Читать книгу La reina que dio calabazas al caballero de la armadura oxidada - Rosetta Forner - Страница 11
6
ОглавлениеPESADILLAS NOCTURNAS
A la reina no le fue fácil conciliar el sueño durante mucho tiempo. Se sentía sola, muy sola. Lloraba la ausencia del caballero de la armadura demasiado oxidada. Y, por si fuera poco, además se sentía mal por echarle de menos.
«¡Vaya contradicción!», a buen seguro pensaréis, queridos lectores.
Pues no.
Nada de contradicciones.
Esto es de lo más normal, y suele suceder durante el período de duelo, o sea, el primer año de separación. La confusión emocional ocasionada por la separación, unida a la vivencia traumática de la pérdida −aunque uno haya tomado la decisión consensuada, lógica y sensata consigo mismo− son compañeras habituales de todo aquel que se halla en período de reencuentro consigo mismo y reuniendo los pedazos dispersos de su estima, corazón y psique. No en vano una separación es como un terremoto: terrorífica al principio, devastadora y asoladora durante, y desértica y caótica después.
«Buf, no será para tanto», pensarás.
Pues sí, lo es.
Sólo los que se atreven a mirar de frente al dragón confiesan la verdad, y es que una separación no es un evento agradable en nuestra vida. No lo es al principio, aunque bien puede acabar siéndolo si uno se enfrenta con la oportunidad de reorganización vital que supone una separación. Los que se entretienen de esa pérdida con diversidad de relaciones acaban por aglutinar más desastres vitales a la larga, pero eso es otra historia.
Volvamos a la reina y sus pesares postseparacionales.
La reina pensaba de sí misma que, a lo mejor, era estúpida o le faltaba el sentido común, pues si le había dejado, ¿por qué le lloraba? No sabía la respuesta correcta, si es que había alguna. No obstante, llorar su ausencia, así como la pérdida de sus besos y el silencio de su alma, se convirtió en algo cotidiano.
Lo que le sucedía a la reina era algo muy normal, ya nos hemos referido a ello con anterioridad: estaba en pleno proceso de duelo. Al fin y al cabo, la ruptura de una relación, por muy reina que seas, es una muerte, y a toda muerte le sigue un proceso de duelo más o menos largo e intenso dependiendo del tipo de muerte de que se trate.
La reina se despertaba llorando muchas noches... de vacío existencial. Ya no sabía por qué lloraba y se sentía rota, como si le hubiesen arrancado parte de sí misma. La herida de su alma era intensa, profunda y dolorosa. Y, por si fuera poco, a su alrededor la gente la trataba con lástima y le daba el pésame −sí el pésame, como lo lees−, pues para sus amigos y conocidos era una tragedia el hecho de que la reina se hubiese divorciado del caballero de la armadura demasiado oxidada.
Por ello la obsequiaron con perlas tales como:
• No deberías haberle dejado después de tantos esfuerzos y de tanto apoyo como le diste, ahora que ha logrado sus objetivos profesionales. Vendrá otra y se llevará tus esfuerzos. Deberías haberte quedado para recoger los frutos de tu empeño...
• Ahora, ¿qué vas a hacer? ¿Has pensado que toda la gente de tu edad está ya emparejada? No vas a poder ligar de nuevo, los de nuestra edad ya tienen todos pareja...
• Y, ¿no echas de menos los niños? Si al menos hubieses tenido uno, ahora no te sería tan dolorosa la soledad y la ausencia de él, pues tendrías algo suyo...
• No sé para qué te has separado si quieres volverte a enamorar... Para buscar a otro más te valdría haberte quedado con el marido ya conocido...
• Uno no cuenta que se ha separado: eso es una desgracia, un fracaso vital en toda regla.
• Tendrás que plantearte reorganizar tu vida, volver a vivir...
• La sociedad no está organizada para mujeres solteras. ¿Adónde vas a ir ahora sin pareja? Te sentirás fuera de lugar.
• Es triste estar sola, así sin nadie, y además ahora tendrás que hacer frente tú sola a todos los gastos...
La reina se sentía como si se hubiese muerto y no supiese ni dónde estaba el cementerio para instalarse en su tumba y descansar en paz de una vez por todas. Se sentía aislada, sola, incomprendida... Rota el alma, sólo acertaba a llorar su despropósito vital. Al principio, a duras penas conseguía recordar que se separó porque la vida en el castillo, al lado del caballero de la armadura demasiado oxidada, era sencillamente insoportable.
Insufrible.
Imposible.
Odiosa.
Amarga.
Asquerosa.
Maloliente metafóricamente hablando.
¡Bufffff!
Esa amargura se le había colado por entre las alas y amenazaba con dejarla sin aliento. Ella, que siempre había sido un cascabel, ahora era puro llanto sin consuelo. Estuvo tentada de refugiarse en una de las muchas tácticas de despiste o mecanismos de defensa habituales de los que suele utilizar la gente cuando se separa. Pero no sucumbió.
No.
El dolor no pudo con ella.
No.
Ella pudo con el dolor.
Sí.
A su alrededor, muchas mujeres y muchos hombres se lanzaban de lleno a la piscina del despiste, tratando de conjurar el dolor insoportable de la muerte simbólica, consiguiendo con ello, tan sólo, posponer el momento de enfrentar al dragón interior del miedo a vivir. Sí, cierto, todos ellos tenían miedo a vivir, a sentir el aire fresco de la mañana, la vitalidad del corazón que se despierta recuperado y renovado después de su contratiempo vital.
Y así fue como la reina, un buen día, despertó de la pesadilla.
Las heridas habían cicatrizado. Aquel día se levantó más fuerte y poderosa que nunca. El dolor había cesado y, en su lugar, había una fuerza serena, una complacencia y un creer en sí misma como nunca jamás lo había habido.
Rescató su dignidad y se recordó a sí misma que ninguna mujer vale menos por estar soltera ni por haber decidido divorciarse de un mendigo emocional.
Ninguna mujer, ni reina ni plebeya, debería bajo ningún concepto aguantar a ningún caballero de armadura demasiado oxidada, por más desesperada que estuviese o por más hijos que alimentar debiese.
Las pesadillas no traen sino amaneceres negros de sí mismos.
Y eso no es bueno para la corona.
Ninguna creencia o amenaza social se merece la pérdida de la dignidad.
No hay que aguantar: eso queda para las mujeres de secuestrada neurona de otra época, mujeres a las que les negaron el hecho de ser personas, así como la oportunidad de tener un trabajo con el que pagarse sus facturas. Mujeres que abdicaron de su corona y vistieron el yugo de la inferioridad y la discriminación.
Aunque también ha habido en toda la historia de la humanidad mujeres valientes que han sacado a sus hijos, familias, negocios, proyectos, creaciones y vidas adelante. Mujeres que se colocaron la corona y le propinaron una soberana patada a todas las tonterías sociales según las cuales era pecado ser madre soltera, vivir con un hombre sin estar casada, tener hijos después de los cuarenta, casarse con un hombre más joven o de cartera menos acaudalada. Mujeres reinas que siempre supieron que eran válidas por encima y más allá de sus comportamientos poco o nada políticamente correctos.
Mujeres reinas.
Reinas mujeres.
Almas sabias en busca de almas sabias.