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Capítulo 2 Sin mirar atrás
ОглавлениеEl día en el que se celebraría el ritual de los dieciocho años estaba muy próximo y Antia no tenía ni idea de cómo librarse de él. Durante los últimos meses había conseguido escabullirse del control de su madre y de sus tías, que la preparaban cada día para el momento en el que su vida cambiaría sin remedio, pero no le importaba. Necesitaba ver a Efrén, sentir sus caricias y descubrir que sus besos cada vez le gustaban más. Él había decidido quedarse, ya que no era capaz de abandonarla. Eso sería dejar una buena parte de su corazón en aquellas mágicas tierras donde, por primera vez en sus veinte años, había descubierto el amor de verdad.
Durante aquel tiempo, Antia le había explicado la historia de los brujos y brujas y por qué tuvieron que desaparecer, convirtiéndose de esa manera en una leyenda, en parte de algo irreal.
Le había costado entender por qué Antia tenía tanto miedo de que pudieran descubrirlos, pero poco a poco creyó con más facilidad lo que les pasaría si los descubrían. Lo peor para él fue saber que los separarían para siempre, que le borrarían de la memoria cualquier recuerdo de la chica de la que se había enamorado como si no existiera un mañana y únicamente pudiera crearlo estando junto a ella. Durante aquel corto periodo de tiempo la curiosidad de Efrén por la magia pasó de cero a cien y, como si fuera un niño pequeño, le pidió a Antia que le enseñara todo lo que ella sabía, aunque no consiguiera nada. Aquellos eran los mejores momentos, en los que solo existían ellos y nadie más.
Aunque quiso evitarlo, Antia sufría con cada día que pasaba. El momento se aproximaba y cada vez se sentía más confusa. Sabía lo que debía hacer, pero también lo que ansiaba. Si se decidía por lo segundo, tenía claro que jamás volvería a ver a su familia, aunque había descubierto algo que nunca le habían contado y entendió a la primera el porqué. Uno de los motivos que la hacían dudar era que creía que, al no vincularse al libro de la familia, perdería toda la magia que tanto le había costado conseguir y dominar. No era así, la verdad solo la conocían después de la ceremonia de los dieciocho bajo la promesa de sangre de no revelar ese secreto. De esa manera, mantenían a los más jóvenes junto a sus familias, con miedo a salir del espacio en el que vivían, aislados del mundo que un día tanto daño les hizo.
No era cierto, esa parte era una completa invención, igual que ella para los hominum. En ningún momento dejaría de ser lo que era siempre que fuera capaz de crear uno ella, de empezar su propio libro familiar.
Esa información la descubrió una noche, a pocos días de la luna negra, cuando llegaba de puntillas a su casa después de haber pasado todas las horas que le pudo rascar al tiempo junto al chico del que no quería separarse. Entró de puntillas a su casa después de asegurarse de cerrar la puerta al exterior que creaba ya sin ningún problema y descubrió que algo era diferente. Pudo ver cómo salía un hilo de luz bajo la puerta que separaba el lugar al que ella llamaba hogar de la habitación de preparación donde su madre Elixi y sus tías Kali y Zenai estaban preparándola para el gran momento. Que la luz estuviera encendida no era normal. Tan solo se conectaba si algún miembro de su familia directa estaba allí y a aquella hora no era habitual.
La curiosidad fue mucho más fuerte que ella, pero antes subió a su habitación tan rápido como le permitió el silencio para cambiarse de ropa y asegurarse antes de volver a bajar de que sus padres estuvieran dormidos.
Fue de puntillas hacia la habitación de sus progenitores y comprobó que el único que dormía profundamente era su padre. Entonces estuvo segura, aunque le resultó extraño que su madre estuviera allí.
Bajó despacio las escaleras sin que ningún sonido pudiera delatarla. Se acercó a la puerta de abajo, de la que aún salía aquella tenue luz. No quiso abrirla sin más y que la descubrieran. Eso no sería nada bueno debido a las estrictas normas de su madre, así que pegó la oreja a la madera que la separaba del interior de la habitación y lanzó un conjuro que ella misma se había inventado para escuchar con claridad, por muy lejos que estuviera o por muchas barreras que hubiera. En el mismo momento en el que pronunció la primera palabra, empezó a escuchar las voces de su familia.
—Algo le pasa. Está muy extraña. —Escuchó que decía su tía Zenai.
—Tienes razón. Lleva días muy cansada durante la preparación y su mente está en otro lugar. Eso no es normal en ella —dijo su otra tía Kali, de acuerdo con su hermana.
—Tal vez esté nerviosa porque falta poco para la vinculación. Es consciente de que esa misma noche se comprometerá con el primogénito de los Mur. —Elixi, su madre, se mostró más comprensiva con el estado de Antia.
—Eres demasiado permisiva con tu hija. Nosotras no tuvimos tantas tonterías, a pesar de saber que la vinculación no es necesaria para no perder nuestra magia. Nuestra tranquilidad iba unida al orgullo de formar parte de nuestro clan por completo —le recriminó Kali, siempre mostrando su poca empatía.
No fue capaz de aceptar lo que acababa de escuchar de boca de su tía Kali. Aquello era lo que hacía que no fuera capaz de tomar una decisión y creía haber escuchado que no era cierto. No podía ser verdad. Su conjuro debía haber fallado.
Cuando consiguió salir del shock que le había provocado, volvió a colocar la oreja, bien pegada. El cuerpo empezó a temblarle, temiendo que fuera cierto lo que había escuchado. Solo le faltaba algo así como para acabar de tirar abajo todo lo que desde pequeña le habían explicado.
—No sé si será bueno que le confesemos a Antia que su magia seguirá activa mientras tenga un libro mágico y un amuleto familiar. —Elixi se mostraba preocupada por su hija.
—Una vez esté unida al nuestro, no pasará nada. Además, la necesitamos. Sus poderes van más allá de lo que jamás hubo en la familia. No sé de ningún mago que pueda controlar las sombras sin acabar absorbido por ellas. La oscuridad que hay en ellas es muy fuerte. —Zenai le recordó lo importante que aquello era para la familia.
—Tal vez la profecía sea cierta. —Kali dudó por un segundo de si lo estaban haciendo bien.
—Lo hará, aunque tenga dudas o algún tipo de miedo. Y, aunque esté diferente a lo habitual, es mi hija y hará lo que debe. —La confianza que Elixi tenía por Antia quedó patente—. Además, no tiene la menor idea de cómo crear un libro mágico. Eso es algo que se ha procurado no dejar por escrito. Tan solo se explica oralmente y, aun así, no es fácil. Será mejor que dejemos de preocuparnos y preparemos su amuleto o no estará listo llegado el momento.
—Eres demasiado benévola con tu hija. —Kali, como siempre, mostrando su frialdad—. Sigo diciendo que a esa brujilla nuestra le pasa algo. Nunca vi a un iniciado a punto de celebrar su gran momento tan cansado. Algo así solo les sucede cuando utilizan su magia más de la cuenta.
—Eso no puede ser. Se pasa todo el día con nosotras y por la noche no sale de su habitación. Me he asegurado de ello con un hechizo. —Su madre había errado. Era cierto que no le había resultado fácil escaparse, pero había encontrado la manera de manipularlo sin que se diera cuenta.
No quiso escuchar más, salió disparada hacia su habitación. Lo único que le apetecía era llorar y maldecir a todos los que cientos de años atrás iniciaron la mentira que estaba provocándole tanto dolor.
Intentó recuperarse lo más deprisa posible. No quedaba mucho para la hora del desayuno y no tenía demasiado tiempo para pensar y ordenar todo lo que en aquel momento se le estaba cruzando por la mente.
Como si un rayo atravesara su cuerpo, algo la obligó caer de rodillas al suelo haciendo que cada vez respirase con más dificultad. La magia ancestral la llamaba y no era el mejor momento para pasar por aquel trance que tantas veces le habían explicado.
Estaba completamente confundida y cada vez más enfadada. Se dio un tiempo antes de dormir un par de horas. Debía tomar una decisión y así lo hizo. Si podía crear un libro, lo haría, a cualquier precio. La decisión que tanto estaba costándole tomar brilló como el astro sol. Si su familia llevaba engañándola desde su nacimiento con algo así, nada le impediría seguir su propio camino y no el escrito por otros.
Por mucho que lo intentó no consiguió pegar ojo, ya se inventaría alguna excusa por ello. Iba a crear su libro, aunque le costara sangre. Esa misma noche le explicaría a Efrén lo que había descubierto y le pediría que la ayudara, aunque no sabía a qué.
Con la luz de unas velas amontonó todos los libros, manuscritos y aquello que pudiera proporcionarle información. Aunque hubieran dicho que jamás alguien había escrito sobre el tema, tal vez encontrara alguna pista. Y así fue. Un diario muy antiguo y pequeño de una antepasada suya. Lo había leído muchas veces, pero nunca tuvo tan claro lo que pretendía explicar cómo en aquel momento.
Era una especie de extraño cuento en el que la niña explicaba cómo crear un libro algo diferente y también la manera de hacer unos amuletos para aquellos que estuvieran cerca de él. Creyó haberlo encontrado y no pensaba perder ni un segundo en probar si era cierto o no.
Necesitaba cosas que, por suerte, tenía en su habitación, como papel de pergamino. Además, debía crear una cubierta con el símbolo de la familia y buscar un amuleto con el que poder abrirlo y cerrarlo. Después, tendría que hacer un hechizo para convertirlo en lo que debía ser y lo que sería, y otro para volverlo invisible a ojos de los demás.
Sabía que no sería fácil, pero lo conseguiría. Estaba decidida a ello.
Empezó por los encantamientos. No era fácil crearlos, y menos sin tener todos los conocimientos que aún no le habían enseñado, pero había comprobado lo capaz que era de hacer lo que nadie esperaba.
El sol empezó a traspasar la línea del horizonte, y eso quería decir que tocaba esconderlo todo por si alguien entraba en la habitación. Si eso pasaba, sabrían lo que estaba haciendo, y no le convenía. Por lo menos había conseguido terminar los conjuros y ungir las velas púrpuras con esencia de canela. No tenía claro cómo podría terminarlo a tiempo, pero debía hacerlo antes de la noche del día siguiente.
El día se le hizo eterno preparándose para algo que no llevaría a cabo, ya no. Por mucho que les dijo que había pasado una noche horrible, no se apiadaron de ella, aunque no le sorprendió. Siempre habían sido serias e intransigentes con sus ideas. Uno de sus mayores temores era volverse como ellas algún día. Lo único que la mantenía despierta era el saber que, en cuanto el sol desapareciera, le faltaría poco para ver a Efrén.
Después de un largo y agotador día, la noche por fin se abrió paso y Xalbat, su padre, la acompañó hasta su habitación para darle las buenas noches. Él no era como la sección femenina de la familia, pero estaba segura de que sus ideas eran las mismas, por mucho que la adorase.
Cuando por fin se quedó sola, rezó a la diosa Hécate para que la ayudase a conseguir lo que tanto deseaba en aquel momento, a pesar de ser consciente de que iba en contra de su más sagrada ley.
Colgó una llave en el pomo de la puerta que había hechizado para que nadie pudiera entrar. Más bien, se trataba de un hechizo de camuflaje, algo que aprendió hacía mucho por su cuenta.
En su casa eran libres de entrar y salir de cualquier estancia, así que, si alguien entraba en su habitación, la vería en la cama con algún libro. Antia escucharía todo lo que le dijeran y podría contestar a través de la doble que existía dentro del conjuro.
En cuanto se aseguró de que no la descubrieran, volvió a sacarlo todo para intentar acabar antes de tener que irse.
Las horas pasaron más rápido de lo que le hubiera gustado. Era mucho el trabajo que debía hacer sin ser todavía una bruja adulta, a pesar de que era diferente a las chicas de su edad por su capacidad innata para la magia. Empezó a ungir cinco velas.
En el momento en el que colocó el colgante que había creado con un pedazo de madera petrificado que, siendo muy pequeña su abuela le regaló, lo supo. Lo había conseguido. Había creado su propio libro de magia. Debía escribir algo para que fuera permanente y por fin podría escapar de una vida que no había escogido.
No podía creérselo. Tan solo deseó que Efrén no le fallara, de otra manera, todas sus ilusiones se desvanecerían y le tocaría aceptar que su destino no lo escribía ella, sino que ya estaba dictado.
Una vez acabó de recoger todo lo que creyó que podría llevarse y que para ella era indispensable, como recuerdos de la infancia, algo de ropa y todos sus objetos para realizar hechizos y pociones, supo que había llegado el momento.
Antes de guardar su propio libro de magia, algo que la desvinculaba de su familia, que la liberaba del miedo que había estado teniendo, escribió algunos conjuros que los mantendrían a Efrén y a ella protegidos de lo que estaba más que segura que pasaría en cuanto se dieran cuenta de que se había marchado de la aldea.
Sabía que, al tener su propio libro, les sería más complicado encontrarla, pero de todas maneras no se lo pondría fácil.
Se aseguró de que sus padres, como había estado haciendo cada noche antes de escabullirse, supieran que se iba a dormir. Cargó con todo lo que pudo, cogió su libro y se colgó el amuleto al cuello. Cuando estuvo por fin en la calle, se giró y observó el que hasta ese momento había sido su hogar con la certeza de que a sus padres su huida les haría mucho daño. Miró a su alrededor, al resto de las casas donde vivían familias que conocía desde la infancia y a las que, aunque le costara reconocerlo, echaría mucho de menos.
¿Qué pensarían cuando se enterasen de su huida? ¿Ayudarían a su familia para encontrarla? En su aldea jamás nadie había hecho algo así y, si había sucedido, era un secreto muy bien guardado. Miró con atención cada zona de aquel anticuado lugar hasta donde la vista le alcanzó. Jamás habría pensado de esa manera si no fuera porque había estado visitando la zona prohibida para cualquier mago, el lugar donde vivían los humanos, en el que había descubierto cuántas cosas maravillosas les prohibían.
Intentando que sus pies apenas rozaran el suelo para que sus pasos no fueran escuchados y despidiéndose silenciosamente de su hogar, se dirigió hacia el lugar donde Efrén la esperaba sin ser capaz de evitar que unas enormes lágrimas resbalaran por sus jóvenes mejillas con cada paso que dio.
En cuanto la invisible protección se cerró tras ella, supo que sería la última vez que vería aquel lugar, su bosque, aquellos enormes árboles y que disfrutaría del inconfundible olor a musgo mojado. Supo que, por mucho dolor que le produjera dejar parte de ella atrás, lo que estaba por suceder cambiaría mucho más su vida. Tan solo le pidió a la diosa Hécate que protegiera a los suyos y le permitiera ser feliz junto a alguien que no era como ella, algo que dictaron sus antepasados.
Cuando llegó al lugar donde había quedado con Efrén, justo a las afueras de su bosque, en la carretera que llevaba hasta el pueblo que tan bien conocía en aquel momento, el corazón le dio un vuelco. No estaba. Tan solo escuchó el ruido de las ramas que chocaban entre ellas a consecuencia del fuerte viento que se había levantado. Sintió cómo la sangre se le helaba mientras un millón de ideas empezaron a cruzársele por la mente. ¿Habría estado engañándola? ¿Recordaría todo lo que estaba jugándose por él?
Entrecerró los ojos, convirtiéndolos en una fina línea, cuando creyó ver algo a lo lejos. Dos pequeñas luces se acercaron a ella muy deprisa, sin que escuchara ningún ruido. Podría haber utilizado algún conjuro de camuflaje, pero la desesperación porque Efrén viniera a buscarla la había dejado algo aturdida, incapaz de hacer funcionar su mente con algo de coherencia.
No podía creérselo. Delante de ella se paró un coche. No entendió cómo aquel vehículo no hacía ruido alguno. Fue como si la vida volviera a ella cuando de él vio salir al chico por el que estaba arriesgándolo todo.
—¿Te has propuesto matarme de un susto? Cuando he llegado y no te he visto… —Antia no pudo acabar de regañarlo al atragantarse con unas lágrimas que no dejó escapar.
—No he podido avisarte. He creído que lo mejor era viajar en un híbrido, por lo silencioso que es, y me ha costado un infierno conseguirlo por aquí —le explicó intentando calmarla.
—Podrías haberme enviado una paloma mensajera —le dijo muy seria. Cuando se dio cuenta de que la había creído, lo sacó de su confusión—: Es broma, hace años que no las usamos.
—Tal vez, si lo hubiera hecho, tu familia se la habría comido para que no te hubieses enterado —bromeó él también.
—Es muy probable —le contestó cuando lo tuvo justo delante—. Por fin lo tengo —le dijo, enseñándole el libro.
En cuanto Efrén lo vio, se agachó lo justo para poder darle un profundo beso. Sabía que eso quería decir que Antia no perdería sus poderes, algo que la asustaba a pesar de haber tomado la firme decisión de abandonar a los suyos por él.
—Si queremos estar lejos antes de que tus padres se den cuenta, será mejor que nos vayamos ya.
—¿Adónde vamos? ¿Dónde viviremos? —le preguntó Antia, intentando controlar sus nervios ya sentada en el coche.
—He conseguido casa en Los Alcázares y puedo trabajar con mi familia desde casa. He hablado con ellos y no tienen ningún problema.
—¿Les has explicado que no estás solo?
—Claro, y están encantados.
—Pero ¿saben lo que soy?
—Sí, la chica que me ha robado el corazón, aunque he tenido que mentir sobre tu edad. Por cierto, Matías te ha conseguido unos papeles donde dicen quién eres, dónde has nacido y detalles por el estilo.
—Esto que pone aquí no es cierto —le dijo Antia, mirando su nuevo documento de identidad y partida de nacimiento. No estaba del todo segura de para qué le servirían.
—Sé que hay alguna mentira, pero si nos para la policía es mejor que los tengas. Y teniendo ya dieciocho años no les importará que vayamos sin tus padres.
—El mundo de los hominum es muy complicado —le comentó, sin llegar a entender para qué quería aquellos papeles.
Efrén se quedó mirándola y levantó la ceja derecha.
—No más que el tuyo, me imagino. En los dos hay unas cuantas leyes que estamos rompiendo.
—Pero es para estar juntos. Solo espero seguir llamándome igual.
—Jamás haría eso, aunque he tenido que inventarme los apellidos.
—¿Apellidos? —le preguntó Antia. Tuvo claro que debía aprender rápido la manera de hablar de los hominum si quería pasar desapercibida entre ellos.
—Son las dos palabras que siguen al nombre y les dicen a las demás personas a qué familia perteneces.
—¿Estás diciéndome que para los hominum perteneceré a otra familia diferente a la de mi nacimiento? ¿Eso puede hacerse? —Antia no dejaba de asombrarse con cada palabra que escuchaba.
—Legalmente, no, pero será la única manera de no tener problemas. Sin estos documentos, no podrás hacer ninguna gestión.
—En serio, usas unas palabras muy extrañas.
—Y eso que hablamos el mismo idioma. —Empezó a reír, intentando contenerse—. Voy a tener que darte clases intensivas.
—Sí, pero lejos de aquí. Será mejor que no estemos más tiempo en este lugar. No faltará mucho para que amanezca y se den cuenta de que no estoy.
Efrén puso por fin en marcha el coche que había alquilado. El vehículo empezó a moverse sin que pudiera escucharse el ruido al que Antia se había acostumbrado. Fue cuando perdió de vista el lugar donde había estado esperándolo y desde el que se veía el camino que conducía hasta su antiguo hogar cuando se le encendió una lucecita en la cabeza.
—¿Cómo es la zona donde vamos a vivir?
—Por lo que me has explicado estos meses, he sacado una conclusión. ¿Alguna vez has visto el mar? —le preguntó Efrén, sabiendo la respuesta.
—No. —Una enorme sonrisa se dibujó en la cara de Antia.
No le importó que no le dijera el lugar exacto, se conformó con saber que podría pisar la arena que ponía principio y final al basto mar. Un lugar prohibido para los más jóvenes por el gran poder que despertaba en los magos y que solo los más ancianos, según lo que les explicaban, eran capaces de canalizar.
Aquello le dio más esperanza de que no los encontrasen. Si aquella información no era igual de falsa que las que había conseguido desmontar, tal vez podría aumentar la fuerza de sus conjuros y, de esa manera, no darían con ellos.
Agarró con fuerza su libro de magia y se lo pegó al pecho, esperanzada.
Una mezcla de sentimientos creció en su interior dentro del silencioso coche. Mientras Efrén le daba el tiempo que necesitaba para asimilar todo lo que estaba sucediendo y lo que había tenido que dejar, Antia se sintió triste y feliz a partes iguales. Era incapaz de evitar sentirse culpable por el dolor que provocaría a su familia cuando fueran conscientes de lo que había hecho, y el miedo la embargaba al imaginarse cómo reaccionarían ante la gran traición.
No había marcha atrás, era demasiado tarde para arrepentirse. Por muchas leyes que estuviera incumpliendo, sabía qué era lo que debía hacer. Su corazón jamás había latido de aquella manera.
Una fina línea anaranjada empezó a brillar en el horizonte, delante de ellos, y Antia la interpretó como una premonición de lo que estaba por llegar. Una hermosa luz llenaría sus vidas. Todo saldría bien.