Читать книгу El frágil aleteo de la inocencia - Rosa Castilla Díaz-Maroto - Страница 14

CAPÍTULO 11

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Durante el larguísimo y a la vez escaso medio minuto que tardamos en llegar al despacho me da tiempo de rezar hasta en arameo. Soplo y resoplo una y otra vez tratando sin éxito de dejar escapar parte de la presión que fustiga todo mi cuerpo.

Nos recibe su secretaria.

¡¡Caramba!! Pedazo de mujer exuberante. Increíble morenaza de rasgos latinos y de sonrisa blanca. Todita recauchutada por lo que puedo ver. Vestido rojo de tubo bien ceñido al cuerpo con escote cuadrado realzando sus grandes y llamativas prótesis mamarias, por no llamarlas vulgarmente “tetas de silicona”. Parece sacada de una telenovela venezolana.

¡Jolín con Alan Carson junior! Le van las mujeres con curvas y bien dotadas, vamos, seguro que le gusta rodearse de ellas. ¿A qué hombre de su posición no le gusta llevar a su lado una secretaria como esa?

Desconozco si Alan tiene novia o está casado, es algo a lo que nunca se ha referido el señor Carson, claro está que no tiene que contarme algo así, si no es necesario. Pero si yo fuese su novia, no dudaría en hacer que la despidiera y contratara a otra secretaria más discreta y de apariencia poco interesante, porque la tentación… ya se sabe; cuanto más lejos mejor. La mujer se encuentra de pie ordenando unas carpetas sobre la mesa. Su sonrisa desvela gran seguridad en sí misma. Rodea la mesa, se acerca al señor Carson y le planta dos besos en la cara, este a su vez la sujeta por los hombros con familiaridad.

—¡Qué alegría señor Carson! ¡Cuánto tiempo sin verle! Le encuentro estupendo, hasta más joven y eso me alegra.

—Marcia, eres un encanto, como siempre tan alegre y tan elocuente —veo como se emociona al verla—. Te veo estupenda. ¿Y tú marido y tu hija? —Ella le mira y le da unas palmaditas sobre una de las manos que el señor Carson tiene posada sobre sus hombros, agacha la cabeza y la levanta de nuevo para dedicarle una sonrisa agradecida.

—Gracias a Dios están bien —suspira—, ya están muy recuperados los dos. Alan ha estado muy pendiente de todo —se le saltan las lágrimas al nombrarle—, ya sabe… los mejores medios han estado a nuestra disposición. Es algo que les agradeceré infinitamente.

—No tienes nada que agradecer. Eres importante para nosotros, ya lo sabes… una persona especial, te mereces lo mejor. Has ayudado y ayudas mucho a Alan, a Rachel y a mí. Hemos vivido momentos difíciles y hemos contado con tu ayuda sin reservas; nosotros no podemos hacer menos por ti.

De repente el silencio se cierne sobre ellos. Sus miradas rememoran esos sentimientos y momentos vividos que yo desconozco. Entiendo que esa mujer es importante. Que es una persona excepcional a la que debo respetar. Su marido y su hija han debido sufrir algún percance y… parece ser que ella también les ha ayudado, de alguna manera, cuando sufrieron la perdida de Cristina y Jessica. Los tres estamos quietos. Ellos no apartan sus miradas, me siento ignorada, reconozco que me molesta sentirme de ese modo. De repente el señor Carson da dos pasos atrás soltando y separándose de Marcia. Los dos vuelven a sonreír, se dan cuenta de que estoy en la misma estancia y que durante unos instantes me habían ignorado.

—Marian, perdona —se vuelve hacia mí el señor Carson—nos hemos olvidado que estas aquí.

La morenaza se aproxima con paso firme hasta mi posición. Su sonrisa se alarga a cada paso que da y cuando me quiero dar cuenta, me estampa un beso en la mejilla; así, sin más, cogiéndome por sorpresa por los antebrazos. Me extraña un montón que me bese, los americanos no lo tienen por costumbre a no ser que se trate de alguien de la familia o una gran amistad.

—Bienvenida, Marian. Es un placer conocerte. Ya teníamos ganas de tenerte aquí. El señor Carson e incluso…—hace una corta pausa— Alan, han hablado maravillas de ti.

¡¿Qué Alan le ha hablado de mí?! No puede ser.

Claro que… el episodio que sufrió su padre en la oficina y el que yo le encontrara… medio moribundo… seguro que se lo contó a Marcia. También hablarían de mi corta trayectoria en la filial… vaya, entiendo que le ha tenido que poner al corriente sobre mí; es normal.

No me salen las palabras del cuerpo así que solo soy capaz decir un simple “gracias”. Acojonada, es la palabra exacta que diría mi amiga Andrea. Estoy acojonada.

—Marcia es la secretaria de Alan, es la persona en la que más confía y en la que tú debes también confiar. Cuenta con ella, te ayudará en todo lo que sea necesario —dice satisfecho.

He de confesar que la arrolladora personalidad de Marcia me supera, me siento inferior ante ella y eso me molesta. No me siento tan especial como en algunos momentos me he querido creer o el señor Carson me ha querido hacer ver, me siento desilusionada, sufro repentinamente un bajón. Esa mujer irradia seguridad, profesionalidad, aptitud y madurez.

Creo que cuento con esas cualidades, pero no irradio su seguridad… y de la madurez… es algo que me sigo cuestionando.

—¿Ya conoces a Allison? —me pregunta Marcia sin soltar mis antebrazos—. ¡Vamos que me vas a coger cariño!

—Sí, he tenido el gusto de conocerla.

—Estupendo, ya sabes que cualquiera de las dos te podemos ayudar en lo que necesites.

—Es gratificante y de gran ayuda saber que voy a tener tantas facilidades para trabajar. Es algo que les tengo que agradecer a todos.

—Pequeña… tendrás ocasión de demostrar tu valía, vas a aportar mucho a esta empresa. Eres…—el señor Carson rebusca en su mente—valga la redundancia: un diamante en bruto.

Su comentario me parece exagerado y me hace reír.

Marcia me observa. Ella ronda los treinta y ocho años. Me mira como he visto mirar a las hermanas mayores de mis amigas a mis amigas; esa mirada de complicidad y de cariño que se le tiene a la hermana pequeña.

Por fin me suelta y se aparta unos pasos de mí.

¡Uff! ¡Por favor, acabemos con esto de una vez, quiero morirme!

—¿Alan está en su despacho? —pregunta finalmente el señor Carson.

—Claro, por eso avisé a Allison.

—Estupendo. Ya tendremos tiempo de charlar y de ponernos al día. Después de tanto tiempo tenemos muchas cosas que contarnos.

—Claro que sí y eso que hemos hablado a menudo por teléfono y por Skype —sonríe ella.

—Sabes que no podía dejar de estar al tanto de la recuperación de Tom y de Amy.

—Lo sé y se lo agradezco infinitamente.

¡¡Vale ya!! ¡Vamos al grano que me va a dar algo!

Tanto preliminar me está mermando la paciencia y la capacidad de contención nerviosa.

El señor Carson se dirige a la puerta que se encuentra tras él. Ni siquiera me he fijado en la decoración de la oficina ni en el más mínimo de los detalles. Estoy tan nerviosa y bloqueada que solo he tenido los sentidos concentrados en Marcia y en el señor Carson.

¡Quiero morir!

Lentamente y con el paso más firme posible que soy capaz de dar, me coloco tras el señor Carson. Él llama a la puerta con los nudillos, la abre y cruza su umbral. No se escucha nada, ni una palabra, el señor Carson me hace un ademán para que le siga. El corazón me late a mil por hora. Sigo sin escuchar ni una palabra, no oigo que Alan se dirija a su padre ni viceversa. Sigo caminando con notoria inquietud. Cruzo el umbral a la vez que veo a un hombre de pie al fondo del despacho, mirando a través de la enorme cristalera que ilumina toda la estancia. Es Alan Carson. En ese mismo instante se gira mientras habla por el móvil. Su mirada se dirige a su padre y rápidamente la traslada a mis ojos, deteniéndose en ellos un instante. El instante más largo e inquietante de mi vida.

Serio, muy serio.

Sus grandes ojos verdes me atrapan al instante, me retienen, me apresan, me bloquean, se apoderan de mi voluntad. No soy capaz de parpadear. Controla mi respiración. Sí… es un controlador nato, es como si me quitara el oxígeno y me dejara los pulmones secos, me deja tan solo el aire justo para no desvanecer. En una palabra: ¡increíble!

¡Qué manera de dominar! ¡Ja! ¡Qué esto me esté pasando es surrealista! ¿Cómo puede bloquearme de esta manera? Quizá es lo que creo que me está sucediendo y en realidad no es así, es tan solo… sugestión.

Bello.

Hermoso.

Seductor.

Atractivo.

Cautivador.

Viril.

Dominante.

Consigo parpadear a la vez que corto de raíz ese torrente de sinónimos que brotan en mi cerebro. Alan a su vez parece volver en sí y finaliza la llamada con…

—Tengo que dejarte, ya te llamaré.

Pero no deja de mirarme. Me cohibe.

Su rostro serio, su mirada penetrante, su cuerpo erguido y la firmeza de sus lentos movimientos me están volviendo loca.

¡Menudo hombre!

Sugestión, seguro que lo mío es pura sugestión y nada más.

Veo asomar una leve sonrisa en sus labios cuando dirige de nuevo la mirada a su padre. Este sigue parado a mi lado y veo como le sonríe a la vez que se encamina hacia su hijo, abriendo los brazos de par en par para abrazarle. Alan hace lo mismo. Al caminar hacia su padre es como si me liberara, como si me diera permiso para seguir respirando sin su control. Mi cuerpo se relaja tras tanta tensión mientras mis pulmones parecen volver a la normalidad. Observo su cara mientras se encamina a los brazos de su padre. Su sonrisa es generosa y sus dientes blancos como el nácar. Me paro a recordar el instante en que nuestras miradas se encuentran. Me ha parecido algo más mayor de los treinta y dos años que tiene, pero al ver como su rostro cambia a cada instante mientras avanza hacia su padre, me hace ver todo lo contrario, me hace ver a un niño desvalido que necesita de su padre y cuando se fusionan en tan deseado y esperado abrazo, el corazón me da un vuelco. El abrazo es tan efusivo y tan íntimo que me veo obligada a desviar la mirada. Es un momento entrañable. Bajo la cabeza mientras mis nerviosas manos se juntan, miro la punta de mis pies, recuerdo el buen consejo de Andrea:

“No te pongas zapatos con tacón muy alto, ponte unos cómodos“.

Menos mal que le he hecho caso; me está pasando factura tanta tensión.

Me siento incomoda. Trato de no escuchar las palabras de cariño que se dedican padre e hijo.

¡Qué momento señor y yo aquí en medio!

—Marian.

Me sobresalto.

—Señor.

Levanto la cabeza lentamente. Les miro. Mi cuerpo parece ralentizarse, que traicionero… y vuelta a empezar… no entiendo que me sucede pero se me corta la respiración cuando miro a Alan. Los dos se vuelven hacia mí mientras uno de sus brazos pasa por detrás de la espalda del otro para no separarse. Alan parece otro. Su rostro parece más relajado y la sonrisa no ha desaparecido de sus labios, sus ojos se muestran alegres… ese rostro serio de hace unos instantes ha desaparecido.

¡Qué guapo!

Viste traje azul oscuro con una casi imperceptible raya diplomática de color más claro, camisa azul cielo y corbata de rayas en diferentes tonalidades de azul. Su pelo es castaño, ligeramente ondulado y peinado hacia un lado al estilo de Matt Bomer. Sus almendrados ojos verdes, sus espesas pestañas y sus cejas perfectas hacen de él un hombre muy interesante. Su boca… ¡Qué boca, madre! Sus labios carnosos, rosados y sensuales son capaces de arrebatar el aliento a cualquier fémina. Su nariz es recta y su mentón ligeramente cuadrado. ¡Gracias a Dios que no va a poner sus ojos en mí! Por ese lado puedo estar tranquila. No creo en absoluto que yo sea su tipo. Además, lo mismo está casado e imagino que lo último que desea es tener problemas con el personal que trabaja para él.

De todos modos… ¡Cuántas tonterías se me pasan por la cabeza!

—Marian. Este es Alan, el motor de Carson & Carson.

Me quedo inmóvil sin saber qué hacer.

Con soltura y elegancia felina, Alan camina hacia mí ofreciéndome su mano. Noto como palidezco y como las manos se me quedan heladas. Miro su mano, pero no soy capaz de reaccionar, no soy capaz de estrechársela.

Le miro a los ojos; su mirada es limpia y serena.

Tras unos tortuosos y agobiantes segundos consigo reaccionar. Le estrecho la mano con timidez. La calidez de su mano me hace esbozar una pequeña sonrisa, menuda tontería pero así es. Noto como las mejillas se me encienden al tenerle tan cerca. Su olor delicado y sutil invade mi cerebro. No es de los tipos que se bañan en perfume; con solo unas gotas en su piel es capaz de atraer a docenas de mujeres como si de un afrodisíaco se tratara. Creo que se me han puesto los ojos como platos y que además, Alan se ha dado cuenta de ello. El tenerle tan cerca me seduce de manera extraña.

—Gracias por aceptar venir a trabajar con nosotros —murmura mientras retiene mi mano entre sus dos manos haciendo que mis ojos se abran aún más al sentir las caricias de estas sobre mi piel.

Seguimos con las miradas enfrentadas.

—Es una buena oportunidad —contesto escuetamente no sin mostrar timidez.

Haremos todo lo posible para que no te arrepientas de esta decisión.

—Estoy segura de que no me voy a arrepentir—afirmo con rotundidad.

Suelta mi mano y retrocede dos pasos. Le miro atenta, procuro mantener el tipo y no arrugarme.

—Ya teníamos ganas de conocerte —sonríe a la vez que sus manos apartan hacia los lados la americana hasta posarlas en sus caderas con aire despreocupado.

Tiene todo un tipazo, cero michelines. Si lo viera Andrea… vamos, le asaltaría sin contemplaciones.

—Eres de mucha ayuda para mi padre —gira la cabeza para mirarle—, le aportas mucho… y espero que los dos… sigáis aportando lo mismo con la misma intensidad a esta empresa.

Que pose tiene este hombre, le sale tan natural… es un hombre con mucho estilo, parece un modelo de Armani.

—Sí que eres exigente hijo —ríe el señor Carson con ganas mientras se acerca a Alan—. Eres increíble, siempre tratando de sacar el mayor rendimiento al personal.

—He aprendido de un buen maestro —hace un guiño a su padre y este pasa el brazo para rodear los hombros de su hijo.

—Vas a asustar a Marian, va a pensar que eres un explotador —le dice al oído.

Alan deja tímidamente asomar una sonrisa ladeada al oír el comentario que le hace su padre. Parecen divertirse los dos a mi costa. Me observan a la espera de que haga algún comentario. Me mata la vergüenza y no soy capaz de soltar palabra.

—Estoy preparada para aportar todo lo mejor de mí, ya lo estoy deseando —afirmo.

Intento ser lo más firme posible en mis respuestas pero… me traicionan los nervios. Me muerdo el labio sin darme cuenta. Alan se fija en mi boca y me lanza una mirada fría y penetrante a mis tímidos y asustados ojos. Estoy pasando por unos instantes bastante duros. Me he pasado tanto tiempo imaginando cómo sería mi presentación y como sería Alan que… el momento me supera y hago malabarismos para poder resistir sin tambalearme sobre los tacones.

Me siento observada por padre e hijo.

El silencio envuelve el momento.

No sé qué más esperan que haga o que diga… Una gran confusión se cierne sobre mí. En este preciso instante en que trato de darme una respuesta oigo abrirse la puerta tras de mí. Marcia la había cerrado después de que yo entrara en el despacho.

El frágil aleteo de la inocencia

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