Читать книгу El frágil aleteo de la inocencia - Rosa Castilla Díaz-Maroto - Страница 18
ОглавлениеCAPÍTULO 15
Luz, mucha luz.
La luz del sol ilumina la habitación. Justo frente a mí, al fondo de la habitación, hay dos puertas grandes con dos hojas acristaladas, unos vaporosos visillos de color crudo las cubren dejando pasar la brillante e intensa luz del sol.
Una cama con dosel, un precioso tocador con espejo y delante una silla con reposabrazos tapizada con un tejido oriental en tonos suaves. Un baúl muy antiguo a los pies de la cama. Junto a las puertas acristaladas que dan al exterior, un confortable sillón con reposapiés, tapizado también con un tejido parecido a la silla que está junto al tocador. Una cómoda con enormes cajones y un armario con motivos orientales completan el mobiliario. Todo ello en madera de nogal americano excepto el armario, la silla y la cómoda que se limitan a imitar el color y cuya madera no soy capaz de reconocer.
La cama resulta muy confortable y grande. Está vestida con unos tejidos que a la vista parecen ser suaves y agradables e incluso su colorido, que pese a ser también de estilo oriental, no da sensación de recargado. Mullidos cojines la completan, dan ganas de tirarte en ella en plancha.
—¿Te gusta? —me pregunta con cierto recelo.
—Es preciosa —vuelvo la cabeza hacia ella, —gracias.
—Espero que te encuentres cómoda en ella —me dice con timidez.
—Claro que sí.
—Aquella puerta —me indica a mi derecha. —es el baño.
—Perfecto.
—¿Querrás refrescarte un poco?
—Seguro jovencita, pero primero tomarán una limonada bien fresquita que ha preparado tu madre. Nos esperan en el porche —la voz de Antonio suena a nuestras espaldas— ¿Dónde dejo el equipaje?
—Por favor, no se preocupe… ya lo dejo yo. Muchas gracias.
Me da tanto apuro que el hombre me suba el equipaje…
—Señorita, no hay de qué. Estamos para esto.
Sé que es su trabajo pero…
Antonio es un hombre de constitución media, entrado en algunos kilos de más. Ojos redondos y pequeños de color negro, nariz pequeña pero ancha. Un abundante bigote puebla su labio superior, debe de tener unos cincuenta y tres años pero, pese a esa edad, no tiene prácticamente canas. Se le ve un hombre bonachón y sencillo.
—De acuerdo, tomaré esa limonada. —Pongo la mejor de mis sonrisas mientras miro a ambos.
Antonio se apresura a dejar la maleta delante del baúl.
La casa es enorme, el salón inmenso. Tiene varios ambientes y el mobiliario también es de estilo colonial mezclado con estilo francés e inglés. Inés está impaciente porque pruebe la deliciosa limonada que prepara su madre, insiste en que me dé prisa.
Todo el salón da al gran porche que rodea casi toda la casa, excepto la fachada principal.
Desde luego la limonada estaba deliciosa. Todos son muy amables conmigo.
Necesito estar un rato a solas, es mejor que suba al cuarto y coloque la ropa de mi maleta en el armario.
María me colma de atenciones constantemente.
Necesito hablar con Carlos, le extraño. La verdad es que tengo poco tiempo para hablar con él, tanta diferencia horaria lo complica. El rancho dispone de Internet, en cuanto tenga un momento hablaremos, al ser fin de semana es más fácil hacerlo. Tengo que arreglar lo de mi móvil privado con urgencia.
Un pantalón pirata, una blusa fresquita, unas sandalias y un recogido informal para estar más cómoda… y listo.
Han vuelto a abrir la puerta principal de la casa de par en par. Alcanzo a ver un vehículo deportivo de color negro delante de ella. Veo a Antonio montarse en él, seguramente va a aparcarlo.
¿De quién será?
Una repentina ráfaga de aire fresco acaricia mis mejillas. Miro hacia el salón, las puertas que dan salida hacia el porche están abiertas y el fino visillo vuela. Cuando estábamos tomando la limonada no corría casi el aire, daba sensación de bochorno, el aire ha cambiado de dirección.
Veo a contraluz acercarse la silueta de un hombre. Una misteriosa sensación se apodera de mí.
¡¡ Por Dios, qué no sea él!!
Mi cuerpo tiembla como una hoja, hasta mi barbilla tiembla tan solo de pensarlo.
Sea el que sea me está viendo y yo no sé hacia dónde ir, desconozco la casa. Me quedo petrificada sin saber qué hacer.
Lleva las manos en los bolsillos del pantalón mientras camina hacia mí con un ligero balanceo. Se le ve relajado, no tiene prisa por cruzar el umbral y adentrarse en el salón. Él me ve a mí al igual que yo a él, a contra luz pero en cambio yo no me muevo. Parezco una tonta pavisosa ¡será posible!
Poco a poco se adentra en el salón, pero sigo sin ver su rostro.
¡Maldita sea, qué aparezca alguien o me va a dar un soponcio!
Nada de nada.
Nadie.
Es él.
El corazón me late a mil por hora. No quiero que centre su atención en mí… pero ya es tarde. La luz va descubriendo su fisonomía poco a poco y paso a paso. La luz es caprichosa y me lo muestra como si fuese… un conquistador en busca de su conquista.
Unos cómodos pantalones de color café con leche, una camisa de lino blanco arremangada hasta debajo del codo, calzado deportivo, cabello despeinado y un reloj deportivo de grandes dimensiones ceñido en su muñeca izquierda y todo un despliegue de… sensualidad camina hacia mí.
Confirmado.
Está lejos aún de mí… pero ya me tiene donde él quiere. O eso es lo que yo pienso… y estoy equivocada.
¿Acaso piensas qué ese hombre se ha fijado en ti?
¿Acaso piensas qué busca algo en ti?
¡Tú no eres nadie para él!
Soy insignificante para él. Con la de mujeres que ese hombre debe de tener a su alrededor esté casado o no, o prometido o no, o soltero…
Mi cabeza… me dice que sea sensata, que actúe con cordura y me deje de fantasías.
¿Cómo puedes pensar en él de esa manera?
¿Acaso Carlos no es suficiente para mí?
Claro que lo es. Me vuelvo a sentir como una traidora, tengo que borrar de mi mente todos esos pensamientos… que lo único que pueden hacerme es… daño.
La boca se me seca al ver cómo se va acortando la distancia entre los dos.
¿Es un Dios divino o un demonio perverso y cruel?
Es provocador y encima lo sabe. Sé muy poco de hombres pero me la juego a que le encanta seducir a las mujeres, extraer de ellas lo mejor, disfrutarlas y después arrojarlas al infierno para que se consuma lo poco que queda de ellas. ¡¡Esta cabecita tuya te va a traer más de un disgusto!! —se burla mi conciencia.
¡¡ Céntrate!!
El no saber cómo son y no conocer a las personas, nos hace crear un mundo inventado alrededor de ellas; a sabiendas de que probablemente estemos equivocados.
La soledad hace… que piense en todas estas tonterías. El no poder hablar… con amigos, con gente de mi confianza hace que invente, que magnifique, que saque de contesto palabras, gestos, miradas y que se yo… ¡qué más tonterías!