Читать книгу Seamos una familia - Roser A. Ochoa - Страница 10
Capítulo 5
ОглавлениеPodría haberse ido, volver otro día, en otro momento, esperar en una cafetería cercana o… había miles de cosas que podría haber hecho, pero no lo hizo, solo se quedó ahí de pie, frente a la puerta de ese restaurante, incapaz de moverse, puede que, de intentar dar un paso, la poca estabilidad aunada en ese instante se evaporara. Practicó un elocuente discurso durante el trayecto en tren; uno en el que no figuraban reproches, ni insultos, ni culpas de ningún tipo. Cuatro frases neutras para exponer la situación y le daría los papeles. En el bolsillo pequeño de la mochila había metido tres bolígrafos y los tres pintaban a la perfección, todos habían sido minuciosamente comprobados. No pensaba estar ahí ni un segundo más de lo estrictamente necesario. Entrar, soltar su discurso, que él firmara la renuncia y olvidarse del tema. No volver a ver a ese bastardo nunca más.
El problema se originó al verlo llegar. Lo primero que pensó Eric fue en cuán tópica había sido su hermana Sara. Jonah era alto, debía de rozar el metro noventa, aunque parecía más debido a su ancha complexión, seguro que practicaba algún deporte. Tenía el pelo castaño claro, casi rubio, era el mismo tono de pelo de Lucas, y cuando ese pensamiento cruzó su mente, Eric se sintió mucho más molesto con ese hombre. La cosa no mejoró en absoluto cuando comprobó que los ojos de ese tipo, de un azul claro y sincero, también eran como los de su sobrino. Eric sintió cómo la rabia crecía en su interior. Ese imbécil era atractivo de un modo insultante.
Lo siguió hasta el despacho, ¡el muy idiota pensaba que estaba ahí por una entrevista de trabajo! Eric dijo su nombre despacio, remarcando con énfasis el apellido, el mismo apellido que compartía con su hermana Sara, el mismo apellido que la chica a la que había dejado embarazada cinco años atrás. Pero el señor Katsaros pareció no inmutarse.
La ira lo invadió por entero, de dentro a fuera, lo sintió hasta doloroso, como un parásito abriéndose paso a mordiscos a través de su piel. No podía más, tenía que salir de allí antes de terminar haciendo algo de lo que se arrepintiera. Así que, con rapidez y gran autocontrol, volvió al plan inicial: sacó de la mochila los papeles que el abogado había preparado para él. Los dejó sobre la mesa, junto a uno de los bolígrafos.
—¿Qué se supone que es esto? —inquirió Jonah, sentándose de nuevo tras la mesa y agarrando los papeles.
«Siete, ocho, nueve…», Eric contaba mentalmente, para abstraerse. Solo quería que los firmara y poder salir de allí con dignidad y sin una denuncia por agresión, solo eso. Empezaba a arrepentirse de haber ido hasta este sitio, verlo a él ahora lo hacía real. Hasta el momento había sido un ente incorpóreo, sin cuerpo ni cara, simplemente el semen que fecundó el óvulo de Sara. Nunca se había parado a pensarlo mucho más allá. A quién se parecía Lucas, de dónde había sacado ese pelo tan fino y claro, o esos impresionantes ojos azules tan bonitos… Ahora que tenía al padre delante, era como si le hubieran dado una patada en el estómago.
—Firma —repitió Eric, y en esa sola palabra usó todas las fuerzas que le quedaban para no terminar provocando un desastre en ese despacho.
—Espera un momento —dijo Jonah mirándolo, pero Eric no supo identificar qué clase de mirada era esa, era como si ese azul que había descubierto al principio se hubiera vuelto como el cielo en un día de tormenta, de un gris escalofriante—. ¿Qué diablos se supone que es esto? Debe tratarse de un error —sentenció, empujando los papeles por encima de la mesa, alejándolos de él.
—El error fue follar sin condón y no querer saber nada de mi hermana después —soltó Eric a bocajarro, sin saber muy bien de dónde estaba sacando tanto arrojo, supuso que esa valentía residía en todo el amor que sentía por ese niño que lo esperaba en casa.
Una serie de sonidos provenientes del comedor hicieron que ambos alzaran la mirada en dirección a la puerta que no tardó mucho en abrirse, dando paso a una mujer perfectamente vestida, peinada y maquillada, que hizo que el gesto de Eric se torciera, pues, con un solo vistazo, le pareció tan artificial como una muñeca de plástico.
—¡Vaya! Lo lamento, no sabía que ya habías empezado con las entrevistas —declaró ella, con una voz que intentaba ser amigable sin terminar de conseguirlo. Tampoco consiguió disimular el gesto de desaprobación cuando los ojos se quedaron fijos, un poco más de lo necesario, en Eric—. Perdona, soy Ina, ¿tú eres…?
La mirada de Eric se fijó un instante más a esa mujer, para acto seguido regresar a su objetivo principal, él y los papeles que estaban sobre la mesa, que se encargó de volver a empujar hacia adelante, para que quedaran de nuevo frente a Jonah.
—Ina —dijo este último, con la mirada clavada en la mano de Eric, que seguía acercándole aquello que pretendía que firmara—. Si no te importa, es algo personal —apuntó entonces, levantándose y acercándose a la puerta para abrirla, invitando a Ina a salir.
—¿Me estás echando? —inquirió contrariada ella.
—Hablamos después, por favor, dame diez minutos.
—Con uno nos basta, no creo que seas tan lento en poner tu nombre —atacó Eric desde la silla donde seguía sentado.
Jonah empujó con delicadeza a su hermana fuera del despacho, mientras le pedía perdón en un susurro. Volvió sobre sus pasos, cogió los papeles y los alzó sacudiéndolos, como si quisiera airearlos o pretendiera que las letras cayeran y se volvieran solo folios en blanco.
—Solo dice que renuncias a reclamar, ahora y en un futuro, tus derechos de paternidad —le explicó Eric—, que viene siendo lo que has hecho desde que nació el niño —añadió—. No sé de qué mierda te sorprendes tanto, solo firma y olvídate de todo, no creo que sea tan difícil, dudo que alguna vez hayas pensado en él.
—Te llamabas Eric, ¿verdad? —comentó Jonah, con la voz agarrotada, como si las palabras se hubiesen hinchado y le costara hacerlas pasar por la garganta—. Si esto es verdad —siguió, y el gesto de Eric pasó de enfadado a iracundo en el tiempo que le llevó a Jonah pronunciar esas cuatro mal elegidas palabras—, si esto es verdad, yo no tenía ni idea de que Sara estaba embarazada.
—¡Mientes! —exclamó airado Eric.
—¿Por qué iba a mentir? —inquirió Jonah, dejándose caer sobre la silla, estaba más blanco que los papeles que sostenía aún entre las manos—. No me puedo creer que me esté pasando esto. ¿Dónde está Sara? ¿Por qué no ha venido ella? —demandó mirando a Eric—. Esto tenemos que aclararlo.
—¡No hay nada que aclarar! —gritó Eric, ya sí perdiendo la compostura—. ¡Firma! ¡Joder, firma los putos papeles! —insistió, arrojándole el bolígrafo.
—Si estás intentando chantajearme o sacarme algo te advierto que… —empezó a decir Jonah.
—¿Qué mierda voy a querer yo de ti? —bramó fuera de sí Eric—. Es al contrario, ¿no lo ves? Lo único que quiero de ti es que no existas para Lucas, ni ahora ni nunca.
—¿Lucas, así se llama el niño? —le interrogó Jonah, suavizando la voz.
—¡No digas su nombre! —amenazó Eric, los nervios lo empujaron a perder el control.
—Lo siento, Eric, no sé qué pintas tú en todo esto, pero este tema tengo que hablarlo con tu hermana, no sé… Consultaré con un abogado y concertaremos una cita…
—No puedes —musitó Eric, que pasó de gritar como un loco a que su voz apenas fuera audible para el oído humano.
—¿Por qué? —quiso saber Jonah.
—Porque no puedes… —repitió Eric temblando.
—Bueno, tú dame el teléfono de Sara y yo…
—¡Está muerta! —exclamó Eric, dejando que ya las lágrimas descendieran por sus mejillas, sintiéndose patético y derrotado al instante—. Firma los papeles, por favor… —le imploró con la voz rota—. Por favor… —repitió.
Había metido la pata hasta el fondo, siempre había pensado que Jonah Katsaros no quería saber nada de su hijo, ¡no que no supiera que tenía uno! ¿Qué pasaría ahora? ¿Y si él quería reclamar a Lucas?
Eric pasó el dorso de la mano por sus ojos, arrasando lágrimas y mocos, cogió la mochila al vuelo al tiempo que salía de ese despacho corriendo como si algo estuviera a punto de matarlo, dejando los papeles que tanto ansiaba en manos de un sorprendido Jonah, que aún estaba en estado de shock.
—¡Espera! —gritó la mujer, viéndolo salir tan apresurado del despacho de su hermano.
Eric salió de nuevo a la lluvia, que arremetía con mucha más fuerza que al momento de llegar. Echó a correr sin saber muy bien en qué dirección lo hacía, solo corrió mientras la ropa de nuevo iba mojándose, pero al menos así, bajo la lluvia, nadie podía ver como no podía parar de llorar.
—Maldita sea, Sara, ¿por qué me mentiste? —murmuró Eric, con la respiración agitada.