Читать книгу Antigüedades coahuilenses - Rufino Rodríguez Garza - Страница 8
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El estado de Coahuila destaca en este tema de forma nacional, así como internacionalmente.
Las rocas fueron los cuadernos del pasado, y en esas piedras están los mensajes que los antiguos pobladores del desierto nos dejaron y que, poco a poco, iremos descifrando.
Pero… ¿quiénes fueron las personas que nos dejaron estas manifestaciones? La respuesta es sencilla: los cazadores–recolectores, hombres que habitaban y vivían con muchas dificultades y penurias en el semidesierto del norte de México. Basta recorrer localidades de estos rumbos para encontrarnos con vestigios de aquellos que nos antecedieron en el tiempo.
Varios autores y estudiosos relacionados con el tema (Carlos Manuel Valdés, Solveigh Turpin, el profesor Carlos Cárdenas) refieren que la llegada del hombre antiguo a estas tierras tiene una antigüedad de más de 10,000 años.
Un ejemplo de la presencia de vestigios de los habitantes del desierto es lo que podemos observar en las partes bajas o en los llanos: las chimeneas, esos rodetes de piedras cuya utilidad era para proteger el fuego del viento, fuego que se usaba para preparar alimentos, pero también para calentarse en invierno, ahuyentar animales, alumbrarse por las noches y hasta para hacer señales a la distancia.
Algunas de estas señales ya han sido estudiadas e inclusive descifradas por especialistas, y las cuales tenían un lugar importante en la sociedad de los hombres del semidesierto, pues eran básicas por si se avizoraban individuos en el horizonte; se avisaba si eran amigos o enemigos, y la cantidad de individuos que contenían las hordas.
Caminar por estos parajes es toparse con otros vestigios como son los petrograbados, las pinturas, los geoglifos y el material lítico que ya cada vez es más difícil observar; nos referimos a flechas, lanzas, buriles, raspadores, cuentas, morteros, metates y alisadores.
El arte rupestre está constituido por esas extrañas figuras grabadas y/o pintadas en las rocas donde los cazadores–recolectores dejaron plasmados sus, hasta ahora, indescifrables mensajes.
Para realizar el estudio de los petrograbados podemos dividirlos en naturalistas y abstractos y, a su vez, cada una de estas fracciones contiene nuevas subdivisiones. En general, por naturalistas podemos considerar aquellos dibujos que contienen o que reflejan cosas relacionadas con animales, plantas, figuras humanas y partes del cuerpo (pies, cabeza, manos, etc.). También consideramos naturalistas los grabados de herramientas para la cacería o la defensa, como serían: proyectiles, lanzas, cuchillos enmangados, arco y flechas, el átlatl y algunos símbolos astronómicos que nos indican orientación: el sol, la luna y planetas, como Venus, etc.
En el caso de los grabados de formas abstractas, son muy abundantes, aunque de difícil interpretación, ya que se componen de dibujos sin aparente congruencia entre sí, pero que nosotros, gente del siglo XXI, no podemos entender su mensaje.
La economía de los cazadores–recolectores era de subsistencia, cazaban y recolectaban para sobrevivir. La fauna que atrapaban era variada, iba desde mamíferos como venados, osos, bisontes o algunos roedores, y también reptiles tales como tortugas, víboras o lagartijas, hasta a veces aves, peces y algunos insectos, como los gusanos de las palmas.
El alimento a recolectar era muy variado y dependía de la región y de la temporada que variaba en el transcurso del año; por ejemplo, la flor de palma, los mezquites, las tunas, las pitahayas, granjenos y algunas raíces de tubérculos se daban en temporada de lluvias o de secas, y les proporcionaban los nutrientes para la dieta de todos los días.
Hay dichos populares y ancestrales que dicen que “Lo que corre, repta o vuela, directo a la cazuela”. O hay otro que reza que “Lo que se mueve, se come”.
La constante de los nativos era preocuparse pero, sobre todo, ocuparse por el alimento. Buscar la comida y los aguajes, enterrar a sus muertos, marcar sus territorios y defenderlos de sus contemporáneos que tenían las mismas necesidades de ellos, nos habla de su cultura.
Periódicamente estas tribus dispersas se reunían con el objeto de intercambiar productos, sellar alianzas y emparentar matrimonios, ya que no se casaban entre los mismos habitantes o familiares, es decir, no practicaban la endogamia. A estas reuniones se les llamaba “mitotes”, y eran eventos de una o dos veces por año.
Coahuila ocupa el 8% del territorio nacional y no son pocos los sitios en los que cuenta con arte rupestre. Esta condición nos coloca en un honroso tercer lugar con más sitios registrados. Sólo están, por arriba de Coahuila, Baja California y Nuevo León, pero Coahuila merece subir al segundo lugar, y seguramente lo hará, cuando se registren todos los sitios por parte del INAH.
En general podemos decir que la gente del desierto supo sacar provecho de los pocos recursos que éste, con mucha dificultad y esfuerzo, proporciona. Fue gente que vivió en un sano equilibrio con su medio ambiente, que nos legó sus artísticos grabados y no pocas pinturas, pero que también dejaron vestigios de otro tipo de arte rupestre poco estudiado por la complejidad del mismo, como es el de los geoglifos.