Читать книгу En un bosque muy oscuro - Ruth Ware - Страница 11
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ОглавлениеQuiero dormir, pero me enfocan con luces a los ojos. Me hacen pruebas, me examinan, me toman las huellas y me quitan la ropa, manchada de sangre reseca. ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué he hecho?
Me llevan en camilla por largos pasillos, con las luces amortiguadas porque es de noche, pasando junto a salas repletas de pacientes dormidos. Algunos de ellos se despiertan al pasar yo y veo mi estado reflejado en sus expresiones conmocionadas, en la forma en que apartan la vista, como si estuvieran viendo algo lastimoso u horrible.
Los médicos me hacen preguntas que no puedo contestar, me dicen cosas que no recuerdo.
Entonces, por fin, me conectan a un monitor y me dejan, sedada, adormilada y sola.
Pero no sola del todo.
Me vuelvo dolorosamente hacia un lado y entonces veo, a través del cristal reforzado con alambres de la puerta, a una mujer policía sentada pacientemente en un taburete.
Me están custodiando. Pero no sé por qué.
Me quedo allí mirando por el cristal la nuca de la mujer policía. Quiero salir, lo deseo muchísimo, salir y preguntarle cosas, pero no me atrevo. En parte porque no estoy segura de que mis piernas débiles consigan llevarme hasta la puerta y, en parte, porque no estoy segura de poder soportar las respuestas.
Me quedo echada lo que parece mucho tiempo, escuchando el zumbido de los aparatos y el goteo del inyector automático de morfina. El dolor que siento en la cabeza y en las piernas se va amortiguando y se vuelve distante. Y al final me duermo.
Sueño con sangre, que se extiende y se encharca y me empapa. Me arrodillo en la sangre, intentando detenerla, pero no puedo. Me empapa el pijama. Se extiende por el suelo de madera blanqueada...
Y entonces me despierto.
Me quedo un segundo quieta, mientras el corazón me late desbocado en el pecho, e intento acostumbrar la vista a las luces amortiguadas de la habitación. Tengo una sed agobiante y me duele mucho la vejiga.
Hay un vaso de plástico en la taquilla, junto a mi cabeza, y con un enorme esfuerzo intento cogerlo: meto un tembloroso dedo en torno al borde y lo arrastro hacia mí. Tiene un regusto horrible, a plástico, pero Dios mío, nunca el agua me supo tan buena. Me la bebo toda y dejo caer la cabeza hacia atrás, sobre la almohada, con un movimiento brusco que hace que vea estrellas bailando en la oscuridad.
Por primera vez me doy cuenta de que hay unos cables que salen de debajo de las sábanas, conectándome a no sé qué monitor cuya pantalla parpadeante emite unas sombras verdosas y oscuras que iluminan toda la habitación. Uno de los cables lo tengo unido a un dedo de la mano izquierda y, cuando lo levanto, veo para mi sorpresa que tengo la mano arañada y ensangrentada y que mis uñas, que ya de por sí llevo siempre mordidas, están rotas.
Recuerdo... recuerdo un coche... recuerdo tropezar y atravesar un cristal que se rompía... recuerdo que se me caía un zapato...
Por debajo de las sábanas froto los pies uno contra otro, notando el dolor en uno y el bulto hinchado de un vendaje en el otro. Y en las espinillas... noto el tirón de un esparadrapo en una pierna.
Solo cuando me llevo las manos al hombro, el hombro derecho, hago una mueca y miro hacia abajo.
Tengo un hematoma extenso que sale de debajo del camisón hospitalario y me llega hasta el brazo. Cuando encojo el hombro y miro por debajo del escote veo una masa amoratada que se extiende desde un centro hinchado y oscuro, justo por encima de mi axila. ¿Qué puede haberme provocado un hematoma tan extraño, solo en un lado? Noto que mis recuerdos están suspendidos un poco más allá de la punta de mis dedos... pero siguen alejados, tozudamente.
¿He tenido un accidente? ¿Un accidente de coche? ¿Me han... me han atacado?
Dolorida, meto una mano por debajo de las sábanas y me paso la palma por el vientre, los pechos, el costado. Tengo los brazos llenos de cortes, pero aparte de eso parece que el cuerpo lo tengo bien. Bajo la mano a los muslos, me toco entre las piernas. Llevo una cosa gruesa, como una especie de pañal, pero no me duele. No hay cortes. No tengo hematomas en el interior de los muslos. No sé lo que ha ocurrido, pero eso no.
Me echo hacia atrás y cierro los ojos, cansada... cansada de intentar recordar, cansada de tener miedo. El inyector automático hace clic y susurra y de repente ya nada parece tener importancia.
Cuando ya me deslizo hacia el sueño, me llega una imagen: una escopeta colgada en una pared.
Y de repente me acuerdo.
El hematoma es el retroceso de un arma. En algún momento del pasado reciente, he disparado un arma.