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El chofer del escribano

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Sucede en los países en vías de desarrollo, donde las políticas están siempre untadas por la informalidad, donde las normas de lo permitido carecen de ese rodaje que lo da la experiencia de haber caminado por esa vereda y a prueba y error haber corregido las impurezas de lo impropio, del momento en el que nace el despropósito y cada uno haya aprendido lo que se debe hacer.

Esta historia nace desde la memoria de la exesposa del hijo del chofer del escribano. Podemos darle nacimiento desde el momento en el que este era integrante del pool de motoristas de presidencia, había sido en algún momento el encargado de transportar a políticos notables del momento, hasta presidentes había llevado a sus casas luego del mérito o error en su gestión, pero esta historia no está pensada para denunciar esos tipos de anomalías ni mucho menos entrar en el terreno político. La historia estará vinculada con la vida del suegro de Adela, la exesposa de su hijo.

Cuando de amores se trata, si uno de los componentes es lo prohibido, el suceso toma una envergadura superior, y éste me lleva a una trama de lo más atractiva, y en épocas de la suelta de emociones reprimidas, este se convierte en un coctel explosivo, y que deja mucha tela para cortar. En épocas del segundo gobierno de Perón, Evaristo Mendizábal era el escribano del poder, era el letrado que convertía en posible los manejos espurios que en el poder de entonces no cerraban con las gestiones normales de ninguna administración, él era el letrado que con su firma avalaba desde un dolo hasta el dibujo de un balance, en esa época era moneda corriente soslayar el digno ejercicio de la lealtad y la honradez, hasta podríamos sostener que era hasta meritorio, así de informales eran las cosas durante esos tiempos.

Para entonces Evaristo Mendizábal estaba casado con Carmen Barrios, una hermosa morocha que había conocido durante la etapa de la facultad, ella era cordobesa de Villa María, que luego de terminar su carrera, y al haber conocido a Evaristo, se habían radicado definitivamente en la Capital Federal ella había terminado psicología y ejercía también en presidencia. Evaristo y Carmen se habían casado y tuvieron solo un hijo.

La exigencia a la que se veía sometido por el gran caudal de trabajo y debido a su particular participación en los asuntos del poder, al escribano le asignaron un chofer dado que sus horarios eran casi siempre extraordinarios, digamos no convencionales, a veces se lo requería en horas de la noche donde el ojo indiscreto no se entrometiera con lo que debía ser secreto. Por razones lógicas el chofer se había convertido en la mano derecha del escribano, atendía además de su necesidad de transportarse de un lugar a otro, sabía de su agenda como nadie, y como sabemos que el poder lo da la información, en poco tiempo el chofer (Gino Curti, un italiano extrovertido, entrador pero muy discreto, y protagonista del relato, casado y coincidentemente con su jefe, tenía un solo hijo) pasó a formar parte de la elite del poder, el confidente, el que conocía al pie de la letra cada acuerdo que debía firmar, dónde convenía poner la firma, que le reportaría mayor beneficio, hasta podemos decir que se ocupaba de todas sus necesidades, y los de su esposa psicóloga, también…

Los días pasaban tan asimétricos que la rutina se moría de vergüenza y callaba ante el sentido del trámite, preocupada más por lo que debía callar, que lo que tenía para decir. Entre sus tareas diarias, que sí conformaban una mini rutina, era la de llevar, luego de dejar a Evaristo en su estudio, a su esposa Carmen a su consultorio, había trabado por cotidianeidad, casi un acercamiento que románticamente podríamos llamar cuasi familiar, también ella lo tenía como su primer crítico desde la indumentaria que le venía bien, según el día, de los lugares donde le convenía almorzar, dado que en varias oportunidades por motivos de horarios le había tocado acompañarla, y eso le daba un rango de consejero y chofer al mismo tiempo.

Una tarde en las que las cosas no andaban bien dentro de su matrimonio, hubo un episodio que podemos llamar de atípico…

—Gino, ¿puedes llevarme? –pidió Carmen.

—Dime la dirección e inmediatamente te llevo, Carmencita –contestó Gino, con ese tono que la relación entre ambos le otorgaba.

—No se trata de un lugar, Gino, sino de un estado, que me saques del conflictivo y tóxico estado al que a veces Evaristo me lleva, ¡¡¡hay momentos en los cuales consigue sacar lo peor de mí!!!

Gino, entre sorprendido y protector, sintió una oleada de ternura desmedida y ganas de abrazarla y consolarla. Pero debía guardar las formas. Aunque después de todo Carmen era una mujer hermosa, una treintañera, que por cierto tenía lo suyo, muchas veces Gino jugó con la fantasía de lo extraordinario que resultaría acordar con la genética la unión de los dos costados, el sol y la playa de los mares europeos, con reminiscencia desde el Imperio romano con sus luchas y conquistas, con la exótica América tal vez, desde el sueño de los reyes católicos y que Colón hizo realidad navegando los mares para unir esos continentes inexplorados, llenos de riquezas legadas de los incas, los aztecas o algún recuerdo maya, que lo hacían volar de imposibles pero que recrudecía en sueños de unos ojos claros, color mar del Norte, con la piel morena de las razas entremezcladas, total soñar no se encuentra regulado por ningún impedimento.

Siete años después…

El niño de ojos color mar Mediterráneo, y su piel morena de las Américas, correteaba detrás de una pelota que su padre, en secreto, le había regalado. Dos mundos se habían encontrado y habían coincidido en cada gen liberado, en cada emoción reclamada, en cada silencio escuchado, en cada pena redimida.

Evaristo había fallecido un año antes de cumplir sus 65 años y se llevó a la tumba el secreto de Carmen, ese secreto que si bien conocía pero que se permitió negar hasta su muerte, y nunca se animó a aceptar el momento en el que su honor devaluado por su propia actividad gubernamental, era lastimado con el pecado de su querida esposa, que presa de un rapto de pasión contempló el adulterio como un hecho y se deslizó entre las sábanas de Gino y desde ese día, sus almas se atravesaron y sin control vivieron, no sin culpas, su propia historia prohibida.

Fin

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