cuanto antes lo aceptes… mejor.

Me coloco bien en el asiento y vuelvo la cabeza hacia la ventanilla del coche zanjando así la conversación. Observo el resto del trayecto sin volver a pronunciar palabra recordando la conversación con Anne y cabreada por sentirme espiada.

Bryan abre con un mando a distancia el portón del garaje de un edificio de apartamentos y aparca el coche en la plaza nº 22. Anne desabrocha su cinturón de seguridad y baja del vehículo. Después, tras cerrar la puerta, decido hacer lo mismo; desabrocho con parsimonia mi cinturón y bajo del vehículo. Anne me espera a dos metros, llego a su altura, está seria y algo molesta. Comienza a andar hasta uno de los dos ascensores del edificio, yo la sigo sin mediar palabra. Parece que hay algo que le ha molestado por parte de Bryan en ese cruce de miradas silenciosas que solo ellos pueden entender.

Entramos en el ascensor y pulsa el botón del ático.

Al llegar se abren las puertas y salimos a un pasillo.

Este es largo y tiene el suelo enmoquetado en color chocolate. Las paredes están pintadas en liso en un color blanco roto. Todo el pasillo está iluminado con luces led situadas en el techo. Los dos ascensores quedan justo en medio del largo pasillo.

—Esta es la última planta. Como puedes comprobar el edificio es muy largo pero con poca altura, solo cuatro plantas. Esta dispone de cuatro grandes áticos. El tuyo es el ático 1ª, está a nuestra derecha hacia el final del pasillo.

Anne camina hacia el ático y yo la sigo sin pronunciar palabra.

Se ve que el edificio está bien cuidado y limpio. Me pregunto qué tal serán mis nuevos vecinos. Observo una cámara de vigilancia en el pasillo, enfocando la entrada a los áticos. En cuanto a la pregunta que me estaba haciendo a mí misma… espero caerles bien a mis vecinos.

Tras haber avanzado unos metros por el pasillo llegamos a la puerta del ático 1ª. La puerta es de madera lacada en el mismo color que las paredes y con una cerradura bastante rara; nunca había visto algo parecido. Mete una llave plana con una especie de chip en su punta. Escucho un extraño ruido metálico e inmediatamente la puerta se abre. Anne entra en la vivienda mientras observo que justo detrás de mí hay otra puerta; el ático 2ª. Me invita a entrar en mi nuevo apartamento.

Intrigada, cruzo el umbral de mi nuevo hogar.

Me sorprende ver que no hay una entrada previa a la vivienda a modo de hall y que directamente entramos al salón. Un enorme y luminoso salón. ¡Vaya!, me quedo literalmente con la boca abierta al ver sus dimensiones. Dos ventanales enormes de cristal y entre estos una puerta de dos hojas se encuentra frente a mí, al fondo del gran salón. El suelo es de madera de castaño envejecido y las paredes son de color blanco al igual que la carpintería de la vivienda. Los techos son altos. Delante de los ventanales hay dos sofás de color hueso, uno frente al otro y en el medio una moderna mesa de cristal con un soporte de diseño en acero. Observo que el mobiliario es nuevo, sin estrenar. Son los únicos muebles que hay en el salón.

Miro hacia mi izquierda y ahí está la típica cocina americana. Muebles de moderno diseño en color gris grafito, con isla y barra con cuatro taburetes en acero y asiento en piel. Sobre la barra y sujetas al techo, tres vitrinas de cristal.

A mi derecha un largo pasillo.

—Esto es demasiado —digo asombrada—. Es muy grande.

—No te lo esperabas ¿verdad? —me mira con una sonrisa.

Me encojo de hombros.

—No me esperaba algo así. Yo… pensaba que iba a vivir en un apartamento más pequeño y modesto. Es demasiado lujoso para mí.

—Todavía no has visto el resto. —Parece divertirse con mi reacción.

Me acerco despacio hacia uno de los ventanales del salón y al llegar… una gran terraza se abre ante mí con todo el mobiliario necesario para disfrutar de ella, hasta una barbacoa, todo ello de moderno diseño; ideal para dar fiestas.

—¡Madre mía, esto es demasiado! Si lo viera mi amiga Andrea alucinaría —digo en voz alta olvidando que Anne me escucha.

—¿Cómo?

Me doy la vuelta y miro a Anne que me observa sonriente ante mi descuidado comentario.

—Es más de lo que podía imaginar —no encuentro las palabras adecuadas para expresar lo que siento—esto… es un sueño. Es demasiado.

—Queda por ver el resto de la casa.

Anne se dirige por el pasillo y yo la sigo.

—El apartamento cuenta con dos dormitorios tipo suite con vestidor, un despacho y un aseo —me informa.

Los dormitorios están amueblados con mobiliario de diseño minimalista al igual que los baños.

El despacho dispone de mesa y sillón de diseño más dos grandes estanterías para libros en dos de las paredes.

Anne, entusiasmada, me enseña los armarios del pasillo donde están escrupulosamente ordenadas: toallas, sábanas y todo aquello que se puede necesitar para vestir los dormitorios y los baños.

A la cocina tampoco le falta detalle. Solo hay que llenar la nevera y de eso me voy a ocupar yo.

—Anne, como me temía… no hay lavadora en la cocina.

—No, el edificio dispone en el sótano de un cuarto de lavado con lavadoras y secadoras. Una asistenta de confianza se hará cargo de la limpieza diaria del apartamento, la colada y si fuese necesario, cocinaría para ti si así lo quisieras.

—Ya —no me gusta la idea de que haya una persona ocupándose de mi colada, eso está por ver.

Anne amablemente me ayuda a hacer una lista de las cosas que necesito mientras nos sentamos en los taburetes de la cocina.

—Todavía faltan algunos detalles y mejoras en el apartamento. No podrás instalarte hasta el próximo lunes o martes. No te preocupes, para entonces estará todo perfecto. Si no te importa me haré cargo de todas las cosas de la lista que hemos hecho.

—Pero… ¿qué mejoras hay que hacer? Todo está perfecto —pregunto asombrada.

—Sistema de seguridad, muebles, decoración en general.

—No es necesario —me molesta de nuevo el tema de mi seguridad, van a hacer que me vuelva paranoica e insegura. Y más muebles… yo no necesito más muebles, no es necesario.

—Hay un diseñador que se está ocupando de decorar el apartamento. Lo dejará perfecto.

—No lo dudo pero… sigo pensando que es demasiado.

—Déjate mimar, mujer… y ahora vamos a conocer al conserje del edificio y a recorrer el barrio a pie para que lo conozcas. Además, haremos el recorrido hasta el edificio Carson & Carson.

—Me parece bien.

Anne es un cielo, es muy dispuesta. No deja de animarme a cada momento. Ella también tuvo que abandonar San Francisco, su tierra natal para buscarse la vida en Washington y casualmente entre los múltiples trabajos que ejerció… conoció al señor Carson. Fue en una convención donde ella hacía de traductora para una delegación árabe. Ella misma tiene sangre árabe, sus abuelos maternos eran inmigrantes, en concreto de Arabia Saudita. Anne y yo hacemos buenas migas, algunas veces su exceso de seriedad y saber estar me confunde, contrasta con su energía y ganas de disfrutar con su trabajo, con todo lo que hace e incluso parece que disfruta de mi compañía.

Caminamos por los alrededores del edificio de apartamentos, no encontramos tiendas o restaurantes cercanos, se trata de una zona residencial, pero eso sí, hay varios hoteles en la zona.

Después de hacer el recorrido en coche hasta el edificio Carson & Carson nos fuimos los tres a comer. Bryan no accedía ni por activa ni por pasiva a comer con nosotras. Después de amenazarle y chantajearle con que le contaríamos al señor Carson que no había cumplido correctamente con sus funciones y después de ponerme farruca… conseguimos que accediera a comer con nosotras. Es duro de mollera. No está en sus funciones comer con las personas que ha de transportar, no mezcla el placer con el trabajo. Eso le ha costado durante la comida alguna que otra incomodidad y repentinos sudores que le han hecho pasar algún que otro mal rato. Pero al final, durante el café… se ha relajado y nos ha hablado de su tierra, Aguadulce, de sus costumbres y de su gente.

El frágil aleteo de la inocencia

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