Читать книгу El frágil aleteo de la inocencia - Rosa Castilla Díaz-Maroto - Страница 17
CAPÍTULO 14
ОглавлениеHace un tiempo magnífico. He comprado todo lo que me hacía falta para el fin de semana. Bryan ha sido una buena compañía, ha aceptado a regañadientes entrar conmigo en las tiendas y hasta hemos tomado café juntos, eso sí, no ha permitido que pagara. Es un caballero dentro de lo rudo que pueda parecer a simple vista, hay que conocerle… voy descubriendo día a día… a una gran persona. Está soltero y parece ser que sin compromiso. Me he permitido la impertinencia de preguntar por su familia… sobre si tiene esposa e hijos… ¡solterito!, qué pena… Parece un buen hombre, pero a lo mejor él está la mar de bien.
Bryan es puntual como siempre.
Son las nueve y cuarto de la mañana del viernes, llevo una maleta pequeña para pasar el fin de semana en el rancho. El señor Carson y yo vamos juntos en el coche. Me confirma que en dos horas y media más o menos estaremos en el rancho disfrutando del sol y de la tranquilidad del lugar.
Me pone al corriente de que una familia cuida del rancho en su ausencia. Ellos viven allí y lo mantienen en perfecto estado.
A lo largo del trayecto hablamos de lo bien que he caído a los diferentes responsables de la empresa, de cómo Alan ha alabado mi sencillez y saber estar, al igual que Rachel.
El señor Carson aprovecha a atender algunas llamadas, mientras, yo disfruto del paisaje. Bryan me va contando en voz baja los diferentes sitios por los que pasamos a modo de guía; un detalle por su parte.
Alan, posiblemente, llegará por la tarde al igual que Rachel.
El señor Carson está impaciente por llegar al rancho. No quiere desvelarme cómo es, quiere enseñármelo él mismo.
—Ya estamos llegando a Providence Forge. Providence es una localidad del condado de New Kent —dice el señor Carson volviéndose hacia mí.
—El paisaje es precioso—aprecio.
—Lo es todo el estado de Virginia, de norte a sur y de este a oeste. Es de una gran belleza, amo la tierra de mis antepasados—dice con rotunda determinación.
—Su padre era asturiano —hago alusión a sus raíces españolas.
—¿Y piensas que no adoro también esa tierra… y a España entera? —veo como frunce el ceño y me lanza una seria mirada.
—Ya, hay un rinconcito en su corazón donde anida la tierra de su padre —sonrío mirándole a los ojos.
—Sí señorita y que no se te olvide —me da unas palmaditas sobre mi mano derecha que descansa sobre el asiento. —Dentro de mí hay también un español.
Nos sonreímos unos instantes cómplices de nuestras raíces.
—Queda poco para llegar al rancho.
—¿Cómo se llama el rancho? —pregunto.
—Cristina.
—¿Rancho Cristina? —vaya nombrecito para un rancho. Muy femenino diría yo.
—Tal cual, es… tan hermoso como hermosa era Cristina —dice con profundo orgullo.
—Estoy segura de que tiene que ser un lugar muy bello. Estoy deseando descubrir sus virtudes —le digo con emoción.
Bryan se desvía de la vía principal por la 155 dirección a Charles City. Transcurridos unos cuatro kilómetros se vuelve a desviar por un camino de tierra que está situado a nuestra derecha. Pocos minutos después nos encontramos frente a una enorme verja de forja. En lo más alto de ella, una herradura dividida en dos, en una mitad pone Rancho y en la otra mitad Cristina. Alguien desde el interior del rancho ha accionado las puertas para darnos paso. Me imagino que tienen cámaras de vigilancia a la entrada, pero no me he percatado de ellas.
No cabe duda de que el estado de Virginia es un bello lugar por sus extensos bosques, su vegetación, su fauna y su flora… Me ha hecho recordar a mi querida sierra de Madrid, sus tan apreciados bosques, sus riachuelos, sus valles, sus embalses, esas sendas que recorren la sierra llevándote hacia lugares y paisajes inimaginables, como inimaginable es su belleza.
Suspiro.
La añoranza me fustiga el corazón de tal manera que noto perfectamente cómo se encoge en mi interior produciendo dolor, un intenso dolor.
Vuelven a mí los recuerdos de las acampadas con los amigos y las fiestas que nos hemos corrido por los distintos pueblos de la sierra madrileña.
Late tan fuerte mi corazón al recordar… que llega a molestar.
No quiero perderme detalle del rancho así que fijo mi atención en él. Árboles por doquier: castaños, robles, nogales y algún que otro árbol más que no puedo reconocer. La vegetación es exuberante, el agua hace acto de presencia a lo largo del camino, a ambos lados de él… Lagunas de diferentes tamaños salpican el terreno. Está claro que es un lugar rico en vegetación. Tras dos kilómetros más o menos comienza a abrirse el bosque y aparece un hermoso claro a ambos lados del camino. Ante mis ojos se extiende con majestuosa elegancia a ambos lados del camino una enorme pradera de un verdor intenso y brillante. La presencia de abundante agua en el rancho hace del lugar un paraíso. Finalmente alcanzo a ver al fondo del camino el tejado de una casa.
Según nos vamos aproximando voy descubriendo lo grande y hermosa que es. De estilo sureño, muy parecida a las que aparecen en las películas donde los esclavos pasaban verdaderas penurias en las plantaciones de algodón. Noto como se me pone la piel de gallina solo de pensarlo, pero he de reconocer que me parece encantadora. Por lo que puedo observar, la casa es de reciente construcción con lo que siento un gran alivio. Solo de pensar que allí podían haber tenido esclavos en su época… me entran escalofríos.
Delante de la vivienda hay una enorme rotonda ajardinada con una fuente. La fuente es una reproducción de la diosa Venus.
—¿Qué te parece?
La simple pregunta me saca de mi embobamiento.
Vuelvo la cabeza hacia el señor Carson.
—Es sin duda… impresionante. Sinceramente, permítame que le diga… alucino viendo todo lo que tantas veces he visto por televisión… nunca me imaginé que conocería este país y menos tan pronto. ¿Le parecerá infantil por mi parte que diga esto?
—Desde luego que no—sonríe. Te entiendo perfectamente, yo he alucinado también con España, créeme. Tan diferente, con innumerables vestigios de siglos pasados… Nuestra historia es más reciente —frunce el ceño a la vez que me mira de reojo— la edad media tiene su encanto… y los romanos… ¿Ya me contarás?
—Es cierto, hay un contraste enorme entre un país y otro.
—Todo aquí es muy nuevo, nuestra historia es muy corta pero también es rica.
—No lo dudo.
Cuando me quiero dar cuenta Bryan ya se ha detenido frente a la puerta de la casa.
Observo como las dos blancas y enormes hojas de la puerta principal de la casa se abren de par en par. Aparecen dos personas de rasgos latinos: un hombre y una mujer. Tras ellos dos, siguiéndoles, una jovencita también de rasgos latinos y dos hombres altos y robustos como robles. Los dos hombres son los típicos trabajadores fornidos y rudos que tantas veces he visto en las películas, clavaditos.
—Ya hemos llegado —dice el señor Carson.
La casa es espectacular por fuera. La construcción es de ladrillo rojo, los ventanales que hay a ambos lados de la puerta y también los de la segunda planta son enormes; la carpintería es blanca y están enmarcados con piedra del mismo color.
Bryan abre la puerta del coche para que descienda del vehículo.
—Gracias, Bryan —este asiente con la cabeza.
El hombre de rasgos latinos se apresura abrir la puerta del coche para que el señor Carson haga lo mismo.
Me da cierta vergüenza e inseguridad conocer a esa gente. Trato de hacerme la distraída cogiendo el bolso. Respiro hondo varias veces. Esas personas son por decirlo de alguna manera… son sus sirvientes y yo… no sé si me voy a sentir cómoda como invitada… eso de que me sirvan… no estoy acostumbrada.
Al ver que tardo en incorporarme al grupo que con tanto ánimo y alegría se saludan, el señor Carson rodea el vehículo y se acerca a mí.
—Vamos, Marian hay alguien que tiene muchas ganas de conocerte —me dice con gran entusiasmo.
¿De conocerme? ¿A mí? ¿Quién va a querer conocerme con tantas ganas?
Me ofrece su brazo y yo como una tonta avergonzada me cuelgo de él. Me encuentro delante de las cinco personas que tantas ganas tienen de conocerme…
—¡Virgen santa! —grita la mujer.
Yo me quedo de piedra con los ojos como platos.
La mujer tapa con ambas manos su boca ahogando el grito. El hombre, supuestamente su marido levanta la cabeza para mirar al cielo y la jovencita, porque es bastante más joven que yo, me mira con curiosidad y los dos hombres fornidos miran al suelo.
No entiendo su reacción, no dejo de mirarles mientras flipo en colores.
—María, vamos mujer, ni que hubieras visto un fantasma.
—Perdóneme, señor—dice esta con acento mexicano. La mujer es un manojo de nervios.
—Marian. Quiero que conozcas a estas grandísimas personas.
Yo intento dibujar una sonrisa en mi boca pero me es casi imposible. Me siento extraña, incómoda y con unas ganas enormes de salir corriendo de allí y volver en el primer avión disponible a Madrid…
María es una mujer de unos cincuenta años, mide no más de uno sesenta, su pelo es negro y sus vivaces ojos son de color marrón. Su cantarina sonrisa es de una mujer feliz y risueña.
—Marian, como puedes ver esta es la familia de la que te he hablado. Esta es María —se acerca a ella y le rodea los hombros con el brazo izquierdo— y este es Antonio —lo rodea también con el brazo libre— y esta jovencita —le toca el hombro con la mano izquierda— es Inés.
El señor Carson rebosa de alegría por los cuatro costados, se le nota muy feliz de estar entre ellos.
—Ellos son la familia Mendoza. Como puedes ver son mexicanos pero llevan viviendo en Virginia desde niños. Inés nació aquí, en el rancho, hace dieciocho años. Mis queridos amigos son los culpables de que el rancho luzca espléndido con la ayuda inestimable de Edgar y Zas.
Les miro a todos en silencio. Me abruma la atención que prestan sobre mí todos ellos. Necesito un respiro.
María me mira muy atenta y tras pensar unos segundos abre los brazos en cruz y se acerca a mí para abrazarme. Cuando quiero darme cuenta estoy siendo abrazada por una desconocida que me suelta dos besos sonoros en ambas mejillas. Con timidez acerco mis manos a su espalda para abrazarla también.
—Niña te he asustado —se separa de mí unos centímetros para mirarme a los ojos pero no me suelta— eres un orgullo para el señor Carson. Nos ha hablado maravillas de ti —sus entrañables ojos me tranquilizan, su forma de mirarme traen hacia mí el recuerdo de mi madre y ese pensamiento… me entristece.
—Encantada de conocerla —murmuro.
—Vamos niña —coge mi rostro entre sus manos— te he asustado y lo siento. Es solo… —baja la mirada al suelo— bueno… —parece estar alterada por mi presencia— es que me recordaste a alguien.
Vuelve a mirarme a los ojos esta vez con cierta nostalgia.
—María —la voz firme del señor Carson hace que María recobre la cordura. Acto seguido María se separa de mí.
—Bueno, me imagino que están cansados del viaje, les vendrá bien un poco de limonada helada, hoy hace calor —dice entusiasmada María.
De repente me veo ante una enorme escalera de mármol blanco flanqueada a ambos lados por unos elegantes y esbeltos balaustres de madera en color blanco también, unidos por un grueso pasamanos de madera de castaño, barnizado en su color.
—Ya está preparada su habitación—dice Inés.
—¿Me vas a tratar de usted? —le pregunto con cara de resignación.
Sus labios muestran una tímida sonrisa.
—Lo siento, es la costumbre, pero no te preocupes intentaré que no vuelva a suceder.
Sus ojos marrones son vivos y rebosan alegría. Tiene el pelo largo y negro como su madre, lo lleva recogido en una coleta alta, sus rasgos son algo más suaves que los de sus padres. Su rostro es angelical y ese ligero rubor en sus mejillas lo hacen aún más. Es de constitución delgada y unos centímetros más alta que su madre.
—Marian, como puedes ver estás en buenas manos —dice el señor Carson.
Me vuelvo hacia él y le miro con dulzura.
—Ya lo creo —muevo mi cabeza aceptando su observación.
El señor Carson se encuentra flanqueado por el matrimonio. Los dos robustos hombres han desaparecido de mi vista.
—Inés estaba impaciente por conocerte.
Miro a Inés y sonrío. Me sorprende tanto el interés que muestran todos por mí que es difícil buscar las palabras apropiadas para agradecerles la bienvenida.
—Me siento halagada. Espero que podamos tener una bonita amistad —digo mirándole a los ojos con ternura.
Me sorprende todo tanto….
—Jovencitas, continúen con lo que iban hacer.
Las dos asentimos con la cabeza y comenzamos a ascender una al lado de la otra. La escalera gira hacia mi izquierda, las vistas del hall son espectaculares. Una elegante lámpara de forja con motivos florales cuelga desde el centro del tragaluz, la escalera la rodea y a su vez bordea el hall. Numerosas puertas blancas de cuarterones alargados aparecen ante mí al ascender el último escalón.
Observo, por la decoración del distribuidor de la primera planta, que Cristina debió de ser una mujer de gusto sencillo y refinado. El tono tierra suave de las paredes y la madera de castaño del suelo le da una calidez especial a la casa. El toque de color lo dan las rosas repartidas en diferentes jarrones en distintas mesas de estilo colonial situadas estratégicamente entre las habitaciones.
—Espero que la habitación que he elegido te guste.
Me sorprende saber que ella misma se ha ocupado de elegir la habitación donde voy a dormir.
—Vaya, ¿tú has elegido mi dormitorio? —le pregunto elevando las cejas sorprendida.
—Sí, el señor Carson me lo pidió. Creo que es la más bonita.
—Muchas gracias, Inés. Es todo un detalle.
Miro a mi derecha y a mi izquierda, veo que la casa cuenta con al menos diez habitaciones.
—¿Continuamos?
—Claro.
Me pregunto cuál será la habitación de Rachel y la de Alan.
Nos dirigimos hacia la derecha. Entre puerta y puerta hay un gran espacio, las habitaciones deben de ser grandes. Nos detenemos en la tercera puerta. Inés la abre y me invita a pasar.
—Mi padre subirá tu equipaje.
Se me había olvidado por completo coger mi pequeña maleta.