Читать книгу El frágil aleteo de la inocencia - Rosa Castilla Díaz-Maroto - Страница 13

CAPÍTULO 10

Оглавление

El señor Carson y Bryan acuden puntuales a recogerme en el hotel.

Bendito miércoles, espero caer bien a todos y en especial al jefazo.

El señor Carson pone cara de satisfacción al verme montar en el todoterreno. Bryan me guiña disimuladamente un ojo a través del retrovisor interior. Sé positivamente que me desea lo mejor.

—Buenos días, señorita Álvarez. Está usted encantadora esta mañana —me muestra una de sus mejores sonrisas.

Yo no puedo evitar sonrosarme ante su comentario. Sé que no espera menos de mí. Tengo la impresión de que los acertados consejos de Andrea van a causar el efecto deseado.

—Buenos días, señor Carson. Bryan.

—Buenos días, señorita —rápidamente le lanzo a través del retrovisor una mirada inquisitiva. Bryan ha captado al vuelo su significado.

—Marian. Ha llegado tu momento.

Bryan pone en marcha el vehículo hacia la oficina.

—Sí, señor.

—¿Nerviosa?

—Confieso que un poco.

—Caerás bien, puedes estar tranquila. Tienes aptitudes para seducir en poco tiempo a toda la compañía. No te subestimes, hazme ese favor. Estás a la altura para continuar aquí tu labor de asistente y quien sabe… si se abre a tus pies un gran futuro.

—Lo estoy deseando —contesto con timidez.

El trayecto hasta la empresa se me hace eterno y los nervios me tienen atenazada, me cuesta respirar. Todo mi cuerpo se tensa y mi cabeza no para de darle vueltas a mi ineludible presentación. El señor Carson no es tonto, percibe mi estado de nervios y no para de animarme durante el camino.

En escasos minutos nos encontramos en el 1004 de 14th Street North West. Observo resignada mi destino. El edificio de cristal se alza imponente a mi derecha. Esta vez no lo voy a ver por fuera como hice con Anne hace dos días. Esta vez voy a estar dentro de sus entrañas.

Bryan entra en el garaje del edificio y aparca en una de las ocho plazas donde pone “reservado“. No hay ningún vehículo aparcado en las restantes plazas reservadas y si en el resto de plazas del aparcamiento; eso me hace suponer que Alan no se encuentra aún en el edificio, pero, lejos de tranquilizarme me altera.

Bajamos del todoterreno.

Las piernas me tiemblan y también las manos. ¡Ni que estuviera viviendo una pesadilla! Mi inseguridad me está volviendo loca.

Caminamos hacia el ascensor, Bryan se queda dentro del vehículo.

Subimos hasta la planta 11. Observo que dentro del ascensor hay una cámara de vigilancia.

—Este ascensor es solo para personal autorizado. Hay otros tres ascensores para el resto de personal. Tú accederás por este; te asignarán una plaza de aparcamiento en la zona reservada. Cuando te instales en el apartamento te entregarán un utilitario. Hasta entonces Bryan se encargará de llevarte donde necesites.

Antes de decir algo se abren las puertas del ascensor.

Salimos a un luminoso y amplio hall que se abre a ambos lados del ascensor. Frente a nosotros hay un gran mostrador, tras él, una chica más o menos de mi edad atiende una llamada. Nos hace un gesto con la cabeza a modo de saludo y el señor Carson se lo devuelve. Observo que hay unos cómodos sillones a la derecha y a la izquierda frente al mostrador donde seguramente hagan esperar a las visitas. A nuestra derecha y a nuestra izquierda hay un largo pasillo. Todo él está iluminado con luz natural que entra a través de la vidriera exterior del edificio y del techo abovedado de cristal.

—Marian, sígueme.

Nerviosa, le sigo por nuestra derecha.

Entramos en un amplio despacho donde una mujer pelirroja de ojos verdes, barbilla afilada, de unos treinta y cinco años de edad está tomando nota a alguien que tiene al otro lado del teléfono. Pronto advierte nuestra presencia y enseguida nos dedica una emocionada sonrisa. El señor Carson se para frente a la mesa devolviéndole una sonrisa igual o casi más emocionada que la de la propia pelirroja. Yo espero unos pasos más atrás del señor Carson. La pelirroja se despide de la persona con la que está hablando y le comunica que más tarde se volverá a poner en contacto con ella.

La chica se pone en pie sin abandonar la sonrisa que ilumina su cara.

—Buenos días, señor Carson.

—Buenos días, Allison, te presento a Marian Álvarez, mi asistente.

—Encantada de conocerla —alarga su mano para que se la estreche—, ya tenía ganas de conocerla.

Me aproximo a la mesa y se la estrecho.

—He oído hablar mucho de usted, sobre todo estos últimos días.

—Espero que bien —intento ser simpática pese a los nervios.

—Puede apostar a que así es. El señor Carson está muy orgulloso de usted y eso es algo que no oculta a nadie.

Ella no deja de sonreír y de mirarme de arriba abajo.

—Allison lleva trabajando con nosotros siete años, es mi secretaria y la persona que te ayudará en todo lo que necesites al igual que lo hacía Isabel en Madrid.

—Muchas gracias. Espero aprender mucho de usted —le dedico una sonrisa.

—Yo también espero aprender de usted —contesta Allison.

—Marian, tu despacho se encuentra tras esa puerta —el señor Carson me indica la puerta que está a mi izquierda, se encamina hacia ella y la abre para que yo entre—. Puedes echar un vistazo.

¡Guau!

Un despacho de estilo minimalista diferente al que tenía en Madrid.

El suelo es de cemento pulido en color negro pizarra, las paredes están revestidas con paneles de color blanco. La mesa de despacho es de diseño, en acero y cristal, hay un sillón negro con forma anatómica en piel y con detalles en acero. Al otro lado del despacho una enorme televisión extraplana pende de la pared y bajo esta un mueble en acero y cristal con cajones y puertas. Dos sillones pequeños con ruedas a juego se encuentran a un lado de la estancia, acompañados también de una mesa baja y redonda de cristal.

—Vaya, es un despacho enorme y muy luminoso.

—Es importante aprovechar la luz natural.

Echo un vistazo tan rápido al despacho que casi no me doy cuenta de que hay una puerta más justo al otro lado de los sillones.

—¿Esa puerta adónde da?

—Tras esa puerta hay un vestidor y un baño. Siempre tienes que estar preparada para cualquier eventualidad o improvisto. Debes dejar parte de tu vestuario aquí ya que nunca se sabe dónde vamos a acabar. Ya te irás dando cuenta que el día nunca comienza como uno quiere ni tampoco acaba como uno espera. El ritmo de trabajo es distinto al de Europa. A veces tenemos compromisos y visitas inesperadas que no podemos eludir.

—Es bueno saberlo. No me imagino corriendo como una loca hacia el apartamento en busca de ropa adecuada para una reunión, cena o evento.

Después de cotillear mi despacho y el del señor Carson y de intercambiar impresiones con Allison, nos dirigimos a una planta inferior donde algunos de los responsables nos esperan en una sala de juntas.

La presentación no ha podido ir mejor; no se encontraban todos los responsables de los diferentes departamentos ya que algunos de ellos tenían compromisos que no podían eludir. Ya habrá tiempo de conocerlos.

Mi primer asalto lo he salvado sin problemas. Todos parecen encantados con mi llegada y con la del señor Carson. Piensan que es bueno para la empresa la llegada de savia nueva y joven. He podido comprobar a simple vista que existe un buen clima entre todos ellos. Espero que ese buen clima también se traslade a mi relación con ellos.

Todo parece ir bien de momento pero no dejo de fustigarme con mis miedos e inseguridades. ¡Para qué variar! Pánico, siento pánico solo de pensar en el momento de conocer a Alan Carson. Noto un bulle bulle por todo el cuerpo, la ansiedad está comenzando a apoderarse de mí y la mente es un ir y venir de preguntas que me hago a mí misma sobre… ¿cómo será ese hombre al que tanto admira su propio padre? Lo normal sería que el hijo admirase a su progenitor y no al contrario. Su mérito tiene que tener, no lo dudo.

Volvemos al despacho del señor Carson. Me detengo a mirar las fotografías enmarcadas que hay colgadas en las paredes, desde sus primeros inicios hasta la actualidad. Observo con detenimiento las fotografías más antiguas. Llama la atención una en concreto, una en la que aparece un edificio antiguo de ladrillo de seis plantas, con pequeñas ventanas y una escalera exterior metálica en zigzag en un lateral del edificio. Por entonces, debieron utilizarlo como almacén, tiene toda la pinta. En la segunda planta hay un cartel que pone: Carson Imports.

¿Carson?

Si su padre era descendiente de padre español… su apellido debería ser…

Tendrá su explicación —me digo a mí misma.

—Señor Carson… su apellido debería ser español —digo sin apartar la mirada de la fotografía— ya que desciende de españoles por parte de padre.

—Lo es. Esa es la primera empresa que fundé en 1970. Contaba con veintidós años y estaba a punto de pedir matrimonio a mi mujer, Cristina. Ella en realidad se llamaba Christine, pero yo siempre la llamaba Cristina y eso le gustaba.

Vuelvo la vista hacia él, la nostalgia se cierne en su mirada. Avanza hacia mí y se detiene a mi lado, mira con melancolía la misma foto que yo estoy observando.

—Menéndez resultaba poco comercial entonces… y decidí cambiar el apellido de mi padre por el apellido de soltera de mi madre.

—Me imaginaba que habría un por qué.

—Para entonces ya hacia un año y medio que conocía a mi mujer. En dos meses estábamos locos el uno por el otro y en seis meses estábamos dispuestos a casarnos a toda costa, pero… los padres de Cristina no estaban dispuestos a que su hija se casara con el hijo de un inmigrante; sobre todo… mi suegra. Ella no aceptaría de modo alguno que se desposara con un simple asalariado, quería algo mejor para su pequeña ya que era hija única. Por entonces trabajaba en una compañía de distribución como conductor de camión transportando todo tipo de mercancía a diversos estados. Mi suegra no quería que su hija criara a sus nietos sola. Ni que pasara los días y las noches esperando a que su esposo llegara no se sabía cuándo. Quería un hombre amante de su familia, que la cuidara y adorara. Lo mismo podía estar una semana fuera como casi un mes ya que la compañía tenía varios puntos estratégicos donde había implantado bases de distribución. En numerosas ocasiones empalmaba un viaje tras otro casi sin descanso. Nos mandaban de un estado a otro según las necesidades y así ahorraban en personal. En realidad era explotado como uno de tantos por la compañía.

De repente suspira y eleva los hombros con gesto de pena.

—Parece mentira… pero gracias a Jacky, esa testaruda mujer que me abrió los ojos, me di cuenta que ese no era futuro para Cristina ni para mí. Cristina era maestra en una escuela local, su sueldo era pequeño y el mío no era mucho más. Demasiado esfuerzo para tan poca recompensa.

—¿Entonces decidió montar Carson Imports?

—Era una idea que me llevaba rondando meses por la cabeza, antes incluso de conocer a mi esposa. Mis padres me dejaron de herencia un dinero, no mucho, pero con ese dinero, lo que llegué a ahorrar durante tres años y unos buenos contactos… monté mi primera empresa.

—Su suegra era de armas tomar.

—Sí —suspira.

—¿Sus padres murieron jóvenes? —pregunto apenada.

—Ambos tenían cuarenta y tres años. Fue en un accidente ferroviario; por entonces yo tenía diecinueve años.

Le miro a los ojos. Se ve en ellos reflejado que la vida le ha golpeado con crueldad, primero sus padres siendo tan joven y después lo que más quería en la vida… su mujer y su hija pequeña. Mis sentimientos se revelan ante tanta crueldad. ¡Qué injusto para un hombre con tanta bondad! Esta vida es una paradoja, pero ahí sigue, trabajando sin descanso. No deja de luchar por los dos hijos que aún le quedan. Su pasión hacia ellos es casi desmesurada, sobre todo por Alan.

—¿Se ve reflejado en su hijo? —menuda preguntita se me ocurre hacer.

—Me veo reflejado —asiente a su vez con la cabeza.

—Sus padres se sentirían orgullosos de ver cómo ha creado una familia y este imperio —sonrío con dulzura al volver a dirigir mis ojos a los suyos.

—Solo he conocido a una persona…—detiene sus palabras, veo como sus ojos se llenan de emoción—tan dulce, sincera y atrevida como tú.

Me deja sin palabras, desconozco a quien se refiere, pero creo intuirlo…

—Señor Carson, su hijo Alan ya está en su despacho

Se escucha la voz de Allison a través del interfono rompiendo el silencio en mil pedazos.

El señor Carson va hacia su mesa y contesta a Allison, mientras, saltan todas las alarmas en mi cuerpo y en mi cerebro. Literalmente “me quiero morir”.

No entiendo cómo puedo ponerme en segundos en este estado de nervios… me desbordan. Todo el cuerpo me tiembla como un flan, una leve capa de sudor comienza a brotar por mi piel. La boca se me queda seca y me cuesta respirar, mi cuerpo se está revelando.

¡¡Qué zozobra!!

—Marian, ya ha llegado el momento. Alan nos está esperando.

Madre mía… noto en milésimas de segundo como mi cara palidece y se queda rígida. ¡Me voy a volver loca y seguro que no es para tanto! A ver Marian, es solo una presentación, me digo a mí misma intentando calmar estos impertinentes nervios que me hacen pasar tantos malos ratos, solo le vas a conocer. Ya has tenido oportunidad de hablar con él por teléfono, además, parece agradable. ¡Maldita sea… no logro quitarme de encima los nervios ni a tiros!

Su despacho se encuentra al otro lado del pasillo, justo a la izquierda del ascensor. Nos encaminamos hacia él. Me cuesta un montón avanzar por el pasillo, camino dos pasos por detrás del señor Carson con la mirada perdida, absorta en mis temerosos pensamientos. No sé si podré aguantar el tipo, me da una inmensa vergüenza sentir tanta inseguridad y que él se dé cuenta de ello.

El frágil aleteo de la inocencia

Подняться наверх