Читать книгу La reina que dio calabazas al caballero de la armadura oxidada - Rosetta Forner - Страница 12
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ОглавлениеEL ARTE DE DAR CALABAZAS A UN CABALLERO DE ARMADURA DEMASIADO OXIDADA
Si todo se hubiese resuelto con divorciarse del marido-caballero de armadura demasiado oxidada, hubiese sido maravilloso... Fácil.
Pero no, no fue así.
Nunca es así.
Evidentemente, en la reina debía modificarse algún que otro aspecto, so pena de pasarse la vida sola o bien atraída irremisiblemente por caballeros como su ex marido.
¿Era esto posible?
Y tanto que lo era. Para muestra un botón de lo que le sucedió a la reina un tiempo después de su divorcio pleno de amargura, cuando ya andaba bastante recuperada del soplamoco existencial que supusieron tanto sus últimos años de casada como la separación y posterior negociación del divorcio.
¿Qué le sucedió?
Sencillamente, ¡se dio de bruces contra otra armadura!
¡Vaya, qué cosas les suceden a las reinas!
Vaya.
Ella creía estar a salvo de todo caballero de armadura demasiado oxidada.
Pues... No.
Lo creía, pero no fue así.
Sucedió que otro caballero de armadura casi tan oxidada como su ex se coló en el castillo. Pero esta vez fue por poco tiempo, porque la reina ya había aprendido la lección y supo detectarle antes de casarse con él. Esta vez anduvo al tanto buscando pistas que le diesen a conocer si tenía ante sí a otro caballero enfundado en armadura oxidada hasta las tuercas o no.
La primera norma de toda reina escaldada es: «Probarás el agua antes de sumergirte de cabeza en ella».
Y es que, el gato escaldado, con agua tibia tiene bastante.
Eso mismo le sucedía a nuestra reina.
Al principio, el caballero aparentó ser eso: un auténtico caballero. Pero no hay máscara que cien años aguante el vendaval que produce una corona agitada. Nuestra reina se había convertido en una experta en eso de agitar la corona para saber si el caballero llevaba o no armadura. El candidato al corazón de la reina creía que ella no se iba a dar cuenta de su disfraz de caballero libre. Pensaba que su ternura de tres al cuarto, sus halagos de baratillo y sus pretensiones de rey lograrían confundir a la reina. Olvidaba −o ignoraba, el caballerete de armadura oxidada− que esta reina se había escaldado con un matrimonio que se trocó pesadilla de túnel sin salida y ahora estaba resabiada.
La reina no quería volver a sentirse una piltrafa emocional nunca más en toda su vida, por lo que resolvió hacerle la prueba de la armadura. El caballero no pudo resistir la fuerza de la luz real y cayó.
Este caballero de papel maché pensó que si la adulaba con frases de promesas matrimoniales conseguiría nublarle el sentido y arrebatarle la corona de reina.
Pero, ¡se equivocó!
No contaba con que la reina era ahora sabia e independiente, había aprendido a amar su soledad, y a valorar su dignidad y serenidad de alma por encima de todo.
¡Eso es lo que la salvó de las garras de otra armadura demasiado oxidada!
De no haber sido así, hubiese terminado con la corona por los suelos y el castillo hecho un cisco...
¡De nuevo!
A la reina le importaba ya un soberano pepino seguir soltera, sin hijos y sin pareja. Lo único que de verdad le importaba era ser feliz, sentirse bien cada mañana al despertar y cada noche al tomar su baño de espuma. Ella quería ser capaz de sonreír a la vida con toda intensidad. Anhelaba amar y ser amada. Por consiguiente, emplearía el tiempo y el esfuerzo que hiciese falta con tal de lograr su objetivo. Ella quería amor de calidad, no un sucedáneo. No le importaba si el caballero era rico o no, si ostentaba cargo de poder o no. Lo que de verdad le importaba era la nobleza de su corazón, la honestidad de su alma, la bondad de sus abrazos, la sinceridad de su ser... Ella quería a un rey del corazón, a un ser auténtico de alma pura... Anhelaba un alma vieja, en definitiva, con la que compartir sabiduría, magia y luz. Alguien con quien tener un matrimonio del alma. Un alma gemela.
¡Nada más! ¡Y nada menos!
El caballero aspirante ideó mil y una estrategias para convencerla de que él era el rey que ella andaba buscando. Pero se demostró, con claridad diáfana, que sus intenciones eran las de pretender ser lo que no era. Por mejor actor que uno sea, el plumero se le acabará viendo, sobre todo si estamos atentos a los detalles que nos lleven a desenmascararle. Y la reina estaba ojo avizor, husmeando pistas y con la corona en posición de ataque.
¿Cómo detectó la oxidación de la armadura?
Muy sencillo: el caballero la acusó de sentirse mal porque ella no le llamaba. Alegó no poder comer ni dormir al no tener noticias de ella.
¡Ajá! La culpabilización.
«Te pillé», pensó la reina.
Ningún rey auténtico echaría las culpas de sus estados emocionales a una reina, ni jamás de los jamases se hubiese comportado así. Un rey de verdad le hubiese hablado de cómo la echaba de menos y de cómo se sentía ante su silencio. Pero, nunca, nunca, la hubiese culpabilizado.
Jamás.
Y aquélla fue la prueba contundente del sapo.
Es más, tengo que contarte que el pretendido caballero le montó a la reina un serio pifostio, a saber: llamó a sus amigas y les argumentó lo mala que era la reina, vamos, que la puso a caer de un risco, a caldo o como prefieras calificar el hecho de vomitarle porquería emocional a una reina. Y todo por haberle cerrado la puerta del castillo y haberle mandado a tomar viento fresco.
¡Qué fácil es, a la postre, desenmascarar a un falso caballero!
Las armaduras oxidadas... ¡chirrían de lo lindo! Son muy escandalosas. Por consiguiente, apaga la música, haz que cese el ruido y escucha. Escucha atentamente. Pega tu oído a su armadura y escucha. Siente las vibraciones que las tuercas oxidadas producen.
Y si están oxidadas, ¡lárgate! Ni se te ocurra echarle «tres en uno».
Lárgate a toda corona. Deja para él el uso del antioxidante.
He aquí el arte de dar calabazas, tal como lo describe el Libro secreto de las hadas:
• Si una reina o mujer cree que porque un hombre le proponga matrimonio ya es un rey de verdad... ¡Va lista! Propuesta de matrimonio no quiere decir sentimientos auténticos. Puede que el caballero quiera apropiarse de la fortuna de la reina o aprovecharse de su posición, o lo haga para tapar su propia soledad porque no puede estar sin reina o mujer. Y, claro, la primera que se pone a tiro... vale. No la escoge por ser ella, sino por ser la que se ha puesto a tiro, es decir, por su rango de disponibilidad o estado «taxi con luz verde».
• Si una reina o mujer cree que porque un hombre se muestre celoso de sus ex o de otros hombres es porque la quiere de verdad... ¡Va de culo y cuesta abajo! Nada más lejos de la realidad. Un celoso es un potencial generador de problemas más graves en el futuro: de los celos a la posesividad y de ésta a la exclusividad, y hasta puede que la historia degenere en malos tratos... Por consiguiente, ¡mejor evitar a un celoso, por si acaso!
• No te líes con nadie que tenga historias de amor por resolver.
• Pregúntale cómo lleva sus finanzas (sobre todo si se trata de alguien de más de treinta años y lleva varios años trabajando).
• Si le prestas tu coche y te lo devuelve con destrozos o daños varios, y no se hace cargo de las facturas del taller, significa que no sabe cuidar de tus cosas y, por lo tanto, tú le importas un pepino. Si no posees coche, observa cómo trata tus cosas en general, pues lo del coche es simplemente un ejemplo.
• Recuerda que edad cronológica no es directamente proporcional a madurez emocional, ya que ésta viene determinada por la evolución del alma. No te enredes en la confusión de las apariencias: tener muchos años cronológicos no significa necesariamente madurez.
• Estudios o títulos académicos no significan necesariamente madurez personal. Uno puede saber mucho de, por ejemplo, psicología, y haberse quedado en el puro nivel intelectual, es decir, conoce muy bien la teoría, pero no la tiene integrada: «La información es rumor hasta que no se integra en el músculo, que es cuando se convierte en conocimiento».
• Que quiera tener hijos con la reina no significa que la ame.
• Pregúntale sobre sus planes, sus sueños, sus ideales, sin hablarle de los tuyos. Y, si se los has contado, fíjate si los que él te cuenta son sospechosamente parecidos a los tuyos. Si es así, hazle preguntas filtro (se usan para detectar si lo que dice es auténtico o lo finge para seducirte y atraparte en sus redes).
• Que quiera conocer a tu familia no significa que te ame. A lo mejor tiene prisa por instalarse en tu castillo.
• Háblale acerca de tus relaciones anteriores y observa cómo reacciona, qué comentarios hace, etcétera.
• Pregúntale sobre sus ex. ¿Qué dice, cómo habla de ellas?
• Quien tiene problemas con el compromiso, lo tiene hasta que le dé la gana dejar de tenerlos. Grábate esta idea a fuego: tu NO le puedes cambiar ni salvar de sí mismo. Si te entran ganas irrefrenables de rescatarlo, lárgate a toda mecha en busca de un coach o terapeuta que te ayude a liberarte del impulso y, en su lugar, te enseñe a aplicarte en el rescate de ti misma (suele ser más productivo, sano y fomentador de la autoestima).
• Pregúntale por qué quiere una relación contigo. Insiste hasta que te quede claro. Olvídate de si él piensa que eres una pesadita o cualquier otra cosa. (Los antipiropos déjalos para el enemigo. ¡Sólo piropos y más piropos para solaz de tu propia estima!) Ocúpate siempre de ti y deja que cada uno se ocupe de sí mismo, que ya somos todos mayorcitos.
• Pregúntale sobre sus valores y creencias acerca de la familia.
• Interésate por conocer todas y cada una de las áreas de su vida.
• Si aún está «cosido» a las faldas de mamá, recuerda: ahí no hay sitio para ti, pues su «mamá» es su pareja virtual y, además, él no sabe hacer nada sin contar con la opinión y consentimiento de ella.
• Si está peleado con su madre, huye también de él. Si odia a su madre, ten por seguro que te salpicará dicho odio, esto es, te lo proyectará inconscientemente. Buscará un «ama de llaves» que cuide de él, pero jamás buscará a una igual, ya que aún tiene pendiente descubrir a su madre como persona y como mujer.
• Y, de su padre... ¿Qué opina de su padre? ¿Qué modelo de padre ha tenido? ¿Qué te cuenta de su padre, cómo habla de él?
• Y, de la generosidad, ¿qué hay? ¿Te trata como a una reina o no?
• ¿Habla bien de ti? ¿Qué opina? ¿Qué dice?
• Lo que cuenta o dice de ti a otros, cuando no estás en su presencia, ¿coincide con lo que te cuenta a ti?
• Que te diga que eres la mujer o reina de su vida no significa que te ame de verdad, ni tan siquiera que se lo crea; a lo mejor lo dice con la boca pequeña.
• ¿Tiene un mapa parecido o compatible de pareja, familia, relación, trabajo, ideales, valores, amor, etcétera, al tuyo?
• Congruencia: ¿Lo que hace coincide con lo que dice?
• Sentido del humor: ¿Qué tal anda?
• ¿Te valora? ¿Cómo sabes que lo sabes?
• ¿Tiene palabra? ¿Hace lo que dice que va a hacer?
• Si te dice «yo soy así, y no puedo hacer nada», RECUERDA, tú sí que puedes hacer algo: ¡Mandarlo a paseo con un billete que tiene la vuelta prohibida e imposible!
• Si te provoca celos, o lo pretende, con otras damiselas... ¡Envíalo a paseo! Ni te lo pienses. Nunca permitas que te insinúe que otras coquetean con él y que a él le gusta. Si lo que quiere es seguir coqueteando, déjale libre para que haga su vida, pero sin ti.
• Ponle las cosas muy claras desde el principio: si es un verdadero caballero, nunca se asustará. Y, si lo hace, allá él... Porque ya se sabe: al que huye, puente de plata.
• Si es capaz de enfrentar sus propios dragones... Si asume sus miedos y les planta cara porque piensa que tú mereces la pena, es un caballero de verdad. En caso contrario te echará en cara que eres «demasiado algo» −inteligente, intensa, poderosa, libre, independiente, emocional, puntillosa, analítica, proactiva, creativa, loca, etc.− para él. Y es cierto, créele, lo eres.
• Que no sepa verbalizar todos y cada uno de los sentimientos y emociones que sienta por ti, y que tu real corona le provoque no significa que no los tenga. Cada uno expresamos nuestros sentimientos a nuestra manera. Averigua la suya.