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Capítulo 6
ОглавлениеNo podía salir de su asombro. Quiso correr tras el chico, no obstante, en ese instante era como en esas películas de la mafia, alguien había hundido sus pies en cemento y de un momento a otro lo lanzarían a un profundo lago. Sentía que se iba a ahogar, notaba cómo se encontraba anclado al suelo, sin poder moverse. Puede que no de manera literal, pero sí en todos esos pensamientos que se agolpaban en su mente uno tras otro, abriéndose paso a empellones en su cerebro.
Primero pensó en Sara, no podía creer que esa chica tan divertida y vivaz hubiera muerto, no sabía cuándo, ni cómo o por qué… De hecho, no veía a esa chica desde que se graduaron de la universidad. De eso hacía ya… La edad que tendría el crío. Lo que le llevó a ese segundo pensamiento: ¿un hijo? ¿Él? ¡Nunca le habían gustado los niños! ¿Por ese motivo Sara no le había dicho nada? La última reflexión que lo golpeó fue para el chico que acababa de huir de allí. A pesar de que había terminado derretido en lágrimas, no podía ni imaginar el valor que había necesitado reunir para ir hasta allí a enfrentarlo cara a cara con el ánimo de entregarle esos papeles.
—¡Después dices que yo soy dura! —se rio Ina, entrando en el despacho—. ¿Qué le has dicho al pobre crío? ¡Lo has hecho llorar! —siguió con un tono tan jocoso que Jonah se sintió ofendido.
—Ahora no, Ina —gruñó, cogiendo los papeles de encima de la mesa—. Oye, tengo que irme, ¿te encargas tú de esto?
—¿Q… qué? —balbuceó Ina—. Pero si siempre quieres ser tú quien elija a los…
—Confío en ti —cortó Jonah su diatriba, saliendo del despacho.
—¡Oye! ¡Espera! —le pidió su hermana saliendo tras él—. ¿Qué diablos pasa contigo? —preguntó, aunque su tono se asemejaba más a una exigencia—. ¿Quién era ese?
La puerta de la calle se abrió una tercera vez y un sonriente Víctor entró, sacudiendo el paraguas antes de dejarlo en el paragüero, sin embargo, aún no había llegado a meterlo cuando Jonah lo interceptó, agarrándolo del brazo, ignorando a su hermana y saliendo a la calle de manera apresurada.
—Eh, eh, eh, eh —decía Víctor, mientras lo arrastraban bajo la lluvia—. Pero ¿qué…?
—Necesito una copa —aseguró Jonah.
—Eso está muy bien, pero trabajamos en un restaurante… —empezó a balbucear.
—Víctor —insistió Jonah, mirándolo con el semblante muy serio, mientras las gotas empezaban a mojarlo.
—Vale, perdona… —respondió Víctor, abriendo el paraguas para cubrirlos a ambos—. Está bien… Vamos.
La cara de Víctor cambió por completo, no era habitual que Jonah se comportara de una manera tan impulsiva y extravagante, así que eso solo podía significar que algo había pasado, esperaba que nada malo.
Ambos amigos entraron en uno de los locales de primera línea de playa, pidieron dos cervezas y aguardaron a que se las sirvieran. Ninguno de los dos parecía dispuesto a romper ese silencio que se había creado entre ambos, pero después de que Jonah diera buena cuenta de su consumición, casi bebiéndosela de un trago, Víctor no pudo aguantar más y preguntó de forma directa qué era lo que estaba pasando, más que nada porque empezaba a preocuparse.
Jonah empezó a hablar, sin embargo, tampoco era que pudiese explicarle mucho, y cuando su mejor amigo comenzó a hacerle preguntas, se dio cuenta de que no era capaz de responder a ninguna, pues en verdad sabía nada y menos, solo que ese tal Eric se había presentado allí y después todo estaba como brumoso.
Víctor terminó de leer los documentos y los dejó en el centro de la mesa, justo en medio de las dos nuevas jarras de cerveza que acababan de pedir.
—Pero tú y esa chica… —empezó a poner en duda Víctor, sin embargo, Jonah asintió—. ¿Cuándo?
—Fue a finales de la carrera, tonteamos un poco y en una fiesta bebimos de más y terminamos en un hotel… No sé, fue todo muy impulsivo… Después de esa noche coincidimos un par de veces más, ella no parecía dispuesta a hablar del tema y a mí eso me fue de puta madre. Quedó como algo que había pasado sin más, de hecho, y si te tengo que ser sincero, hasta me había olvidado de esa historia.
Jonah soltó un suspiro. El tema había sido así, al menos para él. Nada formal, tampoco nada de una noche, solo dos amigos tonteando y que terminaron acostándose. Sin más. Sin complicaciones ni implicaciones emocionales. ¿Por qué Sara no se había puesto en contacto con él? ¡Se conocían desde primer año de carrera! No es que fuesen amigos inseparables, pero ¿en tan mala consideración lo tenía? ¿Lo había tomado por un gilipollas que se desentendería del crío? Y justo después de ese pensamiento, otra idea cruzó la mente de Jonah, una que tomó algo más de fuerza. Puede que Sara no le hubiera dicho nada por todo lo contrario, por miedo a que él quisiera asumir su responsabilidad.
—Sea como sea —interrumpió sus pensamientos Víctor—, no lo entiendo, ¿dónde está el problema? —añadió entonces—. Firma.
—¿Estás loco? —exclamó Jonah, mirándolo con los ojos muy abiertos, como si acabara de decir una estupidez monumental—. Ni siquiera sé si el niño es mío.
—Por eso —soltó Víctor, alzando los hombros, intentando dar un análisis de la situación lo más objetivo posible—. Si el muchacho hubiera venido para pedirte dinero o una manutención… Evidentemente te diría que ni loco firmaras esto sin hacerte una prueba de paternidad y, aun así, te diría que ¡a la mierda! Antes de soltar un duro que te lo ordenara un juez. Pero este chico parece que no quiere nada, solo que renuncies a algo que ni siquiera sabes si es tuyo. No le veo la complicación. Renuncia. El chico se queda tranquilo y tú sigues con tu vida como hasta ahora. Solo se trata de decir que no quieres algo que ni sabías que tenías.
—Pero… —dudó Jonah.
—¡Oh, venga! ¡No me jodas! ¿Acaso tienes dudas? —exclamó Víctor, incapaz de entender el razonamiento mental de Jonah—. ¡Firma y que se coma el marrón otro! No seas un gilipollas sentimental. Ese niño puede no ser tuyo.
—Tú no has visto a ese chico… —Solo recordar esa expresión tan dolorosa en los oscuros ojos de ese crío, hizo que Jonah se estremeciera por completo.
—Jonah… —Víctor pronunció el nombre de su amigo muy despacio, llamando su atención, para que lo mirara—. No es asunto tuyo, no lo era antes, no lo es ahora y no lo va a ser nunca —repitió, señalando los papeles—. No te metas en esto, créeme, lo más sensato es firmar los documentos y olvidarte del tema. Como si nunca hubiera pasado. Borra el día de hoy de tu calendario, y ya.
¿Cómo podía hacer como si nunca hubiera pasado? Eso era imposible. Unas horas atrás su única preocupación había sido que el nudo de la corbata le quedaba torcido, pero ahora, ¡podía haber un hijo suyo corriendo por el mundo! ¿Cómo sería? ¿De qué color serían sus ojos?… De pronto, esas trivialidades quedaron relegadas por un pensamiento algo más profundo que lo golpeó en medio del pecho, ¿cómo estaría ese crío después de la muerte de su madre? Jonah se sacudió convulso cuando esta idea terminó de atravesar su mente. Su mirada descendió a los papeles y dio un largo suspiro. Víctor, que conocía a su amigo desde hacía muchos años, intuyó la duda en la expresión de su rostro, así que sin pensarlo dos veces…
—¿Me permites? —inquirió Víctor, alargando la mano y robándole el bolígrafo al camarero que estaba tomando nota de la pareja de la mesa tras ellos, Víctor se giró con rapidez y, antes de que Jonah pudiera arrebatarle las hojas, las firmó por él—. Hala, firmadas. Problema resuelto.
—¡Serás hijo de puta! —le gritó enfurecido Jonah, aunque no sabía si más por haberlos firmado o por comprobar cómo la firma era exacta y calcada a la suya, hasta el punto que ni él mismo veía diferencias.
—Créeme, Jonah, lo hago por ti, en unos años, cuando lo pienses fríamente, me darás las gracias.
—¿En unos años?
—Cuando conozcas a alguien y te enamores como un idiota, os caséis y forméis una bonita familia, entonces estoy seguro de que mirarás atrás, te acordarás de este día y me comprarás una Kawasaki para agradecerme que te salvara el culo.
Jonah dejó caer la cabeza sobre las palmas de sus manos y dio un profundo suspiro, sacando todo el aire acumulado en sus pulmones. Puede que Víctor tuviese razón. Sería la primera vez que su amigo la tuviera, pero siempre había una primera vez para todo, hasta para que Víctor acertara.
—Paga y vámonos —instó el chico, levantándose.
—Sí —dijo Jonah, sacando la cartera.
Era lo mejor para todos, intentó convencerse Jonah, sin embargo, cuanto más lo pensaba, más inseguro se sentía.
—Está bien, tienes razón —soltó al final, cuando ambos salieron a la calle. Por suerte había dejado de llover—. Ya están firmados, en el sobre estaba la dirección de un bufete de abogados de Barcelona, iré personalmente a llevarlo.
—Puedes mandarlos por correo y… —propuso Víctor, aunque en el fondo sabía por dónde estaba a punto de salir su amigo.
—Quiero verlo, al menos una vez. Quiero ver al niño.
—Menuda cagada, compañero —se lamentó el chico, empezando a caminar de regreso a Katsaros.
¿Lo era? Posiblemente. No había tenido mucho tiempo de meditarlo en profundidad, pero ¿cómo podía saber que había una parte de él en el mundo y no querer ni siquiera verlo? No, era impensable. Era casi seguro que Víctor de nuevo tuviera razón, sin embargo, era una necesidad no meditada pero imperiosa. Sí. Definitivamente. Necesitaba conocer a Lucas.
—De todo esto ni una palabra a Ina —advirtió Jonah.
—Por supuesto, aunque sabes que mi silencio tiene un precio, que se llama «fin de semana libre».
Ese era su amigo. Aún no entendía por qué se llevaban tan bien.