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El fin de la Autoayuda

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¡Basta de Autoayuda!

Hombres y Mujeres: llegó el fin de todo esto.

Basta de mentiras piadosas que conducen a la confusión.

Basta de pensar que por ser mujeres podemos hacer más de una acción a la vez y, encima, pretender hacerlas bien.

Basta de permitir el auto-descontrol.

Basta de subestimar a los hombres.

Basta de concesiones innecesarias.

Basta de pensar que, por ser hombres, no deben llorar.

Terminemos con la injusta presión de la autoperfección instalada en la sociedad.

Aceptémoslo de una vez:

No somos perfectos y no pretendamos serlo, por favor.

Por el bien del futuro de la humanidad.

Pensemos, recordemos.

Cuántas familias destruidas por este intento de perfección ficticia que buscamos innecesariamente.

Cuántas madres limpiando la mesa antes de que terminen todos de comer o pasando las escoba con el famoso “levanta los pies”, o pasando el trapo y el “no me pisen que se marca”.

Cuántos matrimonios que perfilaban la felicidad han sido malogrados en ese camino de ida hacia la perfección inalcanzable.

Cuántas frases como “¿y a vos te parece que yo tenga que pasar por esto?”, “esto es culpa tuya, siempre es tu culpa”, “estoy harta de decirte lo que tenés que hacer”.

Cuántos hijos e hijas emigrando tempranamente del hogar por ya no querer presenciar la decadencia de sus padres, que se insultan y se devastan mutuamente casi como en un juego macabro a ver quién destruye más rápido o hiere más profundamente al otro.

Ni hablar de la huida y sentimiento del resto de la familia: ¡madre, padre, hermano, hermana, suegra y hasta el perro, que sí, también, porque es de la familia!

Llegó el fin, el fin de la autoayuda.

Si pudiéramos autoayudarnos, no necesitaríamos de los demás, de los otros. Y el ser humano es con los otros. Necesita constantemente compañía, afecto, sentirse útil dando, compartiendo logros y anécdotas.

El ser humano —vos, yo, él, ella— necesita ayuda. Ayuda externa a uno mismo.

Necesita un abrazo, una palmada en la espalda, un tirón de orejas, una sonrisa cómplice.

Necesita del otro. Es él, pero también con los otros.

Basta de Autoayuda.

Si pudiera ayudarme a mí misma, no necesitaría de vos para que leas estas expresiones.

Si pudiera ayudarme a mí misma, no hubiese sido necesario ir construyendo relaciones nutritivas que me alientan a ser mejor cada día.

Si pudiera ayudarme a mí misma, ya no necesitaría de nadie, lo que me parece terrible, porque quedaría inserta cual ermitaña en una soledad perpleja de la que no podría y no querría salir, porque con este modo de pensar pacato de que puedo ayudarme no hay quien me corrija y me haga ver que estoy en un error.

Y lo último que nota un ser humano es su desacierto.

Porque si fuese correcto el pensamiento del “yo puedo por mí mismo”, la angustia generada por la soledad no sería tan profunda, la herida provocada por la falta de palabras afectivas no sería tan desgarradora y los años perdidos intentando autoayudarse no serían tan aparentemente largos e interminables.

Basta, señoras y señores, basta de autoayuda.

Empecemos a gritar cuando necesitamos un auxilio urgente, a pedir cuando haga falta, a llenar espacios con personas positivas que nos alienten y nos amen, a amar nosotros primero, a dar sin esperar, a dejar de mirar al de al lado como si estuviera lejos, a estirar la mano para solicitar asistencia o para que alguien se apoye en ella y se levante.

Basta de reflejos de la realidad y de ilusiones ópticas, aprendamos a ver y visualizar la vida que queremos para nosotros y para nuestro prójimo.

Ya es hora de dejar de pensar solo en uno.

Basta de autoayuda, vamos hoy por la asistencia, que nos asista un humano que elijamos o que nos elija.

Aprendamos a elegir observando el pasado, pero con visión de futuro, sin dejar de disfrutar el presente, este regalo hermoso y tremenda oportunidad que Dios nos da hoy.

Aprendamos a pedir cuando necesitamos y a dar cuando nadie nos pide y porque sí, porque se siente bien, porque hace bien a ambas partes del trueque emocional.

Respetemos los caminos que se cruzan en nuestro andar, indicando correctamente al otro por dónde o con quién caminar, no lo desviemos en pos de beneficios egoístas. No le vendamos nubes de humo, no le mostremos otro caminar. Construyamos nuestro territorio, nuestra senda interna y externa, pero admitiendo siempre al otro como el blanco donde puede caer nuestra flecha.

“De buenas intenciones está hecho el camino al infierno”, dice un refrán popular. Tengamos observancia y responsabilidad, siempre hay alguien que nos está mirando y toma algo de nosotros para imitar. Somos discípulos, pero también maestros anónimos y no tanto de todo aquel que comparte un momento de nuestro andar diario. Cuidemos nuestras palabras, nuestras emociones violentas, nuestra agresividad, nuestro enfado. Aunque salga en una sola dirección, tiene efecto expansivo y puede causar heridas graves en personas que amamos.

Hoy proliferan los discursos para el cuidado del planeta, que no desmerezco, pero debemos priorizar la calidad humana y las relaciones con los otros desde nosotros, pero con el otro.

En alguna etapa, también perseguí la autoayuda y el “yo puedo”, “si quiero, todo es posible” y hasta hoy lo creo, pero, para que yo pueda y quiera, necesito de ti, y de ti también, y de aquel y de aquella. De los que me quieren y de los que no tanto, de los que me alientan y de los que no tanto, de los que más necesito es de los que me marcan desaciertos y me asisten en correcciones, porque esos me acortan el camino para mejorar la calidad de mi existencia, mi paso por esta tierra. Esas personas necesito tener cerca, más de esos que de aduladores ficticios que solo buscan la empatía.

En el “yo puedo”, muchas veces vienen implícitas decisiones que es mejor tomarlas luego de un diálogo, y no me refiero al “con uno mismo” si bien es importante, sino a conversarlo en familia, con amigos, con profesionales acordes. Es importante tener, a la hora de una conclusión, varias miradas al respecto, con los pros y los contras que esto pudiera acarrear.

Aprender a escuchar y a seleccionar desde corazonadas, simples opiniones o temores ajenos hasta el discurso más especializado en la materia.

Aprender a adquirir sabiduría de los otros hace que “yo pueda”. De todos los otros, no solo de los titulados, graduados, experimentados. Los niños, muchas veces, albergan gran caudal de sabiduría en su ingenua sinceridad (o sinceridad brutal).

Hoy y Aquí vamos por el “yo puedo, pero contigo”.

Y a ese CONTIGO, que son los OTROS, hay que cuidarlo un poco más. Hoy está desvirtuado, maltratado, insultado, subestimado, sin prioridad alguna, en ocasiones, sin opinión, en otras, sin derechos, sin afectos solidarios.

Ese CONTIGO, que son tus padres, tus hermanos, tus amigos, tus compañeros, tu pareja, tu maestro, tu vecino… y todos los demás “no tu”, es decir, desconocidos que se acercan, que te nutren, que acompañan.

Ese CONTIGO que, si mañana no estás, notará tu ausencia y llorará tu muerte. Sé que es fuerte, pero suelo decir que siempre hay que cuidar a aquellas personas más cercanas a nuestro corazón con afabilidad especial, porque, si morimos mañana, son quienes cargaran el ataúd con nuestro cuerpo. Y lo harán porque, primero, estuvieron en nuestro corazón.

Son muchas las ocasiones en las que, por estar tan detrás de la apariencia, nos abocamos hasta el cansancio y el estrés por generar una imagen en los otros que descuidamos cuando entramos a nuestro hogar como si “los nuestros” no fueran merecedores del mismo respeto que se prodiga fuera de la casa.

Al jefe le sonreímos, pero para el bebé ya no quedan sonrisas cuando entra papá o mamá en la habitación.

¿Quién es más real? ¿Quién es más cercano a nuestro corazón? ¿Quién notará más nuestra ausencia si mañana no estamos?

Él también es de esos OTROS que debemos cuidar, somos su referente como adulto a quien imitar.

Por eso, también debemos cuidar nuestra relación con esa OTRA rotulada esposa, el OTRO suegro, el OTRO vecino. Siempre alguien nos ve y, consciente o no, imita nuestras actitudes.

Aprendamos a elegir nosotros nuevos y renovados referentes, amorosos referentes, y aprendamos conscientemente, aunque sea imitando, al principio, sus actitudes, hasta que podamos transformarlas en un hábito, en un sano hábito que sume calidad a nuestras relaciones, que nos nutra socialmente.

Basta de autoayuda y asistámonos entre todos, conformemos redes afectivas en las que contemos con gente que, amorosamente, nos marque nuestros potenciales dones y virtudes que podamos explorar y expandir. Los otros ven mejor que nosotros mismos nuestros puntos fuertes. Confiemos en ellos cuando apuntan a darnos un poco de ellos mismos en un acto de altruismo para que nos acompañen en ese andar de la madurez de los saberes.

Aprendamos a aceptar que no somos perfectos y tampoco se pretende que lo seamos,

saquémonos esa presión de los hombros y caminemos erguidos en pos de nuestros objetivos; generemos nuevos puntos de referencia en nuestra adultez que nos impulsen constantemente a buscar en el otro lo que no poseemos nosotros y nos complementa; dejemos de lado la competencia y apostemos un poco más, cada día, a la cooperación. En la competencia gana UNO, en la cooperación ganamos TODOS.

Basta de autoayuda y vamos por la cooperación.

Que la visión global no nos juegue en contra, sino a favor, para sentirnos más cercanos, más hermanados, más afectados los unos por los otros y los otros por uno (tú, yo, nosotros).

Construyamos una visión globalizada de las emociones, de los afectos, de la vida.

Salgamos del centro YO y exploremos un poco más seguido el centro: NOSOTROS.

La ley del menor esfuerzo es la que cumplimos cuando estamos juntos, en equipo, cuidándonos mutuamente.

Una cuota de altruismo que aumente cada día de a poco le vendría bien a esta humanidad empachada de poseer y sedienta de poder.

Como organismo vivo, no hay pastilla que calme estos dolores de parto que venimos sufriendo si nosotros mismos no somos capaces de tomar consciencia de que necesitamos aunar fuerzas, energías, manos laboriosas y amorosas, abrazos sinceros y esencias de nuestra humanidad para seguir andando por mucho tiempo más con valor y dignidad en este camino presente que construimos entre todos.

Yo puedo empezar hoy, sí que puedo. Pero contigo y contigo. Y con todos ustedes también.

Basta de autoayuda, que hacen falta dos o más para acercarnos y fundirnos en un abrazo.

Permiso

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