Читать книгу Seamos una familia - Roser A. Ochoa - Страница 9

Capítulo 4

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Cuando salió de la ducha después de sus quince kilómetros diarios, Jonah pudo observar cómo el cielo, que ya al amanecer estaba teñido de gris, ahora había mutado a un negro extraño, y hasta empezaban a escucharse truenos lejanos. Iba a llover lo que, en el mundo de la hostelería, podía traducirse en dos cosas totalmente opuestas: que el restaurante se llenara hasta la bandera o que estuviera vacío por completo. Era extraño, a veces con la lluvia era como si a la gente dejara de apetecerle cocinar, esos días el restaurante bullía, sobre todo de vecinos de la zona. Por el contrario, había veces que, con tormenta, la gente pensaba que mojarse era algo insoportable y se encerraba en casa. Aunque esos días tampoco eran malos, los aprovechaba para probar nuevas recetas y usaba a sus trabajadores como conejillos de Indias.

En los últimos meses de primavera había incluido tres platos nuevos en la carta. Además, el día se le presentaba complicado pues, a media tarde, entre el servicio del mediodía y de la cena, empezarían con las entrevistas para incorporar personal en la temporada de verano. De hecho, ya iban un poco tarde. La gente de sala solía ser cosa de Víctor, ya que, a fin de cuentas, él era quien tendría que lidiar con ellos. Jonah no solía salir mucho de la cocina, lo que él necesitaba era un par de buenos ayudantes, rápidos en pequeñas tareas y a poder ser con algo de experiencia.

Al final, la mañana fue relativamente tranquila. Hubo comensales, pero dentro de la normalidad, seguramente porque, a pesar de la amenaza del cielo nublado y los truenos, aún no había empezado a llover; el tiempo había aguantado. Jonah miró el reloj haciendo un cálculo mental y terminó por decidir que le daba tiempo de ir a casa a darse una ducha, antes de que su hermana llegara. Después de tantas horas con el calor de la cocina estaba sudado e Ina odiaba que oliera a comida, cosa que a él le encantaba.

—Jefe, ¿quieres que venga después? —se ofreció Víctor, siguiendo a Jonah por la cocina. Observando cómo su amigo terminaba de limpiar un par de cosas.

—¿Quieres venir? —cuestionó sorprendido Jonah, ya que, aunque Víctor no era de los que se escaqueaban de sus obligaciones, tampoco solía trabajar más de lo estrictamente necesario.

—Aaaahhhh, bueno, no me importaría si es por echarte una mano —tanteó el chico, ayudando a Jonah a guardar unas cosas en la cámara frigorífica.

Jonah cerró la puerta del congelador y se giró para observarlo, no obstante, Víctor seguía con una mirada indiferente, como si se ofreciera por ayudar y sin motivo oculto en realidad. Jonah no pudo evitar sonreír, a veces su amigo era tan obvio.

—Va a venir Ina —le informó Jonah, a pesar de que eso debería ser algo más que evidente y, de hecho, era lo que esperaba su amigo.

—¿En serio? —fingió sorpresa Víctor, como si no supiera nada y en realidad esa información le viniera de nuevas—. Bueno, igualmente, si me necesitas… puedo venir —siguió el muchacho.

—Víctor, si quieres venir, ven —se rindió Jonah al fin—. Oye, voy a ir a casa a darme una ducha, estaré de vuelta en una hora…

—Vale, jefe, yo cierro —comentó Víctor.

Empezaba a chispear cuando llegó a casa. En algún momento no muy lejano en el tiempo tendría que llamar a la empresa de mantenimiento del jardín, para que dejara todo preparado para la llegada del verano. Durante la época del frío, la piscina había adquirido un nada llamativo tono verdoso que no invitaba a darse un chapuzón. Él era un desastre con todas esas cosas, además, tampoco tenía tiempo para dedicarle a la casa o al exterior de la misma. Jonah se peinó el pelo hacia atrás echando un poco de gomina para fijarlo, dándole un efecto despeinado y húmedo. Se estaba esforzando un poco más de lo habitual, porque Ina siempre le daba el toque de atención de que debía cuidar su aspecto. Decía que no solo tenía que ir bien en el negocio, sino que además tenía que parecerlo. Él no entendía muy bien qué significaba eso, lo resumió en «aparentar», algo en lo que su hermana era realmente buena.

Tres minutos le duró la paciencia de intentar anudarse la corbata, al final la tiró sobre la cama y dejó el cuello de la camisa abierto. Se miró al espejo y le pareció una apariencia lo suficiente correcta como para entrevistar a nuevos empleados y, al tiempo, complacer los altos estándares de su hermana.

Cuando salió a la calle empezaba a llover con más insistencia, así que cogió las llaves del coche, no le apetecía mojarse, además, a esas horas no tendría problemas para aparcar. Estaba llegando al restaurante y ya había un chico esperando frente a la puerta, a pesar del mal tiempo estaba sin paraguas. Jonah se apresuró en estacionar el coche y salió corriendo para poder abrir la puerta y que el joven no se mojara más de lo que ya estaba.

—¡Hola! —saludó Jonah de lejos, caminando de manera rápida hacia él y sacando las llaves—. Menudo día, ¿eh? —comentó como de pasada en tono afable—. Rápido, pasa dentro —ofreció con amabilidad—. Espera, encenderé las luces.

Después de encender las luces del comedor entró un segundo al vestuario del personal a por un par de toallas, y mientras iba pasándosela por el pelo, se acercó al muchacho para darle una también.

El chico seguía detenido en la entrada, Jonah pensó que podría deberse a que no quería mojarlo todo, aunque con ese día y la cantidad de gente que entraba y salía del restaurante, que se mojara el suelo era algo inevitable. El chico empezó a pasarse la toalla por el pelo, bastante oscuro sin llegar a ser negro, lo hizo de manera lenta, como sin ganas. De hecho, toda la expresión de su rostro era extraña, como si no quisiera estar ahí. Además, seguía sin decir nada, de hecho, y ahora que se paraba a pensarlo, ni siquiera le había devuelto el saludo inicial. Jonah lo observó un instante más, no era muy alto, ni muy corpulento, de hecho, no destacaba mucho a simple vista, puede que lo más llamativo fuera esa tez tan blanca que, en contraste con esos ojos tan oscuros, hacían que aún pareciera más pálida, como si fuese de cuarzo pulido.

—¿Quieres un café? —ofreció Jonah, intentando romper el hielo, viendo que el chico estaba aún algo intimidado, a lo mejor era su primera entrevista de trabajo.

—No —respondió este de manera seca.

—Está bien —resopló entonces, empezando a sentirse un tanto incómodo.

Jonah ojeó el reloj de manera disimulada, ese chico se había presentado muy pronto, tanto que Ina no había ni llegado, aun así, pensó en ir adelantando trabajo. Además, algo en su interior estaba saltando en señal de alarma, pero no sabía el qué.

—Vayamos al despacho —propuso entonces, comenzando a caminar en esa dirección. Pensó en explicarle algo de ese edificio, del comedor por el que estaban pasando o incluso alardear de algunos de los cuadros colgados, auténticas obras de arte, sin embargo, intuyó que a ese chico todas esas cosas le daban igual.

Había algo que no encajaba, aun así, se obligó a sonreír de manera amable, señaló la silla frente a la mesa, indicando que podía tomar asiento. Fue entonces cuando el muchacho se quitó la cazadora y el eslogan Que te jodan de la camiseta lo sacudió de pronto y no pudo evitar soltar una risotada, pensando en la mala elección del atuendo para alguien que pretendía ser contratado. ¿En serio estaba buscando trabajo? Si lo viera Ina lo descartaría de inmediato. Aunque tal vez lo había hecho para llamar la atención y desmarcarse del resto, de ser así, había logrado su objetivo. Jonah se quedó mirándolo con una sonrisa bastante tonta, le gustaba la gente tan desenfadada y con cínico sentido del humor, puede que porque él no era así.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Jonah, sacando la agenda para tachar su nombre de la lista.

—Eric Costa —dijo el muchacho sin más.

La intensa mirada del chico hizo que Jonah se estremeciera de arriba abajo. Tenía los ojos de un profundo negro, tan oscuros que parecía que su pupila se difuminaba. Sin duda, era muy joven, no debería de tener más de diecisiete o dieciocho años, no acostumbraba a contratar chicos tan jóvenes, pero estaban también en el derecho de, al menos, optar a una entrevista justa. Todos habían pasado por ese incómodo momento en que la juventud era solo una traba y nadie se dignaba a dar una oportunidad.

Empezó a repasar la lista de los nombres de las personas citadas para una entrevista, sin embargo, no encontró a nadie con ese nombre, repasó los currículums que su hermana le había hecho llegar, pero tampoco dio con ninguno del tal Eric Costa. Alzó la mirada confundido, la sensación de que había algo raro siguió creciendo en él.

—¿Tienes experiencia como camarero? —preguntó entonces Jonah—. Al menos habrás traído el currículum, ¿no? —Ya que había asistido a la entrevista sin ser agendado, al menos…

—¿Crees que vengo a pedirte trabajo? —soltó Eric con indignación, cortando de raíz la diatriba mental de Jonah, que seguía sentado frente a él con expresión confundida.

—¿No vienes por el trabajo? —inquirió entonces, aún más desconcertado.

—No trabajaría para un hijo de puta como tú ni aunque fuera el último trabajo sobre la faz de la tierra —declaró Eric, con una enorme cantidad de odio en la voz.

—¿Perdona? —demandó Jonah tan aturdido, que ni se dio cuenta del momento en que él se había puesto de pie.

El chico frente a él seguía sentado con tranquilidad… No. Eso no era del todo cierto. Fijándose mejor, Jonah pudo advertir el temblor en sus manos, la manera en la que al tragar parecía que los nervios se quedaran atorados en su garganta, y cuando ese tal Eric alzó la mirada en su dirección, Jonah advirtió que sus ojos estaban ligeramente enrojecidos y cargados de desprecio.

—Tú eres Jonah Katsaros, ¿no? —preguntó el chico.

—Sí —afirmó, aún de pie y sin saber qué estaba pasando.

—De puta madre —soltó el muchacho, sacando algo de la mochila y tendiéndolo en su dirección—. Firma esto y me voy.

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