Читать книгу El frágil aleteo de la inocencia - Rosa Castilla Díaz-Maroto - Страница 7
ОглавлениеCAPÍTULO 4
Miro alrededor con cierto sopor. Soplo y resoplo mientras hago un exhaustivo reconocimiento a la estancia. La nostalgia comienza a invadir de sensaciones dolorosas mi cuerpo y mi mente. Sola y desamparada.
Llaman a la puerta de la habitación.
El botones, pienso. Voy hacia la puerta y abro.
—Buenos días, señorita. Traigo su equipaje.
—Buenos días —le dejo entrar. Le acompaña una camarera.
—Señorita, voy a ocuparme de colocar su equipaje. ¿Hay algo del equipaje que no quiera que coloque? —se dirige a mí la camarera.
Lo pienso unos instantes. Solo he traído dos maletas grandes y una mediana con recuerdos y cosas personales.
—Coloque solo las dos maletas grandes. Gracias.
—Como guste.
Decido bajar a comer al restaurante mientras la camarera se ocupa de mi ropa. Cojo el bolso y me encamino hacia el ascensor.
Al llegar a la planta baja me dirijo al hall.
Me acerco al mostrador.
Un caballero de unos treinta años, afroamericano, me sonríe con sus grandes dientes blancos. Lleva una chapita en el bolsillo de la chaqueta con su nombre: Peter Harris.
—Buenos días. Quisiera comer algo. Pero acabo de llegar y no sé dónde está el restaurante.
—Buenos días, señorita Álvarez, tenemos a su disposición al RRPP del hotel. Él le mostrará el restaurante y si lo desea el resto del hotel. Esperamos que la estancia entre nosotros sea de su agrado.
—Gracias, Peter.
Intuyo que alguien se acerca por mi derecha. Es un hombre rubio de ojos castaños, con cierto aire afeminado, viste con un traje de línea moderna que le sienta de maravilla.
Al llegar a mi lado…
—Señorita Álvarez. Soy Jim Foster, relaciones públicas del hotel y estoy a su servicio. —me ofrece la mano para estrechar la mía.
—Hola, Jim Foster —sonrío—. Quiero comer —digo con tono vergonzoso mientras se la estrecho.
—Estupendo —dice con entusiasmo—. Le mostraré el restaurante y si lo desea, después de que descanse en su habitación, estaré dispuesto a enseñarle el resto del hotel.
Me indica con la mano la dirección en la que debemos caminar.
Camino a su lado.
—Tengo entendido que es usted española.
—Así es —le miro de reojo.
—Tendrá ocasión de disfrutar de varios platos de su país que se incluyen en nuestra carta. Nuestro chef es español, concretamente de Bilbao.
—¡Vaya, es toda una sorpresa! ¡Qué casualidad!
—Como él dice: criado entre fogones vascos.
—Muy de la tierra.
—Exactamente, también esa es una de sus variadas expresiones.
Llegamos a la puerta del restaurante, dos grandes hojas de cristal nos franquean el paso. Tira del pomo de una de las puertas hacia nosotros y me invita a pasar.
Noto una agradable temperatura al entrar, quizá el resto de las zonas nobles del hotel son algo más frescas. La decoración del restaurante me resulta austera y fría, lo único que aporta algo de calidez son las vistas de la ciudad a través de los grandes ventanales. El mobiliario es oscuro y de líneas simples. Hay varias mesas ocupadas, los comensales parecen ejecutivos.
—La llevaré a la mejor mesa del restaurante donde podrá contemplar la avenida.
—Gracias, Jim.
Llegamos a una mesa para cuatro comensales. ¡Desde luego las vistas no están nada mal! Retira la silla para que me siente.
—Por favor —me pide que tome asiento.
—Gracias de nuevo, Jim.
—Voy a avisar a nuestro chef. Él la aconsejará con mucho gusto.
Asiento con un leve movimiento de cabeza.
Miro alrededor, me siento extraña, como si estuviera vacía de emociones. Paso una mano por mi mejilla, la tengo helada al igual que mis manos. Junto ambas manos y las froto entre sí tratando que se calienten o no podré coger ni los cubiertos.
Observo nerviosa a las personas que allí se encuentran. Un camarero lleva una bandeja con cinco vasos de combinados a una de las mesas; al darse la vuelta me mira por un instante.
—Señorita Álvarez.
¡Señorita Álvarez!, ¡Señorita Álvarez! ¡Me van a borrar el apellido entre todos!
—Hola —me levanto rápidamente de la silla. Me giro para poder ver a la persona que reclama mi atención. Se dirige a mí en español e inmediatamente reconozco su acento vasco.
—No señorita por favor, no se levante.
Un hombre de pelo negro de unos cuarenta años y algo gruesecito me mira con sus grandes ojos negros; unas largas y espesas pestañas negras los rodean. Lleva puesto el típico gorro de cocinero, ese gorro largo de color blanco impoluto.
—Bienvenida.
—Gracias, señor.
—Es usted muy joven —observa—. Me llamo Gaizka Rotaeche; soy natural de Bilbao.
—Yo soy Marian Álvarez, natural de Madrid.
Me tiende la mano y se la estrecho.
—Mucho gusto. Me imagino que tiene hambre y que está muy cansada del viaje. La insto a que se deje agasajar por este modesto cocinero —me obsequia con una bonachona sonrisa mientras me hace una graciosa reverencia.
—Para mí será todo un placer, señor.
—Por favor, llámeme Gaizka.
—Le insisto Gaizka, será todo un placer —le sonrío esta vez con timidez.
—Me habían avisado de que iba a tener una comensal especial; sabía de su llegada. La he preparado una pequeña degustación de platos entre ellos platos de la tierra.
Jim se encuentra tras el cocinero.
—Bien, pues empecemos a agasajar a nuestra invitada —me dice con ojos chispeantes y divertidos.
Gaizka se retira a la cocina y Jim se acerca a mí.
—La dejo en buenas manos. En cuanto esté dispuesta le enseñaré el resto del hotel.
—Muy bien, Jim. —le digo y este se despide con una sonrisa.
Son todos demasiado complacientes, me siento agasajada en exceso. Un camarero se acerca a mi mesa.
—El sommelier la atenderá con mucho gusto.
—Gracias.
A los pocos segundos un hombre de unos treinta y cinco años, espigado y con ligera elegancia se aproxima a mi mesa. Lleva entre las manos la carta de vinos.
—Señorita. Aquí le traigo la carta de vinos. Si me deja que la aconseje…
Le corto enseguida.
—Yo no bebo. No suelo tomar vino —le miro con reparo.
—Como guste señorita. Traeré la carta de agua.
—Solo quiero agua mineral sin gas; por favor.
—Perfecto.
Se retira.
En pocos segundos un camarero aparece con una botella de agua y una copa. Su formato llama mi atención: una botella elegante de liso cristal con la palabra Voss grabada. Me sirve en la copa.
—Espero que disfrute de la comida.
—Gracias —contesto.
Tengo mucha sed, no creo que me dure mucho la botella. Estoy más seca que un rastrojo. Un par de minutos después empiezan a servir esa degustación de platos con la que me van a agasajar.
Pruebo un poco de cada plato. Algunos son pequeñas exquisiteces. Me lleno rápido.
Me siento satisfecha pero cansada.
Gaizka vuelve al comedor. Se dirige a mí con una amplia sonrisa:
—¿Está todo a su gusto señorita?
—Sí, Gaizka. Está todo delicioso pero ya no puedo más; estoy muy llena.
—Le queda el postre.
—Ahora no me entra nada más. Hágame un favor… guárdemelo para la cena.
—Como prefiera.
Suspiro.
—Necesito descansar.
—Creo que lo necesita, tiene cara de cansada—sonríe pícaro.
—Ya lo creo. Así que… si no le importa, me voy a retirar.
—La prepararé algo ligero para la noche… ¿si es que piensa cenar en el hotel?
—Se lo agradeceré. Hasta la noche Gaizka y muchas gracias por todo. Ha sido un placer para mí disfrutar de tan deliciosos platos.
Cojo mi bolso y me dirijo a la habitación.