Читать книгу En un bosque muy oscuro - Ruth Ware - Страница 13
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ОглавлениеPor un momento no entendí nada. ¿Habría habido algún espantoso error? ¿Era posible que ella no me hubiese invitado, que hubiese sido solo una idea estúpida de Flo?
—Yo... pues... en t-tu despedida de soltera... —tartamudeé—. ¿Tú no...?
—¡Ya lo sé, tonta! —dijo. Se echó a reír y su risa fue como una nerviosa ráfaga de aliento blanco en el aire frío—. Quiero decir que qué haces aquí fuera. ¿Te estás entrenando para una expedición al Ártico o algo así?
—Nada, solo corría —repliqué intentando que sonara como lo más normal del mundo—. No hace tanto frío... solo fresco.
Pero la verdad es que tenía mucho frío, allí quieta, y las últimas palabras que pronuncié quedaron totalmente desautorizadas cuando las pronuncié tiritando convulsivamente.
—Vamos, entra, te llevaré hasta la casa —dijo.
Se inclinó y abrió la portezuela del pasajero.
—Yo... las zapatillas, están muy sucias...
—No te preocupes. Es un coche alquilado. ¡Pero entra ya, antes de que las dos nos quedemos congeladas!
Di la vuelta en torno a la portezuela del pasajero, chapoteando en el barro, y entré. Noté al momento el golpe del calor del coche a través de la ropa térmica que llevaba, fría y empapada de sudor. El barro había penetrado a través de mis zapatillas. Los dedos de los pies me resbalaban sobre el forro de una manera que me daba dentera.
Clare volvió a poner en marcha el coche y acalló Single Ladies tocando un botón. El silencio de repente se hizo ensordecedor.
—Bueno... —dijo mirándome de reojo.
Seguía tan guapa como siempre. Había sido una idiota al pensar que en diez años Clare podía estar distinta. Su belleza era profunda, ósea. Incluso a la débil luz del coche, envuelta en una sudadera con capucha vieja y una enorme bufanda de cuello cerrado, estaba guapísima. Llevaba el pelo recogido en la parte superior de la cabeza con un moño adorablemente revuelto, con mechones que le caían por los hombros. Las uñas las llevaba pintadas de color rojo, pero algo descascarilladas, no demasiado retocadas, nadie podía acusar a Clare de eso. Sencillamente, le quedaba todo perfecto.
—Bueno —dije yo también. Siempre me había sentido la pariente pobre, comparándome con Clare. Me di cuenta de que en diez años eso no había cambiado.
—¡Cuánto tiempo sin vernos! —exclamó. Movió la cabeza de un lado a otro, dando golpecitos con los dedos en el volante—. Pero en fin... me alegro mucho de verte, Lee, ¿sabes?
Yo no abrí la boca.
Quería decirle que ya no era aquella persona, que ahora era Nora, no Lee.
Quería decirle que no era culpa suya, que el motivo por el que no había seguido en contacto no tenía nada que ver con ella... que era «yo». Solo que aquello... no era completamente cierto.
Sobre todo, quería preguntarle por qué estaba yo allí.
Pero no lo hice. No dije nada. Me quedé allí sentada, sin más, mirando la casa a medida que nos acercábamos.
—Me alegro mucho de verte, mucho —repitió—. Así que ahora eres escritora, ¿verdad?
—Sí —reconocí. Las palabras que pronunciaba parecían extrañas y falsas, como si estuviera mintiendo o contando historias sobre alguna otra persona, una pariente lejana, quizá—. Sí, soy escritora. Escribo novelas policíacas.
—Sí, ya lo sabía. Leí un artículo en el periódico. Estoy muy... bueno, que me alegro mucho por ti. Es increíble. Tienes que estar muy orgullosa.
Me encogí de hombros.
—Es solo un trabajo —dije.
Las palabras me salieron tensas y amargas... no quería que fuese así. Sé que tengo suerte. Y he trabajado mucho para llegar adonde estoy. Debería estar orgullosa. «Estoy» orgullosa.
—Bueno, ¿y tú? —le pregunté.
—Trabajo como relaciones públicas. Para la Royal Theatre Company.
Relaciones públicas... Le cuadraba bastante y sonreí; una sonrisa auténtica esta vez. A Clare se le daba muy bien contar historias, ya a los doce años. O a los cinco incluso.
—Soy... muy feliz —afirmó en voz baja—. Y siento mucho haber perdido el contacto... no verte... lo pasamos muy bien las dos, ¿verdad? —Me miró a la luz verde y fantasmagórica del salpicadero—. ¿Recuerdas cuando nos fumamos juntas el primer pitillo? —preguntó echándose a reír—. El primer beso... el primer porro... la primera vez que nos colamos en una película para mayores de dieciocho...
—La primera vez que nos echaron de malos modos... —añadí.
Enseguida me arrepentí de ser tan malintencionada. ¿Por qué? ¿Por qué me ponía tan a la defensiva con ella?
Pero Clare se echó a reír.
—¡Uf, sí, qué humillación! Nos creíamos tan listas... hacer que Rick comprase las entradas y colarnos por los lavabos. Tampoco creía que estuvieran controlando la puerta de la sala.
—¡Rick! Me había olvidado de él. ¿Qué es lo que hace ahora?
—¡Sabe Dios! Probablemente estará en la cárcel. Por sexo con menores, si es que hay justicia en este mundo.
Rick fue novio de Clare durante un año, cuando teníamos catorce o quince, un chico de veintidós años con el pelo largo y grasiento, que tenía moto y llevaba un diente de oro. A mí nunca me gustó, porque ya a los catorce encontraba raro y desagradable que Clare quisiera acostarse con un tío de esa edad, a pesar del hecho de que él pudiera entrar en los clubes y comprar alcohol.
—Uf, qué tío más raro —dije yo sin pensar.
Al darme cuenta de lo que había dicho, me mordí la lengua, pero Clare se echó a reír.
—¡Total! No puedo creer que no me diera cuenta entonces. Pensaba que era tan sofisticado el sexo con un chico mayor... Ahora me parece... solo a un paso de la pedofilia. —Resopló y luego soltó una exclamación cuando el coche dio un salto por un bache—. ¡Uf! Lo siento.
Se hizo el silencio durante un momento, mientras ella se concentraba en recorrer la última parte del camino, llena de rodadas. Luego, tras entrar en el espacio cubierto con grava que estaba delante de la casa, aparcamos limpiamente entre el coche alquilado de Nina y el Land Rover de Flo.
Clare apagó el motor y nos quedamos calladas en el interior oscuro del coche, contemplando la casa y a quienes estaban dentro. Tal y como había dicho Tom, parecían actores sobre un escenario: allí estaba Flo, trabajando como una hormiguita en la cocina, inclinada sobre el horno. Melanie estaba encorvada junto al teléfono, en el salón. Tom echado en un sofá justo enfrente de la ventana de cristal decorativo, hojeando una revista. Nina no estaba a la vista. Lo más probable es que estuviera fuera, en el balcón, fumándose un cigarrillo.
¿Por qué estoy aquí?, volví a pensar, esta vez algo angustiada. ¿Por qué he venido?
Entonces Clare se volvió hacia mí y su cara quedó completamente iluminada por la luz dorada que surgía de la casa.
—Lee... —dijo al mismo tiempo que yo decía:
—Mira...
—¿Qué? —preguntó ella.
Yo negué con un gesto.
—No, tú primero.
—No, tú, de verdad. No iba a decir nada importante.
El corazón me latía dolorosamente en el pecho y, de repente, no pude preguntarlo, no pude hacer la pregunta que tenía en la punta de la lengua. En cambio, dije de forma forzada:
—Ya no me llamo Lee. Ahora soy Nora.
—¿Cómo?
—El nombre. Que ya no me llamo Lee. En realidad nunca me gustó.
—Ah —dijo. Se quedó callada, asimilándolo—. Vale. Así que ahora eres Nora, ¿eh?
—Sí.
—Bueno, intentaré recordarlo. Pero me va a resultar difícil después de... ¿cuánto...?, veintiún años conociéndote como Lee.
«Pero si en realidad no me conoces», pensé involuntariamente, y luego fruncí el ceño. Clare me había conocido, claro que sí. Me conocía desde que tenía cinco años. Ese era el problema... que me conocía demasiado bien. Podía ver, por debajo de la fina capa de adulta, a la niña escuálida y asustada que estaba aún en mi interior.
—¿Por qué, Clare? —dije de repente, y ella levantó la vista, con la cara pálida e inexpresiva en la oscuridad.
—¿Por qué qué?
—¿Por qué estoy aquí?
—Ah, vaya... —dijo al tiempo que se miraba las manos—. Sabía que lo preguntarías. Ya me imaginaba que no te creerías lo de los viejos tiempos y todo eso, ¿no?
Yo negué con la cabeza.
—No es eso, ¿verdad? Has tenido diez años para ponerte en contacto, si hubieras querido. ¿Por qué ahora?
—Porque... —Cogió aliento con fuerza y yo me quedé muy asombrada al darme cuenta de que estaba nerviosa.
Me resultó difícil de asimilar. Nunca la había visto de otra manera que no fuera absolutamente serena; ya a los cinco años tenía una mirada que podía hacer que los profesores más duros se fundieran, o se encogieran, lo que ella prefiriese. Por eso habíamos sido amigas, supongo, de una extraña manera. Ella tenía lo que yo anhelaba: era absolutamente dueña de sí misma. Aun estando a su sombra, yo me sentía más fuerte. Pero las cosas ya no eran así.
—Porque... —repitió. La vi retorcer los dedos, y sus uñas, desconchadas y pintadas, relumbraron rojas como la sangre al captar la luz de la casa y reflejarla en el coche—. Porque me pareció que merecías saberlo. Merecías que te lo dijese... cara a cara. Me prometí... me prometí a mí misma que lo haría, a la cara.
—¿El qué? —pregunté mientras me inclinaba hacia delante.
No estaba asustada, solo intrigada. Me había olvidado de mis zapatillas manchadas y del hedor a sudor que desprendía mi ropa. Me había olvidado de todo excepto de esto: de la cara de preocupación de Clare, llena de una vulnerabilidad nerviosa que nunca le había visto antes.
—Es sobre la boda —empezó. Bajó la vista hacia las manos—. Sobre... la persona con la que me caso.
—¿Quién? —pregunté yo. Y entonces, para hacerla reír, para intentar romper la tensión que se había adueñado del coche y que me estaba contagiando a mí, dije—: No será Rick, ¿verdad? Yo siempre supe...
—No —exclamó ella mirándome al fin a los ojos. No había ni el menor asomo de risa allí, solo una decisión férrea, como si estuviera a punto de hacer algo desagradable, pero absolutamente necesario—. No. Es James.